Atribuirle todas las dificultades del momento a un motivo único ya era una práctica de la Roma antigua. En esa época, Catón el Viejo finalizaba cada uno de sus discursos, cualquiera fuera el asunto, reclamando que Cartago sea destruida. Más recientemente, en 1984, la televisión pública le encargó al actor Yves Montand la presentación de un programa, Vive la crise! [¡Viva la crisis!], destinado a hacerles comprender a los franceses que su fragilidad seguía proviniendo del Estado de bienestar.1 El remedio sería una purga social. Luego el terrorismo se convirtió en el temor cotidiano, la nueva pizarra mágica que permitía hacer desaparecer al resto. De hecho, una hora después de los atentados del 11 de setiembre de 2001, algunos funcionarios británicos recibieron el siguiente mensaje de la asesora de un ministro: “Es un muy buen día para aprobar a escondidas todas las medidas que debemos tomar”. Bastaría con atribuirlas –“todas”– a la “guerra contra el terrorismo”, incluidas, por supuesto, las que no tenían ninguna relación con Osama bin Laden. Y como la rueda sigue girando, actualmente en Rusia cada uno de los problemas presentes proviene, de manera necesaria, de las intrigas de Occidente, mientras que en Occidente siempre es “la culpa de Moscú”.

Es lo que ocurre con la caída del nivel de vida. El presidente estadounidense Joseph Biden no deja de atribuirle al “impuesto [del presidente ruso Vladimir] Putin” sobre la alimentación y la energía la brusca reanudación de la inflación en Estados Unidos. A su vez, su homólogo francés Emmanuel Macron pretende que las actuales dificultades de sus compatriotas más pobres se explican por una “economía de guerra”. Pero si este fuera el caso, hace 40 años que los franceses ya no saben lo que es la paz. Ya que el fin de la indexación de los salarios sobre los precios se remonta a 1982, cuando [el entonces presidente] François Mitterrand y su ministro Jacques Delors le regalaron a las empresas privadas el mayor obsequio que jamás hayan recibido del Estado. En cambio, no armaron ningún árbol de Navidad para los asalariados, cuyo poder de compra se vio indefinidamente amputado. Sin embargo, en ese entonces, Ucrania y Rusia seguían siendo un mismo país y Putin todavía no había dejado su ciudad natal de Leningrado...

En definitiva, la “economía de guerra” no hará más que prolongar y acelerar este empobrecimiento de los más pobres, precisamente cuando las ganancias del CAC40 [índice de los 40 principales valores de las empresas que cotizan en la bolsa parisina] por 160.000 millones de euros en 2021, acaba de pulverizar un récord histórico alcanzado hace quince años. En fin, todo cambió excepto la jerarquía mundial entre dividendo y salario. Y la determinación de los gobernantes de privilegiar el primero ante el segundo (ver páginas 16 y 17). Oligarcas de todos los países...

La pizarra mágica también funciona para la ecología. Reactivación de la producción de carbón, sacrificio del transporte de carga ferroviario, fracturación hidráulica, contaminación digital, desenfreno publicitario de los joyeros en la prensa y en las paredes: en estas áreas también, la vida continúa. Pero esta vez, “por culpa de Putin”.

El Estado les regalará, sin embargo, ventiladores y botellas de agua a los más pobres, descuentos sobre la nafta a aquellos que no van a hacer las compras en bicicleta. Las “medidas de emergencia” se suceden; las medidas urgentes tendrán que esperar.

Serge Halimi, director de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Micaela Houston.


  1. Pierre Rimbert, “Il y a quinze ans, ‘Vive la crise’”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 1999.