Amparada en sus buenos resultados en las elecciones legislativas de 2021, una nueva generación de representantes comunistas esperaba convertirse en la principal fuerza de oposición real al Kremlin. Eso fue antes de la guerra. Hoy, su dirección alienta las operaciones armadas en Ucrania purgando a los disidentes. Fuera del Parlamento, los militantes de izquierda continúan el combate.

En un discurso pronunciado el 22 de febrero, en vísperas de la invasión a Ucrania, el presidente ruso, Vladimir Putin, expuso los motivos ideológicos que justificaban el desencadenamiento de la guerra. Para él, dicho país, con sus fronteras actuales, sería una entidad artificial creada por el poder bolchevique y a la que hoy “se podría designar, con razón, como la Ucrania de Vladimir Ilich Lenin”.

Si al llegar al poder hace veinte años Putin calificaba la dislocación de la Unión Soviética (URSS) como “catástrofe geopolítica mayor”, actualmente estima que la verdadera tragedia fue la creación misma de la URSS: “Los errores estratégicos de los dirigentes bolcheviques provocaron el colapso de nuestro país unido”, declara, reprochando a Lenin que haya inscripto en la Constitución soviética la posibilidad, para cada república, de abandonar la Unión. De hecho, al hacer de la guerra en Ucrania una “verdadera ‘descomunización’”, el presidente ruso quiere dar vuelta finalmente la página de la historia soviética para volver a los principios del imperio ruso prerrevolucionario. Este anticomunismo declarado, sin embargo, no le impidió al Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) –o más exactamente, a su dirección– apoyar sin reservas la “operación especial” en Ucrania. Porque dicho partido, el segundo en número de diputados en la Duma, vive desde hace algunos años una importante transformación de sus militantes y, sobre todo, de sus votantes, algunos de los cuales se encuentran hoy expuestos a la represión del movimiento antiguerra.

Aunque el preámbulo del programa del PCFR proclame una filiación directa con el partido bolchevique, su historia comienza realmente en 1993. Dos años antes, tras la desaparición de la URSS, el presidente Boris Yeltsin había disuelto el Partido Comunista Soviético, lo que provocó la emergencia de una multitud de grupos políticos de izquierda, ferozmente opuestos a la “terapia de shock” administrada a la economía del país. Para eliminarlos, el gobierno optó por alentar la creación de una fuerza de oposición moderada, lista para plegarse a las nuevas reglas del juego político. Yeltsin autoriza entonces la reconstitución de un partido comunista después de haber ponderado prohibir esa “ideología criminal”, a semejanza de algunos países de Europa del Este.

En febrero de 1993, el congreso fundador del PCFR elige a Guennadi Ziuganov a la cabeza de la organización, puesto que ocupa aún hoy. Después de la disolución por la fuerza del Soviet Supremo (Parlamento ruso) en octubre de 1993, preludio de la instauración de un régimen presidencial autoritario, el PCFR adquiere un cuasi monopolio sobre el flanco izquierdo del nuevo sistema de partidos. A cambio, la formación se somete a una regla tácita: cualquiera sea el número de votos conquistados, los comunistas no deberán amenazar la orientación estratégica del país. En particular, renuncian a oponerse a que prosigan las privatizaciones y a que se construya una economía de mercado. Al canalizar el descontento, se convierten durante un largo período en un factor de estabilidad.

Electorado en movimiento

A lo largo de los años 1990 y 2000, el PCFR sigue siendo el partido que dispone de la mayor base militante (hasta 500.000 miembros) y el único capaz de hacer bajar a la calle a decenas de miles de manifestantes. El entusiasmo de sus adherentes le permite llevar adelante campañas electorales exitosas, pese a los recursos financieros limitados y a un acceso casi inexistente a la televisión. El partido alcanza el primer lugar en las elecciones de 1995 a la Duma de Estado y, en 1996, Ziuganov pasa a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, antes de perder, por poco, frente a Boris Yeltsin. Pese a las numerosas manipulaciones que jalonaron el escrutinio,1 los comunistas reconocen el resultado.

Después de la llegada de Putin al poder en 2000, el régimen político ruso se endurece progresivamente. El éxito y la independencia relativa del PCFR son cada vez menos tolerados por el Kremlin. La administración presidencial obliga a los dirigentes comunistas a apartar a todos los elementos radicales y ajusta su control financiero sobre la organización. Mientras que a comienzos de los años 2000 las cuotas de sus miembros constituían más de la mitad de sus ingresos, en 2015 ya no representan más que 6 por ciento. El financiamiento público se eleva, en lo que le compete, a 89 por ciento de sus recursos.2

La docilidad con la cual el PCFR cumple su rol de oposición “constructiva” le hizo perder muchos adherentes (160.000 en 2016), así como el apoyo de los votantes. Desde entonces se ve tironeado entre la necesidad de seguir siendo leal al Kremlin y la de conquistar nuevos partidarios. En 2011, aunque haya sido la primera víctima de la adulteración de las urnas, el Partido Comunista permanece al margen de las manifestaciones contra el fraude electoral de las elecciones legislativas, dejando a la oposición liberal la tarea de llevar el estandarte de las libertades públicas. No obstante, durante las elecciones presidenciales de marzo de 2018, el PCFR da un primer paso hacia el electorado contestatario. Inviste a Pavel Grudinin, empresario a la cabeza de un antiguo sovjoz (granja estatal) privatizado, cuya retórica rompe con el habitual alegato partidario. Prácticamente desconocido para el gran público, el candidato comunista insiste en los problemas sociales actuales y no en las hazañas y éxitos de la Unión Soviética.

A pesar del llamado del opositor “outsider” Alexei Navalny a boicotear dicho escrutinio (en el cual no fue autorizado a participar), Grudinin se quedó con el segundo lugar en la primera vuelta con 11,7 por ciento de los sufragios (es decir, 8,6 millones de votos), lo que constituye todo un desempeño para un escrutinio presidencial tradicionalmente dominado por Putin. Este resultado inspira a Navalny una nueva estrategia, el “voto inteligente”, lanzado en el otoño de 2018. El opositor invita a sus partidarios a votar por los candidatos mejor ubicados para vencer a Rusia Unida (en general, comunistas). Este cambio de rumbo sigue de cerca las manifestaciones del verano de 2018 contra la decisión gubernamental de aumentar la edad de jubilación.3 Muy impopular, esta medida reforzó a la oposición, particularmente a la comunista. En setiembre de 2018, el PCFR ganó las elecciones parciales en las regiones de Irkutsk y de Jakasia, así como en algunas ciudades de Ulianovsk y Samara. Esta dinámica se confirma en el otoño de 2019, cuando los comunistas se quedan con un tercio de los escaños en el parlamento municipal de Moscú (13 sobre 45).

Se produce entonces una situación paradójica: una parte de la clase media urbana, de convicción liberal, vota contra sus propios principios y afinidades ideológicas. La geografía electoral del PCFR evoluciona. Mientras que en los años 1990 y 2000 los votantes del Partido Comunista se reclutaban sobre todo entre los habitantes de las regiones agrícolas del sur de Rusia, hoy son numerosos en las regiones industrializadas y en las grandes ciudades. En las últimas elecciones legislativas, en setiembre de 2021, el PCFR se quedó con un gran número de votos en las ciudades de Ekaterimburgo, Irkusk, Kabarovsk y Chelyabinsk, mientras que ninguna de estas ciudades de varios millones de habitantes formaba parte del “cinturón rojo” de los años 1990. En Moscú y San Petersburgo, donde las opiniones liberales siempre fueron tradicionalmente más fuertes que en el resto del país, el PCFR obtuvo respectivamente 22 y 17,9 por ciento de los votos, mientras que el partido liberal opositor Yabloko sufría una estrepitosa derrota. El Partido Comunista se destaca claramente del resto de la oposición: le lleva más de 10 por ciento a la extrema derecha encarnada por el Partido Liberal Demócrata de Rusia de Vladimir Zhirinovski, con el cual estaba codo a codo en las elecciones legislativas de 2016 (alrededor de 13 por ciento).

Doctrina quieta

Pese a la aparición de este nuevo electorado, el partido no evolucionó mucho en materia ideológica o en su estructura política interna. Su programa oficial sigue estando marcado por el estalinismo, por el nacionalismo y por la defensa de un Estado de bienestar paternalista, en el espíritu de los últimos años de la URSS. El partido recuerda en ese programa su apego a “la doctrina marxista-leninista dinámica”, y luego afirma que “en ocasión de la restauración del capitalismo, la cuestión rusa se volvió de una importancia extrema”, denunciando “el genocidio de una gran nación” y la necesidad de proteger la civilización rusa de los asaltos de un Occidente materialista y carente de alma.

De acuerdo con esta línea, el grupo parlamentario comunista desempeñó incluso un rol activo en favor de la agresión contra Ucrania: el 19 de enero, mientras las tropas rusas organizaban maniobras en la frontera y los dirigentes occidentales proseguían su diálogo con Putin, once diputados comunistas, entre ellos su indestronable dirigente Guennadi Ziuganov, que ocupa su puesto desde hace cerca de treinta años, propusieron a la Duma de Estado una resolución que solicitaba al presidente ruso que reconociera la independencia de las “repúblicas populares” del este de Ucrania y pusiera fin al “genocidio” de sus poblaciones. Este pedido equivalía a poner término a las negociaciones en torno de los acuerdos de Minsk (que reconocían Donetsk y Lugansk como parte de Ucrania) y provocar el desencadenamiento inmediato de un conflicto militar. En un primer momento, la mayoría parlamentaria del partido Rusia Unida no sostuvo la iniciativa porque la juzgaba demasiado radical. Sin embargo, fue este documento, adoptado por mayoría absoluta por el Parlamento un mes más tarde, el que sirvió de base a la invasión.

El primer día de la guerra, el Partido Comunista publicó una declaración oficial en la cual afirmaba su completo apoyo a la política de Putin respecto de Ucrania, evitando cuidadosamente palabras como “guerra” u “operaciones militares”. Este documento recuperaba los términos de la retórica oficial sobre la necesidad de “desmilitarizar y desnazificar” el país vecino, y afirmaba la urgencia de poner freno a los planes de “Estados Unidos y sus satélites de la Organización del Tratado del Atlántico Norte que pretenden sojuzgar a Ucrania”. En una nueva declaración publicada el 12 de abril, es decir, un mes y medio más tarde, el PCFR describe Ucrania como “el centro mundial del neonazismo” y llama a “la movilización de los recursos espirituales y económicos de Rusia para rechazar el fascismo liberal”, instaurando el estado de sitio y una estricta regulación pública de la economía en ese contexto de confrontación con Occidente.

Sin embargo, al mismo tiempo, los tres únicos diputados rusos que tuvieron el coraje de denunciar públicamente la invasión a Ucrania pertenecen al grupo comunista. Así, uno de ellos, Oleg Smolin, respetado por su lucha de largo aliento contra la privatización de la educación, declaró en los primeros días de la guerra: “La fuerza militar no debería ser utilizada en política sino como último recurso. Todos los expertos militares afirman que una acción militar de gran envergadura en Ucrania lejos estaría de ser un ‘paseo recreativo’. Siento pena por todas esas vidas humanas, las nuestras y las de los demás”.

Viacheslav Markaev, representante de Burasia, se expresó también con firmeza contra la guerra lamentando que “toda la campaña por el reconocimiento de la DNR [República Popular del Donetsk] y de la LNR [República Popular de Lugansk] tuviera una intención oculta [...] muy diferente [del plan inicial sostenido por los diputados comunistas] [...]. Henos aquí dentro de una guerra a gran escala entre los dos estados”. Su circunscripción, situada en Siberia, ostenta el récord de soldados muertos en combate desde el inicio de las operaciones militares.

Muchos representantes electos del PCFR de las regiones de Voronej, Vladivostok, de la República de Komi y de Yakutia tomaron partido contra la guerra. Así lo hizo uno de los más brillantes representantes de la joven generación del partido, el consejero municipal de Moscú Evgeni Stupin, cofundador de una coalición antiguerra de izquierda que reúne a varias formaciones políticas (no representadas en la Duma). Para estos militantes, declararse abiertamente contra la guerra entra en contradicción con la línea de los dirigentes del PCFR, pero también implica romper filas. Varios entre ellos fueron excluidos antes de poder dimitir.

A la izquierda del PCFR, otras organizaciones participaron activamente en las manifestaciones pacifistas. El Movimiento Socialista Ruso (cercano al Nuevo Partido Anticapitalista francés) publicó una declaración común con la izquierda ucraniana de Sotsialny Rukh (Movimiento Social), lo que constituye una de las pocas iniciativas ruso-ucranianas. Este texto denuncia la guerra criminal e imperialista de Rusia y apoya todas las medidas que apunten a poner fin al conflicto, incluidas las concernientes a las sanciones sobre el petróleo y el gas, así como el suministro de armas de defensa a Ucrania. Es una declaración tanto más significativa en la medida en que los servicios de seguridad ucranianos arremeten contra la izquierda local, sospechada de ser antipatriótica. En cuanto a los anarquistas rusos de Avtonomnoe Deistvi (Acción Autónoma), convocaron a “los soldados rusos a desertar, a desobedecer órdenes criminales y a abandonar Ucrania inmediatamente”.

La guerra con Ucrania no hace sino terminar de consumar la división entre los nostálgicos de la antigua potencia estatal de la URSS y aquellos cuyo posicionamiento en la izquierda se pretende un compromiso en favor de un proyecto democrático, antiautoritario y que mira al futuro. Hoy, desde el momento en que todo llamado a resistir la agresión imperialista que lleva adelante su propio gobierno se arriesga a provocar represiones y la hostilidad de la mayoría de la sociedad rusa, el campo de la izquierda antiguerra parece aislado. Recordemos que, en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, quienes convocaban a los soldados rusos a desobedecer las órdenes de sus oficiales, contra toda expectativa, conquistaron el poder. Con la formación de Ucrania dentro de sus fronteras actualmente reconocidas, he aquí una razón suplementaria, para Putin, para detestar a Lenin.

Ilya Budraitskis, ensayista y teórico político, publicó Dissidents among dissidents. Ideology, politics and the Left in Post-Soviet Russia, Verso, Moscú, 2022. Traducción: Pablo Rodríguez.


  1. Véase Hélène Richard, “Quand Washington manipulait la présidentielle russe”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2019. 

  2. “Actividades financieras de los partidos en vísperas de las elecciones de las diputadas para la Duma de Estado”, Golos, 4-8-16, www.golosinfo.org 

  3. Véase Karine Clément, “Le visage antisocial de Vladimir Poutine”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2018.