¿Podíamos imaginar una demostración más elocuente? Un joven militante estudiantil, Louis Boyard, llama la atención por su espíritu combativo; se convierte en cronista regular de un programa de televisión, Touche pas à mon poste [No toques mi tele], que no goza de mucho reconocimiento, pero es muy visto. Su notoriedad mediática lo ayuda a ser elegido candidato de La France Insoumise [La Francia Insumisa, LFI]; el voto de los electores lo convierte en diputado. Cuando vuelve como invitado al programa que aseguró su fama, el presentador Cyril Hanouna, mucho más famoso que él, lo insulta porque se atreve a cuestionar a Vincent Bolloré, décima tercera fortuna de Francia y propietario del canal: “Sos una mierda”, “bueno para nada”, “imbécil”, “me resbala que seas diputado”. Los insultos que se repiten ilustran el estado de dependencia del mundo político hacia el de los medios de comunicación.

El escándalo impulsó la audiencia de los programas siguientes, donde todos denunciaron al “nene” ingrato que “traicionó a su amigo” Hanouna. “Francamente, fue una falta de respeto”, consideró uno de los que intervinieron en ese intercambio, a propósito del diputado insultado, pero no del presentador que lo injurió. La trampa se cerró: en efecto, el programa había sido aclamado por varios dirigentes de LFI, deseosos de dirigirse a su público numeroso, joven y popular. “Vamos a todos los lugares donde podemos llevar nuestras palabras”, explicó de hecho Jean-Luc Mélenchon después del incidente. ¿A qué precio?

El tema de la relación que mantienen las agrupaciones políticas, asociativas y sindicales con los medios de comunicación que monopolizan la puesta en escena de la vida pública revela una paradoja: pocas veces la superposición de la prensa y del dinero ha sido tan pronunciada; la crítica a los medios de comunicación por parte de la izquierda radical jamás pareció tan oportunista. Toda organización que cuestiona el orden establecido sabe, no obstante, que la prensa y el poder están en connivencia. “Los periodistas –advierten dos universitarios hostiles al movimiento social– deben recordar que no son simples observadores, sino que forman parte de las elites cuyo rol es también el de preservar el país del caos”1.

Los contestatarios tampoco ignoran la impopularidad de los dirigentes editoriales. Aun así, aceptan, en diversos grados, plegarse a sus demandas, ya sea que se trate de amoblar los estudios de los canales de información en continuado o de aceptar un puesto de cronista en un programa de entretenimientos. ¿Pero es posible utilizar así a los grandes medios de comunicación sin correr el riesgo de verse sometido? ¿Qué concesiones debemos hacer cuando elegimos “hablar para los medios”?

Serge Halimi y Pierre Rimbert, respectivamente, director y redactor de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Micaela Houston.


  1. Elie Cohen y Gérard Grunberg, “Les Gilets jaunes : une double régression”, Telos, 7-12-2018.