Vivimos en un nuevo momento en la historia política de Brasil. Una amplia coalición en defensa de la democracia derrotó en las urnas -y por estrecho margen- al poder económico, al autoritarismo y a manifestaciones de una derecha radical muy cercana al fascismo.

El nuevo gobierno anuncia el objetivo de restaurar la democracia en Brasil, en un momento de inestabilidades, presiones y conflictos. No será una tarea fácil y seguiremos siendo testigos de repetidos enfrentamientos en una sociedad fracturada y dividida, en la que la extrema derecha hará todo lo posible por mantener la polarización y preparar el camino para intentar desestabilizar al nuevo gobierno, o para preparar una nueva embestida electoral en 2026. No podemos ignorar su apoyo internacional y que casi la mitad de los brasileños y brasileñas, a través del voto, buscaron entronizar a su dictador. Esta es la cuestión central que necesita ser debatida.

Para complicar aún más la situación, tenemos la politización de las Fuerzas Armadas y la policía militar, que incluso han presentado un plan para permanecer en el gobierno hasta 2035. Los institutos Villas Bôas, Sagres y Federalista verbalizaron las pretensiones del “partido militar” cuando presentando el proyecto “Brasil en 2035”, en el que proponen que las Fuerzas Armadas se asuman como un actor político por encima de las instituciones democráticas, investido de un poder moderador, capaz de intervenir en la vida política del país en caso de crisis entre los poderes.1

Que quede claro que los intereses de los grandes agentes económicos, en el escenario actual, se identifican en gran medida con la extrema derecha y ya están organizados para oponerse a las políticas y al gobierno entrante. Sus posiciones serán expresadas, en la escena pública, por sus asociaciones, diarios y partidos, y ahora también por sus acciones en las redes sociales. Sustanciosamente financiadas, estas organizaciones promueven eventos, cursos, seminarios, programas de televisión y periódicos, financian youtubers y así difunden su visión, valores e intereses, acusando y desmoralizando a los gobernantes. La disputa por la hegemonía necesita una doctrina, agentes multiplicadores e instituciones de apoyo, como las universidades. Es una inversión en la creación de dispositivos, redes y sistemas que son armas de combate para hacer valer intereses específicos como si fueran intereses generales y, de ese modo, ganar apoyo popular.

Entonces queda la pregunta: si los intereses conservadores se estructuran y movilizan en la disputa por la hegemonía, conquistando sus espacios, territorios y simpatizantes, ¿cómo enfrentarán esta situación los sectores democráticos?

La respuesta a esta pregunta es compleja y difícil. Debido a la gran heterogeneidad de posiciones que está presente en el arco democrático, la capacidad de mantener este frente apoyando al nuevo gobierno es un desafío que requiere mucho diálogo, valoración de todos los participantes y una agenda en la que el mínimo común denominador sea la erradicación del hambre, la recuperación y mejora de las políticas de salud y educación, y el control ambiental.

La comprensión simplista de que, en democracia, la política es un juego de presión que se juega en el Parlamento, ya le ha costado caro a la población brasileña. Sin el apoyo popular, los gobiernos democráticos y progresistas no pueden hacer frente a las fuerzas conservadoras que siempre han controlado estos espacios de decisión y que allí son mayoría.

Para garantizar esta agenda mínima de derechos, el nuevo gobierno necesitará apoyo popular y movilizaciones callejeras. Es la movilización ciudadana la que decide la correlación de fuerzas y la conquista, o reconquista, de los derechos sociales y políticos. Y el choque no será sólo con la extrema derecha. Hay otros sectores conservadores que lucharán con uñas y dientes para conservar sus privilegios.

Resulta que, en los últimos años, las organizaciones de la sociedad civil que se movilizan en defensa de los derechos han sido combatidas, perseguidas, debilitadas. Muchas no sobrevivieron, otras se crearon de manera reciente, en un proceso en el que los temas identitarios ganaron mayor magnitud, como la lucha contra el racismo y contra la discriminación de las mujeres y las relaciones homoafectivas. La crisis climática y la degradación ambiental se suman a la agenda prioritaria.

Sucede que es sobre la base de estas discriminaciones que se produce el despojo de las mayorías. 99 por ciento de la población produce para enriquecer a un uno por ciento. Y ese 99 por ciento incluye tanto a simpatizantes de extrema derecha como a quienes se organizan en clubes, asociaciones, hinchas de fútbol, ​​iglesias, sindicatos y movimientos sociales, que tienen el poder de revertir esta realidad. La lucha por la democracia es también la lucha contra la desigualdad.

Las luchas unitarias promovidas por movimientos como el Frente del Pueblo Sin Miedo y el Frente Brasil Popular deben continuar. También procesos políticos colectivos, como el Mutirão contra el Hambre,2 o campañas de vacunación y atención del covid. A la vez, la ciudadanía organizada pretende acercarse a los parlamentarios desde su campo político y orientar sus acciones. Por ejemplo, Quilombo en los parlamentos3 es una propuesta que articula a parlamentarios negros electos con movimientos contra el racismo.

Sin duda, esta competencia por corazones y mentes es vista por la extrema derecha como una guerra cultural. Y en la guerra consideran que todo vale: mentir, atentar contra la integridad de las personas, acusar de falsedad a cualquiera, ignorar el sufrimiento de las mayorías empobrecidas.

En un país donde uno por ciento de la población posee 50 por ciento de la riqueza y 33 millones de personas pasan hambre, ¿es posible la democracia? ¿Qué tipo de democracia? ¿La democracia de las élites, que preserva las desigualdades y concentra el poder, o la democracia que busca incorporar la participación de todos y universalizar los derechos y, para ello, implementar políticas públicas universales y de mayor calidad?

Para evitar el regreso de la extrema derecha al gobierno y disputar qué democracia tendremos, es necesario invertir en fortalecer las capacidades de presión de la ciudadanía. En reuniones para evaluar el momento político, varias asociaciones y movimientos sociales entienden que es necesario fortalecer las organizaciones populares y los movimientos sociales; dedicar esfuerzos a la formación política y al desarrollo del espíritu crítico; ampliar los horizontes y las esperanzas de todos; y combinar el desarrollo de la cultura ciudadana con movilizaciones por la erradicación del hambre y la inseguridad alimentaria, por la educación universal y gratuita, por el fortalecimiento del SUS [Sistema Único de Salud], por la ampliación de los espacios de debate público, por el fortalecimiento de los medios contrahegemónicos.

Silvio Caccia Bava, director de Le Monde diplomatique, edición Brasil.


  1. “Grupo de militares prevê manter o poder até 2035”, CartaCapital, 24-5-2022. 

  2. Se conoce como “mutirão” al trabajo colectivo que se hace de manera gratuita para lograr mejoras en una comunidad. 

  3. Los quilombos, o palenques, eran comunidades de esclavos que escapaban de las plantaciones y creaban su propia organización social y política.