El 23 de abril Cristina Peri Rossi recibirá en la Universidad de Alcalá de Henares (España) el Premio Cervantes, que reconoce a quien “con el conjunto de su obra ha contribuido a enriquecer el legado literario hispánico”. Es cierto que el Cervantes, como el Nobel, tiene mucho de azaroso y así hay que tomarlo, si pensamos que Cristina es apenas la sexta mujer en recibirlo en los cuarenta años de vida del premio y –curiosamente– la segunda uruguaya después del otorgado en 2018 a Ida Vitale. Sin duda, el verdadero antólogo es el tiempo y él hará su selección definitiva, pero es cierto que este reconocimiento le ha dado a la obra de Cristina Peri Rossi (exiliada en España desde 1972, e incansable escritora de narrativa, poesía y ensayo, con más de cuarenta títulos) una vasta y merecida proyección internacional.
En los últimos años la editorial Hum había editado entre sus obras narrativas Los amores equivocados, Todo lo que no te pude decir, La Insumisa y acaba de publicar La nave de los locos, uno de sus libros más valorados por la crítica –primera edición, 1984– y, sin duda, uno de los más ambiciosos y transgresores desde el punto de vista formal. Porque La nave de los locos pone en cuestión la forma tradicional de la novela, con una estructura fragmentaria que reúne materiales heterogéneos y una densa red de alusiones culturales, para componer una suerte de alegoría sobre las convenciones sociales y el destino de quienes se atreven a subvertirlas. Si el tema del viaje atraviesa toda la obra de Peri Rossi como metáfora de la condición humana, en este caso toma el mito de origen medieval de la nave de los locos, esa embarcación de la que habla Michel Foucault en su Historia de la locura en la época clásica, que lleva a quienes son considerados peligrosos a ser abandonados a su suerte, sin poder desembarcar en ningún puerto.
Aunque hay alusiones a situaciones concretas –los desterrados de las dictaduras, los desaparecidos, los nazis y sus experimentos de laboratorio con mujeres judías–, los lugares, los idiomas y los nombres de los personajes son voluntariamente imprecisos. Está Equis, un exiliado, lector vocacional, condenado a vagar de ciudad en ciudad, cuyo viaje estructura buena parte de la novela; Vercingetórix –que toma el nombre del galo que se atrevió a enfrentar a Julio César y sufrió cárcel y muerte–, sobreviviente de una cárcel clandestina; está Morris, el escritor y coleccionista enamorado de Percival, un niño de nueve años, y Gordon, el astronauta olvidado que sueña con volver a la Luna. Y hay una presencia femenina constante, de mujeres que desafían los prejuicios instalados en la sociedad contemporánea y transgreden los códigos convencionales de las relaciones sociales y la sexualidad. Esos desplazamientos de situaciones y personajes de algún modo también reclaman la condición de viajero del lector.
Las historias –contadas con una buena dosis de ironía– se alternan con la descripción del Tapiz de la Creación de la Catedral de Gerona, que describe el Paraíso antes de la caída y el exilio de Adán y Eva, y agrega otra dimensión simbólica a los viajes de estos condenados a la extranjería, porque como dice el epígrafe de Fernando Pessoa: “La vida es un viaje experimental hecho involuntariamente”.
La nave de los locos, de Cristina Peri Rossi. Editorial Hum, Montevideo, 2022, 181 págs. 690 pesos.