En una Londres que era entonces el centro del mundo, Bram Stoker recibe el flechazo de la amorosa amistad y de la vida de teatro. Es un tiempo de opio, guerra y velocidad. De ahí surge el humus espiritual para crear al inolvidable vampiro. Hace 125 años apareció su libro. Hace un siglo, la película que le abrió las puertas de la posteridad.
El 25 de mayo de 1895, Su Majestad Victoria, reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, reina de Canadá y emperatriz de las Indias, ennoblece por primera vez a un actor. Henry Irving, el nuevo caballero, también es director y dueño del Lyceum Theater, en Londres.
Al día siguiente se celebra una fiesta en el teatro. Dice presente todo el mundillo de la política y del espectáculo londinenses. William Gladstone, el muy liberal exprimer ministro; Ellen Terry, la Sarah Bernhardt inglesa, contratada por Irving por 24 años; Joseph Harker, el decorador; el crítico y dramaturgo George Bernard Shaw; Herbert George Wells cuya obra La máquina del tiempo acaba de publicarse por entregas; Arthur Conan Doyle, Somerset Maugham y Thomas Hardy, espectadores asiduos... Se nota una ausencia, la de Oscar Wilde, condenado ese mismo día a trabajos forzados por homosexualidad. Entre los presentes también se encuentra Bram Stoker, un gigante pelirrojo que a su vez es administrador del Lyceum Theater y amigo y admirador incondicional de Irving. Es también, y sobre todo, el futuro autor de Drácula. Sin embargo, casi nada predestinaba a Stoker a la vida de teatro que será la suya durante 27 años.
Nace el 8 de noviembre de 1847 y se convierte en un niño enfermo de un mal misterioso, postrado en una cama durante siete años. Afuera está la Irlanda de la gran hambruna; la muerte está en todas partes. El mildiu, que agrava las enfermedades respiratorias, mata a un octavo de la población en cinco años. Charlotte, su madre, le cuenta a su hijo el cólera de 1832, los cadáveres apilados en los mismos ataúdes mezclados con los vivos, y evoca los gritos de la mensajera de la muerte, la banshee. La señora Stoker, sufragista comprometida, defiende también a las madres adolescentes; al padre Stoker, empleado público, sólo le gusta el teatro. Finalmente, el niño se cura, repentinamente. Infancia, adolescencia, deportes, universidad, cargo de empleado público en el castillo de Dublín. Pero el destino espera a Stoker en el Teatro Real. El 28 de agosto de 1867 siente un flechazo absoluto por el actor Henry Irving, genio longilíneo y esquelético. Se conocerán, el joven le caerá bien a la estrella. “Así comenzó una amistad que terminará únicamente con su muerte, si es que una amistad, como cualquier otra clase de amor puede terminarse alguna vez”.1
En el transcurso de numerosas giras irlandesas, de almuerzos y cenas, su vínculo se fortalece. Bram asiste a los ensayos y lee a Walt Whitman, el solar poeta estadounidense de Hojas de hierba, publicado en 1855: “Y hoy decido cantar sólo el cariño viril”. Con su conjunto de poemas Calamus, Whitman escandaliza a la crítica y a la buena sociedad estadounidense que no ven allí más que un “tejido de obscenidades”, una apología de la homosexualidad. Stoker le escribe su admiración.
El destino del joven se aclara. En 1878, Irving le pide reunirse con él en Londres, como administrador del Lyceum Theater, del cual ya es dueño. Stoker deja todo, se casa de urgencia con la espléndida Florence Balcombe, que otrora Oscar Wilde cortejó y, sin luna de miel, aterriza en ese teatro que se convertirá en su verdadera casa.
Mucho más que niebla
He aquí Londres, megalópolis industrial, la ciudad imperial con dos exposiciones universales. Se demuele y se construye con un estruendo inconcebible. Palacios y tugurios, miseria y ity. “Lluvia, vapor y velocidad”, como la pintura de William Turner. Victoria, viuda vestida de negro, reina sobre el mayor imperio del mundo cuya capital no cesa de extenderse, pulpo rojo de humos y olores. Un mundo que retumba, una ciudad de seis millones de habitantes, la guerra sin fin. Guerras del opio, de los Boers, contra los persas, los afganos, Guerra de Crimea...
Hay que imaginarse el West End, el barrio de los teatros, en ese fin de siglo. En este distrito aristocrático no hay más que basura, niebla, carruajes y buses en todas partes; vendedores de patés, gritos, quejas y excavaciones, músicos y médicos ambulantes, prostitutas. Los dandys maquillados bajan de los carruajes, las crinolinas se arrastran por el barro. Se acaban de construir las cloacas, mal que le pese a The Economist, que critica su financiamiento público.
El Lyceum Theater, con sus seis columnas corintias y su fachada de piedra blanca, parece un refugio al caos del entorno. El rojo y el oro de sus dos mil asientos impresionan y calman. Esa noche, Henry Irving y Ellen Terry triunfarán en Hamlet, que el autor interpretará toda su vida.
Stoker trabaja como loco. Organizador, secretario, relaciones públicas, cabeza de turco. Para relajarse, organiza las reuniones del Beefsteak Club en una sala del teatro de decoración muy gótica. Muebles oscuros y vitrales, sillas de iglesia que mantienen la espalda erguida.
Los Stoker tienen un hijo, Irving Noel. Se dice que, tras su concepción, Florence siempre se negó a su marido... que llega tarde, frecuenta clubes al salir del teatro. Bram publica, en 1881, su primer libro, Under the Sunset, ocho cuentos para niños. Un éxito. Le seguirán doce novelas y una treintena de novelas cortas.
Las veladas de teatro se suceden parecidas a sí mismas durante la década 1880. Sin embargo, la geografía del público en la sala cambió. Los obreros, las clases populares, fueron exiliados de la platea para llenar el escarpado gallinero que Charles Dickens comparaba en su Night Walks a una “especie de plataforma”. Los burgueses están abajo. Los aristócratas, arriba de la orquesta o en los palcos. La sociedad victoriana se exhibe en capas. Esperanza de vida de un obrero, 27 años. Sin embargo, el pueblo del gallinero es ruidoso, se agita, hace huelgas, manifestaciones, pide el derecho al voto –que casi obtiene–. En 1884, la (tercera) ley electoral se lo otorga al 60 por ciento de los sujetos masculinos de la Corona. Karl Marx, exiliado, pasa sus días en la biblioteca de la British Library. El escritor William Morris, su amigo, funda el movimiento Arts and Crafts, que defiende la artesanía. Wilde sueña con una nueva sociedad: “Ya no habrá gente que viva en tugurios malolientes y que vista fétidos harapos”...2 Bram Stoker está lejos de esas consideraciones. Llena su teatro y sólo frecuenta a personas importantes.
Cada vez más cerca
En 1885, Irving crea Mefistófeles en una adaptación libre del Fausto de Goethe. Desde el Palacio de Westminster hasta los cottage ingleses, lo neogótico está de moda. En Francia, Eugène Viollet-le-Duc restaura Carcassonne y coloca la aguja sobre Notre Dame de París. Sin embargo, las lecturas son menos “góticas”. Desde 1830 se abandonan las criptas, los castillos, las tumbas y las heroínas en camisón. Pero se sigue leyendo Frankenstein, de Mary Shelley, que anuncia lo fantástico moderno y la ciencia ficción. Los lectores se estremecen, desde 1819, con las aventuras del Vampire de John Polidori y, desde 1872, con las desdichas de Carmilla, la vampiresa lesbiana exaltada del novelista Sheridan Le Fanu. Los vampiros siguen presentes, son románticos, se lee hasta sentir miedo.
Pero el terror invade Londres. “Un monstruo de una nueva especie sediento de sangre está al acecho”. Jack el Destripador corta gargantas y destripa a prostitutas. Las víctimas se suceden, la investigación trastabilla, se respira el perfume de la masacre. Es imposible encontrar al asesino. ¿Es el doble del doctor Jekyll, de Robert Louis Stevenson, publicado dos años atrás? ¿Es el médico de la reina, un pintor impresionista, un barbero polaco? La policía recibe cientos de cartas falsas o verdaderas firmadas por el criminal que se convierte en una estrella, inaugurando el baile de los serial killers. Se observa que las víctimas tienen heridas en el cuello que parecen mordeduras y dos prostitutas denuncian a un cliente que las mordió en el cuello antes de huir...
El 1º de enero de 1890 comienzan los naughty nineties. Década de lo extraño y del arte decadente, años de fin de reino y de Jubileo de Diamante. Stoker conoce al fascinante sir Richard Burton, viajero orientalista, antropólogo, políglota, primer traductor del Kamasutra no depurado, adaptador de los cuentos hindúes Vikram y el vampiro... ¿Su descripción? “Al hablar, su labio superior retrocedía y su colmillo surgía largo como la hoja de una daga”.3 Stoker también se relaciona con el orientalista húngaro Arminius Vambery, especialista en los países árabes y Asia Central, espía de la reina, que le transmite Las historias de Moldavia y Valaquia de Johann Christian von Engel. Valaquia... a los pies de los Alpes de Transilvania, el reino de Vlad III el empalador, el hijo de Vlad Dracul. Drácula.
Todo está listo. El Lyceum regresa de su sexta gira estadounidense. Un Bram Stoker exhausto se va de vacaciones a Whitby, pequeño puerto pesquero de Yorkshire dominado por la abadía fantasmal de Santa Hilda. Hay un cementerio marino siniestro y una playa en la que alguna vez atracó un barco ruso desierto de todos sus ocupantes. Todo está listo: “Bienvenido a los Cárpatos”.4 En Cruden Bay, Escocia, Stoker pasa veladas en el castillo de Stains Castle en el que el conde Erroll recibe a la alta sociedad. La noche es oscura y los perros aúllan. “Yo soy Drácula”.
En mayo de 1897, hace 125 años, Stoker finalmente publica la más famosa de las historias de vampiros. Es un éxito. Se lo compara con Edgar Allan Poe. Más tarde se olvidará que escribió otras historias. Algunos espíritus taciturnos no aprecian la forma epistolar. La única opinión que importa no llega. Stoker, que sueña con ver a Irving encarnar al conde, organiza una lectura y cae la guillotina: “Dreadfull!” (¡Horrendo!). Nunca más hablarán del tema.
¿Irving se reconoció en Drácula? ¿Entendió que Jonathan Harker, prisionero del vampiro, era Stoker? ¿Que el beso del vampiro representaba el acto sexual, el deseo, el placer? ¿Supo que Ellen Terry había inspirado a Lucy y la esposa de Stoker a la sensata Mina, dependiente de las mordeduras? Hipnosis, sonambulismo, catalepsia, amnesia... Stoker visiblemente retuvo las Lecciones de Jean-Martin Charcot. Los Estudios sobre la histeria de Josef Breuer y Sigmund Freud se publicaron dos años antes...
Drácula está tan lleno de los sueños, frustraciones y aspiraciones de su autor que se anima a todo. Homosexualidad masculina y femenina, triolismo, sexo oral, pedofilia. ¡Al vampiro le gusta crudo!... Desgraciadamente, también contamina la sangre de su presa, su beso la convierte en vampiro y en dañina como él. Es el extranjero. Uno de esos irlandeses, de esos metecos, de esos rojos venidos del este que amenazan a la alta sociedad agitando sus banderas en Trafalgar Square. Es la bestia y el desconocido, el que vive dentro de las ruinas, el murciélago que chilla, es el beso de la muerte, entonces la sífilis, más tarde el sida. Está solo, frente a una sociedad hostil que agita crucifijos. Su llegada es la amenaza y el peligro.
El 13 de octubre de 1905, Henry Irving casi muere en la escena, de un derrame cerebral. Bram Stoker lo sobrevivirá por siete años entre regreso al puritanismo, sífilis y neumonía.
Hace 100 años se proyectó por primera vez al sorprendente Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau. Al no haber sido consultada, Florence Balcombe Stoker obtuvo, por medio de un juicio, la destrucción de todas las copias... lo cual no sucedió. Porque Bram Stoker creó un mito, pero es sin dudas gracias al genio de Murnau, de Tod Browning, y de todos los demás, que Drácula definitivamente consiguió su boleto para la eternidad.
Agathe Mélinand, dramaturga. Traducción: Micaela Houston.
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Bram Stoker, Personal reminiscences of Henry Irving, Heinemann LTD, Londres, 1906. ↩
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Oscar Wilde, El alma del hombre bajo el socialismo, El Viejo Topo, Barcelona, 2016. ↩
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Personal reminiscences, op. cit. ↩
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Bram Stoker, Dracula, múltiples ediciones (publicado originalmente por Archibald Constable, Londres, 1897). Esta y la cita siguiente han sido extraídas de la versión disponible en: www.educ.ar/recursos/131134/dracula-de-bram-stoker ↩