“El principal problema hasta el momento es que ha habido un abismo demasiado grande entre la literatura y la vida; quienes han creado literatura no han escrito sobre la vida y los que han vivido la vida han sido excluidos de la literatura”. Esta aseveración de Charles Bukowski, que escribió en una carta de 1969, resume con nitidez su concepción literaria, y es una de las muchas que derrama en su incesante correspondencia con pequeños editores, poetas, escritores, de la que este libro hace una jugosa selección que se extiende de 1945 a 1993 y constituye una acertada introducción a su obra. Su escritura es torrencial, caótica, vivaz, plagada de diatribas contra escritores que detestaba –William Faulkner (nada menos); William Burroughs; la mayoría de los poetas coetáneos, a los que reprocha su formalismo vacío, su academicismo, su blandenguería y su índole anodina– y de fervor hacia sus pocos ídolos –Fedor Dostoievski, Louis-Ferdinand Céline, Franz Kafka, Knut Hamsun, John Fante–.
Las reiteradas y obsesivas descripciones de sus borracheras, de sus tardes en el hipódromo y de sus mujeres pueden dar la impresión de que es cautivo de su propio personaje. Escéptico radical, anarquista nihilista, una y otra vez se reafirma como un lobo solitario que descree de los movimientos colectivos y de su posibilidad de cambiar el mundo. Escribe: “No confío en la bestia humana y no me gustan las multitudes. Bebo cerveza, tecleo y espero”.
Pero no escatima su veneración por la creación artística y su placer sin límites por la escritura, así como su amor por la música clásica. Surge de sus cartas su interés central por la poesía: “[...] los poetas todavía son mediocres, así que sigo dándolo todo, las palabras deberían rasgar el papel, crear sonidos, ser claras y valientes y divertidas y alocadas”. Y una convicción: “Los únicos escritores que lo hacen bien son los que escriben para no enloquecer”.
Charles Bukowski. Anagrama. Barcelona-Buenos Aires, 2021. 248 páginas, 790 pesos.