De repente, mientras estamos sentados en su atelier del Mansudae Art Studio, en el centro de Pyongyang, Choi Chang Ho se para de un salto y corre hacia un armario para sacar un cuaderno de dibujo. Su gesto es tan inesperado como revelador. No esperábamos poder reunirnos con uno de los mayores representantes norcoreanos vivos de la pintura de lavado de tinta, chosonhwa. Eso no formaba parte de las visitas previstas en la agenda. Pero mi guía oficial hizo uso de sus contactos y nos dio la sorpresa esa mañana.

Durante nuestra conversación, Choi Chang Ho, nacido en 1960, menciona los grandiosos e intimidantes paisajes montañosos por los que es tan conocido y apreciado en toda Asia Oriental. Explica su profundo apego a la inclemencia de las montañas del norte, de donde es originario, y describe la manera en que el clima hostil de la región se refleja en la robustez y la obstinación de sus habitantes. Pero lo que sobre todo le gusta pintar son las clases trabajadoras a las cuales pertenece su familia. Y abre su cuaderno para mostrarnos en qué consiste su verdadera pasión.

El Mansudae Art Studio es el epicentro de la producción artística en la República Popular Democrática de Corea. Fundado en 1959, pone a trabajar a un millar de creadores, a los cuales se agregan unos 3.000 “obreros del arte”, cuyas especialidades van desde el bordado sobre pintura hasta la escultura, pasando por el mosaico, el arte monumental y todas las demás técnicas imaginables. Instalado en el centro de la capital, en un campus en constante expansión, está bajo la supervisión directa de Kim Jong-un y del Partido del Trabajo (PTC), que le confían la realización de las principales obras de arte públicas –desde la decoración del metro de Pyongyang hasta erigir las estatuas del líder que dominan la colina Mansu–.

En tanto empleado del Mansudae Art Studio, Choi Chang Ho ejecuta órdenes, pero la serie de croquis que nos muestra no está vinculada a ningún encargo. Algunos meses antes fue enviado a Manchuria, en el noreste de China, a la cabeza de un colectivo de artistas, para montar una exposición. Al pisar esa tierra sagrada, se encontró pensando en la época de la “lucha de los partisanos”, en los años 1930, cuando unos combatientes coreanos realizaron incursiones armadas en su país natal, entonces ocupado por los japoneses1. Esforzándose por imaginar la vida de esos miembros de la resistencia, comenzó una serie de dibujos que ilustraban sus condiciones de vida en los campamentos de la guerrilla y la camaradería que los unía, que se tornó aún más fuerte debido a las adversidades –hoy, un recuerdo base de la identidad norcoreana–. A la noche, ennegrecía las páginas de su cuaderno, escabulléndose para volver al hotel a dibujar mientras los miembros de su equipo salían a recorrer la ciudad. Tales son los temas y las escenas que le importan y a los cuales quiere dedicarse en los años venideros.

Este breve encuentro con Choi Chang Ho brinda un buen panorama de lo que significa ser un artista en Corea del Norte, desde el punto de vista del artista. Viene a confirmar lo que 20 años de investigaciones sobre la teoría y la práctica del arte en ese país nos han enseñado, coronadas por un trabajo de campo en el verano de 2018. Acompañado por la fotógrafa neerlandesa Alice Wielinga, trabajamos con algunos artistas del Mansudae Art Studio y de la Universidad de Bellas Artes de Pyongyang2.

Condicionantes

Por más espontáneo y sincero que sea, el tema elegido por Choi Chang Ho también está ampliamente condicionado, dado que se inscribe en el marco de una jerarquía definida por la teoría artística oficial. En la cúspide se encuentran los retratos del jefe, un elemento central del culto a la personalidad que hace de los herederos de la familia Kim los líderes históricos de la revolución norcoreana, los padres afectuosos del pueblo coreano y los protectores invencibles de la patria. Estos retratos se confunden en parte con los cuadros históricos, estando el pasado revolucionario y la biografía del líder entremezclados de forma estrecha. Las escenas históricas, en particular las que tienen que ver con la guerrilla antijaponesa y con la “guerra antiimperialista de liberación de la patria” (así es como se llama aquí a la Guerra de Corea, ocurrida de 1950 a 1953), pero también aquellas que describen la construcción del “paraíso de los trabajadores”, funcionan como recordatorios visuales de la identidad fabricada y promovida por el partido y por el Estado. Esas “pinturas temáticas” (chujehwa) son las que corresponden en mayor medida al rol educativo que el poder asigna al arte.

No obstante, lejos están de ser lecciones de historia propiamente dichas. Su objetivo no es enseñar hechos, sino más bien despertar recuerdos teñidos de emoción, recurriendo al relato memorial, que ocupa un lugar central en los programas escolares, los diarios, los dramas de la pantalla grande, las novelas e incluso en los monumentos y mosaicos que adornan los espacios públicos. Se trata de sacar a la luz el verdadero significado de un acontecimiento histórico –el cual solo puede ser desencriptado en retrospectiva y bajo el “correcto” punto de vista ideológico–.

La teoría del arte norcoreano, definida por el poder, enuncia que sólo los artistas dotados de una “visión apropiada” de la vida son capaces de producir ese tipo de obra. Es por ello que el acceso al estatus profesional pasa primero por una formación ideológica rigurosa. Esta no se conforma con anclar en los espíritus maleables de los jóvenes estudiantes la noción de “responsabilidad social” del artista hacia el pueblo, el partido y el líder, sino que inculca también la línea partidaria. Para poder proponer al público una lectura políticamente correcta de la realidad, y así cumplir con su deber, primero hay que haber asimilado esta línea a la perfección.

Cuando le invitamos a expresar en términos gráficos su concepción de lo que debe ser un artista norcoreano, O Un Byol realizó un dibujo en lápiz que la representa como una suerte de documentalista, comentando en imágenes y en tiempo real los acontecimientos del país. Y luego reveló cuán extraño es sentirse a veces espectadora, mientras que el verdadero trabajo es realizado por las “masas trabajadoras”.

Como lo confirma el dibujo de O Un Byol, el arte norcoreano trata acerca de la “realidad objetiva” y tiene como misión evocar los sentimientos y las emociones del pueblo. Se mantiene decididamente a distancia del “arte libre”, considerado como autocentrado y obnubilado por la expresión de sí mismo. Desde ese punto de vista, es todo salvo moderno. Cuando se creó, el nuevo Estado hizo suya, de forma plena, la tradición del realismo socialista de la Unión Soviética, por entonces mentora y fuente de inspiración. Encargados de contribuir a revolucionar los corazones y los ánimos –una tarea asimilada al punto cúlmine de toda revolución socialista–, el arte y la cultura forman parte integrante del aparato de propaganda. El régimen no sólo no busca esconderlo, sino que se enorgullece por ello.

Kim in Sok, _Chaparrón en la parada de autobús_.

Kim in Sok, Chaparrón en la parada de autobús.

Puede parecer sorprendente que una concepción tan estrecha deje de todos modos un lugar para la individualidad del artista. Pero, para alcanzar el objetivo fijado, una obra debe también ser impactante en lo visual. Este es el atributo exclusivo de los artistas excepcionales. Es por ello que la educación artística norcoreana descansa sobre un segundo pilar: una estricta formación clásica, que enseña a los estudiantes los fundamentos del oficio –geometría, perspectiva, dibujo en lápiz, dibujo con modelo vivo, colores, composición– y, a la vez, brinda una enseñanza más teórica en materia de estética, de filosofía y de historia del arte (coreano y mundial). La idea es que el artista domine los estilos y técnicas establecidos (y autorizados) con el fin de que luego pueda desarrollar su expresividad personal –ya sea que trabaje con pintura al óleo sobre tela o, de manera más tradicional, tinta sobre papel–. Formarse en arte equivale a aprender un idioma, con la salvedad de que, una vez adquirido el lenguaje, el artista debe encontrar su propia voz.

El marco

Sensibilizado durante su formación sobre el rol social y político del arte, y consciente de los deberes que le incumben respecto de la sociedad, el artista busca, ante todo, que su obra llegue al espectador y lo conmueva. Para hacerlo, se pliega a la gramática visual que el público conoce. Si quiere tener éxito, debe respetar las normas establecidas y sobre todo no infringirlas: la creatividad debe expresarse dentro de ese marco. Su aporte creativo consistirá en presentar al espectador un punto de vista de sus vivencias. Ya sea que se trate de pinturas temáticas, de paisajes o de naturalezas muertas, el objetivo último es alegrarle la vida a la población.

Excepto los casos en que les confían encargos específicos o participan en la producción de obras colectivas –la suerte de los empleados de los estudios artísticos de Mansudae–, los artistas son libres de abordar los temas de su elección … en el marco conferido, por supuesto. Para unos, esto quiere decir pintar a los campesinos que trabajan la tierra en granjas colectivas o mezclarse durante varios meses con los obreros contratados en grandes obras públicas. Para otros, es más bien sucumbir a los encantos de un paisaje o reproducir en toda su materialidad los detalles de una naturaleza muerta. Algunos buscarán explorar a fondo una técnica particular, otros otorgarán mayor importancia a la historia que quieren contar a través de sus obras. Cualquiera sea la manera en que desarrollen y expresen su talento, todos lo hacen en tanto artistas de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), plenamente conscientes del rol social que les fue asignado.

Bajo esta luz hay que interpretar la decisión de Choi Chang Ho de interesarse por la lucha de los partisanos contra el invasor japonés. Como fundamento de la legitimidad como líder de Kim Il-sung y de la ideología nacional de autonomía absoluta, el episodio es usado con frecuencia por la propaganda para alentar a la población a redoblar sus esfuerzos a pesar de las dificultades. El artista se ocupa de comunicar ese sentimiento al público, no por oportunismo político, sino por elección personal, porque identificó en los partisanos la misma camaradería simple y directa, la misma sinceridad pura, que las que observa hoy en los mineros, los fundidores y el conjunto de la clase obrera. Su voz grave y melódica, su manera de medir con cuidado sus palabras, su calma y su desprecio por los convencionalismos en la manera de vestirse, todo lo que forja su personalidad se refleja en sus cuadros.

Como él mismo reconoce, pintar un jarrón lleno de flores delicadas no es, en verdad, su estilo. No porque sea incongruente con el arte norcoreano, que de modo extraño recuerda al arte académico europeo del siglo XIX, tanto en el plano de la jerarquía de los temas como en otros aspectos. Según los cánones norcoreanos, las pinturas temáticas son las más apreciadas, seguidas en orden decreciente por los paisajes, el folklore y las naturalezas muertas (tipo “flores y pájaros”). Las primeras tienen un lugar desproporcionado en la teoría artística, a causa de su intención educativa y de su peso ideológico, pero las pinturas decorativas de paisaje y de naturaleza muerta no son menos numerosas. Porque al arte también se le fija un objetivo más trivial, el de embellecer la vida y asegurar la educación estética del pueblo. Aquí, el juicio artístico se basa en el aspecto a la vez ideológico y estético (sasang yesulsŏng) de las obras, dos dimensiones vinculadas de forma estrecha y en constante interacción. Así, se supone que los paisajes bucólicos deben exaltar el sentimiento patriótico, mientras que las naturalezas muertas con colores vivos celebran la abundancia de los productos de la tierra. Por lo demás, tanto el folklore como los paisajes y las naturalezas muertas recurren al patrimonio artístico histórico del país.

La jaula de oro

Mientras hojea su cuaderno, Choi Chang Ho nos hace observar que ahí hay material suficiente para pintar hasta el final de sus días. A menudo hacen falta tres o cuatro años de maduración para que un boceto se transforme en una pintura terminada. El dibujo encarna una idea en bruto que debe ser refinada para convertirse en una obra compuesta con cuidado, coherente y elocuente, capaz de captar con precisión el sentimiento que el autor busca comunicar. Para que su cuadro sea seductor en lo visual, el artista debe también documentarse sobre el período representado, familiarizarse con el entorno geográfico, encontrar modelos adecuados de personajes...

Las impresiones y las anécdotas que recolecta a lo largo del camino contribuyen a dar una dimensión realista a la escena, nutren su imaginación y lo ayudan a delinear mejor los contornos de la obra que tiene en mente. Estudio tras estudio, su composición gana precisión, hasta que él se sienta mentalmente listo para aplicar la pintura sobre el papel. Entonces todo es cuestión de concentración, de atención y de confianza en el gesto, porque el chosonhwa no perdona. A diferencia de la pintura al óleo sobre tela, no deja margen para el error ni para las correcciones: una vez que el pincel tocó la hoja, los movimientos deben ser fluidos.

Los artistas profesionales norcoreanos se desarrollan en una jaula dorada parecida a la que Miklos Haraszti describió respecto de los artistas húngaros bajo el régimen socialista3. Forman una elite que vive con más comodidades que el resto de la población. Dado que Kim Jong-un adopta el papel de protector supremo de las artes, cumplir lo mejor posible su deber es fuente no sólo de reconocimiento social, sino también de ventajas materiales. Excepto por el hecho de que su estudio los puede reclutar en cualquier momento para ejecutar un pedido, llevan una vida relativamente sin preocupaciones y tienen todo el tiempo libre para cultivar su creatividad... siempre que respeten las normas establecidas.

En el interior de esa jaula, los artistas no están menos dedicados a su arte ni menos apasionados que sus homólogos occidentales. Reunirse con ellos permite entender que su temperamento y su personalidad se vislumbran en sus obras, en los temas que eligen tratar y en la manera en que lo hacen. Sus producciones tal vez están desconectadas de los movimientos artísticos internacionales del momento, pero ello no resta nada a su talento ni a la importancia de su arte.

En un contexto internacional en el que Corea del Norte a menudo es reducida a una amenaza, en el que los grandes medios de comunicación se enfocan en las payasadas del líder, donde se pasó sin verdadero debate de un régimen de sanciones específicas a un régimen de sanciones generalizadas4, parece indispensable entablar un diálogo con los artistas norcoreanos, y mirar más allá de los barrotes de su jaula.

Koen De Ceuster, profesor de Estudios Coreanos en la Universidad de Leiden. Traducción: Micaela Houston.


  1. Corea fue colonizada por Japón de 1910 a 1945. Si bien varias corrientes lucharon contra esta ocupación, en Corea del Norte el relato le da mayor protagonismo a Kim Il-sung (1912-1994) y a su ejército de partisanos con base en Manchuria. El relato oficial olvida el regreso de Kim, cuatro semanas después de la liberación de Corea, a bordo de un buque de la Unión Soviética donde se había refugiado desde fines de 1940 para escapar de la represión japonesa. 

  2. Véase Koen De Ceuster, “Les cadres idéologiques et pratiques d’un terrain en Corée du Nord” en Valérie Gelézeau y Benjamin Joinau (dir.), Faire du terrain en Corée du Nord. Écrire autrement les sciences sociales, Atelier des cahiers, París, 2021. 

  3. Miklos Haraszti, L’Artiste d’État. De la censure en pays socialiste, Fayard, París, 1983. 

  4. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas amplió de modo considerable las sanciones en 2016, tras la cuarta prueba nuclear de Corea. Véase Nodutol for Korean Community Development, “The Impact of Sanctions on North Korea”, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, marzo de 2021.