El partido Al-Islah, que se suele ver como la rama yemení de los Hermanos Musulmanes, es la fuerza militar indispensable en el bando llamado “lealista”, que combate a los hutíes desde 1994. Pero los vientos están cambiando. La perspectiva de una paz duradera y la voluntad de Emiratos Árabes Unidos de marginar a este movimiento lo ponen a la defensiva tanto en el plano político como militar.

La atención mediática sobre la situación política en Yemen se concentra usualmente en la rebelión hutí y la guerra que conduce contra ellos la coalición dirigida por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos [desde sus capitales Riad y Abu Dabi, respectivamente].1 Poco se profundiza, sin embargo, en el rol de la Congregación Yemení por la Reforma (Al-Islah), un partido a menudo señalado como una extensión de los Hermanos Musulmanes en Yemen, que mantiene relaciones ambiguas con Arabia Saudita y tensas con Emiratos Árabes Unidos (EAU).

A finales de diciembre de 2021, Riad envió dos señales contradictorias a su supuesto aliado. Por un lado, el embajador saudita en Yemen, Mohammed Al-Jaber, recibió a una delegación del partido Al-Islah con el objetivo declarado de “cerrar filas” contra las “milicias hutíes”. Por el otro, Hassan Al-Shehri, un comentarista saudita con excesiva difusión y con fama de ser cercano al poder, se mostró –en el canal emiratí Sky News Arabia– particularmente severo y amenazante respecto de esta agrupación, haciendo referencia a sus vínculos con la asociación de los Hermanos Musulmanes (considerados “terroristas” por Riad y, sobre todo, por Abu Dabi). Esta concomitancia revela la ambigüedad de la posición saudita: entre la necesidad y el rechazo de Al-Islah; entre la interdependencia con Al-Islah en suelo yemení y la alianza estratégica con EAU en la escala regional. Ello en un contexto en el que la coalición establecida en 2015 por el príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman (MBS) para terminar con los hutíes en algunas semanas finalmente se encontró en un impasse militar. Ahora, reducida drásticamente en integrantes, ya no constituye más que un binomio saudita-emiratí de muy imperfecta cohesión.2

En el otoño de 2021, mientras los hutíes se adentraban en la región de Marib, algunos jefes militares y tribales cercanos a Al-Islah criticaron públicamente la estrategia de la coalición estimando que privilegiaba sus propios intereses en detrimento de los de la población yemení. En respuesta, Riad y Abu Dabi decidieron suspender durante algunos días los bombardeos aéreos antihutíes, y los retomaron luego de que el gobernador de Marib, Sultán Al-Arada, jefe tribal pro Al-Islah, hiciera una declaración obsecuente respecto de los sauditas y los emiratíes.

Estos eventos, que pueden parecer anecdóticos, reflejan la complejidad de las relaciones entre Al-Islah y el poder de Riad. Recordemos que Arabia Saudita está en el origen del nacimiento del movimiento islamista en Yemen del Norte. En efecto, Al-Islah –creado oficialmente en 1990– es en parte el resultado de un sistema de enseñanza paralelo, los “Institutos Científicos” (Ma’âhid ‘ilmiyya), financiados por la monarquía y vectores del islam wahabita en Yemen desde los años 70. En detalle, Al-Islah es la convergencia de la influencia de tres actores: Arabia Saudita, por supuesto, pero también los Hermanos Musulmanes –en particular por la llegada, desde fines de los años 60, de numerosos profesores egipcios, sirios y sudaneses a menudo marcados por esta ideología transnacional suní– y, finalmente, las tribus. Justamente, fue el jefe de la confederación tribal de los Hached, Abdallah Al-Ahmar, quien fundó Al-Islah en 1990, junto con el jefe religioso Abdelmadjid Al-Zindani, asimismo fundador de la Universidad de Al-Iman (“la fe”), conocida por su rol en la promoción de la yihad.

A pesar de estos vínculos y de un apoyo financiero saudita sustancial aportado al movimiento islamista, Riad y Al-Islah se encontraron en bandos opuestos en dos oportunidades. Para empezar, durante la guerra civil de 1994. Mientras que el primero apoyaba a los secesionistas sureños, el segundo era la punta de lanza de la guerra que llevaba contra ellos el presidente Ali Abdallah Saleh (presidente de Yemen del Norte de 1978 a 1990 y de Yemen unificado de 1990 a 2012). Y luego en 2011, cuando la Primavera Árabe le brindó a Al-Islah la oportunidad de destacar su dimensión reformista, e incluso revolucionaria, para disgusto de la potencia tutelar saudita. Aprovechando el levantamiento popular, el partido “hermanista”, cuyo peso en el Parlamento había sido sistemáticamente reducido (alrededor de 50 escaños sobre 301), consideró que por fin había llegado su turno de tomar plenamente el poder y que era tiempo de deshacerse del presidente Saleh y de su partido, el Congreso General del Pueblo (CGP).

Después de la primavera

En los primeros meses de 2011, este levantamiento, inscripto en un contexto revolucionario más general, tomó por sorpresa a la Arabia Saudita contrarrevolucionaria, aunque esta última terminaría por contribuir a la expulsión de Saleh en 2012. El movimiento islamista se sincronizó entonces con los Hermanos Musulmanes del resto del mundo árabe. La protesta fue así apoyada por los aliados de Riad: el diputado de Al-Islah e hijo del jeque Abdallah, Hamid Al-Ahmar; el controvertido director de la Universidad Al-Iman Abdelmadjid Al-Zindani (el padre espiritual de Al-Islah); pero también la figura islamista del ejército, el general Ali Mohsen Al-Ahmar (quien se volcará del lado de los revolucionarios el 20 de marzo de 2011).3

Durante este período, Abdrabbo Mansour Hadi, presidente del Congreso General del Pueblo (CGP), abandonó a Saleh y lo sucedió. Pero en los hechos, Al-Islah mantuvo un lugar preponderante en el seno del poder yemení y Hamid Al-Ahmar se convirtió en realidad en el hombre fuerte del país. Entre 2011 y 2013 fue el secretario general del comité preparatorio de la Conferencia del Diálogo Nacional. Pero Saleh –quien conservó el control sobre una parte del ejército luego de su partida– no había dicho su última palabra en el enfrentamiento que lo oponía a los “islahíes”. Su revancha se tradujo en una alianza de circunstancia con los hutíes que lograron tomar Saná en 2014.

En lo que concierne a este episodio, se enfrentan dos relatos: los partidarios de Saleh atribuyen, aun hoy, esa caída a Al-Islah, por su mal ejercicio del poder; los islahíes la atribuyen a la “traición” de Saleh y de sus aliados. La victoria hutí finalmente fue en detrimento de los dos, ya que, luego de un enésimo cambio de alianza, Saleh fue asesinado por los rebeldes hutíes, mientras que la mayoría de los jefes islahíes fueron forzados al exilio, al igual que el presidente Hadi. Los hutíes llegarán incluso a reclamar el levantamiento de 2011 (en nombre de sus insurrecciones pasadas), que habría sido, según ellos, usurpado por Al-Islah.

En 2015 fue el turno de Al-Islah de ser sorprendido por los sauditas. Cuando MBS, devenido ministro de Defensa, decidió intervenir militarmente contra los hutíes, el partido islamista lo apoyó a regañadientes en un primer momento en nombre de consideraciones humanitarias. En un comunicado del 26 de marzo de 2015, primero dijo estar “devastado” por la situación y pareció lamentar los bombardeos sauditas que produjeron víctimas civiles. Sin embargo, el 2 de abril de ese año, algunos miembros del partido fueron secuestrados por los hutíes, que multiplicaron las operaciones anti Islah. Al día siguiente, el partido anunció su apoyo a la operación militar saudita.

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Vueltas de tuerca

Hoy el panorama político de Yemen es una suma de fragmentaciones. El CGP, adversario de Al-Islah, se divide en tres tendencias: una facción bajo tutela saudita, presidida por Hadi; otra del clan Saleh, ahora bajo la tutela emiratí; y una tercera que convive con los hutíes en Saná. Por su lado, Al-Islah es a la vez una red y un movimiento cuyos elementos presumen de cierta autonomía, a la vez que acuerdan sobre ciertos puntos: un islam prioritariamente suní, a pesar de lo que el investigador Franck Mermier denominó como un “proceso de uniformización de las creencias y de las prácticas religiosas” ya en marcha antes de los años 60;4 el reformismo; una solidaridad transnacional con otros representantes de ese islam político suní; una voluntad de conciliar el conservadurismo y la modernidad política; una retórica centrada sobre las reivindicaciones populares.

Al mismo tiempo, ciertas personalidades conocidas por su proximidad con el movimiento, incluso ciertas figuras tradicionales asociadas al partido, rechazan definirse como islahíes o como Hermanos Musulmanes, o como ambos a la vez. Hemos entrevistado a algunas de ellas en Estambul: Hamid Al-Ahmar (jefe tribal y político); Abdallah Al-Zindani, hijo de Abdelmadjid Al-Zindani (respaldo intelectual y religioso); y Hamoud Al-Makhlafi (fundador de un “Frente Popular” contra los hutíes en Taiz). Los tres niegan todo vínculo con los Hermanos Musulmanes y solamente el primero asume su pertenencia a Al-Islah.

También la escala geopolítica permite dar crédito a la identificación de un movimiento islahí independientemente del partido: las personalidades antes mencionadas, al igual que Mohammed Al-Yadoumi (jefe del partido), viven en la megalópolis estambulí y gozan de la protección de Turquía, uno de los países que más actuaron a favor de los Hermanos Musulmanes en el marco de las “primaveras árabes”, particularmente en Egipto y en Siria.5 Estas personalidades, también entrevistadas, comparten una misma mirada crítica respecto de la coalición, cuestionando la sinceridad del combate antihutí. Aquí también emergen diferentes tendencias: el ala más “lealista” (la más prosaudita), representada por el partido; el ala “crítica” (en la que podríamos clasificar a Al-Makhlafi), cercana a Turquía y a Catar; la tendencia antisaudita (en la que encontramos a la ex premio Nobel de la Paz Tawakkol Karman, quien tomó distancia del movimiento pero permanece cercana a Turquía y a Catar); por último, los islahíes que se quedaron en Saná, forzados a un modus vivendi con los hutíes.

La cautela de varios islahíes en asumir la categoría de “hermanos musulmanes” se explica por el miedo a ser acusados de terrorismo. Formulado mayormente por Abu Dabi, este cuestionamiento es percibido por quienes combaten (militares, milicianos, yihadistas...) como un arma destinada a aniquilarlos políticamente. Y ciertos mandos consideran que si Arabia Saudita es a veces sensible a esta acusación es por el hecho de la insistencia emiratí. Sin embargo, el expresidente Hadi, durante mucho tiempo criticado por Abu Dabi a causa de la preponderancia de los combatientes islahíes en sus tropas, y en razón de la presencia formal de Al-Islah en su gobierno y en todos los segmentos del Estado, difícilmente podía prescindir de ellos. Por un lado, era persona non grata en los territorios controlados por los actores patrocinados por EAU (Aden, dominada por los separatistas sureños). Por el otro, les debía las pocas victorias “lealistas” a las tropas islahíes.

Pero la fragilidad política de Al-Islah, es decir, la permanente amenaza de ser abandonado por la coalición, o aun de convertirse en el blanco, no debe hacernos olvidar su influencia considerable ante la población yemení, a veces incluso en las zonas controladas por los hutíes y por los separatistas sureños. En otros términos, Al-Islah es a la vez la carne de cañón del bando “lealista” y su elemento más sólido y mejor anclado en la sociedad yemení. Mientras duró la guerra contra los hutíes, los sauditas mismos, contrariamente a sus pares emiratíes, debían tratar bien a esos combatientes, entre los más numerosos en el campo de batalla y que representaban la única alternativa ideológica a los hutíes en el norte del país.

Pero la situación parece haber cambiado desde el 7 de abril último, cuando Hadi cedió su lugar a un “consejo presidencial” dominado por personalidades cercanas a EAU, grandes vencedores de esta reforma. Además, el vicepresidente Ali Mohsen Al-Ahmar fue apartado, conforme a los deseos de Abu Dabi. Ningún miembro oficial de Al-Islah está representado en este consejo presidencial. Sultán Al-Arada, considerado cercano a ese partido, está por supuesto presente en él, pero únicamente en tanto gobernador de una región clave: Marib. Además, más allá de la tregua entre los hutíes y la coalición en ocasión del Ramadán, los sauditas no parecen propensos a seguir por mucho tiempo más la guerra en Marib, como indican los numerosos llamados al diálogo con los hutíes, que sin duda se haría en perjuicio de Al-Islah. Incluso Turquía inició una reorientación estratégica –que hay que tomar con prudencia– al renunciar a su postura prorrevolucionaria y pro Hermanos Musulmanes de hace diez años en provecho de sus relaciones bilaterales –incluidas aquellas con sus adversarios de ayer–, del mismo modo que EAU.6 Ankara podría sacrificar a los islahíes alojados en su territorio o exigir su retirada de la vida política a cambio de compensaciones financieras eventualmente aseguradas por Catar. Sin embargo, nada dice que la influencia política y militar de Al-Islah desaparecerá del territorio yemení.

Khaled Al-Khaled y Adlene Mohammedi, periodista e investigador asociado al centro de investigación estratégica Aesma; director científico de Aesma, respectivamente. Traducción: Micaela Houston.


  1. Pierre Bernin, “Los caminos tortuosos de la paz” y “Fracaso saudita en Yemen”, Le Monde diplomatique, marzo de 2019 y enero de 2021. 

  2. “La stratégie saoudienne au Yémen: une impasse à toutes les échelles”, Moyen-Orient, Areion group, Aix-en-Provence, Nº 46, abril-junio de 2020. 

  3. Laurent Bonnefoy, Le Yémen: De l’Arabie heureuse à la guerre, Fayard, París, 2017, p. 113. 

  4. Rémy Leveau, Franck Mermier y Udo Steinbach (dirs.), Le Yémen contemporain, Karthala, París, 1999. 

  5. Killian Cogan, “Estambul, espejo de un mundo árabe fracturado”, Le Monde diplomatique, junio de 2021. 

  6. Marie Jégo, “Le président turc Erdoğan, isolé diplomatiquement, renoue avec les Émirats arabes unis”, Le Monde, 15 de febrero de 2022.