La reelección de Emmanuel Macron concluye un duelo que una mayoría aplastante de electores esperaba evitar. Anuncia un nuevo quinquenio sin ímpetu y sin esperanza. El presidente saliente fue reelecto por defecto, cuando una mayoría de los franceses estima que su balance es malo (56 por ciento), que desde hace cinco años la situación del país se degradó (69 por ciento), que su programa es peligroso (51 por ciento) y que sirve sobre todo a los intereses de los privilegiados (72 por ciento)1. Por lo tanto, es únicamente por rechazo a la extrema derecha que millones de electores de izquierda se han resignado a votar por un presidente contra el cual algunos ya están dispuestos a salir a la calle. Ocasiones no les van a faltar: baja del poder adquisitivo, aumento de la edad de jubilación, inacción climática, aumento de las tasas de interés, dispositivos punitivos contra los desempleados...

Hace cinco años, el semanario británico The Economist, cerca del éxtasis, presentaba al presidente francés en portada. Se lo veía caminando sobre el agua vestido con un traje tan reluciente como su sonrisa fanfarrona. Para una burguesía mundial golpeada por el estupor y el pavor generados por el Brexit y la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca, la llegada a la escena internacional de Macron parecía una venganza. Esperaba que produjera un reflujo del “populismo” de la extrema derecha en Europa, a favor del liberalismo “progresista” y de la globalización. Ya no queda casi nada de esta ilusión. Junto con la crisis sanitaria y hospitalaria, las dificultades de abastecimiento energético y la guerra en Ucrania, los temas de la soberanía, del poder adquisitivo, de la reubicación de las actividades y de la planificación ecológica ocupan un lugar creciente en el debate público. A tal punto que el 10 de abril [en la primera vuelta de las elecciones presidenciales], al final del fallido quinquenio de Macron, la izquierda rupturista consolidó su influencia, y la extrema derecha nacionalista, que la política del presidente saliente pretendía contener, progresó significativamente. Sus tres candidatos sumaron un total de 32,3 por ciento de los votos emitidos en la primera vuelta,2 un resultado superior al del jefe de Estado (27,8 por ciento).

Dos semanas más tarde, en la segunda vuelta, Marine Le Pen reunió 2.600.000 votos más que en 2017, mientras que su rival victorioso obtuvo dos millones de votos menos.

El exministro de Economía del expresidente socialista François Hollande logró, no obstante, hacerse reelegir conservando el apoyo de su electorado socialista, a pesar de una política que no lo fue en absoluto. Remató su obra devorando al electorado de derecha gracias a decisiones fiscales y sociales alineadas con sus expectativas. Podríamos aplaudir este talento. Desde que, bajo la V República, el presidente es elegido por sufragio universal directo, cada segunda vuelta de escrutinio incluía un candidato de derecha o un candidato de izquierda; y la mayoría de las veces ambos a la vez, uno contra el otro. El 10 de abril, la derrota de los socialistas y de la derecha pulverizó este escenario al borrar a sus dos protagonistas habituales: la derecha y los socialistas sumaron en total 6,5 por ciento de los votos. En 2012 sumaban 55,81 por ciento...

El presidente francés se convirtió así en el elegido de la derecha “al mismo tiempo” que el de una izquierda burguesa que, desde François Mitterrand, el “giro del rigor” de 1983, el Tratado de Maastricht de 1992 y el Tratado Constitucional Europeo de 2005, se acostumbró a (y se conformó con) las políticas neoliberales. Más que admitir esta evidencia, Macron prefirió presentarse como el demiurgo de una “ideología” heteróclita cuya única utilidad discernible es que le permite actuar a su antojo. “El proyecto de extremo centro –pontificó la antevíspera de su reelección ante un puñado de periodistas afables– se basa en la “unión de varias familias políticas, de la socialdemocracia, pasando por la ecología, el centro, y una derecha en parte bonapartista y en parte orleanista y proeuropea”.3

Tales acoples entre socialdemocracia y derecha orleanista, ecología europea y derecha bonapartista no tienen ni consistencia teórica ni espesor histórico. Desde un punto de vista sociológico, en cambio, definen el actual “bloque burgués”, el “partido del orden”, la “Francia de arriba”. La coalición de todos aquellos que se horrorizaron ante el movimiento de los chalecos amarillos, cuya feroz represión tranquilizó. Este mismo público ovacionó a Macron durante su gran mitin parisino del 2 de abril, cuando pregonó lo que luego se convirtió en uno de sus tics de campaña: “A pesar de las crisis, hemos mantenido nuestras promesas. Para poner fin a ese mal francés que era el desempleo en masa, había que arremeter contra los viejos tabúes del sistema fiscal, el derecho del trabajo, el seguro de desempleo”. Su gobierno también “arremetió contra el tabú” de las ayudas a la vivienda y contra el del impuesto sobre la fortuna.

Por lo tanto, no sorprende que en lugares tan acomodados y conservadores como Neuilly, el XVI distrito de París o Versalles, el resultado del presidente saliente se haya duplicado en cinco años, y que haya aplastado a la candidata de la derecha oficial Valérie Pécresse.4 Tras la represión del movimiento obrero de junio de 1848, seguida por la de la Comuna de París en 1871, los monárquicos también perdieron su utilidad política, una vez que los republicanos demostraron a la burguesía que ellos también podían mostrarse implacables con la plebe. En suma, con Macron en el poder, la derecha se convirtió en prescindible, al igual que un Partido Socialista convertido hace mucho al social-liberalismo y a la globalización capitalista. Su destrucción común se asemeja a un esclarecimiento.

Detrás del “proyecto de extremo centro” se reúne un electorado conservador de jubilados acomodados y de mandos superiores, en una proporción que aumenta según la edad y el ingreso.5 Su influencia electoral está amplificada por una tasa de participación excepcional (88 por ciento para los de 60-69 años), mientras que la de los jóvenes y de los sectores populares, claramente más favorables a Jean-Luc Mélenchon o a Marine Le Pen, se derrumba (el 54 por ciento de los de 25-34 años participó este año en la primera vuelta, contra el 72 por ciento en 2017). El líder de la izquierda radical, muy apreciado por los estudiantes de los mayores centros urbanos y por los jóvenes proletarios de las ciudades desfavorecidas, busca hoy movilizarlos nuevamente en vistas de una “tercera vuelta”, las elecciones legislativas del 12 y 19 de junio próximo. Es una apuesta ambiciosa, ya que ese escrutinio sólo atrae a la mitad del electorado, la más acomodada y la más añosa.

Mélenchon como “referente de la izquierda europea”

Pero Mélenchon ya alcanzó varios objetivos. Por una parte, en un momento en que, en Europa, la izquierda rupturista se encuentra marginada por la centroizquierda (Alemania, España, Portugal), se ha convertido al liberalismo (Grecia), es inexistente (Estados bálticos, Europa del Este), o está aniquilada (Italia), en Francia alcanzó el 21,95 por ciento de los sufragios emitidos. E infligió un fracaso humillante a los ecologistas moderados (4,63 por ciento), y a los socialistas (¡1,74 por ciento!), por mucho tiempo hegemónicos en este bando. Pablo Iglesias, el fundador de Podemos [en España], devenido en comentarista político desde su fracaso electoral en Madrid, concluyó que Mélenchon se había convertido en el “referente de la izquierda europea”. En efecto, nadie corre el riesgo de disputarle ese rol. El dirigente francés explica así su éxito: “Jamás cedimos en nuestros fundamentos. No nos conformamos con rechazar el mundo en el cual vivimos, hemos propuesto otro”.6

Lo cierto es que un resultado importante en la primera vuelta no garantiza la victoria. Ahora bien, el dirigente de La Francia Insumisa (LFI) recordó que no se trataba ya de declarar, sino de gobernar. La correlación de fuerzas sigue siendo, no obstante, extremadamente desfavorable para la izquierda francesa. Mélenchon fue superado por dos candidatos de derecha y de extrema derecha (Macron y Le Pen), pero también le siguieron dos candidatos de extrema derecha y de derecha (Éric Zemmour y Pécresse).

Sin embargo, puede suceder que la dinámica le gane a la aritmética. Al transformar a los electores de Mélenchon en árbitros del escrutinio final, el resultado de la primera vuelta ya permitió que la campaña termine mejor de lo que había comenzado. “Ninguna de las temáticas de los electores de derecha estuvo en el centro de la campaña de la segunda vuelta” –lamentó, por cierto, un gran semanario ultraconservador–.7 De hecho, las polémicas sobre la inseguridad, la identidad y el islam cedieron un poco el paso a un debate sobre el poder adquisitivo, el servicio público y las jubilaciones, lo que puso a Emmanuel Macron a la defensiva, por lo impopulares que son sus proyectos en la materia.

Pero, en tanto la izquierda no tiene como principal ambición modificar la política de sus adversarios, sino implementar la suya, sus resultados de la primera vuelta, que señalan el camino realizado, indican también el que le queda por realizar. El camino realizado: Mélenchon duplicó sus votos en los territorios de ultramar con respecto a 2017, obteniendo incluso la mayoría absoluta en Guadalupe, Martinica y Guyana, en parte por el odio a Macron. El resultado fue también impresionante en los barrios pobres de los suburbios, donde viven muchos franceses de origen extranjero, a menudo musulmanes. Por último, el candidato de izquierda avanzó entre las clases medias urbanas, a menudo jóvenes y profesionales, en municipalidades que no obstante eligieron alcaldes socialistas o ecologistas (París, Grenoble, Montpellier, Rennes, etcétera).

Estos electorados son muy dispares, pero la labor política y militante dio sus frutos. Mélenchon viajó con frecuencia a los territorios de ultramar y abordó sus problemas sociales y ecológicos en sus intervenciones públicas. En cuanto a los suburbios, la LFI fue paradójicamente ayudada por la campaña de odio y de amenazas contra los musulmanes desplegada por Zemmour, abundantemente retrasmitida por los medios de comunicación, la derecha y varios ministros de Macron. Estos se indignan hoy por la aparición de un “voto musulmán” o “comunitario”, como si, luego de haber asimilado una población entera a una amenaza, pretendieran también prohibirles votar por el candidato que los defendió.

Si bien la reconquista por parte de la izquierda del antiguo suburbio rojo aparentemente acaba de producirse, aunque haya sido por un rodeo inesperado, nada de eso se perfila, en cambio, en las zonas periurbanas, en las comunas rurales, en los antiguos bastiones mineros, automovilísticos y siderúrgicos (hoy desindustrializados) del norte y del este del país. En esos territorios, junto a los obreros y los empleados que habitan en ellos, jóvenes también, la extrema derecha avanza desde hace veinte años y echa raíces, mientras que se estanca o retrocede en los cuadros superiores, los urbanos y los jubilados.

Semejante situación no es específicamente francesa. La globalización y las deslocalizaciones (hacia China, el Magreb, México o Europa del Este), a menudo favorecidas por fuerzas políticas que pretenden ser de izquierda (demócratas estadounidenses, laboristas británicos, socialistas europeos), han consumado el divorcio entre estas y el electorado popular.8 Lorena y Paso de Calais tienen su equivalente en la cuenca del Ruhr alemana, en el “cinturón del óxido” del Midwest estadounidense o en el “muro rojo” (Red Wall) del Norte de Inglaterra y Gales. Sin embargo, no parece existir ninguna reflexión transnacional sobre estos temas. Los militantes y dirigentes de izquierda miran muy poco más allá de sus fronteras, como si el éxito y luego el fracaso de Jeremy Corbyn [en Reino Unido] y Bernie Sanders [en Estados Unidos] no tuvieran que inspirar ninguna lección en Francia, en Alemania, en Italia. Las grandes evoluciones sociológicas y electorales (una progresión de la derecha o de la extrema derecha en el seno de grupos sociales en otro tiempo fieles a la izquierda) se observan allí, no obstante, con la misma nitidez.

Aun cuando sea indispensable, el énfasis en las propuestas sociales no será suficiente para retener, o para reconquistar, tres grupos tan heterogéneos como la burguesía culta, el proletariado de las ciudades y las clases populares que viven en las zonas periféricas o en los campos. Con el tiempo, se han constituido identidades políticas distintas alrededor de temas tan diversos como la inmigración, la religión, la relación con lo automovilístico y la vida rural, tanto en Francia como en otras partes. Un “muro de valores” a menudo opone a las clases populares entre sí. A falta de contactos regulares o de organizaciones poderosas que aseguren un vínculo entre sus diferentes componentes, se instalan prejuicios. Se creen descuidadas, despreciadas, humilladas en razón de sus creencias o de sus condiciones de existencia. Una campaña electoral cada cinco años no puede disolver de forma duradera tales desacuerdos, que los medios de comunicación y las redes sociales no dejan de exacerbar. Así, durante la campaña electoral, TF1 les pidió a todos los candidatos de la primera vuelta que tomaran sucesivamente posición sobre tres temas: la gestación subrogada (GS), el uso del velo en la universidad y la regulación de la caza. Para un candidato de izquierda, cualquier respuesta a estas preguntas genera el riesgo de dañar alguno de los elementos potenciales de su coalición. El bloque burgués, más homogéneo y más unido por sus intereses, sortea esas dificultades.

Notables sin influencia

Hace veinte años, frente a Jean-Marie Le Pen, el presidente Jacques Chirac fue reelegido con 61,1 por ciento de los electores inscriptos. El 24 de abril, Macron obtuvo 38,5 por ciento de los inscriptos al oponerse a su hija. La caída no es solamente suya, sino también la de un sistema político extenuado, cuya falta de representatividad se tornó manifiesta. La extrema derecha tiene el uno por ciento de los diputados en la Asamblea Nacional; los insumisos el tres por ciento; cinco de las trece regiones de Francia metropolitana están presididas por socialistas, y ocho por la derecha oficial, es decir, por dos partidos en vías de extinción. Sin embargo, sus candidatos no tienen ninguna dificultad en recolectar las 500 firmas de representantes electos necesarias para presentarse, mientras que Le Pen y Mélenchon estuvieron cerca de ser eliminados del escrutinio. Hidalgo no reunió más que 2,3 por ciento de los votos en París, de la cual es alcaldesa; los ediles socialistas de las grandes ciudades que la apoyaban (Montpellier, Nantes, Rennes, Lille, Ruan, Clermont-Ferrand...) despertaron el mismo entusiasmo.

Y el cinismo de Macron entre las dos vueltas del escrutinio incrementó el desprecio popular hacia las instituciones y aquellos que las encarnan. Para eliminar a la candidata de derecha, plagió su programa radical en materia de jubilaciones. Una vez que Pécresse fue derrotada, buscó recuperar los votos de la izquierda anunciando que la postergación de la edad de jubilación sería negociada. Tras haber rechazado el aumento del salario mínimo (SMIC) durante su primer mandato, se convirtió en su defensor, así como del aumento del salario de los docentes, que fue prometido dos días antes de la segunda vuelta. Ampliamente indiferente a las cuestiones del medioambiente durante su presidencia, anunció súbitamente una “Fiesta de la Naturaleza”, parecida a la Fiesta de la Música, y prometió que “los grandes empresarios serán verdes y ecorresponsables”. Se declaró “apegado al referéndum”, a pesar de que no presentó ninguno, y “no opuesto” a la representación proporcional integral, si bien aprovechó el escrutinio mayoritario para poner bajo llave su práctica autoritaria del poder. Por lo tanto, ya no le queda más que declararse sorprendido porque 28 por ciento de los electores, un récord desde hace más de cincuenta años, haya desdeñado las urnas el 24 de abril, en lugar de plebiscitar un presidente demócrata tan respetuoso de sus conciudadanos. A menos que prefiera ofenderse porque una proporción de franceses aún más aplastante (79 por ciento) prevé movilizaciones sociales durante el próximo quinquenio...9

Serge Halimi, director de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Micaela Houston.

Barradas

Es uno de los nombres centrales de las artes plásticas uruguayas. Nacido y fallecido en Montevideo (1890-1929), Rafael Barradas viajó a Europa en 1913, se involucró con la vanguardia catalana, hizo la obligada escala parisina, y conoció en Milán a los futuristas italianos. Volcó toda esa energía en su etapa vibracionista, siendo parte, con sus peculiaridades, de la intensidad que se vivía en el pensamiento y el arte de todo el continente. En este número de Le Monde diplomatique Uruguay reproducimos una de sus obras gracias a la gentileza del Museo Nacional de Artes Visuales. Se suma así a una breve tradición iniciada en el primer número con Pedro Figari, y continuada en abril con Anhelo Hernández; entroncando, de esa manera, con la larga costumbre de la edición matriz francesa.


  1. Encuesta de Cevipof publicada por Le Monde, París, 15/16-4-22. 

  2. Esta cifra suma los resultados de Marine Le Pen (23,1 por ciento), de Éric Zemmour (7,1 por ciento) y de Nicolas Dupont-Aignan (2,1 por ciento). 

  3. France Inter, 22-4-22. 

  4. En Neuilly-sur-Seine, Macron obtuvo 48,98 por ciento de los votos en la primera vuelta de la elección presidencial de 2022, contra el 23,74 por ciento en 2017. En el XVI distrito de París, pasó de 26,65 por ciento a 46,75 por ciento cinco años más tarde. 

  5. El 43 por ciento de los electores de Macron son jubilados, y el 40 por ciento de los cuadros superiores del sector privado votaron a su favor. 

  6. Discurso del 21 de abril de 2022 en la Maison de la Chimie, París. 

  7. Carl Meeus, “La drôle de campagne”, Le Figaro Magazine, París, 22/23-4-22. 

  8. Véase el dossier “Por qué pierde la izquierda”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, enero de 2022. 

  9. Encuesta de Cevipof publicada por Le Monde, 15/16-4-22.