Recibidos como héroes en enero de 2013, después de haber detenido una ofensiva yihadista proveniente del norte del país, los soldados franceses ya no son bienvenidos en Malí. La junta en el poder revisa sus alianzas acercándose particularmente a Rusia y obliga a Francia a reposicionar sus tropas en la región. En el terreno, la ausencia de progreso económico se hace sentir.

“Estamos aprendiendo, de alguna manera, a ser los estadounidenses de la coalición”, les explicaba a periodistas especializados en temas de defensa el general Pierre Schill, jefe de Estado Mayor del Ejército francés, el 31 de enero, en relación con la intervención francesa en el Sahel. Esta comparación con Estados Unidos se revela torpe apenas unos meses después de su derrota en un Afganistán que buscaba reconstruir y que abandonó en medio del caos. Sin embargo, dice mucho acerca de lo que está en juego en cuanto a la presencia gala en la subregión.

El intercambio sucedió apenas dos semanas antes del anuncio oficial de la retirada de las tropas francesas de Malí, el 17 de febrero. Desde enero de 2013, estas fuerzas reagrupadas bajo las sucesivas banderas de las operaciones Serval y, luego, Barkhane tenían como misión luchar contra diversos movimientos político-militares, que reivindican su pertenencia a Al Qaeda en unos casos y a la organización Estado Islámico (EI) en otros. Al cabo de los años, los franceses lograron movilizar a su lado a contingentes de varios estados europeos, entre ellos las fuerzas especiales enviadas por una decena de países en el marco de la operación Takuba,1 así como a batallones africanos en el marco de la Fuerza Conjunta G5 Sahel (Malí, Chad, Nigeria, Mauritania, Burkina Faso).

Ocho años después, al menos 2.800 yihadistas habrían sido abatidos en el transcurso de las operaciones llevadas a cabo por los franceses, que por su parte perdieron 58 hombres.2 Un balance que debe ser comparado con el total de pérdidas sufridas por las fuerzas africanas: probablemente cientos de muertos y de heridos. A falta de un recuento oficial, su número exacto sigue sin conocerse. Por su parte, las víctimas civiles en los países involucrados se contarían de a miles.

Desde el golpe de Estado de agosto de 2020 que derrocó al presidente Ibrahim Boubakar Keita, cercano a Francia, Malí se hunde en una profunda crisis política.3 A pesar de este primer golpe, Barkhane había logrado seguir trabajando con las autoridades de la llamada transición. Las operaciones se mantuvieron y la cooperación con las Fuerzas Armadas malíes continuó. Sin embargo, la situación se degradó cuando el coronel Assimi Goïta, vicepresidente del gobierno interino, organizó un nuevo golpe para acaparar la totalidad del poder en agosto de 2021. El oficial suspendió entonces la preparación de las elecciones previstas para febrero de 2022. Este hombre discreto, cuyos objetivos siguen siendo misteriosos, puso al frente de la escena a su primer ministro, Choguel Kokall Maiga, y a su ministro de Relaciones Exteriores, Addoulaye Diop, dos voces hostiles a París.

En Malí, “la junta quiere acción”

La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) denunció este bloqueo a los esfuerzos democráticos e impuso sanciones financieras al país. Tomando distancia de sus aliados europeos, y particularmente de Francia, la Junta cuestionó los acuerdos de defensa que permitían a los militares franceses circular libremente por Malí. La presencia de mercenarios del grupo paramilitar ruso Wagner, conocido por sus abusos hacia las poblaciones, particularmente en la República Centroafricana4 –“perros de guerra” con los cuales los europeos no quieren cooperar–, fue negada por la Junta en un primer momento, antes de asumida.

En el terreno ya nada funciona. “Ha sucedido que las fuerzas armadas malíes les pidan a los oficiales de enlace franceses en los centros operativos que salgan [de la habitación] para coordinar sus operaciones con Wagner”, nos confía un alto mando francés. El 24 de enero, el gobierno de Malí, desde su capital Bamako, infligió una nueva ofensa a Francia, que había apostado fuertemente al apoyo de Takuba, al decidir que las fuerzas especiales danesas recién llegadas a Gao finalmente no eran bienvenidas. El tono no deja de subir. El ministro de Relaciones Exteriores, Jean-Yves Le Drian, denunció la “ilegitimidad” de una Junta “irresponsable” (Asamblea Nacional, 1º de febrero). El 28 de ese mes, en Radio France Internationale, el jefe de la diplomacia malí exigió más “respeto” por parte de su exaliado. Tres días después, el gobierno malí expulsó al embajador de Francia.

Crecía el rumor de una retirada de Barkhane, antes de ser anunciada por el propio presidente Emmanuel Macron al día siguiente de una reunión del Consejo Europeo, el 17 de febrero. El retiro simultáneo de las tropas de Takuba y del contingente canadiense disimula mal lo que fue ante todo una retirada francesa. “Desde 2013 con la valiente decisión del presidente François Hollande de intervenir en Malí, a pedido de las autoridades malíes y de las autoridades de la región –explicó el actual jefe de Estado–, Francia cumplió un rol federalizador de la movilización internacional en favor del Sahel”. Macron presentó este movimiento de tropas como una “reorganización”, evitando cuidadosamente la palabra “retirada”, con su olor a derrota. Subrayó que los grupos afiliados a Al Qaeda y a EI se extienden actualmente hacia el conjunto del Golfo de Guinea para explicar que las fuerzas francesas debían volver a desplegarse de forma duradera en la región. Así, el inmenso aeropuerto militar de Niamey convierte a Níger en el nuevo eje de Barkhane. “No podemos seguir militarmente comprometidos con autoridades de hecho cuya estrategia y cuyos objetivos ocultos no compartimos”, agregó Macron.

Por su parte, Bamako denunció una serie de decisiones “unilaterales” y “repetidas violaciones de los acuerdos de defensa” antes de “invitar” a las autoridades francesas “a retirar, inmediatamente, a las fuerzas Barkhane y Takuba, bajo la supervisión de las autoridades malíes”. Cada parte quiere atribuirse la ventaja de la ruptura. Consumado el divorcio, los dirigentes malíes celebraron su recobrada soberanía, acordándoles no obstante a las tropas entre cuatro y seis meses para retirarse.

En París se niegan obstinadamente a hablar de fracaso. Así, el coronel Pascal Ianni, portavoz del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, nos asegura: “Fueron alcanzados los objetivos que les fueron fijados a los ejércitos”. Y recuerda que en 2013 la mitad norte de Malí estaba ocupada por los yihadistas, mientras que las tropas regulares habían emprendido la huida. “Se le reprocha a Barkhane no haber logrado hacer desaparecer al terrorismo –agrega–. Pero sus raíces no son securitarias. Si los jóvenes se unen a los grupos armados es porque no tienen ninguna perspectiva de futuro, porque están confrontados a tensiones comunitarias, no porque haya militares franceses presentes en la región”.

En el país, sobre todo en el sur, lejos de las zonas de combate, son frecuentes los reproches a los que este oficial intenta responder aquí. En los últimos meses, las demostraciones de hostilidad hacia Barkhane y Francia se multiplicaron en la región: algunos habitantes incluso retuvieron a un convoy militar durante varios días en la frontera con Níger y Burkina Faso en diciembre de 2021. Si bien la propaganda rusa aviva las tensiones, al difundir películas y mensajes manipuladores, la siguiente conclusión se impone: tras nueve años de intervención, Francia no logró devolver la seguridad y la paz en el Sahel. Desde 2013, según las cifras de la asociación Armed Conflict and Event Data Project (Acled), 5.622 civiles murieron por hechos violentos en Níger, 8.201 en Burkina Faso... y 12.143 en Malí. La violencia no cesó de aumentar hasta alcanzar un pico en 2020. Los franceses lograron algunos golpes severos a grupos vinculados con EI, pero otros grupos prosperaron en territorios que Barkhane no puede controlar en su totalidad.

“No podemos negar que se trata de un fracaso”, lanza Yvan Guichaoua, investigador en la Universidad de Kent. “El plan A [de los franceses] era efectivamente quedarse. La retirada no fue voluntaria. La agresividad de la Junta no lo explica todo. Existía una ambigüedad desde el principio: Francia afirmaba querer ayudar a los malíes a la vez que imponía decisiones desfasadas con lo que la población esperaba y con las capacidades del régimen. Por ejemplo, al precipitar las elecciones [en julio-agosto de 2013] cuando no estaban dadas todas las condiciones”.

Muchos reconocen los esfuerzos de Francia, que puso en marcha la llamada “estrategia de las 3 D”: diplomacia, desarrollo, defensa. Respecto de este último componente, el militar, se puso el acento en la caza de yihadistas, pero también en la formación y el apoyo a las operaciones de los soldados malíes. Sin embargo, estos últimos a menudo se encontraron desamparados en el terreno, particularmente en el norte del país. Allí, “los terroristas están en su casa, no las fuerzas armadas malíes”, deplora un oficial francés que las acompañó. “Están como nosotros: en operaciones exteriores. Aquellos que llamamos terroristas en Francia son en realidad nómadas, granjeros, movilizados por personas que sí están ideologizadas. Sus motivaciones son múltiples: el dinero, cierto estatus social”.

El poder establecido en Bamako parece no querer cargar más con el derecho de la guerra ni con las reglas humanitarias internacionales. “La Junta quiere acción, a veces sobre bases racistas”, adelanta un observador francés que prefiere guardar el anonimato. “Los peul, los árabes y los tuareg son para los nacionalistas de Bamako objeto de desprecio o de hostilidad, y fácilmente calificados de terroristas. Los malíes que piensan así no son forzosamente muy numerosos pero son influyentes en los círculos del poder”. El 15 de marzo, la asociación Human Rights Watch reveló las atrocidades cometidas por militares malíes, vengándose de poblaciones acusadas de colaborar con los yihadistas.5

Los franceses se exasperan fácilmente de los procesos en clave de neocolonialismo o arrogancia. Tras bastidores, apuntan contra la negligencia de las autoridades locales, incapaces, según ellos, de restablecer la presencia del Estado en el norte. Por su parte, París afirma plegarse a los deseos de las poblaciones locales. “África para los africanos no es únicamente un eslogan o una moda”, afirma en este sentido Luc Hallade, embajador de Francia en Uagadugú, durante una conferencia de prensa el 11 de marzo. “Hay una verdadera voluntad de nuestra parte de alinearnos a las decisiones que son tomadas a nivel regional por las organizaciones africanas”.

Muertos de los que nadie habla

Sin embargo, este discurso deja escépticos a varios gobiernos de la subregión. “París comete un error al juzgar ilegítimo el poder de Mali”, estima un francés que observó las negociaciones entre los nuevos dirigentes de Bamako y París. Esta postura le habría ganado la enemistad de ciertos dirigentes del África Occidental pese a su hostilidad hacia los golpistas. En efecto, la agresividad de Francia contra la Junta de Bamako contrasta con la indulgencia con la que gratifica a la que se impuso en Burkina Faso en enero. ¿Y por qué el presidente Macron aceptó al nuevo presidente de Chad, Mahamat Déby, él también autor de un golpe de Estado tras la muerte de su padre en abril de 2021? ¿Acaso el apoyo a los dictadores depende de su propensión a alinearse con los intereses de París?

Una imagen de arrogancia les cabe a los franceses que estarían convencidos de ocupar un lugar aparte en los equilibrios del Sahel. Suscitarían exasperación y resentimiento incluso en las filas de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (Minusma), cuyo rol sería minimizado. “Da la impresión de que los cascos azules se incrustaron en terreno de los franceses, mientras que es todo lo contrario”, nos confía un dirigente de la fuerza internacional. “Se fueron de Tessalit, pero nosotros seguimos acá. Siempre estuvimos en Kidal, donde Barkhane no estaba. No hay que subestimar el rol de garantía de Barkhane, pero tampoco hay que sobreestimarlo. Nos organizamos. Siempre es bienvenida la ayuda, pero en los hechos, siempre logramos avanzar sin ellos. No hay pánico a bordo”.

Al anunciar la retirada de Barkhane, Macron homenajeó largamente la memoria de los franceses que murieron en la lucha contra el terrorismo y no dijo ni una sola palabra para los numerosos soldados africanos o los 146 cascos azules también caídos en combate. “Recuerdo la caída de los helicópteros franceses en 2019, en la que murieron 13 personas”, recuerda nuestra fuente en el seno de la Minusma. “Paz para sus almas. En Francia fue un drama total con un homenaje nacional en Los Inválidos [donde está la tumba de Napoleón Bonaparte]. Sin embargo, al mismo tiempo los cascos azules habían perdido siete u ocho personas. Nadie habló de ellos”.

Mientras París y Bamako libran una guerra comunicacional y que cada uno se echa la responsabilidad de la degradación de las condiciones de vida en Malí, ¿qué va a suceder con las poblaciones? “La atención se concentra sobre una posible retirada de las tropas francesas de Malí, sobre la llegada de las fuerzas rusas, sobre los golpes de Estado militares y sobre las desavenencias diplomáticas”, lamenta la treintena de asociaciones civiles de todos los países de la región reagrupadas en el seno de la Coalición Ciudadana para el Sahel, en una carta abierta conjunta el 16 de febrero. “Pero las necesidades de las poblaciones civiles, que siguen siendo las primeras víctimas de la inseguridad, parecen quedar relegadas a un segundo plano”.6

Romain Mielcarek, periodista. Traducción: Micaela Houston.

Actualización

El 18 de mayo el gobierno de Malí anunció que se retira de la Fuerza Conjunta G5 Sahel, debido a que se le habría impedido presidirlo. En la raíz de ese impedimento habrían estado –según Malí– las presiones francesas. Cinco días más tarde, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lamentó esta decisión, al tiempo que la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios advertía que 18 millones de personas en el Sahel se enfrentan a una crisis alimentaria. Esta situación, según la organización internacional, se debería a la suma de violencia, inseguridad, extrema pobreza y precios de alimentos que a raíz de la guerra de Ucrania están alcanzando niveles récord.

A comienzos de mayo la comisaria europea para Asociaciones Internacionales, la finlandesa Jutta Urpilainen, había dicho que Europa no abandonará el Sahel, pero había advertido por la existencia de actores que no comparten los valores del viejo continente. Analistas internacionales interpretaron estas palabras como un rechazo a la presencia en Malí de los contratistas privados de seguridad de la polémica empresa rusa Wagner.


  1. Véase Romain Mielcarek, “Au Sahel, la France sous-traite sa guerre”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2021. 

  2. Anthony Fouchard, “Au Sahel, l’armée française a tué au moins 2.800 djihadistes”, Mediapart, 16-2-22. 

  3. Anne-Cécile Robert, “Golpe de Estado en un Malí sin Estado”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, octubre de 2020. 

  4. Véase “République centrafricaine: le groupe russe Wagner harcèle et intimide les civils, dénoncent des experts de l’ONU”, ONU Info, Nueva York, 27-10-21. 

  5. “Mali: nouvelle vague d’exécutions de civils”, Human Rights Watch, 15-3-22. 

  6. “A l’heure des redéploiements militaires, un sursaut civil est plus urgent que jamais au Sahel”, Coalición Ciudadana por el Sahel, 16-2-22.