A 30 años de iniciada su guerra, en abril de 1992, Bosnia-Herzegovina sigue suscitando relatos antagónicos. Los de los tres pueblos que la conforman y que se enfrentaron en los años 1990; los de las potencias que aún avanzan sus peones en el tablero de los Balcanes; y los de los medios de comunicación que mantienen los reflejos étnico-nacionalistas explotados por los partidos en el poder.
Responsable de una cooperativa agrícola especializada en el cultivo de papas en Janja, en la República Srpska (también conocida como República Serbia de Bosnia), Mujo Bogaljević vivió “todo lo peor de los años 1990: trabajo forzado, detención arbitraria, combates en el frente, exilio, expropiación...”. Bosniaco (musulmán), debió exiliarse durante la guerra en Tuzla, situada hoy en la Federación de Bosnia-Herzegovina. En el año 2000 su familia decidió volver a vivir en su casa, situada en esta segunda entidad del país, la República Srpska, dominada por los serbobosnios. No piensa irse y no cree en los ruidos de botas que evocan insistentemente los medios de comunicación occidentales: “Ya no tenemos los medios para hacer la guerra. Ninguna parte cuenta con la fuerza que tenía el ejército yugoslavo. Tal vez veamos a dos imbéciles dispararse, pero nuestros dirigentes acumularon demasiado capital para arriesgarse a dilapidarlo. El verdadero problema es que la emigración económica destruya a toda la región. Pronto habremos perdido a toda una generación formada y en edad de trabajar”.
Más de un cuarto de siglo después del fin de los combates, en 1995, Bosnia-Herzegovina sufre muy pocas violencias. Las poblaciones bosniaca, serbobosnia, bosniocroata o roma cohabitan a diario sin dificultades y permanecen intrincadas a pesar de la depuración étnica. Sin embargo, los espectros y los fantasmas del pasado siguen hipotecando el futuro, cada comunidad conserva su historia, cada bando da la impresión de perseguir sus objetivos de guerra. Para eludir el balance de su gestión ante la perspectiva de las elecciones del próximo mes de octubre, los dirigentes nacionalistas que comparten el poder aún hacen uso de la victimización de sus comunidades. Así, para salvarse, los serbobosnios deberían repatriar en la entidad territorial que controlan las competencias adquiridas por el gobierno central a lo largo de los años, manteniendo al mismo tiempo un sueño de independencia. Los bosniocroatas deberían garantizar su lugar en las instituciones por la vía de cuotas electorales, o incluso una nueva entidad a su medida. Por último, los bosniacos, que representan actualmente más de la mitad de la población, deberían forzar el destino del país construyendo un Estado unitario.
Serbobosnios en disidencia
La República Srpska bordea el río Drina, que la separa de Serbia, así como el río Sava la separa de Croacia. Los puentes de la era yugoslava se convirtieron en fronteras fuertemente vigiladas ante las cuales los camiones forman largas filas de espera. Los pasajeros intercambian sus dinares serbios o sus euros croatas contra marcos convertibles, la moneda bosnia. Esta entidad contaba con 1.228.000 habitantes en el último censo de 2013, es decir 344.000 menos que en 1991, en función de las municipalidades correspondientes antes del conflicto.
“La República Srpska quiere la paz, no la guerra. No tenemos ninguna razón para luchar, no lucharemos”, asegura Milorad Dodik, el personaje central de esta entidad, presidente de la Alianza de los Socialdemócratas Independientes (SNSD). El hombre en el centro del escándalo contesta largamente a nuestras preguntas, confortablemente sentado en un pomposo salón del gobierno, en Bania Luka, su capital. Detrás de él, imponentes, emergen una bandera serbia y un mapa topográfico de esta república recortada por los relieves y las líneas del frente en 1995. En toda la entidad así como en las oficinas de Dodik, el visitante buscará en vano un estandarte, un símbolo del Estado de Bosnia-Herzegovina, pese a que Dodik es uno de los tres elegidos a la presidencia colegiada alternante.
Desde hace varios meses, su voluntad explícita de dotar a la República Srpska de competencias otorgadas en los últimos años al gobierno central (salud, justicia, fiscalidad, defensa) altera las cancillerías. “Observamos una ofensiva contra las instituciones estatales –se inquieta el embajador Johann Sattler, representante especial de la Unión Europea en Bosnia-Herzegovina y jefe de la delegación en Sarajevo–. Ya no se trata de hablar vagamente de una eventual secesión, sino de decisiones tomadas por el Parlamento de la República Srpska”.
Sin embargo, en 1998, a su llegada al poder como primer ministro de la entidad serbobosnia, Dodik era presentado como un “moderado”, ya que no había participado en la guerra. “Hay que aplicar los Acuerdos de paz de Dayton literalmente”, afirmaba en ese entonces.1 Hoy repite exactamente la misma frase, pero como una manera de rechazar las construcciones institucionales y legislativas impuestas por el alto representante internacional, devenido en la verdadera autoridad del país debido a la falta de consenso parlamentario; un “procónsul” para algunos (véase recuadro “De Dayton al protectorado occidental”). “Bosnia-Herzegovina está constituida por dos entidades y tres pueblos –explica el jefe serbobosnio–. Los altos representantes hicieron todo lo posible para abolir esto. Cuando uno se opone a esta voluntad centralizadora, queda como un agitador. El drama viene de Occidente, que busca fidelidad y no socios políticos”.
“El orden constitucional de Bosnia-Herzegovina no le permite a una entidad retirarse unilateralmente de sus instituciones –responde Sattler–. Si usted tiene un problema con el funcionamiento de una administración, debe discutirlo ante el Parlamento.” Una dificultad proviene del derecho de veto comunitario que lo paraliza y del que sólo puede liberarse el alto representante. “Los Acuerdos de Dayton no le otorgaban al Estado de Bosnia-Herzegovina prerrogativas concernientes a la justicia, el establecimiento de tribunales y la nominación de los procuradores –insiste Dodik–. Fue el alto representante [Jeremy] Paddy Ashdown quien lo hizo posible en virtud de los poderes que le fueron otorgados posteriormente, pero que no estaban previstos por Dayton”. Cuestionado respecto de su proyecto de recrear un ejército, Dodik remite nuevamente al texto de Dayton, aunque precisando: “Por mi parte, estoy a favor de una Bosnia-Herzegovina sin armas, para eliminar esta discusión en torno a estas prerrogativas. No sucedió, porque los musulmanes querían tener un ejército y tienen el apoyo de algunos países occidentales”. Cree que es posible una separación pacífica: “Pienso que Bosnia-Herzegovina se va a derrumbar por sí misma, se tratará simplemente de tomar nota del hecho”.
Semejantes iniciativas provocan la ira contenida del nuevo alto representante, Christian Schmidt. Este exministro y diputado conservador de la Unión Social Cristiana de Baviera (Alemania) reemplazó al austríaco Valentin Inzko, que le dejó una “hermosa cáscara de banana” antes de retirarse, según la fórmula de un diplomático. En julio de 2021, Inzko impuso un texto que preveía sanciones penales para la impugnación de crímenes de “genocidio”, provocando enseguida un boicot de las instituciones estatales por parte de los partidos serbobosnios. La utilización de este término sigue generando divisiones. Los bosniacos consideran que debería calificar al conjunto de las atrocidades de las que fueron víctimas entre 1992 y 1995. Los dirigentes serbobosnios reconocieron una parte de sus responsabilidades, pero rechazan este vocablo, incluido a propósito de las ejecuciones sumarias de varios miles de hombres musulmanes por la simple razón de su identidad tras la toma del enclave de Srebrenica, y a modo de represalia a otras exacciones. La Corte Internacional de Justicia rechazó su utilización por parte de los bosniacos como calificación para todos los crímenes del período, juzgando no obstante que los asesinatos cometidos a partir del 13 de julio de 1995 en Srebrenica “lo fueron con la intención específica de destruir en parte el grupo de musulmanes de Bosnia-Herzegovina como tal; y que, en consecuencia, estos actos eran actos de genocidio”.2
Dodik aprovechó la maniobra del alto representante para utilizarla en su provecho y aumentar su popularidad denunciando una injusticia. Schmidt espera actualmente detener su insolencia por medio del “palo y la zanahoria”. Respecto del palo, se impuso una fuerte presión sobre la República Srpska mediante un refuerzo de quinientos reservistas enviados a la Fuerza Europea de Estabilización (Eufor-Althea). El 12 de abril, el alto representante suspendió una ley del Parlamento de la República Srpska que transfería los bienes inmuebles del Estado a la entidad: otros textos podrían sufrir la misma suerte. Los europeos no alcanzaron un consenso para imponer sanciones personales, pero el Departamento del Tesoro estadounidense reforzó aquellas que apuntan a Dodik desde 2014. “También tenemos zanahorias –completa Sattler–. Proponemos un paquete de 9.000 millones de euros para toda la región, con una buena parte para Bosnia-Herzegovina: proyectos de rutas, autopistas, vías férreas, infraestructuras energéticas, digitales, para la transición ecológica...”.
“La verdadera razón es que Dodik perdió el control del aparato judicial. Está preocupado por las denuncias que podrían involucrarlo –asegura Jelena Trivić, diputada del Partido del Progreso Democrático (PDP), una oposición que tiene el viento a favor desde que conquistó la alcaldía de Bania Luka, en noviembre de 2020–. Dodik necesitaba un relato antes de las elecciones de octubre, para presentarse como un guardián de la Republika Srpska. Pero, ¿cómo es posible que alguien que le roba a su pueblo pueda presumir de tal manera? Nuestra situación económica es peor que en el resto de la Federación, tenemos salarios más bajos, peores jubilaciones, dos veces más deuda pública. Ninguna empresa invierte aquí”.
Los bosniocroatas amenazan con boicotear el escrutinio
Según las estimaciones oficiales, entre dos y 2,2 millones de bosnios viven en el exterior,3 de una población de 3,5 millones. Luego de un parcial retorno de los refugiados en los años 2000, la marginalización económica provocó un éxodo tan importante como el de la guerra. Muchas localidades del este, antaño pobladas mayoritariamente por bosniacos, hoy están dominadas por serbobosnios, más implantados en las zonas rurales. Por el contrario, los pueblos serbobosnios de la región de Glamoč fueron prácticamente vaciados de sus habitantes durante la operación Tormenta, llevada a cabo por los croatas en 1995. Muchas construcciones se encuentran aún en ruinas en esta meseta lúgubre que forma parte de la Federación de Bosnia-Herzegovina, aprisionada por las laderas de los Alpes dináricos, a 900 metros de altura. “Varias personas de mi generación regresan últimamente para reconstruir la casa familiar y jubilarse”, nos cuenta Rade Stojančević cortando un jamón que él mismo pone a secar y ahumar. ¿Por qué regresó a su modesta granja de Šumnjaci hace un año? “Quería envejecer aquí, extrañaba mi tierra. Antes de la guerra había 35.000 ovejas en la región, hoy son 3.500. En veinte años, no habrá más nadie”, concluye, resignado.
Más lejos, en dirección al sudeste y Herzegovina, surgen principalmente ciudades y pueblos bosniocroatas. En esta región tampoco hay ningún símbolo visible del Estado. La bandera a cuadros roja y blanca [de Croacia] y las pintadas de apoyo al club Dínamo de Zagreb dan muestran de otras lealtades. Zona de feroces combates entre bosniocroatas y bosniacos, Mostar parece respirar aires nuevos. Un símbolo potente, el viejo puente otomano que une las dos riberas del río Neretva fue reconstruido rápidamente, como la mayoría de los inmuebles. Algunos molinos eólicos giran sobre las colinas donde antes yacían piezas de artillería. Sin embargo, la ciudad sigue fracturada por una línea de demarcación invisible, pero interiorizada por todos. Para superar en altura los minaretes del Este, los bosniocroatas erigieron un campanario de 107 metros de alto en la parte occidental, el antiguo bastión del Herceg-Bosna, la república croata autoproclamada durante la guerra.
“Para nosotros, la mejor solución sería que cada nación tenga su propia entidad, como en 1993. El principio ‘una persona, un voto’ es contrario a los fundamentos de este Estado”, afirma Zdenko Ćosić, vicepresidente de la Comunidad Democrática Croata de Bosnia-Herzegovina (HDZ BiH), primer ministro del cantón de Herzegovina del Oeste. Este partido nacionalista estima que las instituciones perjudican a los bosniocroatas. Aboga desde hace años por una reforma de la ley electoral que refuerce la lógica comunitaria. La HDZ nunca digirió que el bosniocroata elegido a la presidencia colegiada, Željko Komšić, fuera electo gracias a los votos de los no croatas. Apoyada por su partido hermano de Croacia, particularmente en el Parlamento Europeo, la HDZ amenaza con boicotear las elecciones previstas para octubre. Su jefe Dragan Čović se lleva de maravillas con Dodik cuando se trata de desafiar la autoridad del alto representante.
En su local situado junto al viejo puente, los antiguos combatientes de la Policía de Mostar se agitan: “Luché contra esta entidad, la así llamada Herceg-Bosna, y lucharía de nuevo si necesario”, exclama un cincuentón cuyos movimientos traicionan su ansiedad. “No se preocupe, no habrá ninguna guerra. Esta amenaza no es más que propaganda de los partidos que dirigen nuestro país”, garantiza por su parte Slaven Raguž, presidente del Partido Republicano Croata (HRS). Él también milita por la creación de una entidad: “Queremos que los croatas de Bosnia-Herzegovina tengan razones para querer a su país y no miren hacia Croacia, que les otorga pasaportes europeos”. En efecto, la mayoría de los croatas de Bosnia-Herzegovina disponen de un pasaporte del país vecino, como muchos serbobosnios de la República Srpska poseen uno de Serbia.
Los bosniacos en busca de hegemonía
“Somos un pueblo que sufrió mucho”. Un diplomático resume con ironía los lamentos de los bosniacos que buscan conservar el apoyo occidental. Esta postura apunta a hacer avanzar la visión de un país más centralizado del que tendrían las riendas en Sarajevo, capital del Estado. Este discurso se reproduce en las palabras de Haris Zahiragić, figura ascendente del Partido de Acción Democrática (SDA), en el poder. Este nacionalista, de apenas 30 años, repite una veintena de veces los términos “genocidio” y “agresión” durante la entrevista que nos concede.
Sarajevo, reconstruida, perdió gran parte de su carácter cosmopolita desde el asedio del que dan pruebas las incontables sepulturas improvisadas en las alturas. Los bosniacos pagaron un caro tributo, pero no fueron las únicas víctimas. Las investigaciones más sólidas establecieron un balance de 95.940 muertos o desaparecidos entre 1991 y 1996, de los cuales hubo 39 por ciento de civiles.4 Los bosniacos, que eran 43 por ciento de la población en 1991, representan 64 por ciento de las víctimas (80 por ciento de las víctimas civiles), los serbobosnios representan 26 por ciento de las víctimas (eran 31 por ciento de la población de 1991) y los bosniocroatas fueron ocho por ciento de las víctimas (eran 17 por ciento de la población de 1991). Desde entonces, la evolución demográfica favorece a los bosniacos, que formaban 50,1 por ciento de la población en el último censo de 2013, contra 30,8 por ciento de serbobosnios y 15,4 por ciento de bosniocroatas.
Actualmente, los dirigentes bosniacos son los únicos –junto con los medios de comunicación occidentales– que evocan una posible guerra: “Tarde o temprano derribaremos a aquellos que utilizan los dispositivos legales para bloquear este Estado –afirma Zahiragić–. Si estos separatistas pretenden llevar su lógica hasta las últimas consecuencias, podrían producirse desórdenes. Contamos con la comunidad internacional, la Unión Europea, Estados Unidos, pero también con los patriotas. No tenemos un país de recambio, haremos todo por defenderlo, con argumentos, leyes y todo lo que sea necesario”.
Así, la retórica nacionalista sigue federando a los principales partidos. Esto permite tomar medida del efecto perverso de la tutela: los dirigentes políticos no tienen ningún interés en aceptar compromisos considerados dolorosos, ya que en caso de desacuerdo es el alto representante el que legisla como último recurso. Pero, cuanto más se involucra este en los asuntos, más se aleja la perspectiva de una adhesión a la Unión Europea. “Estos relatos de los partidos dominantes sirven para ocultar la corrupción rampante –asegura Edin Forto, que acaba de retomar las riendas del cantón de Sarajevo, a la cabeza de Naša Stranka (Nuestro Partido), que se dice no nacionalista–. La mayoría de los empleos dependen de numerosas colectividades y estructuras asociadas. Los partidos regentean buena parte de la economía, particularmente a través de servicios públicos locales tales como la distribución de agua o la recolección de residuos. En las telecomunicaciones, por ejemplo, una empresa es controlada por la HDZ [partido nacionalista bosniocroata] y la otra por el SDA [partido nacionalista bosniaco]”.
Tuzla, una de las pocas ciudades que escapan al discurso nacionalista, sigue envuelta en un fuerte olor a carbón, combustible local que alimenta la calefacción y la central eléctrica. Fue aquí, en esta ciudad industrial, donde el movimiento social de los “plenums” resultó más masivo en 2014. Un levantamiento tan poderoso como efímero y del que uno de los animadores, Damir Arsenijević, extrae un balance desesperante: “Con Dayton, vivimos bajo el régimen del ‘terror de la paz’. Estamos obligados a aceptar los mecanismos complicados de este acuerdo que engendra corrupción y cleptocracia, porque nos dicen que la única alternativa es la división del país. No hay tercera vía, por lo tanto no hay política. Las élites se hicieron extremadamente ricas acaparando bienes con las privatizaciones. Se entienden muy bien entre ellas y se enfrentan para mantener las apariencias”.
Brčko, ¿ciudad moderna o pueblo Potemkin?
Una geopolítica esquemática pretendería que los bosniocroatas se apoyen en Zagreb, los serbobosnios en Belgrado y los bosniacos en la “comunidad internacional”, reducida en su mayoría a los occidentales y a los países islámicos. El líder serbobosnio Dodik generó confusión al encontrarse recientemente con el presidente ruso Vladimir Putin, pero también con el católico Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, y con el musulmán Recep Tayyip Erdoğan, presidente de una Turquía cada vez más neo-otomana. El presidente serbio, Aleksandar Vučić, se muestra muy a gusto cada vez que visita la República Srpska y acaba de proclamar que los lazos “nunca habían sido tan fuertes” con su vecino. Pero la guerra en Ucrania vuelve delicada la posición de Vučić como equilibrista entre este y oeste, y estaría obrando tras bambalinas para moderar a su “amigo” Dodik o incluso borrarlo del escenario. Poco después de una visita a Belgrado, el 15 de abril, Dodik anunciaba que postergaba para después de las elecciones sus proyectos de creación de un ejército y de impuestos indirectos que deberían entrar en vigor el 10 de junio.
Jóvenes treintañeros, Safet Imamović y Miloš Subotić tienen visiones completamente opuestas de la historia contemporánea –y apoyan equipos de fútbol rivales, el de Bosnia en el primer caso, y el de Serbia en el segundo–. No obstante, gustan de encontrarse en un bar del centro de Brčko, la ciudad vitrina de una posible cohabitación. El establecimiento lleno de humo pasa en loop éxitos musicales de los años 80, una “yugonostalgia” musical común a la mayoría de los cafés que pudimos visitar recorriendo el país. “Miloš dirá que el término ‘genocida’ no conviene, yo pienso que sí. Pero no nos vamos a pelear por eso –explica Imamović, representante del SDA en la asamblea del distrito–. Muchos bosniacos quisieran imponer sus leyes, porque son mayoría. Creo que debemos encontrar un equilibrio y que aquí no estamos lejos de ello”.
Primer puerto del país a orillas del río Sava, Brčko ocupa un corredor estratégico, que une tanto al este con el oeste de la República Srpska como a la Federación con Croacia. La línea de frente establecida por los Acuerdos de Dayton colocaba a la ciudad en la primera entidad y el resto de la municipalidad en la segunda, lo que provocó un foco de tensión. En 1999, un tribunal arbitral decidió transformar al conjunto de la municipalidad en distrito autónomo, con instituciones multiétnicas propias (asamblea, administración, policía, etcétera). ¿Pueblo Potemkin [por fachada que busca ocultar las dificultades de un país] o verdadero motivo de esperanza? “Aquí llevamos la toma de decisiones políticas a los principales interesados –explica Subotić, periodista del sitio local Nula49–. En la práctica, no siempre resulta evidente, ¡pero funciona mejor que en Bosnia! Dos factores facilitan la integración: un presupuesto superior al de las otras colectividades gracias a las ayudas del Estado, pero también a la presencia extranjera”. Adjunto del alto representante, un supervisor internacional puede sustituir al alcalde e imponer decretos. El titular a cargo, Michael Scanlan, es de Estados Unidos, como todos sus predecesores.
La cohabitación pasa por una atrapante yuxtaposición de recuerdos. En el centro de la ciudad, cerca de la asamblea del distrito, fue erigida en 1997 una estela monumental en honor a los “defensores serbobosnios de Brčko”. Tras las elecciones de 2008, los partidos se pusieron de acuerdo para construir un memorial del mismo tamaño dedicado a los combatientes bosniacos, y un tercero para los combatientes bosniocroatas. No obstante, a falta de entendimiento sobre el lugar de implantación, fue necesario un decreto del supervisor internacional para que fueran construidos frente a la Municipalidad, uno al lado del otro, a unos cien metros del primero. En definitiva, la puesta bajo tutela alienta las comunidades a mantener sus historias paralelas, e impide una verdadera reconciliación.
Philippe Descamps, de la redacción de Le Monde diplomatique (París) y Ana Otasević, periodista. Traducción: Micaela Houston.
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Le Monde, 4-2-98. ↩
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Fallo de la Corte Internacional de Justicia Nº 2007/08, La Haya, 26-2-07. ↩
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Bosnia and Herzegovina migration profile for the year 2020, Ministerio de Seguridad, Sarajevo, marzo de 2021. ↩
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Mirsad Tokača, The Bosnian Book of the Dead: Human Losses in Bosnia and Herzegovina 1991-1995, Centro de Investigación y Documentación, Sarajevo, 2012. ↩