La invasión rusa a Ucrania estuvo precedida por el reconocimiento, por parte de Moscú, de la independencia de Donetsk y Lugansk, las repúblicas separatistas del Donbás. ¿Qué antecedentes existen? La desintegración de Yugoslavia y el caso de Kosovo son las situaciones más citadas. En cambio, pocos quieren mencionar la palabra Cataluña.
Es una obsesión en la retórica del Kremlin: la independencia de las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk sería “tan legítima” como la que proclamó Kosovo en 2008. El presidente ruso, Vladimir Putin, lo repitió al recibir al secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, el 26 de abril en Moscú.
Rusia ya invocaba este “precedente” balcánico para justificar su reconocimiento de las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur [independentistas respecto de Georgia] en agosto de 2008 y la anexión de Crimea en 2014. En un mundo dominado por las relaciones de poder, donde todos los instrumentos del multilateralismo parecen haberse vuelto inoperantes, las referencias al derecho internacional nunca han estado tan presentes. Pero ¿qué establece exactamente la Carta de las Naciones Unidas? Se basa en dos principios potencialmente contradictorios: la soberanía de los estados con su integridad territorial, y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. De hecho, la ONU ha acompañado el proceso de descolonización, y el capítulo XI de su Carta prevé una categoría específica, la de los “territorios en fideicomiso y territorios no autónomos” (que actualmente son 17, entre ellos el Sahara Occidental, Gibraltar y algunos dominios británicos [incluidas las Islas Malvinas], así como Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa, esta última restituida en 2013 tras una campaña del partido independentista Tavini Huiraatira).
Sin embargo, la desintegración de los estados federales socialistas, Checoslovaquia, la Unión Soviética (URSS) y Yugoslavia había barajado de nuevo las cartas, dando lugar a un fenómeno de “proliferación de estados” que no ha cesado desde fines del siglo XX, extendiéndose incluso a otras regiones del mundo, como Eritrea, Timor Oriental o Sudán del Sur.1 Mientras que entre Eslovaquia y República Checa se concluyó rápidamente un “divorcio amistoso”, las cosas resultaron más complicadas en los otros dos casos, porque el derecho a la secesión reivindicado por algunos, y garantizado por la Constitución yugoslava en 1974, fue impugnado por otros, o por el enredo de reclamos: si bien las dos repúblicas soviéticas de Armenia y Azerbaiyán estaban destinadas a independizarse, ¿a quién debía asignarse la región autónoma del Alto Karabaj, adscrita a Azerbaiyán y enclavada en el territorio de esa república pero reclamada por Armenia?
El caso kosovar
En diciembre de 1991, una Comisión Internacional de Arbitraje para la Paz, presidida por el abogado y exministro de Justicia francés Robert Badinter, había establecido dos principios: las antiguas repúblicas federadas podían reclamar la independencia, pero no las entidades de menor rango, regiones, provincias o territorios autónomos –lo que ocurría precisamente tanto en el caso de Kosovo como en el de Abjasia y Osetia del Sur–2 y las antiguas fronteras administrativas de las entidades federadas debían convertirse en fronteras internacionales sin ninguna modificación. La independencia proclamada por Kosovo el 17 de febrero de 2008, con el apoyo de la mayoría de los países occidentales, empezando por Estados Unidos y Francia, violó así el primer principio establecido por la Comisión de Arbitraje, pero el propio Badinter explicó en su momento que Kosovo constituía un caso “sui generis”.3
A menudo citada como ejemplo, ¿a qué se refiere esta “excepcionalidad” de Kosovo? ¿A la violenta represión llevada a cabo por el gobierno serbio en los años 90? Se podrían oponer muchos otros ejemplos de este tipo en todo el mundo. ¿A la campaña de bombardeos aéreos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en la primavera boreal de 1999? Esto implicaría admitir que el uso de la fuerza pretende ser la base del derecho. Queda el argumento demográfico, con la incuestionable superioridad numérica de los albaneses, que habría hecho inútil la convocatoria de un referéndum cuyos resultados estaban previamente asegurados. Para comprender el estatus especial de Kosovo, hay que recordar los principios fundadores del federalismo yugoslavo, que distinguía, por un lado, los “pueblos constituyentes” de la Federación y, por otro, las minorías nacionales: los primeros no debían tener un Estado de referencia por fuera de las fronteras de Yugoslavia, como fue el caso de los croatas, macedonios, montenegrinos, serbios, eslovenos, y musulmanes de Bosnia-Herzegovina (que también obtuvieron este estatus en 1971). En cambio, al margen de su importancia numérica, los albaneses, así como los búlgaros, los húngaros o los italianos que vivían en Yugoslavia eran considerados “minorías nacionales”.
Solamente los “pueblos constituyentes” tenían una república epónima, aunque también gozaban del estatus de “pueblo” en las demás repúblicas de la Federación, como los serbios que vivían en Croacia, los croatas o los serbios que vivían en Bosnia-Herzegovina. La Constitución yugoslava de 1974 reconocía el derecho a la autodeterminación de las repúblicas federadas y de los pueblos constituyentes, y en 1981 los albaneses de Kosovo organizaron manifestaciones a gran escala, que fueron reprimidas violentamente, para obtener el estatus de “pueblo constituyente”, y no solamente de “minoría nacional”, así como la elevación de Kosovo al rango de república federada.
La soberanía reconocida en 1974 suponía que Croacia tenía derecho a proclamar su independencia, pero que la fracción del pueblo serbio que vivía en Croacia tenía derecho a oponerse a ella: aunque los serbios representaban el 12 por ciento de la población de Croacia según el censo de 1991, esta contradicción justificó la proclamación de las “regiones autónomas serbias” y, posteriormente, de las “repúblicas serbias” de Krajina y Eslavonia Oriental. Krajina fue reconquistada por Croacia en la Operación Tormenta, a principios de agosto de 1995, sin que Belgrado intentara oponerse, mientras que la antigua “República Serbia de Eslavonia Oriental, Sirmia y Baranya” se “reintegró” al Estado croata entre 1995 y 1998.
En la URSS, la pasión burocrática condujo a la creación de un sistema de tres niveles: repúblicas federadas que podían incluir en su seno a repúblicas autónomas y a oblast (simples regiones autónomas con competencias reducidas). Esta diferencia teórica de estatus ha tenido poca repercusión: la antigua región autónoma de la república federada de Georgia, Osetia del Sur, proclamó su independencia, al igual que la antigua república autónoma de Abjasia, mientras que la república autónoma de Adjaria sigue teniendo este estatus, pero sin cuestionar su pertenencia a Georgia. En cuanto a Transnistria, la “República Moldava del Dniéster” por su nombre oficial, no tenía existencia administrativa durante la época soviética, lo que no le impidió proclamar su independencia de Moldavia en 1991.
Eslavos del sur
Eslovenia celebró un referéndum de autodeterminación el 23 de diciembre de 1990, por lo que el Parlamento debía proclamar la independencia en un plazo de seis meses, lo que hizo el 25 de junio de 1991. Croacia, que había celebrado su propio referéndum el 19 de mayo de 1991, siguió su ejemplo. Estas proclamaciones de independencia del 25 de junio fueron “suspendidas” como consecuencia de las fuertes presiones internacionales: ni la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) ni Estados Unidos veían con buenos ojos estas independencias, todos manifestaron su voluntad de apoyar las tentativas de reforma del primer ministro federal yugoslavo Ante Marković. En ocasión del trigésimo aniversario de la proclamación de 1991, el expresidente Milan Kucan aseguraba que la independencia era “la última opción que le quedaba a Eslovenia”, mientras los líderes croata y serbio, Franjo Tuđman y Slobodan Milošević, negociaban en secreto la partición de Yugoslavia, pero el entonces secretario de Estado estadounidense, James Baker, aseguraba que su país “nunca” lo reconocería...4
Estas independencias se hicieron efectivas el 15 de diciembre, cuando la guerra se había extendido a toda Croacia. El verano de 1991 había estado marcado por intensas pero infructuosas negociaciones sobre modelos de “federación asimétrica” y Macedonia proclamó su independencia el 8 de setiembre de 1991, Bosnia-Herzegovina el 3 de marzo de 1992, tras un referéndum boicoteado por los nacionalistas del Partido Democrático Serbio (SDS). Solamente se abstuvieron Montenegro y Serbia, así como las provincias autónomas de Kosovo y Voivodina, adscritas a esta última república.
Milo Ðukanović, hombre fuerte de Montenegro durante más de tres décadas, puede presumir de haber organizado dos referéndums de autodeterminación. Mientras que los ciudadanos serbios no fueron consultados, los de Montenegro tuvieron que responder en 1992 a la siguiente pregunta: “¿Quiere que Montenegro, en tanto república soberana, siga formando parte de un Estado yugoslavo común con las demás repúblicas que lo deseen?”. Entonces devoto de Milošević, Ðukanović hizo campaña por el Sí, que ganó con 95 por ciento de los votos, pero las minorías nacionales y los partidarios de la independencia boicotearon la consulta. Este referéndum allanó el camino para la creación de una nueva República Federal de Yugoslavia, proclamada el 27 de abril de 1992.
Catorce años después, el 21 de mayo de 2006, se preguntó a los votantes montenegrinos: “¿Quiere que la República de Montenegro se convierta en un Estado independiente?”. Ðukanović, que mientras tanto había roto con su mentor de Belgrado y se había acercado a Occidente, volvió a liderar la campaña por el Sí, que ganó con 55,4 por ciento con una participación de 86,5 por ciento de los votantes registrados. La Unión Europea (UE), que se había opuesto desde hacía tiempo a las aspiraciones independentistas montenegrinas, había establecido una cláusula especial: el voto afirmativo debía superar el umbral de 55 por ciento de los votos expresados para que la consulta fuera válida. Esta norma tenía como objetivo evitar cualquier impugnación de los resultados. La independencia montenegrina provocó la disolución de la “tercera” Yugoslavia y Serbia también se independizó, sin haberlo pedido.
Vascos y catalanes
Los resultados del referéndum montenegrino se anunciaron la noche del 21 de mayo en Cetiña, la capital histórica de Montenegro, ante un bosque de banderas catalanas... En efecto, los independentistas de Cataluña habían acudido a apoyar la causa montenegrina, considerándola un ejemplo de secesión democrática y pacífica. Ellos mismos organizaron un referéndum el 1° de octubre de 2017, en el que el Sí ganó con más de 90 por ciento de los votos emitidos, pero con una participación de solamente 42 por ciento de los inscriptos. Esta consulta fue declarada ilegal por la Justicia española y sus organizadores fueron encarcelados bajo la acusación de “sedición”, a pesar de la protección de su estatus parlamentario. El referéndum catalán suscitó un intenso debate en los Balcanes, especialmente en Eslovenia, donde muchas figuras políticas, tanto de izquierda como de derecha, consideraron que las aspiraciones catalanas eran legítimas. Hizo falta una fuerte presión europea para que Liubliana no fuera la única capital de la UE, a la que Eslovenia se había incorporado en 2006, en reconocer la independencia catalana.5
Las aspiraciones catalanas y vascas explican la actual posición intransigente de Madrid en la cuestión de Kosovo. Cinco Estados miembros de la UE no reconocieron su independencia: Chipre y Grecia, por “solidaridad ortodoxa” con Serbia; Rumania y Eslovaquia, que temen un efecto de “contagio” sobre sus grandes minorías húngaras; y España, que es un pilar de este “frente del rechazo”. En las manifestaciones contra la independencia de Kosovo del 17 de febrero de 2008 los nacionalistas serbios ondearon más banderas españolas que rusas. La UE no reconoció a Kosovo, ya que esta decisión es un acto soberano de los estados y algunos “microestados” incluso han hecho una especialidad de cambiar su reconocimiento por dinero, como Nauru, la única isla del mundo que ha reconocido tanto a Abjasia y Osetia del Sur como a Kosovo.
Una ola de pánico recorrió Belgrado en el verano de 2008 cuando Moscú reconoció la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, justificando esta decisión por el “precedente” de Kosovo.6 Mientras Serbia contaba con el apoyo de Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU, ¿qué argumento de principios podría esgrimir contra el reconocimiento de la independencia de Kosovo? Los mismos fantasmas resurgieron en 2014 con la anexión de Crimea y en febrero de 2022 con el reconocimiento de las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk. Los temores de un gran “acuerdo” geopolítico que implique el reconocimiento de Kosovo por parte de Rusia también habían regresado tras la reunión entre Putin y el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Helsinki en julio de 2018. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, Serbia se encuentra en una posición delicada: se niega a aplicar las sanciones europeas contra Rusia, pero votó a favor de las resoluciones de la Asamblea General de la ONU que “deploran en los términos más enérgicos” la agresión rusa y “reafirman el compromiso con la soberanía, la independencia, la unidad e integridad territorial de Ucrania”.
En realidad, más que Moscú, Belgrado cree que puede contar con el apoyo principista de Pekín, que teme los riesgos secesionistas del Tíbet y Xinjiang. Serbia también ha logrado una inesperada operación política,7 al realizar una activa campaña entre los países de África, Asia o América Latina, la mayoría de los cuales aún se niega a reconocer la independencia de Kosovo: estos estados quieren situarse como defensores del derecho internacional frente al cinismo de las grandes potencias, que solamente se refieren a él en función de sus intereses actuales. Este “precedente” de Kosovo acaso explica en parte la “prudencia” de los países del Sur con respecto a la guerra en Ucrania.8
Jean-Arnault Dérens, periodista en Le Courrier des Balkans, autor (con Laurent Geslin) de Là où se mêlent les eaux. Des Balkans au Caucase dans l’Europe des confins, La Découverte, París, 2018. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
Punto uy
Alineado con la mayor parte de América del Sur, Uruguay todavía no reconoce la independencia de Kosovo. En esa postura también se encuentran sus socios del Mercosur: Argentina, Brasil y Paraguay. Por el contrario, Colombia, Guyana y Perú son los únicos gobiernos sudamericanos que aceptan la existencia del Estado kosovar. Surinam había otorgado su reconocimiento en 2016 pero lo retiró en octubre de 2017.
En el caso de Abjasia y Osetia del Sur, ninguno de los dos protoestados son reconocidos por Uruguay (en América Latina sólo cuentan con el reconocimiento de Nicaragua y Venezuela).
En cuanto a los estados exyugoslavos, Uruguay integró, junto con Argentina y Chile, la tríada de los primeros países latinoamericanos en reconocer a Croacia el 16 de enero de 1992. En el origen de este acto diplomático estuvo una iniciativa parlamentaria del democristiano Héctor Lescano (que de 2015 a 2020 sería embajador en Argentina, durante el tercer gobierno del Frente Amplio) de reconocer las independencias tanto de Croacia como de Eslovenia.
-
Pascal Boniface, “Danger ! Proliferation étatique”, Le Monde diplomatique, París, enero de 1999. ↩
-
Véase “Les guerres du ‘droit’ et le précédent du Kosovo”, Revue Internationale et Stratégique, París, Vol. 99, Nº 3, 2015. ↩
-
Badinter expresó esta postura en una reunión organizada por el Centro Franco-Austríaco y el IFRI en octubre de 2017. En 2006, cuando era senador, aún consideraba que era mejor “posponer” la cuestión de la independencia de Kosovo: “Albanie et Macédonie : deux pays des Balkans à ne pas oublier”, informe de información Nº 287 (2005-2006) de Didier Boulaud, en nombre de la Delegación para la Unión Europea, presentado el 4-4-06, www.senat.fr ↩
-
“1991, dernier été de la Yougoslavie (2/10). Milan Kučan: ‘Nous voulions la démocratie’”, entrevista con Jean-Arnault Dérens y Simon Rico, Le Courrier des Balkans, 25-6-21. ↩
-
Charles Nonne, “Slovénie : un modèle à suivre pour l’indépendance de la Catalogne ?”, Le Courrier des Balkans, 23-10-17. ↩
-
“La Russie reconnait l’Abkhazie et l’Ossétie du Sud : un coup de poignard dans le dos pour la Serbie ?”, Le Courrier des Balkans, 27-8-08. ↩
-
Jean-Arnault Dérens, “Prodiges et vertiges de la diplomatie serbe”, Le Monde diplomatique, París, setiembre de 2010. ↩
-
Véase Alain Gresh, “Lectura periférica”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2022. ↩