Desde mediados de los años 1960, el Cementerio de los Mártires de la Revolución, no muy lejos del campo de refugiados palestinos de Chatila, en Beirut, hospeda los restos de figuras nacionales palestinas y de militantes internacionales que vinieron a apoyar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
El Cementerio de los Mártires de la Revolución –esa es su designación oficial– es un pequeño islote de Palestina en medio del Líbano, situado a lo largo de una autopista que conduce al aeropuerto internacional de Beirut. Para ser enterrado en ese sitio multiconfesional, no hay ningún otro requisito que el de haber militado por la causa palestina, sin que sea necesario pertenecer a ese pueblo. El lugar cuenta, así, grandes historias que se escriben lejos de sus hogares. Aquí yacen los hombres y las mujeres de una época olvidada que transcurre desde la segunda mitad de los años 1960, con el establecimiento en el Líbano de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), hasta la retirada palestina de Beirut en el verano de 1982, tras la invasión israelí al país del cedro. La OLP reclamaba entonces la liberación de Palestina, pero también construía instituciones sociales, caritativas, militares y artísticas en el exilio, movilizando a la población de los campos de refugiados.
El ideal de esta organización era nacionalista, revolucionario y tercermundista: tejía vínculos con la izquierda libanesa, colaborando particularmente con el Partido Comunista (PCL). Su principal componente, Al Fatah, de Yasser Arafat (1929-2004), y la izquierda palestina atraían hacia sus filas a muchos militantes libaneses, árabes e internacionalistas, a veces provenientes de Bangladesh, de Japón o de América Latina. El Departamento de Asuntos Internacionales de Al Fatah entablaba entonces el diálogo en torno a una sola “Palestina democrática”, que unía a judíos, cristianos y musulmanes,1 con el escritor Jean-Paul Sartre o con los dirigentes del Partido Comunista italiano Enrico Berlinguer (1922-1984) y Luigi Longo (1900-1980), como relata el intelectual palestino Mounir Chafiq, un exmando del Centro de Planificación de la OLP, en sus memorias publicadas el año pasado.2
Dependiente de la organización, la Fundación de Apoyo a las Familias de los Mártires y Heridos Palestinos fue creada en 1965. Alquiló entonces un pequeño terreno al Estado libanés, no lejos del campo de refugiados de Chatila, para instalar allí un cementerio nacional palestino. Una parte de la concesión estaba destruida y sirvió de campamento atrincherado para los palestinos durante la guerra que los enfrentó al movimiento chiita libanés Amal, apoyado por Siria, entre 1985 y 1987. Al final de la guerra civil (1990), durante el período de reconstrucción, el lugar se vio amenazado por los proyectos de remodelación de la autopista y su superficie fue reducida por los diferentes planes de remodelación urbana. Este cementerio no debe ser confundido con otros dos “territorios palestinos de la memoria”3 en Chatila: en la entrada sur del campo, el memorial (que también es una fosa común) de las masacres de setiembre de 1982 cometidas por las milicias cristianas aliadas con Tel Aviv durante la ocupación israelí de Beirut, y la Mezquita de Chatila, en el centro del campo, donde descansan cerca de 500 víctimas de los combates entre Al Fatah y Amal. Al contrario de los dos primeros, el Cementerio de los Mártires de la Revolución no se encuentra en el recinto mismo del campo, sino en su flanco este, a lo largo de la avenida Jamal Abdel Nasser.
Los libaneses conocen mal el sitio, bordeado por ese eje rutero contaminado y a menudo congestionado. Escondido por un vertedero, talleres de desguace, algunos árboles y un punto de control del ejército libanés, permanece invisible para los conductores apurados que atraviesan la rotonda de Chatila. En la entrada, las banderas palestinas y el estandarte amarillo y blanco de Al Fatah se destacan sobre las paredes del recinto. La cara de Arafat cubre un muro entero de piedras deslucidas. Al entrar en el lugar, bajo una bóveda de pinos y de palmeras, la atmósfera es repentinamente apacible. El zumbido de la autopista que bordea los suburbios del sur de Beirut se atenúa. Pasillos de tumbas bajas están alineados irregularmente. Los nombres grabados en negro sobre piedras blancas, pero también los emblemas de partidos políticos palestinos, se confunden con las grietas de las tumbas. Algunas, sucias y medio despedazadas, contrastan con aquellas que, bien blancas, son limpiadas con regularidad. Al lado de las tumbas, sobre los troncos de los árboles y las paredes ocres, hay afiches plastificados de militantes palestinos, algunos descoloridos, otros con colores vivos.
Sobre las tumbas, algunas familias de los difuntos han colocado ramas de olivo en botellas o potes de plástico. La familia encargada del mantenimiento del sitio vive en una casita al lado de la entrada principal. Podemos ver al padre y a sus dos hijos quemando una pila de ramas y hojas muertas en los pasillos blancos. La madre lanza grandes baldes de agua sobre el suelo que luego frota con la escoba. El mayor está a menudo sentado en una silla de plástico, balanceándose bajo los estandartes de Al Fatah, con la cara pegada al celular, vigilando de reojo las idas y vueltas. Es a esta familia a la que hay que dirigirse si se busca una tumba en particular.
Recorrer los estrechos pasillos del cementerio es como hacer un salto en el tiempo. Aquí descansan, en esencia, las víctimas de los ataques israelíes o de la guerra civil libanesa. Las tumbas de Kamel Nasser, Kamal Adwan y Muhammad Youssef al Najjar, alineadas, recuerdan la operación del Mossad (servicio secreto israelí) del 9 de abril de 1973 en Beirut, que en un edificio del barrio Verdún ejecutó a esas tres figuras mayores de la dirección de la OLP. Ese asesinato es una de las escenas clave de la película Munich, dirigida por Steven Spielberg (2005), que fue objeto de severas críticas palestinas por su falta de rigor histórico. No muy lejos de allí, Ghassan Kanafani, portavoz del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y autor de Hombres en el sol, novela traducida en 1985 por el difunto investigador francés Michel Seurat (Actes Sud), está enterrado junto a su sobrina Lamis, asesinada a su lado a los 17 años durante un atentado cometido por los servicios secretos israelíes, el 8 de julio de 1972, en Beirut. Apodado el Príncipe Rojo, Ali Hassan Salameh también yace en ese cementerio: miembro de la dirección de Al Fatah, responsable de las relaciones entre la central palestina de la OLP y los servicios secretos estadounidenses, esposo de la libanesa Georgina Rizk –elegida Miss Universo en 1971–, su auto explotó en un atentado cometido por el Mossad, en Beirut, el 22 de enero de 1979.
En el Cementerio de los Mártires de Chatila, palestinos, árabes e “internacionales” están juntos, sin distinción de religión. Allí nos cruzamos, uno tras otro, en un singular recorrido político y literario, con figuras como el poeta sirio Kamal Kheir Beik, miembro del Partido Social Nacionalista Sirio (PSNS), uno de los fundadores, junto con el poeta Adonis, de la mítica revista literaria libanesa Al-Shi’ir (La poesía): autor de una tesis de doctorado que hizo historia sobre “El movimiento modernista de la poesía árabe contemporánea”, fue asesinado en noviembre de 1980 en Beirut. O con Balqis al Rawi, la esposa y musa del poeta sirio Nizzar Qabbani, asesinada en un atentado contra la Embajada de Irak en el Líbano, el 15 de diciembre de 1981, que descansa a unos metros de la entrada del cementerio.
La visita del sitio permite también un desvío por Asia; ya no bajo la forma de tumbas, sino de cenotafios u obras conmemorativas: vacías de todo cuerpo, las placas, incluso a ras del suelo, rinden homenaje a militantes del Ejército Rojo japonés (ERJ): Yasiyuki Yasuda, Tsuyoshi Okudaira y Kozo Okomoto –este último es el único aún con vida– llevaron a cabo, en mayo de 1972, un ataque armado en el aeropuerto de Tel Aviv (Lod), produciendo cerca de una veintena de muertos. El ERJ era entonces aliado del Frente Popular de Palestina (FPLP). Su disolución fue anunciada en 2001. Por último, otro cenotafio, dedicado a Kamal Mustafá Ali, recuerda el compromiso de varios activistas originarios de Bangladesh con los palestinos: militante del Frente Popular - Comando General (división pro Siria del FPLP), Mustafá Ali murió durante un asalto israelí sobre el Castillo de Beaufort, famoso lugar estratégico del sur del Líbano, construido por los cruzados en el siglo XII y ocupado por los israelíes a partir del verano de 1982. Sus restos recién serían recuperados en 2004, durante un intercambio de prisioneros entre el Hezbolá libanés y el ejército israelí. Sus osamentas fueron entonces entregadas a su familia.
Quedan por último los europeos. Pueden ser miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA), pero también franceses. Françoise Kesteman nació el 2 de mayo de 1950 en Niza. Para señalar su tumba, el guardián indica el fondo del cementerio con un movimiento de cabeza y dice: “Al firansiya” (la francesa). Nieta de anarcosindicalistas, hija de comunistas, su madre, Inés, le transmitió el recuerdo de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española (1936-1939). Enfermera en Marsella, partió por primera vez al Líbano en 1980 y volvió un año más tarde para servir en el seno de la Medialuna Roja palestina. Se instaló en el campo de refugiados de Rashidieh, en Tiro, en el Sur del Líbano, no muy lejos de la frontera con Israel. Tras un retorno a Francia en 1981, partió nuevamente hacia el Líbano durante la invasión israelí del verano de 1982. Pasó por Siria, luego por Beirut, y llegó a Tiro.
“La ruta del regreso no es más que destrozos”, constató en su diario, cuyos extractos fueron reunidos en el libro Mourir pour la Palestine (Morir por Palestina), publicado en diciembre de 1985 por la editorial Favre. En este libro, que relata su recorrido por el Líbano de enero de 1981 a setiembre de 1982, Kesteman cuenta los daños que las familias palestinas sufren desde 1948, la historia de las dispersiones familiares y de las desapariciones. Describe la vida cotidiana en el campo de Rashidieh en el contexto de una guerra que se eterniza, con sus numerosos muertos y heridos. Sus duras palabras se apaciguan al describir la dulzura de las amistades y de las tareas cotidianas que marcan el ritmo de los días, procedentes de un mundo rural abandonado en Palestina y trasladado a los campos. Recibió allí una formación en manejo de armas.
Tras un último paso por Francia, hizo nuevamente las valijas en 1984. El 23 de setiembre, se embarcó en lanchas con cuatro combatientes de Al Fatah para llevar a cabo una operación armada en Israel. Frente a la ciudad de Sidón, entonces bajo ocupación, un primer enfrentamiento se habría desarrollado contra la marina israelí y habría forzado al comando a refugiarse en tierra para continuar con el combate. Como resultado, dos combatientes fueron capturados y tres resultaron muertos, entre los cuales estaba Françoise Kesteman. Tenía 34 años. Fue enterrada en el Cementerio de los Mártires, según sus deseos, con los honores militares de Al Fatah, pero también religiosos, ya que se había convertido al islam. Cerca de 300 palestinos asistieron al funeral.
Cada año, militantes franceses van al Líbano para conmemorar las masacres de Sabra y Chatila de setiembre de 1982: pocos son aquellos que han escuchado hablar de su compatriota Françoise Kesteman. Al lado de los activistas propalestinos provenientes de las Américas o de Asia, se detienen en general frente a la fosa común que linda con la antigua Embajada de Kuwait, en la entrada del campo, y depositan allí ramos de flores al son de las gaitas palestinas:4 pero la existencia del Cementerio de los Mártires de la Revolución, a unos cien metros de distancia, les es desconocida. No obstante, las conmemoraciones anuales aún marcan el ritmo de vida del predio. Pero a pesar de que su especificidad es la de estar internacionalizado, ahora solamente los palestinos permanecen ahí. Quedan pocos lugares en él para enterrar a los muertos, y los vivos pagan ahora una fortuna por unos metros cuadrados para sus prójimos.
¿Está muriendo el Cementerio de los Mártires de Chatila? Testigo de una época tercermundista y revolucionaria que muchos dicen enterrada, la historia del cementerio se cruza a veces con la actualidad. En abril de 2012, la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), todavía enaltecida por su rol en la caída del presidente Zine el Abidine Ben Ali,5 recibió solemnemente, en el aeropuerto de Túnez-Cartago, en presencia del ejército tunecino, los restos de Umran Kilani Muqqadami, caído en el Sur del Líbano el 26 de abril de 1988. Enterrado en el Cementerio de Chatila, Muqqadami, voluntario en el frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), esperó 24 años para regresar a Túnez, ya que el régimen de Ben Ali rechazaba hasta entonces un homenaje nacional a ese joven originario de la zona minera de Gafsa.
En abril de 2012 la revolución pasó por ahí y los restos pudieron dejar el Cementerio de los Mártires para regresar a Gafsa. En mayo de 2021, en el Líbano, unos palestinos se manifestaron cerca del cementerio en solidaridad con la Franja de Gaza, entonces bajo las bombas israelíes, y con los habitantes de Jerusalén del barrio Sheikh Jarrah –presa de la colonización–. Y el 30 de mayo de 2022, una ceremonia organizada en los pasillos del cementerio por el FPLP aplaudió la liberación de Fusiko Shigenobu. Fundadora del Ejército Rojo japonés, había pasado varios años de clandestinidad en el Líbano antes de volver, en el año 2000, a Japón, donde fue encarcelada. En el Cementerio de los Mártires de Chatila, aún sucede que la muerte recurra a lo que sigue vivo.
Nicolas Dot-Pouillard y Pierre Tonachella, respectivamente, investigador en Ciencias Políticas (Beirut) y cineasta. Traducción: Micaela Houston.
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Le Fatah, la révolution palestinienne et les juifs, presentación de Alain Gresh, Éditions Libertalia y Orient XXI, París, 2021. ↩
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Mounir Chafiq, Min-Jamar ila Jamar. Safahat min Dhikriyat Mounir Chafiq [De la brasa a la brasa. Cuadernos de memorias de Mounir Chafiq], Centro de Estudios por la Unidad Árabe, Beirut, 2021 (en árabe). ↩
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Laleh Khalili, “Lieux de mémoire et de deuil. La commémoration palestinienne dans les camps de réfugiés au Liban”, en Nadine Picaudou, Territoires palestiniens de mémoire, Éditions Karthala e Ifpo, 2006. ↩
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Coline Houssais, “Des Highlands au Proche-Orient, un instrument en héritage. L’épopée militaire de la cornemuse”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2021. ↩
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Serge Halimi, “Soudain, la révolution”, en “Le défi tunisien”, Manière de voir, nº 160, París, agosto/setiembre de 2018. ↩