El 6 de agosto se cumplieron cien años del nacimiento de Homero Alsina Thevenet (1922-2005), y así ha sido recordado en medios locales, argentinos y españoles. Le hubiera gustado saber que algunos lo definen como el mayor crítico cinematográfico de América Latina, y que el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), al presentar el ciclo Cien años de HAT, lo describe como “el crítico más importante de habla hispana”. Había trabajado casi setenta años en esa tarea y escrito más de 25 libros, sin otro motivo que una tempranísima pasión por el cine y una vocación por el periodismo que lo convirtió en maestro.

En 1936, con catorce años de edad, ganó un concurso de preguntas sobre cine en la radio CX28, y en 1937 fue invitado por quien sería su guía inicial, Arturo Despouey, a colaborar en Cine Radio Actualidad. “Homero Alsina no llegaba ni siquiera a joven: menudo, delgado, imberbe, todavía de pantalón corto, tenía más aspecto de niño que de adolescente cuando empezó a escribir en la revista. Inteligente, laborioso, poseído de una envidiable seguridad en sí mismo, cultivador de un humor irónico de certera puntería, el debutante se distinguió desde el primer momento por capacidades fuera de lo común”, escribió Hugo Rocha.1 En ese momento, a excepción de unos pocos expertos, como Despouey y José María Podestá, en Uruguay no se hacía crítica de cine. A lo sumo había notas sobre estrellas y comunicados de las empresas exhibidoras. El cine era visto como un entretenimiento. Pero Cine Radio Actualidad tenía otra visión sobre el arte cinematográfico y publicaba críticas serias, acompañadas de las fichas técnicas de las películas. Cuentan que el adolescente Homero, cuando no se podía conseguir la ficha, subía a la cabina de proyección y copiaba los créditos mirando a trasluz la cinta de celuloide.

En varios sentidos fue un típico representante de la generación del 45. Todos fueron polémicos, iconoclastas, fundaron una tradición crítica y compartieron el mismo empeño en transformar la cultura local. Y casi todos pasaron por Marcha. Homero lo hizo en 1939, cuando empezó como corrector de pruebas, y trabó amistad con Juan Carlos Onetti, por entonces secretario de redacción del semanario. Años después, escribiría en Babelia, suplemento de El País de Madrid: “Conocí a Onetti en 1939, cuando ambos éramos correctamente ignorados por el mundo. A esas alturas yo era un adolescente aprendiz de periodismo y él un bohemio que sabía vivir con su pobreza y habitaba una pequeña pieza al fondo de la casa que ocupaba el semanario Marcha”.2 Conservó siempre una admiración y un afecto especial por Onetti. Fue uno de los que salieron a vender El pozo por unas monedas “sin otro interés que divulgar esa revelación”. Hasta buscó una manera de ignorar la malévola ironía con que Onetti le dedicó “Bienvenido Bob” en 1944, ese relato sobre un adolescente condenado a degradarse con el paso del tiempo. Porque lo cierto es que Onetti se equivocó: Homero fue fiel a sí mismo hasta el último día; siguió siendo siempre, en más de un sentido, un adolescente. A pesar de su fama de ogro y de su afición a marcar errores ajenos y polemizar con quien se le pusiera por delante, era en el fondo un hombre idealista y solidario, como con seguridad reconocen todos los que tuvieron la suerte de trabajar con él.

En Marcha se originó su amistad con Emir Rodríguez Monegal, a quien debía, como solía recordar, gran parte de su cultura literaria. Con él publicaría en 1964 el primer libro sobre Ingmar Bergman escrito fuera de Suecia. Una desinteligencia con Carlos Quijano a propósito del Festival de Cine de Punta del Este de 1952 complicó su relación con Marcha. El director del semanario consideraba el festival un derroche de dinero del Estado en subsidiar a una empresa privada y una “feria de vanidades”, y Homero –que era desde 1946, junto con Hugo Alfaro, responsable de la página de cine– lo veía como una oportunidad de ver obras de grandes directores, además de poner a Uruguay en el mapa. Por esa razón, mientras Quijano criticaba con dureza al festival desde la página editorial, Alsina y Alfaro cubrían los estrenos con entusiasmo. El entredicho terminó con el despido de Alsina.

Ese mismo año fundó la revista Film, donde escribiría la primera nota importante sobre Bergman en español.3 Había visto Juventud divino tesoro (1951) en aquel Festival de Punta del Este y otros títulos llegados después del “descubrimiento”. “Pero había colegas argentinos y uruguayos que podrían haberlo hecho, simplemente que ninguno de ellos lo hizo. Así que la hipótesis de que yo descubrí a Bergman no es tan real”, le dijo a Ana Solari.4 Lo cierto es que cuando Bergman cumplió ochenta años a Homero lo llamaron de medios suecos para conocer su opinión.

En 1954, invitado por Antonio Taco Larreta, empezó a publicar en El País, donde sería jefe de la página de Espectáculos. Ya era un crítico reconocido y respetado fuera de fronteras. Tomás Eloy Martínez, por entonces cronista de cine en La Nación de Buenos Aires, ha contado que en esa época él leía Cahier du Cinéma y Sight and Sound para informarse. Un colega le recomendó “que más bien leyera a Homero Alsina Thevenet en El País de Montevideo”. “Nunca olvidaré el estado de absoluto deslumbramiento con que me acerqué al primero de los textos que Alsina firmaba, invariablemente, con sus iniciales, HAT [...]. Nunca había aprendido tanto de un artículo tan breve y pocas veces en la vida se me volvió tan transparente el horizonte infinito de lo que ignoraba. [...] Desde entonces me convertí en un adicto de El País y de todo lo que apareciera firmado por HAT. [...] Estudiaba los textos de Alsina con devoción de catecúmeno. Dialogaba con él, disentía, me peleaba con sus ideas como si se me fuera la vida”.5

En 1967, Tomás Eloy lo invitó a mudarse a Buenos Aires para escribir en Primera Plana. Allí trabajaría también en la editorial Abril, en Adán y en Panorama. Pero en 1976, después del golpe de Estado, debió exiliarse en Barcelona. La experiencia catalana no fue fácil, y en esos ocho años se dedicó a hacer traducciones y publicó dos libros: Chaplin, todo sobre un mito (Bruguera, 1977) y El libro de la censura cinematográfica (Lumen, 1977). También tradujo el Borges de Rodríguez Monegal, publicado originalmente en inglés.6

Con el fin de la dictadura argentina, en 1984 regresó a Buenos Aires, donde trabajó en La Razón y fue jefe de Espectáculos de Página 12, además de publicar el libro Listas negras en el cine (Fraterna, 1987), otro de sus temas predilectos. En 1989 volvería a Montevideo a votar “verde” en el plebiscito para derogar la ley que amnistiaba a los militares, y en ese momento surgió la propuesta de fundar El País Cultural, que fue, según él, la experiencia periodística que más se le parecía. Y es cierto que el suplemento semanal fue hecho a su imagen y semejanza: después de convocar a un equipo coordinador, sumó una amplia serie de colaboradores uruguayos y argentinos que cubrían distintas disciplinas; pensó una estructura para el semanario; inventó una página titulada Mondo Cane que recogía con su clásico humor situaciones curiosas, y editó un riguroso manual de estilo, donde marcaba la necesidad de ser preciso, bien informado, usar frases claras y concisas, desterrar el uso de la primera persona y los signos de interrogación o exclamación.

Todas las notas se corregían dos veces y Homero era implacable con los errores ajenos. Solía pasar lo que llamaba “el adjetivero” en todos los textos que recibía, según él para limpiarlos de cosas innecesarias. Con esa mezcla curiosa de seguridad y modestia, no aparecía como director de la publicación, aunque lo era. Siempre tuvo la última palabra cuando había alguna diferencia con el equipo. Pero supo cuidar las buenas relaciones. Hasta servía él mismo todos los días el té de las cinco de la tarde. Y nos hacía reír con sus disparates, su imitación de Groucho Marx, y sus desplantes. Había en él algo de niño prodigio que nunca pudo abandonar, un gusto por sorprender a los demás con sus habilidades y saberes. Tenía una cultura cinematográfica abrumadora y una memoria prodigiosa. Recordaba el número de página en la edición de Sudamericana de una escena de Mrs. Dalloway que lo había impresionado, y no se equivocaba. Y recordaba el número de puerta de las casas de la gente que conocía. “Yo no quiero ganar ningún concurso de popularidad”, decía cuando le reprochábamos un trato un poco áspero con algún colaborador. Pero era increíblemente paciente con los más jóvenes, a quienes atendía con dedicación.

En “el Cultural”, más que a hacer crítica de cine, se dedicó a otros temas, y al fenómeno cinematográfico, a sus clásicas diferencias con la teoría del autor, que según él olvidaba que, salvo excepciones, el cine es un fenómeno colectivo y fueron también las empresas, los productores, los guionistas, los distribuidores, los que crearon el cine. Según Hermenegildo Menchi Sábat, en El País Cultural Homero “ya no era el petimetre sabelotodo, sino un reflexivo y sabio periodista al que se recurría como consejero y guía”.7 Hoy sorprende releer sus libros y comprobar que, tal vez porque nunca condescendió con las modas del momento, siguen atrapando al lector.

Rosario Peyrou, periodista.


  1. “Retrato de un crítico adolescente”. El País Cultural, 1-12-2006. 

  2. “Recuerdos de Montevideo”. Babelia, 31-05-1994. 

  3. “Bergman: un tema y varias costumbres”. Film, junio de 1953. 

  4. Autorretrato de Homero Alsina Thevenet, Palabra Santa, Montevideo, 2013. 

  5. “Retrato de un intelectual ejemplar”, Tomás Eloy Martínez. La Nación, 29-4-2006. 

  6. Borges, una biografía literaria, Fondo de Cultura Económica, 1987. 

  7. “Murió un maestro del periodismo cultural”. Clarín 13-12-2005.