Seis meses después de haber invadido Ucrania, Rusia planea anexar una parte del territorio que ocupa. Por su lado, los países occidentales le brindan al país agredido armas cada vez más sofisticadas, al tiempo que envían brigadas de “asesores militares”. Moscú ya no quiere únicamente someter a Ucrania, sino despedazarla; Washington ya no quiere únicamente contener a Rusia, sino vencerla. Nada parece frenar este engranaje en el cual cada uno de los bandos, cada vez más dominado por partidarios de la guerra, cree tener las manos libres porque apuesta a que su adversario, incluso arrinconado, nunca cometería lo irreparable para salir de la situación. Sin embargo, los errores de pronóstico de este tipo pueblan los cementerios.

La Unión Europea y Estados Unidos le prometieron al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, que lo ayudarían a recuperar por la vía militar el terreno conquistado por el enemigo. Le delegaron la definición de las misiones y la mediatización de las operaciones destinadas a movilizar a la opinión pública. Si, como es de temer, Rusia anexa este otoño la totalidad o una parte del Donbass, o las regiones de Jersón y de Zaporiyia, un poco más al sur, ¿acaso los occidentales ayudarán a Kiev a reconquistarlas, tomando así el riesgo de un enfrentamiento aún más directo y riesgoso con Moscú, susceptible de aplicar a estos territorios la protección nuclear que le reserva al suyo?1

La cuestión de las sanciones debe ser abordada con el mismo realismo, pues no se trata, tampoco en este caso, de tomar posición. Es cierto que los estados que quisieron “castigar a Rusia” la afectaron (ya no puede adquirir repuestos ni tecnologías sensibles), pero sin acercarse –¡ni un poco!– a los objetivos vislumbrados hace seis meses. El 1º de marzo pasado, el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, alardeaba: “Vamos a provocar el derrumbe de la economía rusa. [...] La Unión Europea está descubriendo su poderío”. Fatigado, el Fondo Monetario Internacional, que no es una guarida antioccidental, acaba de concluir que “la contracción de la economía rusa en el segundo trimestre fue menor de lo previsto”, mientras que “los efectos de la guerra en los principales países europeos fueron más negativos de lo que se había anticipado”.2 A pesar de haberse reducido, las exportaciones rusas de energía le aportan mayores ingresos a Moscú debido a que los precios pegaron un salto. El financiamiento de la “máquina de guerra rusa”, por lo tanto, no sufrió, al contrario que el poder de compra de los europeos, golpeado por la decisión irreflexiva de sus dirigentes. Así, la política común de la energía, que estas sanciones debían coronar, resultó en un desastre absoluto, en particular para los sectores populares cuyos ingresos disponibles de por sí apenas alcanzan la línea de flotación.

A justo título nos indignamos porque decisiones que llevaron a la guerra y a la miseria hayan sido tomadas por un solo hombre, o casi. ¿Acaso es tan diferente la situación en otras partes? ¿Y por cuánto tiempo más?

Serge Halimi, director de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Véase John J. Mearsheimer, “Playing with fire in Ukraine. The underappreciated risks of catastrophic escalation”, Foreign Affairs, 17-8-2022. 

  2. “Perspectivas de la economía mundial”, Fondo Monetario Internacional, julio de 2022.