En un contexto regional caracterizado por el malestar con los gobiernos y la dificultad de los oficialismos para continuar en el poder, Andrés Manuel López Obrador exhibe triunfos electorales y una popularidad inédita. Las amplias políticas sociales desplegadas por su gobierno y una estrategia comunicacional directa explican esta singularidad.

¿Representa el liderazgo presidencial de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) una excepcionalidad latinoamericana? ¿Por qué el presidente mexicano aún conserva un importante grado de popularidad a cuatro años de haber asumido? Mientras los triunfos opositores en América Latina parecen ser el denominador común de un tiempo novedoso y complejo, ¿cuáles son las razones que explican los éxitos de AMLO en las urnas? ¿En qué consiste esta excepcionalidad?

La victoria de López Obrador en las elecciones de julio de 2018 abrió un camino de triunfos electorales de la izquierda en los países encuadrados en la Alianza del Pacífico, que durante décadas habían llevado adelante programas neoliberales con una estabilidad política sin parangón para la región. En menos de un año se impusieron Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile y recientemente Gustavo Petro en Colombia, pintando de progresismo a un conjunto de países en los que el neoliberalismo había predominado por más de tres décadas. Esto despertó incipientes debates acerca de la existencia (o no) de un nuevo giro ideológico en la región y el retorno de las políticas estatistas y distribucionistas similares a la de los primeros tres quinquenios del siglo XXI.

Con el triunfo de Mauricio Macri en 2015 en Argentina había comenzado una nueva etapa en América Latina que, lejos de poder caracterizarse con una etiqueta determinada, abrió un conjunto de interrogantes e incertezas que son las que definen el momento actual. Si aceptamos el “etapismo” histórico que caracteriza como “transición a la democracia” el período que se abre en la década del ochenta, como de “reformas orientadas al mercado” el que nace durante la década del noventa, y de “giro a la izquierda” el que se inicia a partir del siglo XXI hasta 2015, ¿cómo caracterizar este nuevo período histórico?

Al observar empíricamente lo que está sucediendo en la región podemos llegar a algunas conclusiones. El cuadro incluido en esta nota resume todas las elecciones presidenciales de 2015 a la fecha y considera tres elementos determinantes: si hay una primacía ideológica determinada, si se concretan reelecciones, y si se producen triunfos opositores. De las 24 elecciones presidenciales concretadas del período, 11 han sido ganadas por candidatos neoliberales y 13 por progresistas. En términos ideológicos, entonces, no se observa la primacía de un signo programático determinado. En cuanto a los triunfos opositores y las reelecciones, la evidencia demuestra que los oficialismos se encuentran en aprietos y las reelecciones escasean. En efecto, las oposiciones triunfaron en las dos terceras partes de las elecciones (16 sobre 24), y las reelecciones fueron escasas (cinco sobre 24).

Si a este panorama le sumamos las elecciones regionales, legislativas y referendos de los últimos años, se confirma que son las oposiciones, nuevamente, las que priman, como sucedió, por ejemplo, en las legislativas de 2021, las constituyentes de Chile de 2020 y 2021, las regionales de Bolivia de 2021 y las legislativas de Colombia de 2022. Y donde ganan los oficialismos, la victoria es exigua. Más que un gran giro ideológico, lo que se observa es una insatisfacción con los gobiernos de turno.

Este fenómeno se vincula con el ejercicio del poder de los presidentes latinoamericanos. Las dificultades de los primeros mandatarios en esta etapa se manifiestan en una popularidad a la baja, y se traducen en una inestabilidad política que pone en duda la supervivencia del presidente. Los casos de Pedro Castillo en Perú, que ha logrado evitar dificultosamente su destitución en tres ocasiones; de Guillermo Lasso en Ecuador, jaqueado por las protestas sociales; de Alberto Fernández en Argentina, en un proceso de deterioro de coalición de gobierno, y de Luis Arce en Bolivia, en constante puja interna con Evo Morales, así como los sinsabores políticos de Jair Bolsonaro en Brasil, atestiguan las dificultades en las que se encuentran los oficialismos.

Las razones de AMLO

En ese contexto, el gobierno de López Obrador sobresale por su excepcionalidad. En primer lugar, se trata de uno de los escasos mandatarios que han triunfado en elecciones generales siendo oficialismo. En segundo término, la popularidad de la que goza el presidente mexicano contrasta con la del resto de sus pares latinoamericanos. En ese sentido, AMLO concentra un conjunto de recursos de poder que le permiten dotar de estabilidad económica y política al país, y que le otorgan grandes posibilidades de mantener a su fuerza política competitiva de cara a las elecciones de 2024.

¿En dónde se encuentra la fortaleza de su liderazgo presidencial? Luego de la crisis de la deuda de 1982 y la cesación de pagos, México ingresó, a partir de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), en un camino de reformas neoliberales que se extendió durante tres décadas. A pesar de haber sido un país históricamente poco proclive a las transformaciones promercado, los presidentes que sucedieron a Salinas mantuvieron el programa económico iniciado durante el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI). La continuidad ideológica con Ernesto Zedillo (1994-2000) se afianzó con los gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN), que incluyeron la gestión de Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012), así como durante la presidencia del priista Enrique Peña Nieto (2012-2018).

En ese marco, y luego de sus dos derrotas electorales consecutivas (2006 y 2012), AMLO logró antagonizar con éxito con el neoliberalismo y la partidocracia que había funcionado como sostén político de las reformas. A partir de 2015 el líder mexicano creó su propio partido, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Con un discurso antineoliberal afincado en la Cuarta Transformación (entendiendo como las tres primeras a la Independencia [de 1810], la Reforma [de 1858] y la Revolución [de 1910]), una cruzada anticorrupción transversal a la clase política y la prioridad puesta en la lucha contra la pobreza (“primero los pobres, por el bien de todos”), AMLO se impuso cómodamente en los comicios de 2018.

Una vez iniciado su gobierno, llevó adelante algunas iniciativas incluidas en su plataforma electoral, como la creación de un conjunto de programas sociales para combatir la pobreza, un aumento significativo de salarios y subsidios alimenticios, un posicionamiento internacional alejado de las posturas alineadas automáticamente con Estados Unidos, y un Plan de Desarrollo Nacional que incluyó la recuperación de la petrolera Pemex.

Quizás el recurso de poder más importante del mandatario mexicano y el más valorado por la sociedad sea su política social. Los incrementos sostenidos en el salario mínimo y las transferencias de renta hacia estudiantes y jubilados le proporcionaron un apoyo popular que se mantiene a la fecha. Siguiendo a Patrick Iber y Humberto Beck, “entre 2018 y 2020 los beneficios derivados de programas sociales crecieron 56 por ciento”.1 Sin embargo, este proyecto reformista que apunta a mejorar la situación de los sectores más vulnerables no alcanza a convertirse en un programa estructural. De acuerdo con Hernán Gómez Bruera, “una de las principales debilidades del obradorismo es no tener un programa ambicioso de redistribución de la riqueza y el ingreso”.2

En materia de política internacional puede observarse también una gestión activa. El impulso dado a la Comunidad de Estados Latinoamericanos Caribeños (Celac), el protagonismo de su país para salvar la vida de Evo Morales luego del golpe militar de 2019 en Bolivia, su posicionamiento en relación con la “política de bloqueos” hacia Venezuela, Cuba y Nicaragua, su neutralidad en la guerra de Ucrania y su posición autónoma son algunos de los rasgos que caracterizan su diplomacia.

Otro de los recursos de poder generados por AMLO es la comunicación directa con la sociedad a través de las “mañaneras”. Todas las mañanas ofrece una conferencia de prensa en la que informa sobre la coyuntura y anuncia decisiones. Esta herramienta de comunicación le permite estar omnipresente en el paisaje político del país y antagonizar con la oposición y los medios de comunicación. Se trata de un canal de comunicación directa con la sociedad que se asemeja a las vías utilizadas por otros líderes del período del giro a la izquierda, como los “Aló presidente” de Hugo Chávez en Venezuela y las “sabatinas” de Rafael Correa en Ecuador (y, con el signo ideológico contrario, los “Consejos comunales” de Álvaro Uribe en Colombia). Esta herramienta comunicacional sin mediaciones le ha creado conflictos con la oposición y acusaciones de ejercer un liderazgo populista. Con las “mañaneras”, escribió Massimo Modonesi, “el presidente mexicano despierta simpatías y antipatías, personaliza y encarna virtudes y vicios de la 4T [Cuarta Transformación], es garantía de sus alcances, pero también razón de sus límites”.3

Contra la corriente

Como expresamos al comienzo, aunque los oficialismos regionales gozan de bajos niveles de apoyo popular, el presidente mexicano representa una excepción. La primera prueba electoral de AMLO ocurrió el año pasado: en las elecciones de medio mandato y en un contexto de pandemia mundial, AMLO logró mantener la mayoría legislativa y ampliar la cantidad de gobernaciones bajo control de su partido. A diferencia de la presidencial de 2018, AMLO derrotó a un conglomerado opositor que alcanzó a las tres fuerzas más importantes del país, el PRI, el PAN y el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El segundo test electoral fue hace tres meses. El 11 de abril el presidente se sometió a una inédita consulta por la revocatoria de su mandato: obtuvo 91,87 por ciento de los sufragios a favor de su continuidad.4 En línea con estos resultados, su popularidad se ha mantenido en niveles muy altos durante toda su Presidencia. Cumplidos los tres años de gobierno, en diciembre de 2021, y a pesar de la crisis sanitaria, López Obrador contaba con una aprobación de 68,5 por ciento.5 De acuerdo a otra encuesta, en abril de este año su popularidad llegaba a 71 por ciento.6 En suma, López Obrador ha podido mantenerse en el poder con una popularidad sin parangón y ha revalidado en votos la fortaleza de su liderazgo presidencial. No es poco para un momento marcado por las insatisfacciones con los gobiernos, la rápida circulación de las élites políticas y un contexto histórico poco amigable con las reelecciones y sucesiones partidarias.

Actualización

El 4 de julio Manuel López Obrador se refirió a la amenaza de extradición a Estados Unidos del fundador de Wikileaks, Julian Assange. Consideró que en caso de que Assange reciba una condena a muerte (que es una de las posibilidades), habría que realizar una campaña para que se desmonte la Estatua de la Libertad, de Nueva York, y se devuelva a Francia. Esto se produce a una semana de su encuentro con su par Joe Biden, que ocurrirá el 12 de julio.

Mariano Fraschini, politólogo.


  1. Patrick Iber y Humberto Beck, “AMLO y sus contradicciones”, Nueva Sociedad, N° 299, junio-julio de 2022. 

  2. Hernán Gómez Bruera, AMLO y la 4T. Una radiografía para escépticos, Editorial Océano, México, 2021. 

  3. Massimo Modonesi, “Elecciones en México: el obradorismo en su laberinto”, Nueva Sociedad, junio de 2021. 

  4. Nota del editor: La baja participación, cercana al 18 por ciento, también es un indicador a favor del presidente. Para que la consulta genere destitución no sólo debe ganar la opción revocatoria, sino que debe participar por lo menos el 40 por ciento del padrón electoral. 

  5. “¿AMLO, al tope de aprobación a la mitad de su gobierno? Esto dicen las encuestas”, El Universal, México, 1-12-2021. 

  6. “AMLO crece en popularidad en el mundo; llega al 71% de aprobación”, Regeneración, México, 21-4-2022.