Usualmente se pensaba que las reservas de uranio, presentes en 52 países, estarían libres de los males de la concentración geográfica que sufrían los yacimientos de hidrocarburos. La “geopolitización” de la industria nuclear cuestiona aquella certeza tan tranquilizadora para el mundo industrializado. Hoy, ese tablero es un “duopolio” de China y Rusia.
22.44 horas, 24 de marzo: en la pista del aeropuerto de Brno-Tuřany, en República Checa, un Ilyushin Il-76 de la compañía Volga-Dnepr se detiene en la zona de carga tras un vuelo de dos horas y media desde Moscú-Domodedovo. La aeronave es uno de los pocos aviones rusos, diplomáticos o humanitarios, autorizados por derogación a entrar en el espacio aéreo de la Unión Europea desde su prohibición por parte de Bruselas el 27 de febrero, tras la invasión de Ucrania. A bordo se encuentran combustibles nucleares ensamblados por TVEL, filial del gigante atómico Rosatom, en su planta de Elektrostal, al este de Moscú. Unos camiones esperan para llevar la carga a los reactores de la central de Dukovany, a 50 kilómetros de distancia. Mientras los estados europeos debatían un embargo sobre el carbón, el petróleo, el gas y el uranio rusos, otros vuelos similares aterrizaron el 31 de marzo en Brno y el 7 de abril en Budapest.
Durante mucho tiempo, la industria de la energía nuclear pretendió ser inmune a las tensiones geopolíticas. Al menos eso es lo que afirman sus partidarios desde los años 50, con la excepción de los riesgos de proliferación. Veinte años antes del shock petrolero de 1973, los trabajos preparatorios del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom) ya le asignaban el objetivo de reducir “la excesiva dependencia de los países altamente industrializados respecto de las regiones inestables”.1 Esta percepción se basa, en primer lugar, en la imagen de un “mercado del uranio diferente al de otras materias primas, donde los riesgos geopolíticos son bajos”,2 como afirmó en 2021 Valérie Faudon, delegada general de la Sociedad Francesa de Energía Nuclear (SFEN), la organización que agrupa la industria atómica francesa. Las reservas de uranio3 estarían disponibles en regiones estables, como Canadá, Australia y Sudáfrica, lo que atenúa los riesgos asociados a Níger, cuarto productor mundial, situado en una zona de grandes turbulencias. Además, como el uranio sólo representa 5 por ciento del precio de la electricidad nuclear,4 las consecuencias de un posible aumento de los costos serían limitadas. Estas consideraciones parecen ahora obsoletas.
Desde mediados de la década de 2000, hay cada vez más indicios de una “geopolitización” de la industria nuclear. El más importante fue, sin duda, el que se puso en marcha en 2007, cuando el presidente ruso Vladimir Putin reorganizó el sector nuclear dentro de una única empresa, Rosatom, orientada a reconquistar el mercado mundial. En Francia, la derrota sufrida dos años después en la licitación de la central nuclear de Barakah (Emiratos Árabes Unidos) reveló su pérdida de influencia. Justificó la recuperación del control por parte del poder político, con la creación del Comité Estratégico de la Industria Nuclear que pretende reconstruir el “equipo de Francia” que reclamaba François Roussely, ex director general de Electricité de France (EDF).5
De hecho, el panorama nuclear civil mundial se compone ahora de un duopolio sino-ruso. La estrategia del Kremlin funcionó: al controlar 10 por ciento del mercado de la extracción de uranio, 36 por ciento de su enriquecimiento, 22 por ciento de la fabricación del combustible y 36 proyectos de construcción de reactores en el exterior, Rosatom domina el mercado mundial. Su integración vertical y su fusión con la red de embajadas y cámaras de comercio rusas le permiten ofrecer una ventanilla de atención única a los países que buscan pasar a la energía nuclear.
Por su parte, Pekín reunió su industria en tres empresas: China National Nuclear Corporation (CNNC), China General Nuclear Power (CGN) y State Power Investment Corporation (SPIC). Cada una debía servir como plataforma para diferentes tecnologías. En la práctica, compiten entre sí, a pesar de las instrucciones gubernamentales de cooperar. La CNNC tomó la delantera en la construcción de un paquete completo en la línea de Rosatom. Pero estos esfuerzos tardan en materializarse. Solamente Pakistán, aliado histórico de Pekín, compró seis reactores a la CNNC, el primero de los cuales entró en funcionamiento en junio de 2000 y el último en marzo de 2022. Los intentos de penetrar en Reino Unido y Rumania no han tenido éxito, afectados por el enfriamiento de las relaciones sino-estadounidenses bajo el mandato de Donald Trump. Lo mismo ocurre en el sudeste asiático y en el África subsahariana, donde el enfrentamiento entre Pekín y Moscú se está inclinando a favor de Rusia, como lo demostró en 2008 la pérdida del contrato de la central nuclear de Rooppur, en Bangladesh, por parte de China.
En la vereda de enfrente
La competencia para el dominio sino-ruso sigue siendo escasa. Entre 1964 y 1974, ocho de cada diez reactores exportados en el mundo provenían directamente de una empresa estadounidense –en Bélgica, Brasil, China, Corea del Sur, España, India, México, Suecia, Suiza o Taiwán– o de empresas locales que habían comprado una licencia a un fabricante estadounidense –en Francia, Alemania, Japón o Italia–. Pero el sector se desmoronó tras el accidente de Three Mile Island en 1979.6 Treinta años después, el aumento del gas de esquisto en el mercado de la electricidad redujo el precio del kilovatio-hora (kWh) a un nivel con el que los explotadores de las centrales no pueden competir. El gobierno de Trump intentó contrarrestar este declive en 2020 publicando su “Estrategia para restaurar el liderazgo nuclear de Estados Unidos”,7 pero sin éxito. El sector está atravesado por intereses contradictorios. Frente a los think tanks que advierten sobre el riesgo geopolítico, Exelon y Duke Energy, los dos principales operadores de reactores del país, luchan contra toda restricción del comercio con Rusia, ya que su rentabilidad depende en gran medida de su capacidad de obtener combustible de Rosatom.
En el resto del mundo, la victoria de la empresa surcoreana Kepco para el suministro de cuatro reactores a la central de Barakah no se repitió. En el caso de Francia, la cartera de pedidos tiene dificultades para crecer fuera de Reino Unido, donde EDF continúa con el despliegue de dos EPR en Hinkley Point.
El ascenso de China y Rusia colocó a estos dos países en una posición de rivalidad por el acceso al uranio. Moscú cuenta con abundantes reservas, pero el elevado costo de extracción debido a la naturaleza del terreno limita su explotación. El país sólo produce una décima parte del mineral que necesita para su propio consumo y para cumplir sus contratos con el exterior. Lo mismo ocurre con China. Pekín ha instituido la “estrategia de los tres tercios”, que apunta a aumentar la producción nacional, controlar la capacidad de extracción en el exterior y abastecerse en el mercado mundial. China y Rusia están aumentando la adquisición de minas fuera de sus fronteras y aprovechan los bajísimos precios del uranio a partir de la catástrofe de Fukushima. Rusia depende de Kazajistán, que sigue siendo su única fuente en el exterior. De forma más marginal, Moscú está invirtiendo en Tanzania y Mozambique. África también atrae el interés de Pekín en el marco de las “nuevas rutas de la seda” (One Belt One Road). Tras el fracaso de sus inversiones en Níger, a causa de los elevados costos de explotación, el país se dirige hacia Namibia. Desde 2019, China controla allí todo el sector del uranio, es decir, 9 por ciento de las reservas mundiales. Por el momento, estas dos estrategias sólo han chocado en Mongolia. El Kremlin se opuso a los intentos de Pekín de hacerse con el control de la mina de Dornod a principios de 2010 a cambio de la cancelación de una parte de la deuda de Mongolia.
Soluciones inciertas
Más allá del uranio, las tensiones residen en la producción del combustible. Existen varias tecnologías de reactores en el mundo de la energía nuclear, cada una de las cuales utiliza un tipo específico de combustible. Una de ellas, la de los Reactores de Agua a Presión (PWR), representa 83 por ciento del parque global. A pesar del desarrollo de nuevos modelos, esta hegemonía no será desafiada a mediano plazo. Para funcionar, los PWR requieren tres etapas de transformación del uranio: conversión –una purificación preliminar del material–, enriquecimiento y ensamblaje. Aunque es el centro de atención por su rol en la proliferación, el enriquecimiento sólo plantea riesgos mínimos en la geopolítica de la energía. De hecho, aunque uno de cada tres combustibles utilizados en el mundo contiene uranio enriquecido por Rosatom, el exceso de capacidad mundial del sector impide a la empresa utilizar esta posición de manera coercitiva.
No se puede decir lo mismo del ensamblaje. Como lo recuerdan los movimientos de aviones en Brno, un explotador de central nuclear no puede cambiar instantáneamente de proveedor. Cada tipo de reactor funciona con un tamaño y una arquitectura de combustible específicos. La introducción de un nuevo modelo requiere entonces una batería de pruebas, así como de un procedimiento administrativo para obtener la licencia de explotación. Los reactores de tecnología soviética y rusa, denominados VVER, son un buen ejemplo de este problema. Hay 41 fuera de Rusia, entre ellos dos en Finlandia, cuatro en Eslovaquia, cuatro en Hungría, seis en Bulgaria y seis en la República Checa.
Tras la caída de la Unión Soviética (URSS), el fabricante estadounidense Westinghouse desarrolló soluciones alternativas para abastecer estas centrales. Sin embargo, las fallas técnicas y la falta de interés de los explotadores frenaron este impulso. En 2015, poco después de la revuelta de Maidán en Ucrania, la Comisión Europea financió un programa de dos millones de euros, “el suministro europeo de combustible nuclear seguro” (European Supply of Safe Nuclear Fuel), en colaboración con Westinghouse para reactivar la industria. En ese entonces, Bruselas tenía como objetivo el parque nuclear ucraniano. Con cierto éxito: al comienzo de la invasión rusa en febrero de 2022, seis de los quince VVER ucranianos recibían suministros por fuera de Rusia. Y la diversificación de los proveedores continúa, ya que la compañía francesa Framatome también ha entrado en este mercado.
Pero, ¿acaso han desaparecido los riesgos de una “geopolitización” del suministro? Sería imprudente pensarlo. Por un lado, la llegada de nuevos actores no reduce la carga que implica el cambio de proveedores. Pasaron casi cuatro años entre las primeras pruebas con combustibles Westinghouse en Temelín (República Checa) y la firma de un contrato de suministro en abril de 2022. Por el otro, la estrategia de Rosatom en el exterior consiste en combinar la exportación de sus reactores con el suministro de combustible durante toda la vida útil de la central. Esta combinación atrae a un número creciente de países.
En 2022, el gigante ruso trabajaba en la construcción de 20 reactores en 12 países. Este éxito se debe principalmente a las soluciones de financiación ofrecidas por el conglomerado, como ilustra el caso de la central de Akkuyu, en el sur de Turquía. Exportada en el marco de un contrato de “construcción, propiedad, explotación” (build, own, operate, o BOO), Rosatom construye la central, se convierte en su propietaria y la explota, y se amortiza por medio de la venta de electricidad. Además del combustible, este tipo de exportación conlleva varios riesgos de dependencia. En primer lugar, financieros: el préstamo contraído para la construcción de la planta de Rooppur representa un tercio de la deuda externa de Bangladesh. En segundo lugar, técnicos: la falta de conocimientos nucleares locales ubica a Rosatom como único proveedor de mantenimiento y normas. Por último, militares: la exportación de reactores a Bielorrusia se utilizó como argumento para la militarización del entorno, con la ayuda del Kremlin, en nombre de un imperativo de protección. Asimismo, la construcción por parte de Rosatom de la central nuclear de Astravets, también en Bielorrusia, justificó la instalación de una base antiaérea a veinte kilómetros de la frontera lituana.
Si la guerra en Ucrania supone un doloroso despertar geopolítico para algunos países nuclearizados, probablemente sería un error considerar este acontecimiento como una ruptura concertada y sin retorno. En Finlandia, el consorcio Fennovoima, que iba a explotar una central construida por Rosatom, rompió su contrato con el grupo ruso el 2 de mayo. Para Francia, persisten las dudas sobre el porvenir de las cooperaciones con Rusia, especialmente en lo que se refiere a los contratos de conversión en Tomsk (Siberia) del uranio reprocesado producido en La Haya. En cambio, el gobierno del primer ministro húngaro Viktor Orbán ha descartado cualquier posibilidad de romper el contrato de 12.500 millones de euros que tiene con Moscú para la ampliación de la central de Paks. Los Ilyushin seguirán aterrizando en Budapest.
Teva Meyer, profesor de Geopolítica y Geografía en la Universidad de Alta Alsacia. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
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Louis Armand, Franz Etzel y Francesco Giordani, Un objectif pour Euratom, 4-5-57. ↩
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Valérie Faudon, “Relocaliser en décarbonnant grâce à l’énergie nucléaire”, Fondapol, París, enero de 2021. ↩
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“Uranium 2020: Resources, Production and Demand”, Nuclear Energy Agency, Washington, DC, 23-12-20. ↩
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“Le coût de production de l’electricité nucléaire”, Cour des Comptes, París, 2014. ↩
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François Rousely, “Avenir de la filière française du nucléaire civil”, Informe al Presidente de la República, 16-6-10, https://www.vie-publique.fr ↩
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Leet Mycle Schneider, “La puissance de l’atome est-elle renouvelable?”, en “Batailles pour l’énergie”, Manière de voir, Nº 115, París, febrero-marzo de 2011. ↩
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“Restoring America’s competitive nuclear energy advantage”, US Department of Energy, Washington, DC, 2020. ↩