Tras liderar la primera vuelta de las presidenciales, con 40 por ciento de los votos, Gustavo Petro buscó invertir las acusaciones de sus rivales y situarse como el candidato de las certezas programáticas contra “el Trump colombiano”. Camino al decisivo 19 de junio, resignificó la pregunta de si Colombia está lista para un presidente de izquierda.
Cuando Gustavo Petro llegó a la mesa de votación, el domingo 29 de mayo, cayó en la cuenta de que había olvidado su credencial electoral. Ese hecho anecdótico, resuelto fácilmente, se volvería horas más tarde un símbolo del resultado de la primera ronda. Al igual que Petro había olvidado su documento para votar, muchos analistas habían dejado en segundo plano la posibilidad de que el inusual candidato populista de la Liga Anticorrupción, el empresario Rodolfo Hernández, coronara su arremetida de última hora colocándose como su rival en el balotaje. Si se observan las encuestas de abril, el 28 por ciento logrado por Hernández casi triplicó las mediciones de su intención de voto.1
Para los intereses del postulante de izquierda fue la peor combinación posible: ahora Petro debería enfrentar a un rival que también se sitúa en contra del establishment, pero que no corre el riesgo de proponer casi nada. Hernández, un exgobernador de 77 años, polémico por sus actitudes misóginas y violentas, que en el clímax de su “incorrección” llegó a declararse admirador de Adolf Hitler, ni siquiera concurre a los debates.2 En el escenario que se veía como más probable (contra el candidato preferido del poder político y económico, el exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez), Petro parecía tener la casi certeza de ganar. Ahora las encuestas declaran empate técnico y la aritmética simple de los apoyos (Gutiérrez anunció enseguida su preferencia por Hernández) parece ponerle muy difícil conseguir el millón de votos que necesita.
La misma noche de la primera vuelta, y en la perspectiva de las tres semanas que faltaban hasta el 19 de junio, Petro desplegó una estrategia doble. En parte obvia: apuntar al 45 por ciento de ciudadanos que se abstuvieron de votar, reavivando la llama de la oportunidad del cambio. En parte paradojal: usar el mismo mantra que había usado Gutiérrez –para buscar alcanzar a los seguidores menos antipetristas de este candidato, el esquivo centro–, advirtiendo en contra del “suicidio político”, pero colocando a Hernández como la amenaza de un destino oscuro que Gutiérrez estuvo asociando, permanentemente, a Petro. La pregunta de antes de mayo se resignifica. En lugar de si Colombia estaba preparada para un presidente de izquierda, pasó a ser si el país estaría dispuesto a pagar cualquier precio por evitar tener un presidente de izquierda.
Segunda chance
“Las generaciones de 500 años de soledad y resistencia sí tienen una segunda oportunidad bajo los cielos de la tierra”, suele decir Gustavo Petro, parafraseando el final de su libro favorito. Y contradiciéndolo en la paráfrasis, ya que Gabriel García Márquez escribe que las estirpes de cien años de soledad no tienen una nueva chance.
Para intentar torcer ese supuesto destino, Petro, en su tercer intento de alcanzar la presidencia, situó su discurso en la cuerda del equilibrista. Confrontativo para denunciar cómo el resto de la clase política aparece, según su opinión, teñida por la brea de la corrupción y la connivencia con las mafias, en especial del narcotráfico. Pero, a la vez, apelando a que esa confrontación sea un camino en cierto modo purificador para, a través del cambio, lograr la unidad. Cambiar primero y, luego sí, alcanzar un gobierno que gobierne para todos los colombianos, ha sido un lema en la parte final de su campaña. Para construirlo ha debido deconstruir su pasado y presentarlo de un modo que resulte potable para una sociedad que ha estado acostumbrada a votar por la derecha. Así, el punto más polémico de su biografía, la pertenencia a la guerrilla del M-19, es presentado por Petro como una búsqueda de la democracia a través de un movimiento político-militar.
Se dice a sí mismo “el guerrillero que nunca disparó un tiro”. En el camino, Petro hace referencias frecuentes a la teología de la liberación, respondiendo a los periodistas que le señalan, con cierta ironía, que “se lo ve más católico”, que eso se debe a su sintonía con las ideas del papa Francisco. En el proceso de volver su figura menos áspera para la mano de sus votantes potenciales explica tantas décadas de sufragios por la derecha en el miedo a las mafias y en la necesidad económica que llevó a muchos a ser víctimas de la compra del voto. Y en esa operación coloca la carga del miedo en otro lado: ya no en los que siempre lo han sentido, sino en las élites: “Nos tienen miedo porque los vamos a sacar”, dijo en el acto de cierre de campaña hacia la primera ronda electoral.
Más que fantasmas
No demasiado lejos, en la esquina bogotana de Carrera Séptima con calle 12, un enjambre de placas marca: “Aquí cayó Jorge Eliecer Gaitán, Caudillo del Pueblo, 9 de abril de 1948”. Fue el final de una experiencia de liberalismo social y el inicio de una oleada de violencia, en parte espontánea y en mucho provocada, que se conoció como Bogotazo: 2.585 muertos en la ciudad en las horas siguientes al magnicidio y 48.000 en todo 1948 en toda Colombia. Cuatro décadas más tarde, el 18 de agosto de 1989, sería asesinado otro político encantador de multitudes, el liberal-progresista Luis Carlos Galán. En la misma década mataron a otros dos candidatos presidenciales, Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, ambos de la coalición de centroizquierda Unión Patriótica. Fue parte del “Genocidio contra la Unión Patriótica” que costó la vida de 5.733 personas.3 Apenas comenzada la década siguiente, el 26 de abril de 1990, el excomandante del M-19 y candidato presidencial de esa guerrilla desmovilizada, Carlos Pizarro, fue ultimado en pleno vuelo de Avianca de Bogotá a Barranquilla. No es de extrañar, entonces, que las denuncias de Petro de un plan para asesinarlo en la recta final de la campaña de mayo hayan sido recibidas con preocupación.4 Las otras dos sombras que planearon sobre todo el proceso electoral, incluso desde las elecciones parlamentarias de marzo, fueron el posible fraude5 y un eventual golpe de Estado6.
Compleja línea de base
En el más reciente índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional7 Colombia se encuentra en el lugar 89 entre 180 países. En cuanto a la pobreza, hay seis millones de colombianos en esa situación (39,3 por ciento de los habitantes), según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística. El mismo organismo oficial también detectó un aumento en la tasa de inseguridad, que alcanzó en 2021 a 44 por ciento de la población, cinco puntos más que un año antes.8
Esa es la línea de partida. A partir de ahí, las preocupaciones de algunos analistas se enfocan hacia la gobernabilidad en caso de ganar Petro. Cómo hacerlo en un país que ha tenido una relación tan compleja con su izquierda,9 con un centro político debilitado y donde la calidad de la democracia es una cuenta pendiente histórica. Según decía la portada del número de mayo de la edición colombiana de Le Monde diplomatique, la democracia en ese país es hoy, más allá del rito, un reto: el de convertir ese giro gradual a la centroizquierda de parte del imaginario social, que se refleja en el voto masivo a Petro, en una eficacia transformadora que trascienda lo formal.
Rafael Trejo, redacción de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.
Actualización
Las palabras “empate técnico” fueron las más pronunciadas en la mañana del lunes 6 en los pronósticos para la segunda vuelta de las elecciones de Colombia del domingo 19. El llamado “tracking presidencial” de la firma española GAD3 para el grupo de medios radiales RCN indicaba menos de dos puntos porcentuales en favor de Rodolfo Hernández, por debajo del margen de error del instrumento de medición. Los resultados eran consistentes con las mediciones de Yanhaas (Gustavo Petro un punto por encima) y de Guarume (Hernández tres puntos arriba).
En cuanto al destino de los votos de quienes habían optado por los candidatos eliminados en primera vuelta, al parecer, el 80 por ciento de quienes se inclinaron por el oficialista Federico Gutiérrez prefieren a Hernández. Los votantes del centrista Sergio Fajardo, aunque pocos –cuatro por ciento– resultaban a inicios de junio el principal territorio en disputa. Poco más de la mitad de los fajardistas (52 por ciento) estaban inclinados en ese momento por Petro y apenas un tercio por Hernández. Pese a que Fajardo había anunciado que no votaría a Petro, el hecho de que su compañero de fórmula, el ex ministro de Medio Ambiente Luis Gilberto Murillo, se hubiera sumado el 31 de mayo a la campaña del postulante de izquierda, puede explicar en parte ese desacople.
Otro de los elementos que estaban encima de las mesas de análisis en la primera semana de junio era la comparación de las mediciones del ya citado “tracking electoral” (una metodología automatizada de consulta a teléfonos móviles). Si se combinaban las gráficas de la medición inmediata al final de la primera vuelta con la del lunes 6, se apreciaba una curva descendente de la intención de voto por Hernández (del 52,5 al 47,9 por ciento) y, a la vez, un ascenso de Petro y del voto en blanco.
Al momento de esas especulaciones de comienzos de mes, el “factor México” no había entrado todavía en la ecuación. El viernes 3 el presidente mexicano, Manuel López Obrador, había “enviado un abrazo” público a Petro, ya que “está enfrentando una guerra sucia de lo más indigno y cobarde. [Es] todo lo que ya vimos y padecimos en México: Petro, ‘un peligro para Colombia’, ‘comunista’, ‘guerrillero’, ‘Colombia va a ser como Venezuela’, y etcétera. Pero con todo, unidos todos los conservadores, y sin ética, olvidando que la política es un imperativo ético. Lo hago porque, si alguien ha padecido ‒y no exagero, ni me siento víctima‒ esas guerras sucias es el que les habla. Desde hace años. Por eso, ánimo, y hay que tenerle mucha fe al pueblo, confiar en el pueblo, en la inteligencia del pueblo. No hay más que eso”. Ante estas palabras, la cancillería colombiana emitió de inmediato un comunicado de protesta por “injerencia desobligante”.
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“Petro, Fico y Hernández lideran en dos nuevas encuestas del CNC e Invamer”, El Tiempo, 20 de mayo de 2022. ↩
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Juan Carlos Zapata, “Los momentos más polémicos del candidato Rodolfo Hernández”, El País, Madrid, 30 de mayo de 2022. ↩
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“Según la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el genocidio de la UP dejó al menos a 5.733 víctimas”, Europapress, 23 de abril de 2022. ↩
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“Colombia: el candidato Gustavo Petro denunció un plan para asesinarlo”, la diaria, 3 de mayo de 2022. ↩
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“'Gobernaré para todos': Gustavo Petro se destapa a 15 días de las elecciones”, Semana, 15 de mayo de 2022, con versión en Youtube. ↩
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“Malestar en los cuarteles: generales, coroneles y soldados se destapan con Semana y cuestionan a Gustavo Petro”, Semana, 1º de mayo de 2022. ↩
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Gabriel Puricelli, “¿Podrá triunfar la izquierda en Colombia?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2022. ↩