Las guerras nunca son propicias a la libre circulación de la información. El poder ruso lo acaba de ilustrar de manera particularmente severa. Desde la adopción de una enmienda del Código Penal, el 4 de marzo de 2022, todo ciudadano se expone a tres años de cárcel si osa “desacreditar el uso de las Fuerzas Armadas”; a cinco años si lanza un llamado a manifestar. Firmar un artículo de prensa que se aparte de los comunicados del Ministerio de Defensa puede costar hasta quince años de cárcel. Previo a esto, un decreto había prohibido el uso de la palabra “guerra” o “agresión” para designar la operación militar en Ucrania.

Al golpear rápido y fuerte, las autoridades buscaron acallar a los opositores a la guerra, muchos de los cuales alzaron su voz tras el ataque. Decenas de peticiones aparecieron en Internet. La del defensor de los derechos humanos en Rusia Lev Ponomarev recolectó el número récord de un millón de firmas. Asociaciones profesionales salieron de su habitual discreción: arquitectos, médicos, profesores, trabajadores de la cultura, humoristas. El movimiento alcanzó a instituciones inesperadas. Como esos cinco mil estudiantes, ex alumnos y colaboradores del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO), una prestigiosa sede de formación de los diplomáticos y altos funcionarios rusos, que hicieron un llamado “a un proceso de negociación honesto, sin ultimátum ni pedido de capitulación a la otra parte”.

El temor a las represiones extinguió las manifestaciones que reunieron a varios miles de personas la primera semana del conflicto. Según el recuento de la asociación rusa OVD-info, que organiza una vigilancia de las represiones, unos 15.000 manifestantes habían sido arrestados a fines de marzo. La policía cuenta con el refuerzo de otras instituciones. El 6 de marzo, Kirill, el patriarca de Moscú, denunció desde el púlpito de la Catedral del Cristo Salvador en Moscú, cualquier forma de “capitulación y debilidad” en el combate contra los “pretendidos valores” occidentales, cuyo puesto de avanzada sería el Donbass. La operación militar también fue aprobada por la Unión Rusa de Rectores y Rectoras (RUR), que hizo un llamado a “unirse alrededor [del] Presidente, reforzando el espíritu optimista de la juventud y la fe en el poder de la razón, sembrando la esperanza de que la paz vendrá pronto”. Pocos días después, la Universidad de San Petersburgo excluía a trece estudiantes. La carta abierta de los alumnos del Instituto de Física y Tecnología de Moscú desapareció de Internet. “Tememos por la seguridad de aquellos que dejaron su firma en esta carta”, indica ahora la página de inicio.

Deterioro profundo

Sin sorpresas, el Ministerio Público pidió el bloqueo del canal de televisión en línea opositor Dojd. La decisión de suspender la radio Ecos de Moscú sorprendió más. A pesar de ser propiedad de Gazprom, este medio de comunicación, conocido por su libertad de palabra, se beneficiaba de cierta forma de inmunidad gracias a la autoridad moral de su redactor en jefe, Alexei Venediktov. “El 90 por ciento de mi agenda de contactos ya no contesta mis llamados”, le confiaba a una colega1. Una parte de la programación migró a YouTube, a la espera de la próxima censura. Porque la guerra informativa que desencadenó el conflicto en Ucrania deja poco lugar a soluciones de recambio. Rusia ya bloqueó a Facebook en represalia por la decisión del grupo californiano de prohibir a los medios de comunicación cercanos al poder (entre ellos el canal RT y el sitio Sputnik) en Europa. Instagram sufrió la misma suerte, después de que la casa matriz Meta cambió su política de moderación de los mensajes violentos en contra del ejército o de los dirigentes rusos. A pesar de la retractación parcial del gigante estadounidense, un tribunal calificó a las dos redes sociales como organizaciones extremistas; WhatsApp por ahora escapa a las prohibiciones.

La guerra en Ucrania acelera un deterioro iniciado en la primavera de 2021, cuando se produjeron las protestas en apoyo al opositor Alexei Navalny. La etiqueta de “agente del extranjero”, hasta ese entonces reservada a los medios de comunicación financiados por el gobierno estadounidense, había sido asociada a varios diarios en línea. Sinónimo de acoso administrativo, este estatus no les prohibía trabajar a los sitios afectados. Mientras que las autoridades bloquearon un centenar de sitios de información, ocho medios de comunicación suspendieron preventivamente su cobertura de los combates armados y diecinueve prefirieron cerrar las persianas2. Con la guerra contra Kiev, la presión se transformó en amenaza. Según el medio digital Agence, ciento cincuenta periodistas habrían abandonado el país apenas diez días después de la invasión.

Del lado de los medios oficiales, el giro es tan espectacular como amnésico. En vísperas de la invasión, los canales de información públicos seguían denunciando “la histeria occidental” acerca de los supuestos planes del Kremlin de invadir Ucrania. Actualmente, en los estudios televisivos se empeñan por presentar a este conflicto como legítimo e ineluctable. El 8 de marzo, la periodista Katerina Gordeeva, representante de la intelligentsia liberal anti-guerra que se quiere acallar, parecía incapaz de desarmar a Elena Drapeko, una diputada que justificaba la operación militar “preventiva” contra “el fascismo llegando a las puertas” de Rusia (es decir, el gobierno ucraniano). Exhibiendo en el reverso de su campera la insignia “Z” –la letra pintada sobre los tanques rusos–, esta parlamentaria, que en su pasado fue una estrella del cine soviético, enumera las guerras en Irak, Afganistán, Libia para sugerir que Rusia era el próximo blanco de los occidentales y sus aliados. “Cuando echemos a los nazis, todo el mundo saldrá de los refugios anti-bombas [...] Seremos amigos, haremos películas juntos”, asegura. Si les creemos a los institutos oficiales de encuestas, la mayoría de los rusos creería en estos argumentos continuamente difundidos en los canales de televisión, apoyando el 68 por ciento de las personas encuestadas “la operación especial en Ucrania”3. ¿Hasta que vuelvan los ataúdes del frente?

Hélène Richard, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. “Skaji Gordeeva”, YouTube, 10-3-22. 

  2. OVD-info, 23-3-22. 

  3. Instituto FOM, 6-3-22.w.