El contraste es impactante. Boletos de tren gratuitos, escolarización inmediata de los niños, pleno acceso al sistema de salud y a los beneficios sociales, permiso de trabajo. De Polonia a Hungría pasando por Francia y Dinamarca, los gobiernos no ahorran medios para recibir dignamente a los refugiados ucranianos. Y a nadie le molesta, ni siquiera a los partidos que suelen abogar por la “inmigración cero”. “Sí, lo digo sin ambigüedades. Francia está orgullosa de ser parte del recibimiento de refugiados ucranianos. Por mi parte, estoy lista, como lo están, creo, los franceses”, proclamaba por ejemplo la líder de la Agrupación Nacional (ex Frente Nacional), Marine Le Pen, en un mitin el 5 de marzo. Por su parte, el primer ministro húngaro, el nacionalista Viktor Orbán, justificaba así esta repentina hospitalidad: “Sabemos diferenciar entre un migrante y un refugiado. A Los migrantes los detenemos. A los refugiados les damos toda la ayuda que necesiten”1.
Los refugiados sirios, afganos, iraquíes, eritreos, sudaneses, etc... no deben creer lo que escuchan. Ellos también huyeron de países en guerra. Pero están más acostumbrados a las sirenas de Frontex (la policía fronteriza europea) y a los alaridos sobre la “invasión” que a las sonrisas de la extrema derecha. Bruselas no les ofreció “protección temporaria”, un estatuto creado por una directiva de 2001, pero que nunca fue utilizado hasta la crisis ucraniana. El gobierno francés no imaginó una plataforma para “apadrinarlos”, como lo hace con el sitio “Me comprometo por Ucrania”, donde cada cual puede, en unos pocos clicks, proponer un techo u ofrecer dinero2. Si uno quiere pedir asilo en la Unión Europea (UE), parece que es mejor ser cristiano, blanco y opuesto a Vladimir Putin.
Nunca desde la Segunda Guerra Mundial Europa había experimentado semejante desplazamiento de población. Entre el 24 de febrero y el 24 de marzo, la UE recibió a más de 3,5 millones de refugiados, es decir tres veces más, en un mes, que la cantidad de sirios recibidos en dos años, entre 2014 y 2016, cuando los analistas y dirigentes se alarmaban por la saturación y soplaban vientos de pánico en el Viejo Continente. Esta vez, sin embargo, a pesar de la magnitud de la ola, no hay pánico. La cuestión está casi ausente de los debates de la elección presidencial francesa (imaginemos que millones de sirios hubiesen llegado a Europa unas semanas antes del escrutinio...). En materia de inmigración, las políticas públicas orientan a menudo las percepciones. Así, analiza la socióloga Karine Meslin a partir del caso de los “boat people” asiáticos, una fuerte movilización gubernamental puede ayudar a “moldear la mirada [sobre los migrantes] y a legitimar su llegada”, ya que la calidad del recibimiento es “percibida como ajustada a la calidad intrínseca de los extranjeros a los que se destina”3. El caso de los refugiados ucranianos confirma esta constatación.
Benoît Bréville, jefe de redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Pablo Stancanelli.