Si la "editocracia" francesa deslumbra al planeta entero, es ante todo por la loca originalidad de sus análisis. "He aquí una elección alemana totalmente extraordinaria", explicó Bernard-Henri Lévy poco después del escrutinio federal de setiembre pasado: “Les ofrece al mundo y a Francia –afirmó- una buena lección de democracia” (Le Point, 30 de setiembre de 2021). “Lo que sucede en Berlín, en donde una coalición revela su programa tras meses de negociación, constituye efectivamente una lección de democracia”, confirma el editorialista político de France Inter en una crónica audazmente titulada “La lección de democracia alemana” (26 de noviembre de 2021). Yendo más allá, el diario económico Les Échos sostiene: “Los alemanes nos están dando una formidable lección de democracia” (27 de setiembre de 2021).
Editorialista de Marianne y de Le Figaro, Jacques Julliard se anima a uno de los ataques conceptuales que alimentan su reputación: “Alemania nos da actualmente una lección de democracia” (Le Figaro, 1º de noviembre de 2021). En cuanto al director del área internacional de Le Monde, identificó un paraíso en donde “todo parece estar hecho para circunscribir las pulsiones políticas más populistas; ese país de celebración democrática se llama Alemania” (22 de octubre de 2021). “Hay de qué estar celosos ante la cultura política alemana del compromiso”, observa Le Nouvel Observateur en un artículo titulado... “La lección que llega de Alemania” (9 de diciembre de 2021), mientras que en Le Point Franz-Olivier Giesbert subraya “el ejemplo de Alemania, en donde la socialdemocracia llega al poder a la cabeza de una amplia coalición” con los verdes y los liberales (9 de diciembre de 2021).
¿Berlín es la nueva Atenas? Más allá de las apaciguadas campañas electorales, de la concertación, del federalismo descentralizado y de los escrutinios proporcionales, un rasgo específico eleva a Alemania al rango de modelo democrático ante los ojos de los comentadores franceses: las elecciones federales, sea cual sea su resultado, renuevan invariablemente el mismo gobierno económico, el de la Santa Trinidad mercado-competencia-austeridad. Pasar de una coalición dirigida por los conservadores a otra conducida por el Partido Social Demócrata (SPD) afecta tan poco a esta línea directriz que Lars Feld, líder de los economistas liberales e influyente personalidad del establishment, disecó sin temor el programa común de gobierno firmado conjuntamente por los liberales (FDP), los lejanos herederos del marxismo (SPD) y del eco-socialismo (los Verdes), punto de partida para la coalición que hoy gobierna el país: “El contrato de la coalición me tranquiliza”, afirmó1. Concebido en plena Guerra Fría para impedir cualquier retorno del nazismo y conjurar el espectro comunista, el régimen instaurado en 1949 hace de la República Federal de Alemania una “República del centro”, en donde la política no tiene margen de maniobra sino a escala local.
Diez años atrás, a la canciller alemana Angela Merkel se le soltó la lengua: “Vivimos efectivamente en una democracia, una democracia parlamentaria, de lo cual nos alegramos. Por eso el poder presupuestario es un derecho esencial del Parlamento. Partiendo de aquí, encontraremos los medios de organizar la co-decisión parlamentaria de manera que también sea conforme con el mercado”2. Enseguida integrada en la lista de “palabras impropias” del año 2011 por la Asociación de Defensa del Idioma Alemán, la noción de “democracia conforme con el mercado” (marktconforme Demokratie) alegró a aquellos que, en Francia, temen que el descontento popular se traduzca en las urnas en una mayoría no conforme con el mercado. Eterno exorcista de las pasiones políticas por medio de plegarias liberales, el ensayista Alain Minc publicó en 2013 Vive l’Allemagne! (Grasset, 2013), un grito de amor a un Estado que había, en 2009, constitucionalizado la austeridad al prohibir cualquier déficit presupuestario superior al 0,35% del Producto Interno Bruto: “Alemania es de ahora en más, a mis ojos, el país más democrático y más sano de Europa”. Es decir, un país en el que la política económica no está sometida al voto.
El ejemplo alemán
“Hay una obsesión recurrente de las élites francesas –apunta el economista heterodoxo Robert Boyer–: intentar aclimatar el modelo alemán del capitalismo renano” (Le Monde, 17 de enero de 2022). Esta idea fija data de la década de 1950. Un reconocido economista, Jacques Rueff, la introdujo en el debate público apenas ocho años después del armisticio, al celebrar, en la Revue des deux Mondes, “La resurrección de Alemania” (15 de junio de 1953). Fascinado por el ordoliberalismo, esa declinación renana del neoliberalismo3, Rueff siente una profunda admiración por la persona que la encarna en política: Ludwig Erhard, ministro de Finanzas de la República Federal Alemana (RFA), quien impuso en ese entonces la estabilidad monetaria y la libre competencia a un país en ruinas. Descrito en los manuales de historia como el “padre del milagro económico alemán”, Erhard pertenece, como Rueff, a la Sociedad Mont-Pèlerin, una asociación internacional de promoción del neoliberalismo4. Nombrado en 1958 consultor económico del general De Gaulle e inspirador de su gran reforma financiera, Rueff publicaba regularmente sus trabajos en la revista ordoliberal alemana ORDO. En 1959 redactó el prefacio a la traducción francesa del libro-manifiesto de Erhard, Bienestar para todos (Unión Editorial, 2010): “Pido a los franceses que se inclinen hacia el ejemplo alemán”.
Rara vez una consigna tuvo un éxito tan duradero. Década tras década, ensayistas, periodistas, economistas, dirigentes y políticos se inclinarán, se arrodillarán y terminarán en el piso ante el tótem teutón. Al hacerlo, explica el historiador y germanista Édouard Husson, “persiguen el secreto que se les escapa: el de un orden social y monetario al que pretenden importar para hacer de él un instrumento de disciplina de la sociedad francesa”5. Un antídoto al veneno nacional que representa ante sus ojos el reino de la política, y por ende de la soberanía popular, sobre los asuntos económicos.
Durante décadas, ensayistas, periodistas, economistas y políticos se inclinarán ante el tótem teutón.
El modelo alemán funciona también como un antídoto a los enfrentamientos ideológicos que excluyen a los expertos en favor de los partidos. Aquí también Alemania aparece como un ejemplo. En agosto de 1956, el Partido Comunista fue prohibido en la RFA, sus organizaciones disueltas y sus bienes confiscados: una lección de democracia. Tres años después, el SPD, que aún hacía referencia al marxismo, adoptó, en el transcurso de su congreso de Bad Godesberg, un programa que buscaba alentar la estabilidad monetaria y que “aprueba la economía de mercado en todos los lugares en donde reinan las condiciones de una verdadera libre competencia”. Además, el programa reconocía “la propiedad privada de los medios de producción”. Le Monde aplaudió el acontecimiento: “El congreso de los socialistas alemanes consagra su ruptura con toda ideología” (18 de noviembre de 1959). A partir de ese día, periodistas y ensayistas socio-liberales exhortarán sin pausa al Partido Socialista francés a “hacer su Bad Godesberg”, incluso tras su renuncia a cambiar el orden económico en los años ochenta6.
Las conminaciones a seguir el “modelo alemán” nunca se quedan sin aliento por mucho tiempo. En 1991, el exitoso ensayista Michel Albert siguió cantando la misma melodía con un libro a la gloria del “capitalismo renano”, donde los bancos reemplazan a la Bolsa y los sindicatos co-gestionan las grandes empresas. Los modernizadores franceses, que detestan a la Confederación General del Trabajo (CGT) y su tradición de lucha, le envidian a su vecino la noción de “socios sociales” deseosos de llegar a un “arreglo” para evitar los paros.
Pero ni bien la obra se publica en Francia este “modelo alemán” cede el lugar a otro, más brutal: el de la austeridad impuesta a las poblaciones por las clases dirigentes europeas para adoptar la moneda única y su jaula de hierro jurídica. Hans Tietmeyer, presidente del Banco Federal Alemán (Bundesbank), lleva el látigo y conmina a los gobiernos europeos a “controlar los presupuestos públicos, bajar el nivel de tasas e impuestos hasta darles un nivel soportable a largo plazo, y reformar los sistemas de protección social” (Le Monde, 17 de octubre de 1996). La prensa francesa se mantiene firme: “En el momento en que Francia se ve obligada –globalización obliga– a llevar a cabo importantes reformas estructurales, los éxitos obtenidos por los alemanes en la adaptación de su economía llevan nuevamente a los franceses a dirigir la mirada hacia sus vecinos” (Le Monde, 19 de setiembre de 1995).
Esta línea es repetida ocho años después, en el transcurso del desmantelamiento de la protección social emprendido por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröeder, quien instaura la inserción laboral forzada de desempleados en trabajos de 400 euros por mes. Mientras que la tasa de pobreza aumenta en Francia, Nicolas Baverez aplaude en Le Point al “canciller de la modernización” y Le Monde, cuya redacción está entonces dirigida por Edwy Plenel, se entusiasma en un editorial: “Alemania avanza y toda Europa debe alegrarse” (23 de julio de 2003).
Mientras tanto, los editorialistas franceses celebraron la modernidad de los Verdes alemanes, comprometidos en la guerra de la OTAN en Kosovo, y la del canciller Schröder, autor, en junio de 1999 con su par Tony Blair, de un manifiesto por una “tercera vía” socio-liberal. La germanomanía se extiende en todas las direcciones. “Mi modelo en femenino: es Angela Merkel”, explicó Valérie Pécresse, candidata de los Republicanos a la elección presidencial francesa de este año (Libération, 13 de agosto de 2021); “Todos los ecologistas sueñan con una democracia más lograda y más ‘alemana’” (Le Monde, 8 de octubre de 2021).
Sin embargo, a veces el modelo muestra sus límites. Por haber dudado durante algunos días en unir su voz al coro de los defensores de la guerra contra Rusia, el canciller Olaf Scholz sufrió los exagerados sermones de Bernard-Henri Lévy y se expuso a la sospecha de “servir de estribo para Putin” (Le Point, 2 de febrero de 2022). “Todos estadounidenses” o “todos alemanes”, tal es el cruel dilema de nuestros dirigentes.
Pierre Rimbert, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.
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Handelsblatt, Düsseldorf, 25-11-21. ↩
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Angela Merkel, declaración del 1º de setiembre de 2011, citada por Bruno Odent, Modèle allemand, une imposture, Le temps des cerises, París, 2013. ↩
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François Denord, Rachel Knaebel y Pierre Rimbert, “La Biblia económica alemana”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2015. ↩
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François Denord, Néolibéralisme, version française, Démopolis, París, 2007 y Hugo Canihac, “Walter Eucken à Paris?”, Revue européenne des sciences sociales, Ginebra, vol. 55, Nº2, 2017. ↩
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Edouard Husson, Paris-Berlin. La survie del’Europe, Gallimard, París, 2019. ↩
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Grégory Rzepski y Antoine Schwartz, “‘Modernizar la izquierda’, la eterna cantinela”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2007. ↩