A medida que se fueron revelando las transcripciones de conversaciones del presidente de Estados Unidos en 1962, John F. Kennedy, salieron a la luz detalles que mantienen su relevante actualidad. Sobre todo, en momentos en que el presidente ruso, Vladimir Putin, amenaza con recurrir a las armas nucleares en su guerra contra Ucrania.

El 28 de octubre de 1962, el mismo día en que anunciaba de forma pública el retiro de los misiles balísticos nucleares que sus fuerzas habían desplegado en la isla de Cuba, el entonces jefe del Estado soviético, Nikita Jrushchov, le envió una carta confidencial a su par estadounidense John F. Kennedy sobre la solución pacífica alcanzada ante la confrontación entre superpotencias más peligrosa de toda la historia moderna. Oficialmente, la Unión Soviética aceptaba retirar sus misiles a cambio de la garantía de Estados Unidos de renunciar a todo proyecto de invasión de Cuba. Sin embargo, en realidad, la crisis no se resolvió hasta que el presidente Kennedy envió a su hermano Robert en misión ante el embajador soviético Anatoly Dobrynin para proponer un intercambio ultrasecreto: los misiles estadounidenses en Turquía contra los misiles rusos en Cuba.

“Tengo el deber de decirle que comprendo cuán delicado es para usted considerar la idea de un desmantelamiento de los misiles estadounidenses instalados en Turquía –estimaba Jrushchov en su carta a Kennedy, buscando obtener una confirmación escrita del acuerdo–. Tomo en cuenta la complejidad de este asunto y creo que tiene razón en su deseo de no hablarlo públicamente”.

Dobrynin le entregó la carta al fiscal general Robert Kennedy durante su segundo encuentro, dos días después, el 29 de octubre. Pero en vez de transmitírsela al presidente, este último se la devolvió al embajador soviético con la siguiente explicación: Estados Unidos no dejará de “honrar su promesa, aun si esta es expresada verbalmente”, pero sin dejar ningún rastro por escrito. “Yo mismo, por ejemplo, no quiero tomar el riesgo de verme inmiscuido en la transmisión de una carta de esta naturaleza, ya que quién sabe dónde y cuándo estas cartas podrían resurgir o ser publicadas”, habría indicado Robert Kennedy, según el informe que Dobrynin le presentó al Kremlin. “Si semejante documento saliera a la luz, ello podría causarle un daño irreparable a mi futura carrera política. Por ello les ruego que acepten la devolución de esta carta”.

Así comenzó el largo y épico proyecto de ocultamiento de una negociación que puso fin a la crisis y le evitó al mundo una guerra nuclear. El presidente Kennedy estaba determinado a mantener en secreto el intercambio de los misiles turcos por los misiles cubanos –tanto para preservar el control de Estados Unidos sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de la que Turquía era miembro, como para proteger su propia reputación, la cual, al igual que la de su hermano, no habría resultado enaltecida en caso de divulgación de las negociaciones con Moscú–. Con el fin de asegurarse una máxima discreción, el presidente decidió mentirles a sus predecesores, inducir a error a los medios de comunicación y orquestar una campaña para socavar a su propio embajador ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Adlai Stevenson –el primero, y sin dudas el único, de los asesores de Kennedy que defendió la opción de un intercambio de retiro de misiles y que, por ende, era importante reducir a silencio–. Tras el asesinato de John F. Kennedy, un pequeño círculo de sus exasesores se aseguró de que se respetara su voluntad. Gracias a sus esfuerzos, el muro de silencio se mantuvo durante más de un cuarto de siglo, distorsionando la historia y las lecciones del episodio más crítico de la Guerra Fría.

Apenas unas horas después de que Jrushchov anunciara por radio su decisión de desmantelar los misiles y repatriarlos, el presidente Kennedy comenzaba a difundir su propia versión de la salida de la crisis. El sistema de escuchas de la Casa Blanca capturó los intercambios telefónicos sobre el tema entre Kennedy y sus tres predecesores aún vivos, Dwight Eisenhower, Harry Truman y Herbert Hoover. “No podíamos aceptar eso”, le afirmó a Eisenhower respecto de un acuerdo sobre Turquía, según informó el historiador de la crisis de los misiles Sheldon Stern1. Le dijo la misma mentira a Truman, jurando haber “rechazado” el pedido público de Jrushchov respecto de los misiles Júpiter en Turquía, y asegurando que el Kremlin finalmente había “aceptado la propuesta inicial” de Washington (de no invadir Cuba). A Hoover, Kennedy le informó de modo engañoso que los soviéticos habían vuelto a una “posición más razonable” respecto del ofrecimiento de no intervención estadounidense.

Al día siguiente, el presidente de Estados Unidos tuvo una conversación con su hermano acerca de la inesperada carta de Jrushchov sobre el retiro recíproco de misiles y decidió que la conclusión de ese asunto no debía dejar ningún rastro por escrito. “El presidente Kennedy y yo mismo estimamos que un intercambio epistolar respecto de nuestras conversaciones no es para nada útil por el momento”, le habría explicado Robert Kennedy al embajador Dobrynin, según el informe top secret intervenido por el mandatario. “Comprendió lo que nos dijimos, y según mi entendimiento, no se necesitaba nada más”.

John F. Kennedy luego se encargó de distribuir a los medios de comunicación las excusas narrativas que lo mantendrían al resguardo de toda especulación sobre la existencia de una contrapartida escondida. Le dio luz verde a su amigo más cercano, Charles Bartlett, a quien había elegido emisario secreto ante los servicios soviéticos durante la crisis de los misiles, para que redactara un informe “vivido desde adentro” de las tomas de decisiones que solucionaron el conflicto. Su copia, firmada junto con otro confidente de Kennedy, Stewart Alsop, se publicó el 8 de diciembre de 1962 en The Saturday Evening Post y no tardó en propagarse por Washington.

Titulado “En tiempos de crisis”, el artículo de Bartlett y Alsop dejó asentada de manera definitiva la versión autorizada de la milagrosa resolución de la crisis de los misiles. Comienza con una cita atribuida al secretario de Estado Dean Rusk –“Estamos cara a cara, y creo que el otro acaba de pestañear”– que enseguida se impone como la expresión icónica de la sangre fría presidencial gracias a la cual el mundo acababa de escapar por muy poco al apocalipsis nuclear. Al amenazar con invadir Cuba, Kennedy había, decididamente, ganado su pulseada con los soviéticos; Nikita Jrushchov había “pestañeado”, retirado sus misiles y otorgado a Estados Unidos una victoria central en la Guerra Fría. “Las palabras de Rusk –insisten los autores– simbolizan un gran momento de la historia estadounidense”.

Usar la sombra de Múnich

Pero ese artículo por encargo contenía asimismo ataques contra el embajador estadounidense ante la ONU, Adlai Stevenson, retratado como “débil” frente al adversario soviético y sospechado de preferir con un énfasis demasiado sistemático las conversaciones a la acción militar. Incluso se lo llegó a calificar de muniqués2. Alsop y Bartlett citan una “fuente oficial” que afirma que “Adlai quería un Múnich. Quería intercambiar bases estadounidenses contra bases cubanas”. Sin siquiera esperar a que se publicara el artículo, los editores de The Saturday Evening Post se apresuraron a distribuirlo a los medios de comunicación de Nueva York y Washington, acompañado de un comunicado de prensa titulado “El controvertido y hasta ahora no revelado papel desempeñado por el embajador ante la ONU, Adlai Stevenson, en el punto más álgido de la crisis de Cuba”. Esta traición hacia un leal colaborador desencadenó una tormenta política que sin dudas no resultó sorpresiva para el presidente Kennedy.

En sus memorias, el asistente personal del mandatario, Arthur Schlesinger Jr., cuenta haber sido llamado a la Oficina Oval el 1º de diciembre, donde John F. Kennedy le reveló que un artículo a punto de publicarse acusaba a Stevenson “de defender un Múnich caribeño”. Teniendo en cuenta, precisó el presidente, sus lazos de amistad con Bartlett, “todo el mundo va a suponer que esto viene de la Casa Blanca”. Y agregó: “Díganle a Adlai que nunca hablé con Charlie o con ningún otro periodista acerca de la crisis cubana y que este artículo no representa mi punto de vista”.

En realidad, claro está, Kennedy había hablado con Bartlett durante la redacción del artículo, el cual servía con fidelidad su punto de vista, o en todo caso su objetivo político. Él mismo había orquestado la publicación del artículo y la campaña de prensa contra Stevenson, con vistas a disociar a la Casa Blanca de la manera en que la crisis se había resuelto. Como lo reveló el historiador Gregg Herken, “en realidad, la fuente oficial era el propio Kennedy”3.

“El presidente había resaltado con marcador la mención de Múnich en el borrador del artículo, que anotaba con su propia mano”, escribió Herken, basándose en entrevistas realizadas a diferentes miembros de la familia de Stewart Alsop, así como en la correspondencia intercambiada entre Alsop y el director de The Saturday Evening Post, Clay Blair Jr., y publicada por primera vez de modo integral –60 años después de la crisis de los misiles– por los Archivos de Seguridad Nacional [National Security Archive]. El rol de Kennedy “debe permanecer top secret, sólo para sus ojos, el mensaje se autodestruirá y todo ese tipo de cosas”, le escribió Alsop a Blair cuatro meses después del asesinato del presidente en Dallas, mientras que su jefe de redacción lo presionaba para que redactara un relato en forma de confesión exclusiva sobre la implicación presidencial en un artículo destinado a arruinar la reputación de un embajador de Estados Unidos. Según Alsop, la página manuscrita anotada a mano por el mandatario fue devuelta a Kennedy en 1962 y destruida. “Le mandé el documento a modo de regalo de Navidad, a través de Charlie [Bartlett]. Hace ya mucho que fue reducido a cenizas –escribe Alsop–. Hubiera significado una interesante nota al pie en esta historia”.

Durante los años que siguieron al asesinato de Kennedy, sus más altos asesores, a pesar de estar perfectamente al tanto del acuerdo secreto con Moscú, preservaron el mito sagrado de la crisis de los misiles. Las memorias de los excolaboradores del presidente, así como las de Theodore Sorensen, evitan con cuidado toda referencia a la negociación.

Robert Kennedy ciertamente describió en detalle su encuentro del 27 de octubre de 1962 con Dobrynin en su diario íntimo, pero cuando este se publicó de forma póstuma en 1969, con el título de 13 días, el fragmento sensible ya no figuraba. Veinte años después, en el transcurso de una conferencia en Moscú sobre la crisis de los misiles, Sorensen admitió haber sacado toda referencia a la negociación Cuba/Turquía: “Yo era el editor del libro de Robert Kennedy. Y sus Memorias indicaban de manera muy explícita que [Turquía] formaba parte del acuerdo. Sin embargo, en la época seguía siendo un secreto, incluso del lado estadounidense. [...] Así que decidí suprimir ese fragmento”.

“No hubo filtración –confirma el exasesor de Seguridad Nacional McGeorge Bundy en su libro publicado en 1988, que revela la verdad4–. Que yo sepa, ninguno de nosotros divulgó lo que había sucedido. En todos los foros negamos la existencia de un acuerdo”.

Entonces, fue sólo a partir de fines de los años 1980 que emergió la verdadera historia del acuerdo que puso fin a la crisis de los misiles. En 1987 la biblioteca presidencial John F. Kennedy comenzó a publicar las transcripciones de las palabras intercambiadas en el transcurso del conflicto entre el presidente y sus asesores. Las grabaciones de estas conversaciones mostraban con claridad que Kennedy aprobaba que se llevara a cabo una negociación que permitiera evitar una conflagración nuclear. Tras el colapso de la Unión Soviética, el ministro ruso de Relaciones Exteriores aceptó compartir archivos clave, entre ellos los mensajes de Dobrynin al Kremlin informando sus negociaciones con Robert Kennedy. Luego, con ocasión de los trigésimo y cuadragésimo aniversarios de la crisis de los misiles, una serie de conferencias internacionales reunió en La Habana a exasesores de Kennedy, a exresponsables militares soviéticos y a Fidel Castro, quienes brindaron nuevos esclarecimientos acerca de los orígenes de la confrontación y, sobre todo, acerca de su conclusión.

Nadie sabría decir en qué medida las lecciones del pasado se aplican a la situación actual. Sin embargo, en su carta a Kennedy del 28 de octubre de 1962, Nikita Jrushchov formulaba una advertencia premonitoria acerca de un mundo presa de las armas nucleares: “Señor presidente, la crisis que acabamos de atravesar es susceptible de reproducirse. Esto significa que debemos resolver problemas relacionados con el exceso de material explosivo. No podemos diferir la resolución de estos problemas porque la prolongación de una situación semejante está cargada de incertidumbres y de peligros”.

Peter Kornbluh, periodista. Autor, con William M. LeoGrande, de Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana. Se publicó una versión en inglés de este artículo en The Nation (28-10-2022), con el título “The cuban missile crisis cover-up”. Traducción: Micaela Houston.


  1. Sheldon Stern, Averting “The Final Failure”: John F. Kennedy and the Secret Cuban Missile Crisis Meetings, Stanford University Press, Redwood City, 2003. 

  2. N. de R.: Por los Acuerdos de Múnich del 30 de setiembre de 1938, en los que Reino Unido y Francia cedieron ante la Alemania nazi en su anexión de los Sudetes checoslovacos. El intento de “apaciguar” a Adolf Hitler con esa concesión quedó desde entonces marcado como una mala praxis diplomática. 

  3. Gregg Herken, The Georgetown Set: Friends and Rivals in Cold War Washington, Vintage Books, Nueva York, 2015. 

  4. McGeorge Bundy, Danger and Survival: Choices About the Bomb in the First Fifty Years, Random House, Nueva York, 1988.