La invasión a Ucrania marca la victoria en Rusia de una corriente de pensamiento que alienta, desde la disolución de la Unión Soviética, una confrontación militar y civilizatoria con Occidente. Sin duda, la creciente influencia en el Kremlin de estos “halcones” es un apoyo ideológico de peso para legitimar esta guerra.

El 26 de febrero de 2022, al cumplir 84 años, el escritor ruso Aleksandr Prokhanov ofrecía una entrevista en directo desde la cabina de un avión de combate que sobrevolaba Ucrania. Bajo sus ojos, su sueño de reconstruir el imperio soviético tomaba forma mediante la violencia: “Sobrevuelo la tierra negra ucraniana que los tanques rusos atraviesan, corrigiendo la monstruosa herida infligida contra la historia rusa en 1991. [...] Hoy, nos volvemos a casar con Ucrania”1.

Prokhanov es uno de los líderes de los “nacional-patriotas”. Esta corriente de pensamiento se forma, a partir de la perestroika (1985-1991), en oposición a los “occidentalistas” (zapadniki) y a los “liberal-demócratas”. Congregó entonces a intelectuales nostálgicos de la Rusia imperial tradicional y al establishment político-militar soviético opuesto a la liberalización del país liderada por el último líder soviético Mijail Gorbachov. A lo largo de los años 1990, el diario fundado por Prokhanov, Zavtra (Mañana), se convirtió en el punto de encuentro de la oposición al presidente ruso Boris Yeltsin. Entre sus cronistas habituales, hay seguidores de Stalin, nacionalistas, curas ortodoxos monárquicos o incluso musulmanes tradicionalistas. Allí se frecuentaban el pensador euroasiático Aleksandr Duguin2, defensor de la especificidad civilizatoria de Rusia separada de Occidente, el escritor nacional-bolchevique Eduard Limonov e incluso el líder del Partido Comunista Guennadi Ziuganov. Esta mezcla heteróclita se unió en torno a una crítica virulenta de la democracia postsoviética, de la liberalización de la economía, del poder de los oligarcas, de la occidentalización de la sociedad y de la hegemonía estadounidense sobre el orden internacional. “Yeltsin mató a 2.200.000 rusos”, titulaba Zavtra en 1995, acusando a la política económica de Yeltsin de perpetrar un “genocidio” del pueblo ruso.

Los nacional-patriotas compartían una aspiración común: la reconstitución de un Estado fuerte que haría la síntesis de los períodos de la historia rusa al unir los valores tradicionales y espirituales del imperio zarista con el poder militar y tecnológico de la Unión Soviética. A pesar de que este grupo permaneció en la oposición, el poder retomó una parte de sus ideas al desencadenar la guerra de Chechenia, en 1994. El régimen buscó en ese entonces construir un nuevo patriotismo de Estado en torno a la lucha contra el separatismo. En 1996, Yeltsin creó una comisión gubernamental para definir “la idea nacional” de la Rusia postsoviética.

El vuelco conservador

A finales del siglo XX, varios acontecimientos centrales provocaron el rechazo del liberalismo y de Occidente y el aumento del patriotismo en el seno de la opinión rusa: la crisis financiera de 1998 y la brutal devaluación del rublo, la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a Hungría, Polonia y República Checa, los bombardeos a Serbia por parte de la OTAN en 1999 sin mandato de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la segunda guerra de Chechenia. Este contexto favoreció el surgimiento de una nueva generación de intelectuales, los Jóvenes Conservadores. Nacidos en los años 1970, estos nuevos “halcones” rusos no sentían en absoluto la nostalgia por la Unión Soviética que caracteriza a sus mayores nacional-patriotas. Sin embargo, estos especialistas en filosofía religiosa, conservadurismo político y nacionalismo, formados en la Universidad Estatal de Moscú (MGU) prolongaron su crítica de la globalización y su voluntad de promover la soberanía del Estado ruso y su estatus de gran potencia.

En política, la llegada de Vladimir Putin a la Presidencia en 2000 confirmó el vuelco conservador. El nuevo jefe de Estado buscó reforzar la centralización del Estado y restaurar la “verticalidad del poder”. A partir de 2004, los halcones rusos fueron progresivamente convocados para contribuir al contraataque ideológico que puso en marcha el Kremlin frente a las “revoluciones de colores” prooccidentales en el espacio pos-soviético. Vladislav Surkov, el jefe adjunto de la administración presidencial e ideólogo en jefe del partido presidencial Rusia Unida, teorizó, en 2006, el concepto de “democracia soberana” para justificar el carácter autoritario del Estado ruso. Dugin y Prokhanov fueron invitados por el partido a dar conferencias ante los movimientos juveniles progubernamentales Nashi (Los Nuestros) y Molodaia Gvardiia (La Guardia Joven). Sus carreras despegaron. Dugin fue nombrado profesor de Filosofía en la Universidad de Moscú en 2006. Prokhanov se convirtió en invitado frecuente en los programas de debate presentados por el famoso periodista cercano al poder, Vladimir Soloviev, en el canal NTV3. Por su parte, los Jóvenes Conservadores animaron un club de reflexión en el seno del partido, el Club Ruso, encargado de formular una respuesta progubernamental al nacionalismo étnico anti-Kremlin.

En 2007, las alocuciones de Putin asumieron más firmemente una parte del discurso de los halcones. Allí encontramos la idea de “seguridad espiritual”, que asocia la protección de la identidad religiosa rusa a una cuestión de seguridad nacional. “Las religiones tradicionales de la Federación Rusa y el escudo nuclear ruso son dos elementos que refuerzan al Estado ruso y crean las condiciones necesarias para asegurar la seguridad interior y exterior del país”, declaró el 1º de febrero de 2007, ante una platea de periodistas rusos y extranjeros. Ese mismo año, en la Conferencia de Munich sobre seguridad, su condena de la unipolaridad del orden mundial marcó un vuelco antioccidental en política exterior.

Ex primer ministro devenido en jefe de Estado en 2008, Dimitri Medvedev, mantuvo una política exterior ofensiva. La guerra ruso-georgiana, desencadenada en el verano de 2008, exacerbó el aislamiento de Rusia respecto de Occidente y puso en marcha una amplia reforma de modernización de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, durante el resto de su mandato apartó a los halcones de los círculos de asesores del poder. En su lugar, liberales reformistas inspiraron nuevas consignas: el relanzamiento de las relaciones con Occidente, el refuerzo del Estado de Derecho y la modernización de la economía.

Tras las manifestaciones masivas en contra del fraude electoral del invierno de 2011-2012, Putin fue reelecto en mayo de 2012, en un contexto de crisis de legitimidad del régimen. Entre las elites dirigentes, los siloviki, surgidos de los servicios de seguridad y del Ejército, tomaron la delantera por sobre las elites tecnocráticas4. Esta coyuntura benefició a los conservadores, que retomaron su rol de proveedores de apoyo ideológico al sistema autoritario. El mismo año, Prokhanov fundó el Club de Izborsk. A imagen de la fortaleza medieval de ese pueblo cercano a Estonia, el club pretende ser “una poderosa coalición política e ideológica de hombres de Estado patriotas, un frente imperial que se opone a las manipulaciones llevadas a cabo por los centros de influencia extranjeros”5.

“Doctrina del mundo ruso”

Compuesto por unos sesenta miembros provenientes de diversos medios profesionales –intelectuales, académicos, políticos, empresarios, periodistas, artistas, religiosos y miembros de las fuerzas de seguridad–, el club se propuso como objetivo formular “una política de Estado patriótica aplicada a todas las esferas de la vida nacional”6. Comprende a personalidades influyentes, como el economista Serguei Glaziev, asesor de Putin sobre la integración económica euroasiática entre 2012 y 2019; el obispo Tijon Shevkunov, conocido por ser el confesor personal de Putin; el periodista Mikhail Leontiev, director del departamento analítico de la compañía petrolera Rosneft o incluso el premio Nobel de Física Jaurès Alferov (fallecido en 2019). El Club es apoyado por miembros de alto rango de la elite política: Andrei Turchak, en ese entonces gobernador de Pskov y actualmente secretario general de Rusia Unida, y el ministro de Cultura Vladimir Medinski asistieron personalmente a su ceremonia de inauguración.

Sus ideas fueron ganando terreno. Putin anunció durante su discurso anual ante la Asamblea Federal en diciembre de 2012 el refuerzo de los valores “espirituales” y “tradicionales” en respuesta a lo que identifica como una “crisis demográfica y moral” del país. Esto se tradujo en la práctica en la adopción, al año siguiente, de una ley contra “la promoción de las identidades sexuales no tradicionales” y de otra ley que penaliza la blasfemia. En 2013, durante el Foro Internacional de Valdai, que reúne expertos y dirigentes internacionales, el Presidente definió a Rusia en oposición a Occidente, al que describió en decadencia moral y cultural, ingrato con sus “raíces” y sus “valores cristianos”. El subdirector del Club de Izborsk, el periodista y politólogo Aleksandr Nagornii, reconoce allí “el conjunto de las ideas, valores y conceptos alimentados durante muchos años por los patriotas soberanistas rusos”7.

La influencia del Club de Izborsk brilló en momentos de la crisis ucraniana, en 2014. El Kremlin compartió las interpretaciones de la revolución proeuropea de Maidán de sus miembros: una operación teleguiada por Occidente para dificultar la integración euroasiática8. Putin también les dio la razón cuando justificó la anexión de Crimea, lugar de conversión del príncipe Vladimir y de la Rusia kieviana al Cristianismo Ortodoxo en 988, en nombre de “su importancia civilizatoria e incluso sagrada inestimable para Rusia”9. En julio de 2014, Dimitri Polonsky, ministro de Política Interior, de la Información y de las Comunicaciones de la nueva República de Crimea, celebró la contribución de Prokhanov y de los miembros de su club: “Creemos que su opinión jugó un rol importante en los eventos de la primavera de Crimea”10. El Ejército ruso reconoció también el rol estratégico del Club bautizando un bombardero con carga de misiles estratégicos con el nombre de Izborsk y decorándolo con su logo.

El Club de Izborsk es “un frente imperial que se opone a las manipulaciones llevadas a cabo por los centros de influencia extranjeros”.

Sin embargo, frente a la insurrección separatista que estalló en el Este de Ucrania, en el Donbass, el régimen ruso se apartó oficialmente de la línea del Club de Izborsk, considerada demasiado extrema en su apoyo a los grupos insurrectos. Expuesto a los costos de las sanciones occidentales, el Kremlin rechazó reconocer los referéndums que proclamaron la independencia de las Repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Al contrario, el Club contribuye activamente a la promoción del concepto de “Novorossia” (La Nueva Rusia) para designar al Donbass y justificar su integración a Rusia. El Club es particularmente cercano a las figuras fundadoras de la República popular autoproclamada de Donetsk (el gobernador Pavel Gubarev, el primer ministro Alexander Borodai y el ministro de Defensa Igor Strelkov, todos ex colaboradores de Zavtra, el diario de Prokhanov). Durante el verano de 2014, el Club les brindó consejos políticos y apoyo organizacional y contribuyó a la elaboración de un proyecto de Constitución.

El 5 de septiembre, el Kremlin orquestó el reemplazo de los gobiernos insurrectos por nuevas elites que aceptaron firmar, con Rusia y Ucrania, el Protocolo de Minsk, previendo la reintegración del Donbass a Ucrania con un “estatus especial de autonomía local”. Dejado de lado, el Club de Izborsk deploró este recurso a la vía diplomática. En su lugar, abogó por una “operación militar total” basada sobre la intervención de un “ejército de liberación” compuesto de voluntarios provenientes de sociedades militares privadas y apoyado por golpes de misiles contra blancos estratégicos11. El Club mantuvo asimismo contactos regulares con los separatistas del Donbass a través de su filial local, en Donetsk. En mayo de 2015, Valery Korovin presentaba allí su libro El fin del proyecto Ucrania, argumentando que Ucrania es un “sujeto artificial de la historia creado por Lenin”, incapaz de convertirse en “un Estado de pleno derecho”.

Si en su momento estas ideas no fueron retomadas oficialmente, sí fueron apoyadas y financiadas por el poder. Efectivamente, en 2015, el Club de Izborsk recibió un financiamiento de 10 millones de rublos (cerca de 165.000 dólares en ese entonces) por parte de la administración presidencial para elaborar su “Doctrina del mundo ruso”. Publicada en 2016, preconiza “la formación de esferas de interés de Rusia” para competir con Occidente en los Balcanes y el Mar Negro. Aparece en este texto el argumento según el cual los rusos de Ucrania serían víctimas de la “rusofobia” del gobierno ucraniano caído bajo “la influencia de los neonazis”.

Imperialismo belicista

Entonces, más que adherir enteramente a un único sistema ideológico, el régimen autoritario de Putin reposa aún sobre el mantenimiento de una cierta flexibilidad de las elecciones políticas. El cambio de dirección de la administración presidencial acaecido tras las elecciones legislativas de septiembre de 2016 volvió a darles peso a los liberal-demócratas. Vyacheslav Volodin, conservador antioccidental extremo y apoyo informal del Club de Izborsk, fue transferido del puesto de vicedirector de la administración presidencial al, menos influyente, de presidente de la Duma. Su sucesor, Serguei Kiriyenko, ex primer ministro durante la crisis económica de 1998 y ex director del grupo de energía nuclear Rosatom (2005-2016), está más bien asociado a las elites liberales y tecnócratas. Bajo su dirección, el Fondo de subvenciones presidenciales rusas destinadas a la sociedad civil rechazó dos veces los pedidos de financiamiento del Club de Izborsk.

Tras el envenenamiento y el arresto del opositor Alexei Navalny a fines del año 2020, los discursos de Putin dieron libre curso a una ideología de Estado cada vez más autoritaria. Su artículo de julio de 2021 acerca de “la unidad histórica de los rusos y ucranianos”, retoma las tesis del Club de Izborsk presentando a Ucrania como un “producto de la era soviética”, gobernada por elites “complacientes respecto de los neonazis” que elevan la rusofobia al rango de “política de Estado”. Ocho meses después, el comienzo de la guerra marca la evolución del sistema político ruso. El autoritarismo híbrido, combinando facciones ideológicas plurales, dejó lugar a un régimen altamente represivo que impone una cultura de Estado imperialista y belicista. Primer devoto del Club de Izborsk, el ex ministro de Cultura Vladimir Medinski fue puesto a la cabeza de la delegación rusa encargada de las negociaciones con Ucrania.

Juliette Faure, doctoranda en Sciences Po CERI-CNRS, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Komsomolskaïa Pravda, Moscú, 26-2-22. 

  2. Jean-Marie Chavier, “Eurasie, le ‘choc des civilisations’ version russe”, Le Monde diplomatique, París, mayo de 2014. 

  3. Christophe Trontin, “En Russie, una passion pour les ‘talk-shows’”, Le Monde diplomatique, agosto de 2021. 

  4. Richard Sakwa, Putin Redux: Power and Contradiction in Contemporary Rusia, Routledge, Londres, 2014. 

  5. Sitio del club: www.izborsk-club.ru 

  6. Ibid

  7. Aleksandr Nagornii, “Ot Miunkhena k Valdaiu”, sitio del Club de Izborsk, 3-10-13. 

  8. Discurso presidencial, 18-3-14. 

  9. Discurso presidencial ante la Asamblea Federal, 4-12-14. 

  10. Diario del Club de Izborsk, Nº 7 (19), Moscú, 2014. 

  11. Aleksandr Nagornii, “La receta estaliniana” (en ruso), sitio del Club de Izborsk, 25-6-14.