El consumo por momentos desenfrenado de la clase media y la disminución del desempleo conviven con la crisis de los sectores más desfavorecidos y un fenómeno nuevo: el trabajador pobre. Un cuadro social que acerca a Argentina a otros países de la región, con subocupación, ocupados demandantes y una informalidad laboral muy extendida.

“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, escribió León Tolstoi en el comienzo de Ana Karenina. Algo de la potente imagen creada por el célebre escritor ruso describe a la Argentina del presente. Un país cada vez más dualizado, que en medio de un proceso inflacionario vive una especie de disociación. Un sector de la población que gasta y consume hasta que le duela: restaurantes y teatros atestados en los que pueden verse largas colas y reservas saturadas en los principales polos gastronómicos; hoteles colmados (2,5 millones de personas viajaron en la temporada de invierno, marcando un nuevo récord) y medio millón de tickets vendidos para las diez funciones de la banda Coldplay en el estadio mundialista de River Plate. Por otro lado, los sectores más pobres viven la incertidumbre del día a día; los salarios, jubilaciones y asignaciones sociales se quedan cada vez más cortos y el mes se hace eterno. Falta sueldo o sobra mes.

Postales de una crisis similar a muchas, pero distinta a todas: indicadores sociales (pobreza, indigencia) que remiten a años terribles como 2001 o 2002, pero combinados con cierto auge de consumo de los sectores medios que recuerda otros tiempos. La crisis se manifiesta entre los de muy arriba (con la corrida cambiaria y devaluatoria) y los de muy abajo (con la plata que no alcanza). Pero en el medio parece otro país –u otro mundo–.

Economistas como Santiago Manoukian, de la consultora Ecolatina, explican la paradoja de este fenómeno en el contexto de un alza generalizada de precios y una caída del poder de compra de los salarios por un síntoma que “responde, además de a lo económico, a una cuestión emocional”. Para Manoukian, hay una especie de “consumo de revancha, que es un argumento de consumos postergados, pero además es el querer vivir cosas que estuvieron mucho tiempo suspendidas por la pandemia”.1 La idea tiene algo de consumo punk con su “no hay futuro”, porque el esquema de incentivos lleva a adelantar compras en un contexto donde rige el cepo cambiario, no se puede adquirir dólares y hay expectativas de devaluación. La inflación hunde a los más pobres y empuja un frenesí de compras de ese universo difuso definido como “clase media”.

En el marco de esta polaridad de una Argentina que parece marchar a dos velocidades, emerge el interrogante sobre cuáles son las causas que explican que –esta vez– una desocupación relativamente baja no se manifieste en un aumento del salario real y una consecuente disminución de la pobreza. En un país que llegó a registrar una desocupación de 25 por ciento en la última gran crisis (2001), asociando desempleo con pobreza, todo aumento neto del empleo parece ser un motivo para festejar. No es lo que sucede hoy.

Precarización y “ejército de reserva”

Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de la Central de Trabajadores de la Argentina-Autónoma (CTA-A), explica: “Primero habría que definir qué entendemos por desempleo bajo. En términos históricos, el siete por ciento actual es bajo si se lo compara con el período que se abre a partir de los años 90. Pero no necesariamente es tan bajo si se confronta con el período anterior. Dicho esto, empiezan a aparecer algunos elementos que habría que tener en cuenta. Por un lado, el tema inflacionario es clave. Se puede encontrar un fenómeno parecido a fines de los años 1980 con la hiperinflación, momento en el cual existía un desempleo que no necesariamente era alto, combinado con una caída brutal del salario real. Y también encontramos una situación similar en los años 1975-1976, con una desocupación muy baja y derrumbe del salario. Por lo tanto, no sería la primera vez que un desempleo disminuido no se traduce en crecimiento del salario real. No casualmente nombré dos momentos que tienen algunos puntos de contacto con la crisis que estamos viviendo actualmente”.

Campos considera que el dato distintivo, en comparación con aquellos momentos, es la precarización del mercado de trabajo: “No es lo mismo un desempleo bajo con un mercado de trabajo formalizado y que viene del pleno empleo, que un contexto en el cual el bajo desempleo es más (tomar esto con pinzas) ‘latinoamericano’, donde el desempleo es un ‘lujo demasiado caro’ que los trabajadores y trabajadoras no se pueden dar. Entonces salen al mercado de fuerza de trabajo a hacer lo que pueden. Esto se verifica en el crecimiento muy fuerte del trabajo no registrado y el cuentapropismo, que sí son elementos distintivos de esta etapa en comparación con otros momentos históricos. Podría decirse que hoy el ‘ejército industrial de reserva’ no está integrado sólo por desocupados, sino también por ocupados. Personas empleadas pero que buscan o necesitan cambiar de trabajo. Esto se ve claramente en la estadística del Indec [Instituto Nacional de Estadísticas y Censos] sobre presión laboral, que registra el desempleo del siete por ciento, pero con 30 por ciento de la población económicamente activa que está buscando activamente trabajo”.

En la misma línea, una investigación del grupo que integra el Observatorio Laboral de La Izquierda Diario puso el foco en este fenómeno y dio cuenta de que la tasa de desocupación captura sólo una parte de las tensiones existentes y que, por lo tanto, hay que observar otros indicadores esenciales, tales como los que componen la llamada “presión sobre el mercado de trabajo” (subocupados y ocupados demandantes de empleo), además de la informalidad.

“Si miramos la subocupación –destaca el informe–, encontraremos que a fines de 2021 había menos subocupados que a fines de 2020, en pleno auge de los efectos de la pandemia (12 por ciento versus 15 por ciento), lo que configuraría una buena noticia. Sin embargo, si miramos un poco más atrás en el tiempo, encontramos dos cosas preocupantes. La primera es que esa baja interanual deja a la subocupación en niveles altísimos, como fueron los de fines de 2018, luego del peor año del gobierno de Mauricio Macri. La segunda es que hay una sostenida tendencia al aumento del subempleo desde 2013 en adelante, es decir que hace casi diez años viene aumentando el sector de los activos que trabajan menos de 35 horas semanales y quisieran trabajar más. Si se suman los subocupados y ocupados demandantes (quienes tienen trabajo pero buscan más porque no les alcanza para vivir) y los informales (quienes trabajan en condiciones salariales y de derechos laborales ultraprecarizadas), encontramos que los problemas de empleo en realidad afectan a más de 42 por ciento de la población ocupada”.2

El dato de la subocupación es muy relevante porque habla de la calidad del empleo creado en los momentos de recuperación. La extensión y permanencia en el tiempo del subempleo indica que la estructura ocupacional mantiene altos niveles de precariedad y da cuenta de que la fuerza de trabajo tomada de modo integral está subutilizada.

En este sentido, investigadores como John Bellamy Foster y R. Jamil Jonna estudiaron el avance de la precarización en las condiciones laborales de la clase obrera en el mundo y los cambios en la composición del “ejército industrial de reserva”, concepto desarrollado por Karl Marx en El capital y que es utilizado por la mayoría de quienes estudian el mundo del trabajo. De forma tradicional, se creía que ese segmento de “superpoblación relativa” o “población obrera sobrante” estaba integrado por desocupados estructurales que presionaban sobre el mercado de trabajo para disciplinar a la fuerza laboral en general y a los salarios en particular. Cuanto más alta es la desocupación, más fuerte es la presión.

Foster y Jonna revelaron que en la desagregación que hizo Marx de ese segmento de la población (entre superpoblación flotante, latente y estancada) ya había pistas para pensar a los precarizados actuales como una capa tumultuosa que puede formar parte o cumplir la función de “ejército industrial de reserva” aunque tenga “trabajo”. Entre sus descripciones, Marx cita el caso de una fábrica de camisas en la ciudad irlandesa de Londonderry que empleaba un millar de trabajadores en el establecimiento y otros 9.000 trabajadores externos esparcidos por los distritos rurales en pequeños talleres dispersos, lo que debilitaba su poder de organización colectiva. Y también analizaba la industria doméstica moderna y el llamado “trabajo a domicilio” con formas de explotación más descaradas todavía que las aplicadas en la manufactura, “puesto que la capacidad de resistencia del obrero disminuye con su aislamiento; además, entre el verdadero patrón y el obrero se interponen aquí toda una serie de parásitos rapaces”.3

Con métodos tecnológicos mucho más desarrollados, las formas de precarización actual retoman prácticas brutales de explotación (dispersión, tercerización) que caracterizaron los momentos iniciales del capitalismo por vía de la expulsión de un número cada vez mayor de personas hacia los márgenes del trabajo formal.4

Trabajadores pobres

La subocupación, los ocupados demandantes y la informalidad explican un fenómeno que es relativamente nuevo en Argentina (y en el mundo), pero que se profundiza día a día: los trabajadores pobres. Empleados y empleadas activos que tienen trabajo y, sin embargo, son pobres, ya sea porque trabajan menos horas de las que necesitan trabajar, porque trabajan jornada completa pero demandan más empleo, o porque trabajan con escasos derechos. En 2011, 12,7 por ciento de las personas con trabajo eran pobres; en 2021 ese porcentaje llegó a 28,2 por ciento, según el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA).

Eduardo Donza, especialista en mercado de trabajo y desigualdad e investigador del Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina, señala: “El sector microinformal es un problema central en el mercado de trabajo de toda la región. Pero lo que es sólo argentino es la decadencia que se observa en este sector, o lo que algunos autores analizan como el proceso de latinoamericanización del mercado laboral en Argentina. Hace algunas décadas había aspectos que eran propios de América Latina que no se veían en Argentina. Es un fenómeno que se refiere a la venta ambulante, a cocinar y vender comida en la calle, a los que limpian parabrisas o a los cartoneros”.

En el contexto de un desarrollo cada vez más desigual y cada vez menos combinado, Donza cree que “hay una parte de la estructura productiva que tiene alta productividad, que genera buenas ganancias, que tiene a gran parte de sus trabajadores protegidos, es decir, que son trabajadores que están declarados en la seguridad social, que tiene estándares de generación de bienes y servicios de calidad internacionales. Y otra parte de la estructura productiva que es de establecimientos chicos, que poseen baja productividad, y de trabajadores por cuenta propia de baja calificación. Lo que vemos es que la persona que está desocupada muchas veces se inventa un trabajo. Pueden ser los recicladores de residuos, comúnmente conocidos como cartoneros, la venta ambulante, los jóvenes que limpian un parabrisas en una esquina y que piden una contribución, una actividad casi rayana con la mendicidad. Tenemos así una parte de la estructura productiva que va por autopista y la otra por una colectora, y que cada tanto tiene que enfrentar un lomo de burro o un pozo que detienen la marcha. De ahí viene la dualidad de la que no hemos podido salir en el mercado de trabajo en Argentina”.5

La inflación desbocada y la extensión de las múltiples formas de precarización pueden explicar la paradoja de que, en un contexto de crecimiento económico y baja desocupación, el salario real promedio no crezca. Sin embargo, como también enseña la turbulenta historia argentina, a la inflación (como a las armas) la carga el diablo, y mañana puede unir lo que hoy separa como si fueran dos universos paralelos. Mientras tanto, podría decirse –parafraseando al Borges del “Poema conjetural”– que desde el punto de vista de su estructura social, Argentina al fin parece encontrarse con su destino latinoamericano.

Fernando Rosso, periodista (@RossoFer). Autor de La hegemonía imposible. Veinte años de disputas políticas en el país del empate. Del 2001 a Alberto Fernández, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2022.


  1. Leandro Renou, “El misterio de los restaurantes llenos”, Página/12, Buenos Aires, 21-7-2022. 

  2. “#Recuprecarización. ¿Por qué trabajamos más y somos más pobres?”, La Izquierda Diario, 19-4-2022. 

  3. R. Jamil Jonna y John Bellamy Foster, “Marx’s Theory of Working-Class Precariousness”, Monthly Review, Nueva York, abril de 2016. 

  4. En un libro de reciente aparición en Francia, Le futur du travail (Éditions Amsterdam, 2022), el sociólogo Juan Sebastián Carbonell aborda las formas precarias del siglo XIX y su relación con la actualidad. 

  5. Eduardo Donza, “El principal problema del empleo no es la desocupación, es la precariedad laboral”, Perfil, 3-6-2022.