“Quiero ratificar que la candidata a la presidencia de la República soy yo, Luisa González, no Rafael Correa”. Con estas palabras la postulante de Revolución Ciudadana se plantó en el debate televisivo del domingo 1º de octubre de cara al balotaje de las elecciones ecuatorianas. Fue uno de los pocos puntos altos de su “cara a cara” con el derechista Daniel Noboa, realizado con un formato más rígido que el que se estaba produciendo ese mismo día entre quienes aspiran a la primera magistratura argentina.

Se entiende el desmarque. En la votación pasada, la que dio ganador al actual mandatario Enrique Lasso, empresario como Noboa, se había señalado que uno de los errores que llevaron a la derrota del correísmo fue la ausencia de una mirada crítica sobre su propio pasado. “En todos estos años, sobre todo los últimos, la Revolución Ciudadana no terminó de reconciliarse con los antagonismos que había generado antes. Ya cuando [Andrés] Arauz [el entonces candidato, hoy compañero de fórmula de Luisa González] empezó a darse cuenta era tarde. El correísmo se protegió a sí mismo, no tuvo un discurso más sincero con su pasado y eso hizo que se reafirmara el voto duro correísta pero que no existiera posibilidad de ampliación”, explicó Franklin Ramírez, profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) de Ecuador (Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2021).

Rafael Correa fue presidente del país de 2007 a 2017 y construyó un fuerte liderazgo nacional e internacional. Fue, junto con el boliviano Evo Morales y el venezolano Hugo Chávez, una de las caras más visibles del ala más izquierdista de la primera ola de progresismos latinoamericanos, esa que tenía como eje articulador al brasileño Luis Inácio Lula da Silva y como incógnita de difícil despeje (como corresponde al peronismo cuando se lo intenta ubicar en el campo de la izquierda) al argentino Néstor Kirchner. Acusado de actos de corrupción, en lo que él considera un ejemplo de lawfare [instrumentalización de la Justicia para fines políticos], hoy Correa se encuentra exiliado en Bélgica. Consciente de su peso en un sector importante del electorado ecuatoriano (un núcleo duro cercano al 30 por ciento), la derecha estadounidense arremetió recientemente en su contra. Siete senadores republicanos pidieron al presidente demócrata de Estados Unidos, Joe Biden, que impida a Correa toda entrada a ese país, lo que a la vez dificultaría su tránsito en territorios aliados de Washington, por considerarlo culpable de corrupción y violaciones de los derechos humanos (France24, 1-10-2023).

El correísmo, que siempre se mantuvo como la fuerza política más estable, tuvo un gran desempeño en las elecciones provinciales del 5 de febrero. En esos comicios Revolución Ciudadana ganó las prefecturas provinciales más grandes del país (Pichincha, Azuay, Manabí y Guayas) y alcaldías clave como las de Quito y Guayaquil. Esto le dio impulso para la primera vuelta presidencial de agosto, en las que incluso pensó que podía ganar sin necesidad de balotaje (la legislación electoral del país es similar a la Argentina y menos exigente que la uruguaya, ya que permite ganar con el 40 por ciento de los votos si la diferencia con el segundo es igual o mayor a diez puntos). Sin embargo, el asesinato del candidato presidencial de derecha Fernando Villavicencio, el 9 de agosto, torció el rumbo de la campaña. Villavicencio había denunciado de forma sistemática la corrupción y la penetración del narcotráfico en la política, por lo que las sospechas sobre su muerte tuvieron múltiples destinatarios, desde el gobierno en funciones hasta el correísmo, pasando por el crimen organizado, variando según quién las formulase y no estando libres, algunas de ellas, de intencionalidad electoral. Más allá de la mano que haya movido los hilos del gatillo, el episodio agudizó la centralidad de la violencia en la preocupación pública y eclipsó las propuestas de recuperación económica de Revolución Ciudadana. De ese modo, en la primera vuelta, González logró casi el 34 por ciento, bastante por delante del resto, dejando en segundo lugar al empresario e hijo de políticos Daniel Noboa (24 por ciento). Aquella votación relativamente buena no le permitió liderar las intenciones de voto hacia el balotaje de octubre: hoy Luisa González ni siquiera mantiene todo lo logrado en agosto, y baja al 32 por ciento, en tanto que Noboa, que capitalizó todo el voto fragmentado de la derecha, está en punta con el 44; hay, eso sí, un 37 por ciento de indecisos (Cedatos).

La sombra del dólar

Algunos analistas destacan que Noboa genera menos rechazos que su contendiente y también menos rechazos que los que generaba su padre cuando intentaba la misma carrera (trató seis veces, todas sin éxito), pero no dejan de señalar que se trata de un escenario electoral de rápidas mutaciones en el que nada está completamente decidido (Nueva Sociedad, agosto de 2023). En ese sentido, el debate del domingo 1º de octubre parece haber transitado en los aburridos caminos de lo previsible. Lo ríspido ni siquiera llegó a generar chispas, ya no digamos fuego. Noboa criticó la intención de “desdolarizar” de González, en un espejo invertido de lo ocurrido en el debate argentino de esa misma noche. Como era esperable, González negó ese camino y dijo que su idea es mantener la dolarización que está vigente en el país desde enero de 2000. El candidato a vicepresidente de González, Andrés Arauz, ya había dicho en abril (NetTV, 28-4-2023) que si bien la entrada de Ecuador al dólar “fue traumática, la salida sería catastrófica”.

Como era previsible, el tramo final de la campaña se ha centrado en la seguridad. Tanto a causa del asesinato de Villavicencio como por las cifras de delincuencia en el país. En 2022 Ecuador fue el país de América Latina con un mayor incremento de la violencia criminal (82 por ciento), pero las cosas parecen empeorar, ya que en el primer semestre de 2023 creció otro 60 por ciento respecto del año anterior (Infobae, 19-7-2023). En el debate, González apuntó contra el actual Ejecutivo (“Lo primero es que se vaya un gobierno que dejó que el crimen organizado se infiltrara en el país”), quizá intentando capitalizar el 70 por ciento de descontento social con el presidente Guillermo Lasso, algo que no ha podido hacer hasta el momento. También apuntó a la necesidad de generar más presencia del Estado y más políticas sociales como manera de contrarrestar la incidencia del narco, algo que le permitió cierta ventaja argumentativa por sobre las políticas liberales de Noboa, pero sin la contundencia simbólica del “producto” securitario que llevó al atril su competidor. Si el Fénix podría ser Correa, volviendo gracias al triunfo eventual de su candidata, Fénix se llama también el plan que Noboa propone para que el país resurja de sus cenizas. El Ecuador de Noboa renacería protegido por una especie de gran panóptico de vigilancia (acuerdos con Israel y creación de una central local de inteligencia) y castigo (cárceles flotantes aisladas de todo contacto con el exterior, copiando las políticas del salvadoreño Nayib Bukele, nuevo paradigma del populismo de derecha).

Como en todas partes, lo simbólico es importante en Ecuador. En ese terreno Luisa González eligió mostrar una imagen de valentía, negándose a usar chaleco antibalas en sus apariciones públicas. Consultada por El País de Madrid (21-8-2023), apeló, para protegerse, a un aliado imaginario cada vez más presente en el discurso de los progresismos latinoamericanos: “El primero que me cuida es Dios. Cristo es quien me cuida a cada paso”.