La invasión rusa quebró un tabú en Alemania. La nueva coalición gubernamental le vendió armas a un país en guerra y prometió liberar un presupuesto que podría reconvertir al ejército alemán en el más poderoso de la Unión Europea.

"La Bundeswehr, el ejército que dirijo, prácticamente no tiene recursos [...]. ¡Estoy enojado!”. El mensaje posteado en la red Linkedin por el general Alfons Mais, algunas horas después de la invasión rusa de Ucrania, era inusual, pero sin ambigüedades: “Las opciones que podemos proponerles a los políticos para apoyar a la Alianza son extremadamente limitadas”. Incapacidad que confirmaba al mismo tiempo el general Egon Ramms, ex comandante de las fuerzas inter-armadas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Brunssum, de 2007 a 2010: “Si la Bundeswehr tuviera que defender a nuestro país, ¿podría hacerlo?”, le preguntaba el presentador del noticiero televisivo del canal ZDF. La respuesta: “No”.

La invasión de Ucrania por parte de las fuerzas rusas actuó como un electroshock en Berlín. En pocas horas, la nueva coalición Socialdemócratas-Verdes-Liberales rompió con la tradición alemana de no venderle armas a un país en guerra1 y anunció el suministro a Ucrania de lanzaproyectiles anti-tanque, misiles portátiles Stinger, vehículos blindados y combustible. El canciller socialdemócrata Olaf Scholz, quien no había hecho de la política alemana de defensa un eje de su campaña para las elecciones legislativas de septiembre de 2021, prometió desbloquear un centenar de miles de millones de dólares para modernizar la Bundeswehr, así como un aumento del presupuesto militar con el fin de alcanzar y superar el dos por ciento del Producto Interno Bruto recomendado por la OTAN.

“Alemania está rompiendo con una forma de moderación particular y solitaria”, reconoció su ministra de Relaciones Exteriores, Annalena Baerbock, ella misma proveniente de un partido ecologista durante mucho tiempo inclinado al anti-militarismo, actualmente en coalición con los socialdemócratas en el pasado considerados como indulgentes frente a los rusos, y con liberales habitualmente inflexibles respecto de la austeridad presupuestaria. Es posible observar la amplitud del giro dado en Berlín en las últimas semanas: envío de navíos al Mar Báltico y al Mediterráneo, instalación de misiles anti-aéreos Patriot en varios países del Este, participación en un batallón terrestre en Eslovaquia, envío de refuerzos a Lituania, y de cazas Eurofighter a Rumania...

Limitaciones convenientes

Tras la capitulación del régimen nazi y la disolución de la antigua Wehrmacht, la clase política culpabilizada por las atrocidades cometidas entre 1939 y 1945 e incómoda en las instancias internacionales, se había refugiado en una cierta indiferencia geopolítica, concentrándose sobre el poder económico del país. Tras el fracaso del proyecto de Comunidad Europea de Defensa (CED), rechazado el 30 de agosto de 1954 por la Asamblea Nacional en Francia, Estados Unidos había incitado, un año más tarde, a la creación de la Bundeswehr con el objetivo de contener la “amenaza soviética”. De entrada, las fuerzas alemanas, al igual que las japonesas, se vieron muy estrechamente delimitadas: integración a la OTAN, bajo control estadounidense; reclutamiento por conscripción; compromiso de no recurrir a las armas nucleares, químicas y bacteriológicas; participación en operaciones exteriores únicamente en el marco de coaliciones; imposibilidad para el ejército, en virtud de la Constitución Federal, de actuar con armas sobre el territorio nacional, salvo en un “estado de defensa y de tensión”, en refuerzo y protección de objetivos civiles. Y, sobre todo, estrecha tutela del Bundestag (el Parlamento alemán), que determina el reclutamiento, la organización, las misiones, los mandatos, las reglas de intervención, el armamento, las condiciones de vida, etc., al punto que la Bundeswehr hace las veces de “ejército de alianza” y de “ejército parlamentario”, una calidad a menudo objeto de burla en la comunidad militar internacional.

Durante mucho tiempo, estas limitaciones resultaban convenientes para todos los socios de Berlín: el padrino estadounidense, que aún dispone de bases en el territorio alemán y confió a una fuerza aérea completamente devota la tarea de activar en caso de necesidad, y bajo el estandarte de la OTAN, armas nucleares cuyas llaves están en manos de Washington; los países miembros de la Unión Europea, particularmente Francia y, hasta 2016, el Reino Unido, a quienes esta eterna adolescencia de la joven herramienta alemana resultaba reconfortante; Rusia y los países del Este europeo, edificados por una “Ost-politik” realista y moderada de dirigentes que privilegiaban los intereses económicos mutuos, particularmente la compra-venta de gas o de petróleo, antes que las tensiones militares, tanto antes como después de la caída del Muro, y, por último, la población alemana que, desde la posguerra, permaneció como fundamentalmente pacifista, e incluso antimilitarista.

Salir del trauma

La unificación de las dos Alemanias en 1990 llevó a la defensa a una fase “postraumática”, con una mayor posibilidad de “definirse con respecto a sus propios intereses, con toda soberanía, y no en función de lo que decidirán sus aliados”2. La participación en la intervención aliada en Kosovo en 1999, bajo los colores de la OTAN, por instigación de los socialdemócratas y de los verdes, en ese entonces en el poder, marcó un vuelco. La de Afganistán a partir de 2001, constituyó la primera salida fuera de Europa de un contingente alemán desde 1945. Noventa y tres mil soldados se sucedieron allí en cerca de veinte años: una participación presentada por mucho tiempo por Berlín como una especie de “ayuda al desarrollo bajo protección armada”, y no como una misión de combate. La palabra “guerra”, de hecho, recién fue empleada en abril de 2010, y a regañadientes, por parte de la entonces canciller Angela Merkel, cuando recibió por primera vez sobre la pista de un aeropuerto los cuerpos de siete de sus compatriotas3. Durante los años 2000 y 2010, los soldados de la Bundeswehr se desplegaron particularmente en Bosnia, Georgia, Uzbekistán, Somalia, el Congo, Yibuti, Irak-Siria, el Líbano, Malí –pero principalmente en un marco de cooperación técnica, entrenamiento y observación–.

Hasta ahora, la Bundeswehr sigue siendo un ejército esencialmente defensivo, incapaz de actuar solo, “de llegar primero” a un teatro de operaciones o de participar en combates de alta intensidad durante un largo período. Sus efectivos han disminuido a más de la mitad desde la caída del Muro, en 1989 –a tal punto que se debate un posible regreso al servicio militar, suspendido en 2011 (su reintroducción exigiría un voto de más de dos tercios en el Bundestag)–. El número de sus tanques se dividió por quince. Los dos tercios de los blindados y de los cazas son operativos, pero el 60 por ciento de los helicópteros está anclado en el suelo. Los salarios y las condiciones de vida de los militares, que aumentan desde hace ocho años, absorben ampliamente el presupuesto militar, en detrimento del material y de los entrenamientos.

Ya en 2019, las sumas consagradas por Alemania a la defensa habían superado por primera vez los gastos de Francia. El vigoroso latigazo presupuestario anunciado recientemente podría propulsar a la Bundeswehr al rango de primer ejército del continente, y en todo caso de la Unión Europea, por delante de Francia, dotándolo de capacidades ofensivas inéditas.

Admitiendo que se lleve a cabo, semejante reconstrucción llevaría una década, incluso una generación. Estructurantes para la defensa europea de los próximos cincuenta años, las dos grandes obras industriales franco-alemanas lanzadas desde 2019 –el Futuro Sistema Aéreo de Combate (SCAF) y el Tanque de Combate del Futuro (MGCS)– fueron recientemente elevadas por el canciller Olaf Scholz al rango de “prioridades absolutas”4, y podrían verse relanzadas: tropezaban con las presiones ejercidas particularmente por el Bundestag para aumentar la participación de los industriales alemanes.

En Berlín, el ministro de Defensa envió, el lunes 14 de marzo, una señal opuesta, al anunciar la compra de una treintena de F-35, un aparato estadounidense pensado para convertirse en el único caza de la OTAN: en servicio en la US Air Force, este avión de quinta generación ya debe equipar una decena de naciones europeas. Incluso si el proyecto SCAF tiene por objetivo la sexta generación, a partir de 2040-2045, esta elección introduce una duda acerca de la voluntad alemana de comprometerse en ese costoso proyecto. La búsqueda de autonomía estratégica europea, arduamente defendida por Francia, tropieza una vez más con una OTAN dirigida por los estadounidenses. Y que apunta prioritariamente hacia su aliado obligado alemán.

Philippe Leymarie, periodista. Traducción: Micaela Houston.


  1. Véase Philippe Leymarie, “Malestar en torno a la venta de armas. El fin de una era”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo de 2015. 

  2. Jean-Pierre Maulny, “La politique de défense de l’Allemagne: le post-traumatique est encore loin”, Revue internationale et stratégique, París, Nº 74, 2009. 

  3. Véase Philippe Leymarie, “Afganistán, nuevo tormento alemán”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2011. 

  4. Philippe Leymarie, “Vers un nouveau crash européen?”, blog Défense en ligne, 3-3-21, https://blog.mondediplo.net