Escribió hasta el último día. Dejó de lado la novela y el cuento, que le habían dado un perfil inconfundible, y se dedicó en los últimos años al ensayo y a una suerte de autoficción, además de publicar varios libros donde combinó dibujos con textos breves, cercanos a la poesía. “Escribir fue lo mejor que tuve”, escribió en Cuerpo enfermo, editado dos meses antes de su muerte, ocurrida el 25 de mayo. La literatura había sido para Carlos Liscano la manera que encontró para resistir, para conocerse, para darle sentido a la vida y pelear contra la muerte. Un camino iniciado en durísimas condiciones, porque empezó a escribir en 1981 en la cárcel, donde pasó 13 años por motivos políticos entre 1972 y 1985. Allí inventó al escritor, ese doble del hombre cotidiano, que se dedicó desde entonces a la narrativa, la poesía, el teatro y el ensayo, y que lo convertiría en uno de los nombres mayores de la literatura uruguaya, traducido al francés, sueco, inglés, portugués, italiano, árabe y catalán, premiado dentro y fuera del país. Tenía en aquel inicio 31 años, y no dejaría de escribir durante su exilio en Suecia, ni a su regreso al Uruguay en 1996. Autor de libros fundamentales como La mansión del tirano (1992), El camino a Ítaca (1994), Agua estancada (1990), Memorias de la guerra reciente (1988), El informante (1997), El furgón de los locos (2001), Liscano se planteó además con lucidez y coraje una reflexión permanente sobre el sentido ético y estético de la literatura, sin hacerse trampas al solitario. “Creo que soy de los que, sin proponérselo, han convertido la vida propia en literatura”, había dicho en El escritor y el otro, su libro de 2007. Lo hizo con un sello inconfundible y una peculiar capacidad de juego y de invención, como lo mostró en Vida del cuervo blanco (2015), cuando creyó que ya no podía volver a la narrativa de ficción.

La reflexión sobre el sentido de la literatura es también el centro de Mejor no escribas, su libro póstumo, escrito de manera intermitente entre 2016 y 2023. Un libro conmovedor por la manera en que se esfuerza por mirar sin concesiones lo que ha sido su propia trayectoria, y por el modo en que recorre –siempre con un poco de ironía– distintos momentos de su vida vuelve a reivindicar parte de la tradición que eligió para inventar al escritor (Kafka, Beckett, Melville, Buzzatti), y retoma esa tensión entre el escritor y el otro, que incluye también los meses finales, cuando ya era consciente de que le quedaba poco por vivir. Allí escribió: “Abril de 2023. Hace unos días cumplí setenta y cuatro años. Hace catorce meses me enteré de que tengo cáncer de pulmón [...] Pero mi cáncer es incurable y no tiene tratamiento”. Y agregó: “Dicho como metáfora: quiero llegar de pie hasta el final”.

Lo consiguió, sin duda. Y aunque el otro ya no esté, también es seguro que el escritor inventado tiene un largo camino por delante.

Mejor no escribas. De Carlos Liscano. Planeta, Montevideo, 2023. 160 páginas, 790 pesos.