El 25 de marzo Yemen llegó al día 2.555 de conflicto. Siete años exactos. La guerra que enfrenta a los hutíes, de origen chiita, con una coalición internacional liderada por Arabia Saudita con apoyo de Occidente, empuja al país hacia una catástrofe alimentaria agravada por el aumento de los precios internacionales del trigo.

Es la una de la tarde en la pequeña aldea yemení de Beit Qateeb. En el living comedor de una casa de una sola planta, Juma’a Mujali y su nuera, Nawal, acaban de llamar a los seis niños de la familia para que se sienten a la mesa. Faltan dos adolescentes: Naseem, que está en el baño, y Ghazi, que no se despega del televisor en el cuarto de al lado. Su otra nuera, Noura, está en uno de los dormitorios amamantando a Qanas, su bebé de seis meses. A la una y diez esa escena familiar estalla en mil pedazos. Un misil lanzado por la fuerza aérea saudita mata a casi toda la familia y deja con graves heridas a Ghazi, Noura y Qanas. La coalición internacional reconoció que, por un “error técnico”, un avión saudí bombardeó esa casa en medio de las montañas en vez de su blanco original: el supuesto comando local de los rebeldes hutíes, ubicado a 800 metros de distancia.

Ocurrido el 12 de julio de 2020, ese fue uno entre los 24.876 bombardeos de la guerra detectados por el Yemen Data Project, que monitorea el conflicto de manera independiente. Pese a que un reportaje televisivo de Sky News1 otorgó cierta repercusión a esos “daños colaterales”, los ataques no se han detenido. Enero de 2022 fue el mes con más cantidad de víctimas civiles del último quinquenio. Paradójicamente, el 7 octubre de 2021 el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas tomó la polémica decisión de dar por finalizado el mandato del Grupo de Expertos Eminentes (GEE) que estaba monitoreando la situación yemení2. Desde ese día, las víctimas civiles se duplicaron. El Consejo noruego para los Refugiados (NRC) señaló que entre junio y octubre de 2021 los civiles muertos por la guerra habían sido 823, mientras que entre octubre de 2021 y el reciente febrero de 2022, ya sin el escrutinio de los expertos, fueron 1.535.

La organización nórdica detectó también que hubo un agravamiento cualitativo que parece estar en el origen del aumento de los números. Mientras que la mayor parte de los decesos de la primera etapa ocurrían por munición disparada por fuerzas de tierra, en estos cuatro meses posteriores al retiro del GEE las víctimas por bombardeos aéreos se multiplicaron 39 veces. El director para Yemen del NRC, Erin Hutchinson, señaló que el final del GEE deja sin posibilidad de investigar “estas horribles violaciones a los derechos humanos”. Sin tener ya “ningún monitoreo internacional independiente e imparcial, probablemente nunca sabremos quiénes son responsables de la muerte de esos niños y familias”3.

El GEE presentó un duro reporte en setiembre de 2021 en el que reiteró sus críticas a Canadá, Estados Unidos, Francia, Irán y Reino Unido, señalando que “la venta de armas es un combustible que perpetúa el conflicto”. Un mes más tarde, el mandato del grupo de expertos fue revocado tras lo que Human Rigths Watch calificó como “un intenso lobby” de Arabia Saudita4.

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El inicio del conflicto era comentado en un artículo de Le Monde Diplomatique firmado por Pierre Bernin: durante la noche del 25 al 26 de marzo de 2015, las fuerzas aéreas sauditas lanzaban las primeras bombas sobre las posiciones hutíes en Saná, la capital de Yemen. De este modo, actuaban como el brazo armado autoproclamado de la “comunidad internacional”, que deseaba restablecer la presidencia de Abd Rabbuh Mansur Hadi, derrocado de facto por la rebelión del 21 de setiembre de 2014. La campaña, bautizada “Tempestad decisiva”, apuntaba contra un movimiento armado no estatal que reivindica una identidad religiosa minoritaria, el zaidismo –una rama del chiismo, con frecuencia considerada la más cercana a los sunnitas, e incluso su quinta escuela jurídica–. Parecía entonces destinada a durar sólo algunas semanas5.

Menos de un mes más tarde, el 14 de abril de 2015, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobaba la Resolución 2216. Según Bernin, la coalición internacional, que comprendía a Arabia Saudita y a una decena de países árabes y musulmanes (Egipto, Jordania, Sudán, Marruecos y las monarquías del Golfo, a excepción de Omán), recibía una carta blanca de manera retrospectiva. No sólo se legalizaba su acción militar, sino también su control de las entradas y salidas de Yemen, incluso a través de una forma de bloqueo cuyo costo humano rápidamente se volvió alarmante.

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Es posible que cuando se mire con suficiente perspectiva la historia de los últimos 40 años se termine dando tanta importancia a la retirada soviética de Afganistán en 1989 como a la caída de las Torres gemelas de Nueva York el 11 de setiembre de 2001, se escribía desde Uruguay hace 15 años6. Una de sus consecuencias se hizo sentir en Yemen, donde la parte sur del país tenía un gobierno de corte socialista, surgido en su momento con el sostén de Moscú, y que comenzó a librar una guerra con el norte. Un norte cuyo ejército, aliado de bajo perfil de Estados Unidos, recibió el caudal de las milicias integristas apoyadas por las tribus en su lucha por la unificación de los dos Yemen que existían en tiempos de la Guerra Fría, en un único Estado gobernado por la ley islámica. El resultado de esa unificación, lograda entre 1990 y 1994, no resolvió las tensiones entre ambas partes y además vio surgir otras. En un comienzo se reducían a grupos minoritarios de inspiración chiita que se enfrentaban contra la mayoría sunnita, favoreciendo un contexto en el que células islamistas radicales logran realizar algunas acciones de impacto publicitario, como el atentado contra un barco de guerra estadounidense. El 12 de octubre de 2000 una célula de Al-Qaeda, que llevaba explosivos en una lancha rápida, mató a 17 marinos del destructor USS Cole en el puerto yemení de Adén, precediendo en casi un año al 11S.

De presencia intermitente en las noticias, el país fue instalando en la agenda internacional un conflicto –al principio– de escasa intensidad entre el gobierno y la insurgencia de los ansarola, o “partidarios de Dios”, más conocidos como hutíes por el nombre de su excomandante Husein Badrudin al Huti, muerto en 2004. La versión local de las primaveras árabes de 2011 debilitó aún más al gobierno autocrático de Alí Abdalá Salé. Se trataba de un personaje poderoso y peculiar, en cierta medida representativo de los profundos espirales que atentan contra una compresión rápida del conflicto. Alí Abdalá Salé fue el eterno mandatario de los años del Yemen del sur socialista, que había sobrevivido a la caída de la Unión Soviética y a la guerra de reunificación. Las protestas le obligan a dejar el poder, al menos formalmente.

Los hutíes apoyaron a los manifestantes y en 2014, tras un avance militar que sitió la capital Saná, tomaron el gobierno. Derrocan así al flamante y efímero presidente, por lo que vuelve a escena el nombre de quien fuera su antecesor, el aparentemente incombustible Alí Abdalá Salé. Mientras que la fortuna pasaba de un plato a otro del juego político y militar, en un equilibrado desequilibrio, y Alí Abdalá Salé volvía a entenderse con los hutíes por algún tiempo.

El carácter chiita de los hutíes hace que el apoyo de Irán siempre esté presente en el menú de acusaciones. Pero, tal como escribió Pierre Bernin, “a pesar de los repetidos alegatos, ningún instructor militar iraní o representante de los Guardianes de la Revolución fue identificado sobre el suelo yemení, a diferencia de sus intervenciones en Irak o en Siria, por ejemplo”. Naciones Unidas, sin embargo –acota Bernin–, ha detectado la entrega de misiles iraníes de largo alcance, lanzados regularmente hacia el territorio de Arabia Saudita o de los Emiratos Árabes Unidos, dos socios de la coalición internacional.

Esa “carta iraní” es parte de la narrativa saudita de su involucramiento en el conflicto. Por eso, cuando en marzo de 2015 los hutíes avanzaron en el terreno, comenzó la real internacionalización de los combates. Surge así, con el liderazgo de Riad, una coalición que Pierre Bernin describió como “de geometría variable”: Marruecos, por ejemplo, la abandonó en 2019, mientras que Pakistán, miembro inicial, salió rápidamente de ella, antes de volver a ingresar siguiendo el ritmo de las alternancias políticas.

Tan variable es esa geometría que pudo incluso albergar el giro final de Alí Abdalá Salé. En 2017 el político comenzó (algunos dicen que reinició) su acercamiento con Arabia Saudita, lo que lo puso en la mira de los hutíes. La monarquía del Golfo pareció estar cerca entonces de tomar la capital Saná y de colocarlo en el poder, pero los hutíes consiguieron reponerse y volcar momentáneamente el terreno militar a su favor. Así, los hutíes apagaron la estrella de Alí Abdalá Salé, a quien terminaron ejecutando. La guerra, sin embargo, continuó.

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Las cifras no son fáciles de internalizar. Los 17 millones y medio de yemenitas que hoy sufren para acceder a los alimentos serán, a fin de año, 19 millones. Ese millón y medio de aumento de los damnificados implica que, en pocos meses, un contingente similar a toda la población de Montevideo se vea, de pronto, sumergida en el hambre. Ese acumulado hará que, antes de que termine 2022, más de dos millones de niños caerán en la malnutrición aguda, al igual que 1.300.000 madres que están amamantando. Los datos provienen del reporte de marzo del IPC, un programa de seguridad alimentaria que integran tanto agencias del sistema de Naciones Unidas como organizaciones de la sociedad civil y gobiernos7.

La guerra de Ucrania no es ajena a este deterioro. Sus consecuencias para Yemen se verán, al menos, en dos aspectos: el aumento del precio del trigo y de los aceites comestibles. Los expertos consideran que el trigo que dejen de exportar rusos y ucranianos (Yemen importa de Ucrania 30% del trigo que consume) puede sustituirse parcialmente, pero los países proveedores alternativos, tales como Argentina o Estados Unidos, implican un alto costo de transporte. El caso del aceite comestible es más grave, ya que Ucrania exporta la mitad del aceite de girasol que se consume en el mundo, y el aceite de palma ha experimentado un aumento de precio debido al alza de su demanda, ya que se lo considera un sustituto natural. Esto sin poner en la ecuación la incidencia del crecimiento del precio del petróleo, que afectará toda la ya precaria cadena de producción y distribución de alimentos.

La Plataforma de Seguridad Alimentaria y Agrícola (FSAC) modeló cómo este deterioro se reflejará en los más necesitados. Advirtió que dos de cada tres personas entre los diez millones de yemeníes que recibían una ayuda casi completa para alimentarse (80% de sus necesidades calóricas) la podrían perder en el correr de 2022. Al 16 de marzo había indicios de que un nuevo monto de donaciones podría atemperar este impacto, pero aun así, 60% de los habitantes del país continuará requiriendo ayuda para alimentarse. En un comunicado conjunto, tres agencias de Naciones Unidas (FAO, UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos) manifestaron su temor de que “si no recibimos fondos nuevos y en cantidades significativas de inmediato, la población sufrirá inanición y hambruna en masa”8.

Alcanzar esas metas, proveer esas calorías es, en definitiva, cuestión de dinero. Este año la Unión Europea tiene previsto entregar 407 millones de dólares a Yemen, 100 menos que la ayuda militar que ha destinado a Ucrania desde la invasión rusa. Similar es la posición de Estados Unidos, que según su secretario de Estado, Antony Blinken, ayudará a Yemen este año con 585 millones de dólares, algo menos de la mitad que los 1.200 que ha enviado en ayuda militar a Ucrania en un trimestre. El subsecretario general para Asuntos Humanitarios y Coordinación de Emergencias de la ONU, Martin Griffiths, consideró “una decepción” las cifras acordadas internacionalmente hasta el momento para aliviar “el peor desastre humanitario en el mundo”9.

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¿Cómo un movimiento rebelde, inicialmente marginal, logra mantenerse frente a una coalición de ejércitos, de los mejor equipados del mundo y asistidos por Estados Unidos, Reino Unido y Francia?, se pregunta Pierre Bernin en otros dos de sus artículos de Le Monde Diplomatique10. No es solamente una resiliencia militar. Los hutíes están allí para durar –opina Bernin– por su ascendencia genuina, muy especialmente en su cuna septentrional, alrededor de Saada, Sanaa y Dhamar, zonas que se encuentran entre las más densamente pobladas del país, y cuyas tribus se han aliado en gran número a sus posiciones. Pero además es militar. Y en ese sentido, Bernin retoma la formulación de Bertrand Badie sobre “La impotencia de la potencia”, esa que dice que los “grandes” Estados pierden sus “pequeñas” guerras, como ocurrió en Vietnam, Irak y Afganistán.

El discurso nacionalista también hace su trabajo. Por medio de sus calculadas intervenciones y con el respaldo de su prestigiosa genealogía de descendiente del profeta, el jefe Abdulmalik Al-Huthi (cuya familia dio su nombre al movimiento) surge como una figura carismática, explica Bernin. De este modo, Al-Huthi denuncia la “agresión saudita”, cuyo objetivo es poner fin “a la sed de libertad y de dignidad de los yemeníes”. En las regiones controladas por sus fuerzas se mezclan el rechazo al orden internacional –asociado a la dominación estadounidense y la injerencia de Riad– y la reivindicación de una identidad propia de las poblaciones de las tierras altas septentrionales.

Mediante las raíces religiosas zaidistas del movimiento, con sus ritos particulares (influenciados de manera creciente por el chiismo duodecimano, mayoritario en Irán), y de un antisaudismo virulento –continúa Bernin– los hutíes logran suscitar adhesión más allá de los círculos que los sostienen desde su emergencia, hace 20 años. Por supuesto, los hutíes no son ajenos a los señalamientos de violaciones a los derechos humanos contra la población civil. Así como señalan a la coalición internacional, los reportes del GEE y de organizaciones humanitarias registran varios ataques de los hutíes contra población civil.

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Cada nueve minutos, menos del tiempo que lleva leer un artículo como este, muere en Yemen un niño menor de cinco años a causa del conflicto. El dato proviene del reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) “Evaluación del impacto de la guerra en Yemen: vías para la recuperación”, de noviembre del año pasado. La fecha es importante, ya que actualiza el reporte de 2019, cuando el reloj iba más lento: hace dos años moría un niño cada 12 minutos. Otra vez: las cifras no son fáciles de internalizar. En estos siete años han muerto 377.000 personas. Si la guerra no termina, para 2030 se habrán apagado 1.300.000 vidas.

Las operaciones en Yemen no han sido solamente saudíes. Un pedido de informes de los senadores estadounidenses Elizabeth Warren y Christopher Murphy al secretario de Defensa, Lloyd Austin, fechado el 8 de marzo de este año, cita datos del área de Derechos Humanos de la Universidad de Columbia, donde se registran 12 ataques de la Fuerza Aérea de Estados Unidos desde 2017 a 2019, en los que habrían muerto 38 civiles, incluidos 13 niños11.

En el número pasado de Le Monde Diplomatique Uruguay se explicaban las dificultades de registrar el número de víctimas de los bombardeos sobre Siria e Irak. Una de las fuentes más serias para contabilizar esos “daños colaterales”, dar cuenta de sus nombres y de las circunstancias de sus muertes, en la esperanza de una eventual persecución de los responsables y reparación a las víctimas, era la organización no gubernamental británica Airwars12. Esta misma entidad detectó, por medio del Yemen Data Project, 200 bombardeos en febrero de este año, de los cuales 59 pudieron ser monitoreados, reflejando que 39% de los blancos fueron civiles.

Esto parece consistente con los hallazgos del último reporte del GEE de Naciones Unidas13, que afirma que desde su formación ha investigado al menos 30 bombardeos sobre blancos civiles, tales como centros de compras, mercados, hospitales, bodas, funerales, botes de pesca artesanal y ómnibus con niños. Cuando la coalición internacional los reconoce, suele atribuirlos a algún “error técnico”, como el ocurrido el 12 de julio en la aldea montañosa de Beit Qateeb, que mató a nueve integrantes de la familia Mujali a la hora del almuerzo. La irrupción de la guerra de Ucrania, a raíz de la invasión rusa, no sólo le cortará el trigo y el aceite de girasol a Yemen. Implicará una nueva crisis humanitaria que afectará millones de personas sin un aumento proporcional de fondos de ayuda internacional. Todo parece indicar que Yemen seguirá estando lejos. Doblemente lejos.


  1. The analysis of a war crime. Alex Crawford. Sky News, 26 de enero de 2021. 

  2. Argentina, Brasil y Uruguay votaron junto con Europa occidental para renovar el mandato, en tanto que China, India y Rusia votaron en contra. 

  3. “Yemen: Civilian casualties double since end of human rights monitoring”. Nrc.no, 10 de febrero de 2022. 

  4. “UN Rights body should stand with yemeni people”. Afrah Nasser. Hrw.org, 5 de octubre de 2021. 

  5. “Fracaso saudita en Yemen”. Pierre Bernin. Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2021. 

  6. “Yemen: una vieja rivalidad”. Roberto López Belloso. Brecha, 15 de setiembre de 2006. 

  7. Famine review of the IPC acute food insecurity and acute malnutrition analyses. Yemen IPC Technical Working Group. Marzo de 2022. 

  8. “Yemen: El hambre aguda alcanza niveles sin precedentes a medida que se agota la financiación”, FAO/UNICEF/PMA. 14 de marzo de 2022. 

  9. “UN raises $1.3B for Yemen in appeal shadowed by Ukraine war”. Samy Magdy. The Washington Post, 16 de marzo de 2022. 

  10. “La guerra oculta de Yemen” y “Los caminos tortuosos de la paz”. Pierre Bernin. Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2009 y marzo de 2019, respectivamente. 

  11. “Murphy, Warren Urge Pentagon to Investigate Reports of Civilian Harm from US Military Operations in Yemen”. www.murphy.senate.gov, 9 de marzo de 2022. 

  12. “Las cifras negadas”. Damien Lefauconnier. Le Monde Diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2022. 

  13. “Situation of human rights in Yemen, including violations and abuses since September 2014”. Report of the Group of Eminent International and Regional Experts on Yemen. UN Human Rights Council 48th session, 13 de setiembre de 2021.