Si bien no se puede hablar de una escuela de arte contemporáneo con códigos africanos propios, los artistas de ese continente vienen movilizando la escena cultural y los mercados. Ya sea la extracción de recursos naturales o los peligros de las migraciones, los temas de sus performances impactan en festivales, calles o trenes.

En Kinshasa, en 2013, Michel Ekeba fundó el colectivo Kongo Astronauts, cuyos miembros, excepto su compañera y artista Élénore Hellio, varían al vaivén de las ganas y de los encuentros. Sus irrupciones sorpresivas en las calles de la República Democrática del Congo (RDC) y sus experimentos plásticos y cinematográficos, siempre cambiantes, hicieron célebre al colectivo en todo el continente. Incesantes, inacabadas, sus performances presentan una única constante: las deambulaciones del artista en la megalópolis congoleña, ataviado con un “traje espacial” que en cada ocasión no es ni por entero él, ni por entero otro.

No obstante, estos atuendos tienen en común el haber sido elaborados a partir de desechos electrónicos arrojados ilegalmente en RDC –lo que nos recuerda que, si bien África contamina poco, sigue siendo en múltiples aspectos el basurero de Occidente– y de viejos circuitos de cobre y coltán –materiales cuyos precios, fijados en las plazas bursátiles extranjeras, son muy volátiles, contribuyendo a la precariedad del nivel de vida de las poblaciones–. Estos metales, que se extraen en un contexto de “violencias abyectas” en el este de la RDC, como explica la historiadora del arte Dominique Malaquais,1 “son sin embargo indispensables para el funcionamiento de los teléfonos celulares y las computadoras que usamos en la vida cotidiana sin preocuparnos por su procedencia o las condiciones de su extracción”. En sus performances, Ekeba no dice nada respecto de sus intenciones, dejando a los testigos en estado de sorpresa, asombrados, desconcertados. ¿Una simple intrusión poética y recreativa? “Vestido con un traje dorado o plateado, con un casco y botas al tono –observa además Malaquais– [él] hace apariciones en bares, ayuda a veces a un transeúnte a cruzar la calle, a cambiar una goma pinchada, pero nunca da explicaciones”.

Los trajes, muy pesados, hacen más intensa la humedad asfixiante de Kinshasa. También dan cuenta del deseo de descubrir otras tierras, aquí o afuera, marcadas por el sello de la violencia. Evocan las trabas a la circulación de las personas, denunciando al mismo tiempo la depredación de los minerales y la globalización ultraliberal a la cual le resulta indiferente el destino de las mayorías, ya que la movilidad está reservada sólo para algunos.

Si la cuestión de las interacciones entre el arte contemporáneo y la geopolítica es algo que aparece desde hace algunos años en Occidente,2 el tema todavía se trata poco en lo que concierne al África francófona.3 Sin embargo, lúdicas, poéticas, radicales, comprometidas, numerosas obras de arte africanas cuestionan la globalización y sus desigualdades. Se configuran algunas temáticas que dan cuenta del interés de los artistas por los temas de actualidad: migraciones, medioambiente, denuncia de las secuelas de la colonización, de las desigualdades entre el norte y el sur y de la rapiña de las multinacionales. A cada cual su paleta expresiva, a veces sin exclusividad, como muestran las obras del camerunés Barthélémy Toguo o del nigeriano Jelili Atiku: grafitis, performances, fotografía, instalaciones, esculturas, cine, etcétera. Los artistas se conocen, se apoyan mutuamente y se enriquecen. Así, Michel Ekeba y Éléonore Hellio aparecen en los videos de canciones muy exitosas de raperos congoleños como Baloji o Mbongwana Star.

En tránsito

Artista plástico, Toguo no se deja encasillar en ningún género. En 2016, en el Centro Georges-Pompidou, de París, expone, bajo el tema ¡Vencer al virus!, 18 vasos de dos metros de altura hechos en porcelana china, decorados con imágenes de los virus del ébola y del sida, gracias a un trabajo conjunto con el Instituto Pasteur. “Estas formas trasmutadas –subraya– celebran el coraje, la energía y la belleza de la investigación”.4 Una investigación estética y científica que impacta en el contexto de la pandemia de covid-19... En sus performances tituladas Transit, Toguo se burla de las representaciones sociales. En 1999, toma un tren de alta velocidad Thalys, desde Colonia (Alemania) hasta París, vestido como un basurero de la capital francesa. Incómodos por su presencia, los pasajeros que comparten su sector van abandonando uno a uno su asiento. “El artista debe mostrar, interpelar, pero sin convertirse en alguien que da lecciones –explica–. Siempre supe que mi arte tenía que tener una importante dimensión social. Mi arte mira al pueblo”.5 De extracción modesta –su padre era chofer y su madre vendedora ambulante– Toguo, a través de la figura del basurero que se instala en un tren de lujo, cuestiona el lugar que se le asigna a cada cual en la sociedad. Pero Transit plantea también la cuestión del viaje, del pasaje de un territorio a otro, de los sellos oficiales, de la prohibición de entrar.

La cuestión migratoria reaparece en numerosas obras y performances, ofreciendo testimonio de la desigualdad en lo que concierne a la circulación en el mundo, que crea frustraciones, alimenta el tráfico de pasajeros y mata en silencio. En la parte “off” del festival de arte contemporáneo 1-54 (un continente, 54 países) que tuvo lugar en Marrakech (Marruecos) en 2018, el centro marroquí Le Comptoir des Mines focalizó en ese tema: travesías/crossings. Mustapha Akrim, por ejemplo, propuso una instalación titulada Killing Machine. El espectador entra en una sala oscura y queda enceguecido por luces azules fosforescentes. Su mirada, una vez que se adapta, le permite observar redes para matar moscas que están suspendidas desde el techo por medio de hilos y que son el símbolo de la precariedad de las vidas de los migrantes arrolladas, más allá del peligro, por el azul de las aguas tumultuosas del Mediterráneo. Pero el azul es también uno de los colores de Europa, espejismo fascinante que se sostiene como el azul fosforescente y crepitante de las redes matamoscas, una evocación siniestra de las travesías mortales de tantos africanos. Atrapados en las redes, los neones modelados por el artista diseñan palabras/males en francés, en árabe; imágenes (una barca, un bolso, una cuerda...), en una evocación de las esperanzas y de los miedos de miles de hombres y mujeres que con frecuencia quedan convertidos en anónimos en las cuentas macabras...

Younes Abtane, por su parte, presenta un díptico sin equívoco: dos grandes telas con fondo azul. Una representa la bandera de Europa, con pabilos pintados de amarillo-dorado, resultado de perforaciones, que tienen la forma de las estrellas de los países miembro de la Unión Europea, mientras que la otra, siguiendo el mismo procedimiento, deja entrever la palabra open (abierto) en letras mayúsculas, como una crítica corrosiva de la fascinación respecto de una Europa que clausura la entrada a su territorio. Abtane califica el naufragio de los migrantes como “la caída humana de una Europa que no asume más los ideales que ella misma había creado”.6

El grafitero sudafricano Breeze Yoko, diplomado en CityVarsity, escuela de medios y artes creativas de Ciudad del Cabo, hace malabares con las bombas de colores como otros con sus pinceles. Expone particularmente en el distrito XI de París gracias a la asociación de arte urbano MUR (acrónimo de modulable, urbano y reactivo), fundada en 2003 a fin de promover el arte contemporáneo y el arte urbano en particular. Yoko tomó la decisión de reinventar el antiguo billete francés de 100 francos. Las tonalidades tornasoladas que conservó el artista no enmascaran la denuncia brutal: la riqueza de Francia se construyó con la sangre de África, la divisa blood of Africa (la sangre de África) cruza el billete de lado a lado en negritas. ¿Su Marianne? Saartjie Baartman, una joven de origen sudafricano reducida a la condición de esclava a principios del siglo XIX y exhibida en Europa por su amplio trasero, conocida más habitualmente con el nombre de la “Venus hotentote”.

Polisémica, la lectura de este billete de banco hace referencia a la deshumanización con la cual los europeos se volvieron culpables ante los pueblos africanos, particularmente por la reducción a la esclavitud de millones de negros en el marco de un comercio triangular que enriqueció a numerosos comerciantes franceses. A medio camino entre un homenaje a esta joven objetivada hasta el agotamiento y una denuncia de la trata transatlántica, la paleta de colores que conserva el artista adquiere otra tonalidad: detrás del brillo, hay una historia que, como una llaga abierta de par en par, no podría ser olvidada y continúa estructurando los vínculos entre África y Francia. Tanto cineasta como artista de slam, Yoko participa en gran cantidad de proyectos artísticos urbanos en Sudáfrica, Zimbabue y Senegal, pero también en Italia, Alemania y Francia.

Kongo Astronauts, “Sin título, n° 3”, de la serie _SCrashed_Capital.exe_, 2021.

Kongo Astronauts, “Sin título, n° 3”, de la serie SCrashedCapital.exe_, 2021.

Foto: Axis Gallery, New York

Arte y ciencias sociales

Sigue siendo difícil definir una escuela africana de arte contemporáneo que tenga códigos propios, sus propias normas. Por eso parece más pertinente hablar de “arte contemporáneo de África”. En Occidente, crece el interés por este movimiento cultural. En París, en 2015, en paralelo a una manifestación científica organizada en La Sorbona cuyo eje eran las “movilizaciones colectivas en África: controversias, resistencias y revueltas”, germinó la idea de crear un festival de arte contemporáneo dedicado a la performance, Africa Acts. El objetivo era proponer un acontecimiento de un nuevo género que reuniera dos mundos (las ciencias sociales y el arte) que de por sí tienden a alimentarse mutuamente.

Los artistas y colectivos africanos invitados (bailarines, músicos, poetas, cineastas y videastas) tenían carta blanca para expresar “su África” lejos de las visiones esquemáticas que impone Occidente. Con una coreografía original, que ocupaba el escenario del Teatro de la Colina, el bailarín senegalés Alioune Diagne volvió a dar vida al boxeador franco-senegalés Battling Siki, víctima del racismo por haber derrotado en la década de 1920 a un boxeador blanco, Georges Carpentier. La Federación Francesa decidió entonces retirarle todos los títulos...

En la Plaza de la Sorbona, el nigeriano Jelili Atiku, en una performance titulada Tierra y árboles y agua soy (Alaaragbo VIII) se transfiguró en árbol, recordando la importancia de la preservación del medioambiente en un contexto de cambio climático y disminución de la copa forestal.

Las manifestaciones dedicadas al arte contemporáneo africano se multiplican en París y en Francia. Desde 2016, Also Known as Africa (AKAA) se impuso como un encuentro anual en el Carreau du Temple. En 2021, la arquitecta senegalesa N’Goné Fall, que fue nombrada curadora por el presidente Emmanuel Macron, desplegó en el marco de la temporada África2020 –un festival de diez meses de duración– más de 1.500 proyectos en 210 ciudades de Francia metropolitana y de ultramar.

Más difícil todavía

Las manifestaciones culturales de envergadura de arte contemporáneo siguen siendo todavía raras o están muy dispersas en la propia África. En 2018, en Marrakech, Touria El Glaoui, una franco-marroquí hábil en gestión y en asuntos internacionales, causaba sensación después de estrenar su festival multisituado de arte contemporáneo africano que tituló 1-54 y que creó en Londres en 2013. Lo hizo también en Nueva York en 2015 antes de exponerlo en Marrakech. Para este estreno, El Glaoui reunió a 17 galerías especializadas en arte africano contemporáneo de Europa y de África y propuso un recorrido jalonado de exposiciones dedicadas a artistas reconocidos tales como el artista plástico beninés Dominique Zinkpè, el pintor marfileño-estadounidense Ouattara Watts y el fotógrafo burkinés Sory Sanlé, así como la presentación del trabajo de más de 60 artistas llegados de 20 países, y todo eso en Mamounia, un hotel de lujo situado en el centro de la ciudad. Esta primera programación, ampliamente saludada por la prensa internacional, pudo ser percibida por algunos como una estrategia de seducción (soft power) de Rabat respecto del África subsahariana. Visionaria, El Glaoui reivindica un recorrido artístico y filosófico que discute la artificialidad de las fronteras entre Marruecos y el resto del continente. Marrakech forma ahora parte de las citas del arte africano.

En el continente, después de las grandes misas y los festivales de los años posindependencia –Festival Mundial de las Artes Negras (Fesman) de Dakar, o el Festival de Arte y Cultura (Festac) de Lagos–, algunos encuentros, como el Festival Panafricano de Cine y Televisión (Fespaco) de Uagadugú, continuaron marcando el calendario cultural del continente. Pero hace sólo una decena de años que se observa una nueva efervescencia, particularmente con la creación de museos, como el de la Fundación Zinsou en Ouidah, en Benín (2013), o el Museo de las Civilizaciones Negras en Dakar (2018). Se abren también galerías, como la de la franco-marfileña Cécile Fakhouri en Abiyán, Dakar y Paris. La galería etíope Addis Fine Art abrió en octubre de 2021 un espacio en el barrio de Soho, en Londres, mientras que la nigeriana Retro Africa expone en Miami. Los festivales como la bienal de Dakar (Dak’Art) recuperan sus colores, revigorizados por la profusión del arte contemporáneo en el continente.

Restitución y subastas

El mercado del arte contemporáneo africano está así en pleno apogeo. Los tapices del artista plástico ganés El Anatsui, aunque sea aún una figura excepcional, se arrebatan de las manos por más de un millón de euros. En ocasión de una estancia en 2019 que reunía varias obras, entre ellas una de Toguo, el Departamento de Arte Contemporáneo Africano de la casa parisina Piasa ganó en una subasta 1,43 millones de euros, una suma sin parangón hasta ese entonces. Otras casas francesas como Artcurial y Cornette de Saint Cyr invierten igualmente en ese sector. Si las subastas levantan vuelo, habrá que ver allí una burbuja especulativa o bien una rectificación, como sugiere una mesa redonda organizada por Le Quotidien de l’art en 2021, en el Centro Georges-Pompidou.

Christophe Person, director del Departamento de Arte Contemporáneo África en Artcurial, no niega que haya una dimensión especulativa, pero considera que existe también un mercado para coleccionistas que se quieren posicionar a corto o largo plazo.7 Contrariamente a esta dinámica, los museos carecen brutalmente de financiamiento. En París, el Museo Dapper cerró en 2017, asfixiado por la falta de medios y la competencia del Quai Branly. Las instituciones africanas, aunque estén sostenidas por sus gobiernos, descansan con frecuencia en financiamientos internacionales (partidas de gobiernos extranjeros, donaciones de empresas privadas o fundaciones internacionales).

Va de suyo decir que la pandemia de covid-19 afectó intensamente al sector y lo obligó a reinventarse. Muchas galerías cambiaron sus modelos de negocios y pasaron a lo digital, eligiendo particularmente la plataforma Artsy.8 Más allá de la atracción por la creación artística y la reapropiación patrimonial, se trata para algunos gobiernos, como el de Patrice Talon en Benín –al que recientemente Francia le restituyó 26 obras antiguas– de proponer una oferta turística renovada y competitiva en relación con los países vecinos. Además de la exposición de obras antiguas, se prevé la creación de un museo de arte contemporáneo. En el armado de esta propuesta el gobierno beninés puede contar con fundaciones o centros privados como la Fundación Zinsou o el Centro Lobozounkpa. Porto Novo se moviliza en favor de la restitución, pero se muestra más timorata en materia de promoción del arte contemporáneo africano.

Como subraya la galerista francesa Nathalie Obadia, son muchos los artistas africanos que trabajan en Occidente, donde están menos constreñidos por la censura y los concursos formateados de las organizaciones internacionales. Estas últimas proponen temáticas convencionales como la promoción de la paz, la igualdad del hombre y la mujer, el desarrollo sostenible con el horizonte de 2030, etcétera. Ahora reconocidos, estos artistas se cotizan en las bolsas occidentales que estructuran el mercado. En 2016, como finalista del premio Marcel Duchamp, Toguo adquirió notoriedad internacional. Sin embargo, sigue siendo relativamente poco conocido en África. “¿Quién compra las obras de Toguo? –vocifera él mismo–. Occidente, evidentemente”.9 ¿Quizás un sabor de déjà-vu?

Caroline Roussy, directora de investigación en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) de París. Traducción: Pablo Rodríguez.


  1. Dominique Malaquais, “Kongo Astronauts. Collectif embarqué”, Multitudes, vol. 4, n° 77, París, 2019. 

  2. Nathalie Obadia, Géopolitique de l’art contemporain. Une remise en question de l’hégémonie américaine, Le Cavalier Bleu, París, 2019. 

  3. Aude de Kerros, Art contemporain. Manipulation et géopolitique. Chronique d’une domination économique et culturelle, Eyrolles, París, 2019. 

  4. “Barthélémy Toguo rencontre des chercheurs de l’Institut Pasteur”, Organoïde, www.organoide-pasteur.fr. Entrevista de Barthélémy Toguo, “Célébrer la recherche: Vaincre le virus!”, en el marco del Premio Marcel Duchamp 2016. 

  5. “Barthélémy Toguo, l’artiste comme montreur”, sitio web del Centro Georges Pompidou, 10-11-2020, www.centrepompidou.fr 

  6. Entrevista con el autor, 23-1-2022. 

  7. Sylvie Rentrua, “Plongée dans le bouillonnant marché de l’art contemporain africain”, Le Point, París, 26-11-2021. 

  8. Roxana Azimi, “Art contemporain: face au Covid-19, le virage numérique des galeries africaines”, Le Monde Afrique, 19-1-2021. 

  9. “Barthélémy Toguo, l’artiste comme montreur”, op. cit.