El 10 de junio de 2014 Irak quedó atónito. Mosul, la gran ciudad del norte del país, cayó en manos de la organización Estado Islámico (EI). El Ejército, las fuerzas antiterroristas, la Policía y las otras entidades de seguridad nacional se mostraron incapaces de hacer frente a unos cientos de yihadistas. En su huida, abandonaron toneladas de material a este enemigo de obediencia sunnita. Es un drama nacional acompañado por un sentimiento generalizado de pánico y de humillación. Tres días después de la caída de Mosul, Ali al-Sistani, la más alta autoridad religiosa de Nayaf –el centro neurálgico del chiismo iraquí–, emitió por tanto una fatwa llamando al pueblo a la movilización militar para resistir la ofensiva del Daesh (acrónimo del EI en árabe). En respuesta a este llamado, miles de jóvenes se unieron a las milicias que se formaron aquí y allá o que ya existían. Para esos voluntarios, ni hablar de incorporarse al ejército, que había perdido toda credibilidad. Con el fin de mantener el control sobre el movimiento, el gobierno de Bagdad creó una plataforma llamada Al-Hashd Al-Sha’abi (Movilización Popular) para reunir, organizar y orientar a esos grupos heterogéneos de milicianos. Es así como nació “el Hashd”, que algunos políticos iraquíes apodaron con rapidez “la nueva Guardia Republicana” –en referencia al cuerpo de élite bajo la dictadura de Saddam Hussein–. Esta coalición participará en la derrota de EI y su influencia será determinante en la vida política iraquí.
Porque esas facciones armadas reunidas bajo la misma bandera ya no se limitan a hacer la guerra contra EI o contra los grupos que todavía se identifican con esa organización1. Como indicador de la importancia creciente del Hashd, en julio el gobierno reveló en su presupuesto que su plantilla alcanza hoy por hoy 238.075 hombres (contra 122.000 en 2021), es decir, el seis por ciento de los empleados públicos, con una masa salarial equivalente a 2.650 millones de dólares (1,8 por ciento del presupuesto nacional). A título comparativo, el Ejército cuenta con 454.000 personas y el Ministerio del Interior con 700.000. ¿Cómo una agrupación de milicias pudo alcanzar semejante dimensión y tener tanto peso en las finanzas públicas? Responder esta pregunta es darse cuenta de la importancia de la evolución del Irak pos Hussein.
Para el poder que se instaló tras la caída del dictador, el 9 de abril de 2003, el Hashd es actualmente una garantía de supervivencia, al igual que los pasdaran que defienden a la República Islámica iraní. Dado que su misión inicial de lucha contra los yihadistas no era suficiente para otorgarle un rol de protector del régimen, se estableció un marco jurídico para legitimar su accionar, garantizar su durabilidad y permitir su control sobre el territorio y la población. El 26 de noviembre de 2016 el Parlamento adoptó una ley en este sentido. Ese texto convierte al Hashd en un órgano oficial del Estado iraquí, formalmente bajo la dirección del primer ministro en tanto comandante en jefe. Una dirección más bien formal, porque la organización paramilitar, convertida en institucional, escapa de facto a la autoridad del gobierno.
Poderosa corriente proiraní
Hay que realizar aquí una distinción importante y diferenciar entre régimen y gobierno. El primero fue moldeado por grupos proiraníes, inspirándose en el modelo iraní. Creado a mediados de los años 2000 sobre la primacía del chiismo, funciona según sus propias reglas y estrategias y no considera ni a los kurdos ni a los sunnitas como actores con los cuales podría contemplarse un acuerdo nacional. Por su parte, el gobierno sirve como pantalla y se mueve en un espacio que ya no es más que marginal. Operando tras esta fachada, el régimen autoriza, por medio de la organización de elecciones legislativas, una relativa alternancia y la formación de nuevos gobiernos, e incluso tolera una competencia política entre partidos, con la condición de que ello no ponga en entredicho su existencia.
Desde esta perspectiva, el Hashd, o una de sus facciones, podría entrar en conflicto directo con el gobierno, como fue el caso de Mustafá Al-Kadhimi2. En la noche del 5 al 6 de noviembre de 2021, en plena “Zona Verde”, un barrio altamente protegido de la capital, la residencia del primer ministro fue blanco de un ataque de drones. Si bien este último se salvó, muchos iraquíes vieron la mano del Hashd detrás de ese atentado. En efecto, se sospechaba que Al-Kadhimi había sido cómplice del asesinato, el 3 de enero de 2020, en Bagdad, del general iraní Qassem Soleimani, comandante de la fuerza Quds, y de Abu Mahdi al-Muhandis (el Ingeniero), el jefe de Kataeb Hezbollah (Falanges del Partido de Dios) y hombre fuerte del Hashd. El primer ministro también estaba acusado de querer forjarse un prestigio internacional que le permitiera aislar a las facciones proiraníes más radicales del régimen y restringir la influencia política de la coalición paramilitar.
El Hashd no es una entidad homogénea, y se divide en tres ramas centrales, cuyos intereses a veces resultan opuestos. La primera está alineada con Irán, en términos ideológicos, y en la actualidad es la que controla la coalición. El segundo grupo, por su parte, se identifica con la Marja’iyya de Nayaf, es decir, una autoridad religiosa de referencia encarnada por Al-Sistani. Por último, una tercera rama adopta el nacionalismo iraquí como línea política, y su figura destacada es el jefe político y religioso Muqtada al-Sadr. Tras la derrota de EI, las dos últimas ramas siguieron recorridos distintos. Las fuerzas de la Marja’iyya se incorporaron al ejército iraquí, mientras que las de Al-Sadr, reunidas en la organización Saraya al-Salam (Las Brigadas de la Paz), permanecieron como miembros del Hashd, lo que les permite gozar de sus recursos financieros. Con el tiempo, Saraya al-Salam también tomó distancia de la rama proiraní, abandonando en esta última el control efectivo del Hashd. Además de esas tres grandes divisiones, existen pequeños grupos armados, sunnitas o pertenecientes a minorías (cristiana, yazidí, chabaquíes, etcétera), que se alían con alguno de los principales grupos según sus intereses, eligiendo más a menudo la rama proiraní, debido a su peso.
La influencia de las facciones que componen el Hashd tiene especial importancia porque ellas crearon ramas políticas que participan en la vida partidaria del país. Esto les permite ocupar escaños en el Parlamento, ingresar en el gobierno y contar con recursos estatales, lo que amplía su margen de maniobra en materia de gestión de las relaciones de fuerza en el seno del poder. Desde 2018, durante las elecciones legislativas, las listas vinculadas con las organizaciones milicianas llegaron de forma sistemática en primera y segunda posición. Ese fue el caso el 12 de mayo de 2018, cuando la formación de Al-Sadr, respaldada por las Brigadas de la Paz, llegó en primer lugar, con 54 escaños. La lista de Hadi Al-Ameri, una personalidad afín a Teherán y apoyada por las milicias Badr (por el nombre de una victoria militar del profeta Mahoma y sus partidarios), Asa’ib Ahl al-Haq (Liga de los Detentores del Derecho) y de los Kataeb Hezbollah, obtuvo el segundo lugar, con 48 parlamentarios. En cambio, la lista de Haider Al-Abadi, entonces primer ministro y que gozaba del apoyo de Occidente y de los países del Golfo, no consiguió más que la tercera posición, con sólo 42 escaños. En 2021 la lista de Al-Sadr obtuvo nuevamente el primer lugar, con 73 bancas. Si sumamos los escaños de Al-Ameri a los del ex primer ministro Nuri Al-Maliki, también afín a Teherán, obtenemos 51 legisladores. Así, las formaciones apoyadas por milicias miembros del Hashd determinan la vida parlamentaria iraquí.
Además de un presupuesto estatal significativo, el Hashd está a punto de lograr autonomía en el plano económico, a semejanza de los pasdaran iraníes. En noviembre de 2022 el gobierno lo autorizó a crear la empresa de obras públicas Muhandis (Ingeniero), en homenaje al fundador de los Kataeb Hezbollah. En un Irak en plena reconstrucción, donde el Estado es el primer comitente en materia de obras de infraestructura, esta empresa, dotada de un capital equivalente a 69 millones de dólares, permitirá a la organización firmar contratos y acumular importantes recursos financieros. Con ello puede protegerse de las eventuales presiones de un gobierno que le fuera hostil.
Caja paralela
Además, las fuerzas del Hashd se benefician de una recaudación ilegal de impuestos sobre las mercancías importadas por Irak. Presentes en las cinco terminales oficiales diseminadas a lo largo de la frontera con Irán, así como en el único punto de paso con Turquía y también en los muelles del puerto de Um Kasar, las milicias recaudan su cuota al permitir a los transportistas esquivar la lentitud de la burocracia. En marzo de 2021 el Ministerio de Finanzas iraquí admitió que sus servicios no percibían más que entre el 10 y el 12 por ciento de los impuestos que deberían devengarse con normalidad.
El contrabando de petróleo y de otros materiales hacia y desde Irak también constituye una fuente de ingresos muy importante para las milicias. El 15 de julio de 2022 la Agencia Nacional de Seguridad iraquí reveló haber embargado más de un millón de litros de productos petroleros de contrabando durante los meses anteriores. Por su parte, dos meses antes, la Iraqi National Petroleum Products Company había estimado el volumen del contrabando petrolero en siete millones de litros diarios, es decir, cerca de la mitad de la producción diaria total del país. Entre 2017 y 2019 el contrabando habría privado al país de 2.000 millones de dólares de ingresos petroleros3.
Con los años, el Hashd se arraiga y expande su control. La percepción, muy común en Occidente, según la cual no se trataría más que de una coalición de milicias, es cada vez menos adecuada. Esta organización tiene una base social, brazos armados, representantes políticos y medios financieros. Mientras más pasa el tiempo, más difícil resulta expulsarla del terreno político, e incluso eliminarla.
Adel Bakawan, director del Centro Francés de Investigaciones sobre Irak (CFRI). Traducción: Micaela Houston.
Muqtada al-Sadr, enigma iraquí
¿Qué quiere Muqtada al-Sadr? Personalidad religiosa y política de primer nivel, el hombre no deja de sorprender con sus inesperadas iniciativas. A la cabeza de una de las milicias más poderosas del país, Saraya as-Salam (Las Brigadas de la Paz), también es el jefe de una corriente política nacionalista que en 2018 y luego en 2021 constituyó la primera fuerza en el seno del Parlamento al concluir las elecciones legislativas. Al rechazar por igual la influencia de Irán y la de Estados Unidos, el hijo del venerado Mohammad Sadek al-Sadr, asesinado por el régimen de Saddam Hussein en Nayaf en 1999, no dudó en aliarse con los comunistas iraquíes. Para sorpresa general, en agosto de 2022, cuando parecía estar en la cúspide de su poder, ordenó a sus 73 diputados renunciar a sus cargos y anunció al mismo tiempo su retirada de la vida política. Una decisión que provocó enfrentamientos en Bagdad entre sus partidarios y el ejército regular, con varias decenas de muertos y cientos de heridos. El 14 de abril, el jefe religioso volvió a la carga al anunciar la suspensión “al menos por un año” de la mayor parte de las actividades de su movimiento. ¿Verdadera retirada o maniobra política? Con cada uno de sus anuncios, Al-Sadr demuestra que la ausencia de su movimiento crea un vacío y engendra el caos. Ello lleva al gobierno, así como a sus competidores del bando chiita, a hacer concesiones, lo cual, a la larga, refuerza su influencia en la vida política iraquí. De hecho, no es azaroso que hayan sido sus partidarios quienes, el 20 de julio, incendiaron la embajada de Suecia en Bagdad, en protesta contra la destrucción de ejemplares del Corán en Estocolmo. Si bien condenaron el ataque, las autoridades de Bagdad no tardaron en ordenar la expulsión de la embajadora de Suecia en Bagdad. Una manera de impedir a Al-Sadr presentarse como el único defensor del islam.
Akram Belkaïd, jefe de redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.
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Ver Laurent Perpigna Iban, “El despertar del Estado Islámico”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2021. ↩
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Véase “L’impossible gestion de la diversité en Irak”, Politique étrangère, París, primavera de 2022. ↩
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“Milicias armadas, factores de emergencia, riesgos y soluciones” (en árabe), European Centre for Counterterrorism and Intelligence Studies, 24-9-2022. ↩