Desde su balcón, Paolo Rumiz contempla las mesetas que enmarcan las zonas industriales del Golfo de Trieste. “No fue el mar lo que despertó mi deseo de estar en otro lugar, sino la frontera, tan cercana. En la época de Yugoslavia, se abría a un mundo extraño y desconocido”, recuerda este escritor de viajes1. “Trieste es un callejón sin salida al fondo del Adriático, pero también es una puerta de entrada, y la ciudad por la que pasan los exiliados en su camino hacia Occidente”. En los años 1990, este gran puerto italiano vio pasar a los refugiados que huían de las guerras que desgarraban Yugoslavia. Hoy es una de las principales salidas de la “ruta de los Balcanes”, que siguen los emigrantes que intentan llegar a la Unión Europea.

Gianfranco Schiavone, presidente del Consorcio Italiano de Solidaridad (CIS), organización creada en 1993 para ayudar a los exiliados, confirma que “tenemos experiencia recibiendo gente”. “Las llegadas se han duplicado en los últimos meses. Se registraron 15.000 personas en 2022, sobre todo afganos. Ya hemos tenido que lidiar con este tipo de situaciones. El gobierno de Giorgia Meloni declaró un ‘estado de emergencia migratoria’, pero redujo el número de lugares en los centros de recepción. Es un estado de emergencia creado sin fundamentos”, afirma. Todas las tardes, los voluntarios se turnan en los jardines de Piazza Libertà, frente a la estación de trenes, para recibir a los recién llegados. “El cruce desde los Balcanes puede hacerse con rapidez en este momento, siempre que se paguen los 10.000 dólares que exigen los contrabandistas por el trayecto entre Turquía e Italia”, señala Davide Pittioni, que dirige un centro de recepción del CIS.

En Trieste la frontera está en todas partes: las calles que ascienden por la meseta cárstica que domina la ciudad conducen a los puestos fronterizos de Pesek o de Fernetti/Fernetiči, que permiten cruzar a Eslovenia. Desde que Eslovenia ingresó en la Unión Europea (2004) y luego al espacio Schengen (2007), las rutas están abiertas, pero no para todos. Fue en Pesek donde la policía italiana expulsó a los exiliados durante mucho tiempo, en virtud de un acuerdo bilateral de readmisión firmada con Liubliana en 1996, pero que contradecía las normas europeas sobre asilo. Como consecuencia, el Estado italiano fue condenado por sus propios tribunales en 2021: estas expulsiones dieron lugar a una cadena de más expulsiones, hasta Bosnia Herzegovina. “A pesar de los alardes de nuestro gobierno, no se han reanudado, porque Eslovenia ya no está a favor de ellas”, dice Schiavone.

Con sus estacionamientos desiertos y sus edificios abandonados, el puesto de Pesek está cerca de un lugar memorial muy controvertido: la foiba (fosa) de Basovizza. Frente a esta fosa, Antonio Tajani gritó “¡Viva la Istria italiana, viva la Dalmacia italiana!” el 10 de febrero de 2019, durante las ceremonias oficiales del “Día del Recuerdo”, lo que desató una ola de indignación en Eslovenia y Croacia2. El entonces presidente del Parlamento Europeo (Forza Italia/Partido Popular Europeo, derecha), Tajani, se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno formado por Meloni (Fratelli d’Italia, extrema derecha), en octubre de 2022, y ahora aboga por una cooperación con Liubliana y Zagreb para garantizar la protección de las fronteras de la Unión Europea.

Este “Día del Recuerdo” se instituyó en 2004 en memoria de las víctimas de las masacres cometidas por partisanos yugoslavos a fines de la Segunda Guerra Mundial –que condujeron a los fascistas o los supuestos fascistas hacia estas foibe–, así como en recuerdo del éxodo de los italianos perseguidos en Yugoslavia en los siguientes años. La ley, propuesta por los Demócratas de izquierda –una rama del antiguo Partido Comunista Italiano (PCI), rebautizado desde entonces como Partido Demócrata (PD)–, fue aprobada por unanimidad en el Parlamento. “La idea era no permitir que la derecha se apropiara de esta memoria. Es por eso que la ley menciona todas las víctimas de la violencia en la zona de la frontera oriental. Pero sólo se han recordado las violencias cometidas contra los italianos”, lamenta Dusan Kalc, vicepresidente de la Asociación Nacional de Partisanos Italianos (ANPI) en la región de Trieste.

La cuestión de las foibe se ha convertido en una preocupación nacional en Italia. En los últimos años, más de 100 ciudades de todo el país han nombrado calles y plazas con el nombre de Norma Cossetto., Esta joven del pueblo de Visinada/Vižinada fue violada y arrojada a una foiba en el otoño de 1943, durante el levantamiento de Istria, que siguió a la capitulación italiana, y se convirtió en la heroína de una película de la RAI [radiotelevisión estatal italianoa] y de un cómic que se distribuyó en las escuelas del Piemonte3. Las comunidades eslavas se sublevaron contra los italianos, en particular contra los que habían apoyado el régimen fascista, como respuesta a las vejaciones e intimidaciones que habían soportado durante décadas.

La “frontera oriental” ha sido durante mucho tiempo un tótem para la derecha italiana. En 1915, la entrada de Roma en la guerra tenía como objetivo completar la unidad nacional, con la esperanza de obtener las regiones de Trento, Gorizia y Trieste, así como Istria, las islas y la costa dálmata: todas estas regiones, anteriormente vénetas, eran entonces posesiones austrohúngaras. Entre junio de 1915 y septiembre de 1917, el profundo valle del río Isonzo/Soča fue escenario de 12 batallas consecutivas de la “guerra de la montaña”, el Verdún italiano. Las esperanzas transalpinas sólo se cumplieron de modo parcial. Los italianos recuperaron la ciudad de Trieste, pero los Aliados dejaron la mayor parte de Dalmacia al nuevo reino de serbios, croatas y eslovenos, creado en 1918. Las frustraciones de los excombatientes y el tema de la “victoria robada” serían luego explotados por un exsocialista que se había unido al campo intervencionista durante la guerra: Benito Mussolini.

“Somos una krajina, una de las fronteras de sangre de Europa”, admite el historiador Raoul Pupo. Exdirigente provincial de la Democracia Cristiana, Pupo es especialista en la historia de la frontera. “La cuestión de las foibe ha dado lugar a muchas manipulaciones. El número exacto de las víctimas sigue siendo imposible de establecer. Varios miles de personas fueron liquidadas al final de la Segunda Guerra Mundial, funcionarios fascistas, policías, miembros del aparato judicial. Algunos fueron fusilados o murieron en los campos de prisioneros, pero eso sigue estando muy lejos del “genocidio” del que a veces se habla a propósito de las foibe”. Nadie sabe cuántos cuerpos contiene la foiba de Basovizza: el yacimiento se ha cubierto de hormigón y nunca se ha excavado.

Ciudad especial

Codiciada por Yugoslavia al final del segundo conflicto mundial, Trieste recibe por fin un trato excepcional. En 1947 se crea el “Territorio Libre de Trieste”. Al inicio bajo administración aliada, en 1954 se comparte entre Italia (Zona A) y la República Federal Socialista de Yugoslavia (Zona B), y la línea de demarcación fue reconocida como frontera internacional recién en 1975 por el tratado de Osimo. “En nuestra región, todos hemos sido víctimas y verdugos”, sostiene Pupo. Para el historiador, que se casó con una refugiada de Istria que llegó a Italia a los dos años, el éxodo es un fenómeno mucho más importante que las foibe. Durante la posguerra, entre 200.000 y 300.000 italianos abandonaron Yugoslavia; el movimiento alcanzó su punto álgido en 1954, después de que Italia y Yugoslavia se adjudicaran sus respectivas zonas. “Muchos de estos exiliados se quedaron en la región del Friuli-Venezia Giulia. Algunos se unieron a la clase dirigente, y todos votaron a los partidos de derecha y centro, por anticomunismo”.

La frontera ítalo-eslovena se ha ido abriendo poco a poco: los residentes de las antiguas zonas A y B pudieron cruzar de un país al otro. Los italianos iban a Yugoslavia para encontrar cigarrillos, alcohol o nafta baratos, mientras que los yugoslavos se abalanzaban a Trieste para comprar bienes de consumo occidentales, en particular los blue-jeans. “Este fue un período muy próspero”, reconoce Pupo. “Pero los fines de semana, los triestinos que no tenían un negocio huían de la ciudad, que sentían invadida por las ‘hordas balcánicas’”.

Hoy, la senadora Tatjana Rojc es la única representante de la minoría eslovena en el Parlamento italiano. Se calcula que esta minoría cuenta con cientos de miles de personas en el país, pero se rechaza un censo “étnico”: “No tendría sentido porque las secuelas del fascismo siguen estando ahí. Muchos apellidos se han ‘italianizado’ a la fuerza”. Sometida a una represión feroz bajo sospecha de simpatías comunistas, esta minoría siguió siendo sospechosa después de la Segunda Guerra Mundial. “Las regiones de Trieste y Gorizia han reconocido nuestros derechos culturales y lingüísticos, pero no la región de Udine”, señala Rojc. Los valles del Friuli eran el coto de Gladio, la red clandestina creada por el Ministerio del Interior italiano, en colaboración con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), para contrarrestar la amenaza de una invasión comunista. Gladio es conocido por su rol encubierto en la “estrategia de tensión” de los años 1970, cuando todo parecía dispuesto para impedir que el PCI llegara al poder, pero también contribuyó a despoblar los pueblos de montaña eslovenos, para “limpiar” la zona fronteriza.

Cabeza de lista regional del PD en las elecciones senatoriales de 2022, Rojc viene de una familia de eslovenos “blancos”, es decir católicos, que se integraron mejor en la sociedad italiana de la posguerra, por medio de la Iglesia y la Democracia Cristiana. Sin embargo, la mayoría de la comunidad sigue siendo de cultura “roja”, aunque la ruptura en 1948 entre [el líder yugoslavo] Josip Broz, conocido como Tito, y [el dirigente soviético] Iósif Stalin causó heridas profundas, y no todas se han cicatrizado. En la meseta que domina Trieste, Trebiciano/Trebče es un bastión esloveno: en el centro del pueblo, una estela de piedra con la Estrella Roja conmemora a los 104 habitantes caídos durante la guerra, muchos de ellos en las filas de los partisanos yugoslavos. “Fuimos los primeros en erigir un monumento en su honor, allá por 1947”, explica con orgullo Mauro Kralj, un militante local del PD.

Este 25 de abril, la conmemoración de la Liberación de Italia, seis meses después de que Meloni llegara al poder, se llevó a cabo en un clima tenso: el presidente del Senado, Ignazio La Russa, un veterano de los muchos de la extrema derecha—desde el Movimiento Social Italiano (MSI) hasta Fratelli d’Italia—afirmó (de forma errónea) que “el antifascismo no estaba consagrado en la Constitución”4. En Trieste, un importante despliegue policial mantuvo a los manifestantes anarquistas al margen de las ceremonias oficiales. “La derecha quiere borrar toda referencia al antifascismo en nombre de apaciguar los recuerdos”, suspira Kalc, reunido con el presidente provincial de la ANPI, Fabio Vallone. “Pero este apaciguamiento ya se ha producido con la ley de amnistía para los crímenes fascistas, aceptada por el líder comunista Palmiro Togliatti en 1948. El error de la izquierda fue hablar de recuerdos compartidos. Los recuerdos siguen siendo subjetivos. Los hechos históricos deben establecerse de manera científica. Hoy, en una verdadera inversión de valores, somos nosotros, los antifascistas, los que somos acusados de revisionismo cuando criticamos la propaganda de la extrema derecha sobre los supuestos crímenes de los partisanos”, continúa Vallone. “Italia no tuvo un Juicio de Nuremberg, nunca se dedicó a la ‘defascistización’; en cambio, después de la guerra, los partidos en el poder reciclaron a antiguos fascistas para contrarrestar el PCI”, añade Kalc. La conmoción por la caída del muro de Berlín reavivó en Italia el debate sobre los acontecimientos del final de la Segunda Guerra Mundial, aunque ello no supuso abrir la puerta al revisionismo.

Foto del artículo 'A pasos de Europa Occidental'

Mirada eslovena

Al otro lado de la frontera, el silencio también estuvo a la orden del día durante mucho tiempo. Pero en 2021, la antropóloga Katja Hrobat Virloget, de la Universidad de Koper, abordó un tema hasta entonces prohibido en el primer libro dedicado al éxodo de los italianos en la posguerra5. “Para la mayoría de los eslovenos, los italianos que abandonaron Yugoslavia después de la Segunda Guerra Mundial eran fascistas o funcionarios italianos, y eso zanjó la cuestión”, explica. “Cuando llegaron a Italia, estos exiliados también eran considerados fascistas: en algunas ciudades ‘rojas’, se les impedía bajar de los trenes”. Además, entre los que se fueron, subraya la investigadora, “había muchos croatas y eslovenos, y muchas personas con identidades mixtas o inciertas, que soñaban con una vida mejor en Occidente”. Según el caso, las autoridades yugoslavas alentaban o bloqueaban estas salidas. “Las familias eran separadas”, continúa la antropóloga, “y cayó un velo sobre los que se quedaron. Cuando hubo testigos que aceptaron hablar conmigo, las conversaciones a menudo terminaban en lágrimas”.

Stefano Lusa proviene de una de las últimas familias italianas en Eslovenia. Este periodista de unos 50 años dirige los programas de Radio Capodistria, el nombre italiano de la ciudad de Koper, el principal puerto del país. “Tenemos televisión en italiano, lo que puede parecer extraordinario para una comunidad de apenas 2.000 personas, pero se creó en la época yugoslava como una herramienta de propaganda. Nuestra televisión cubría todo el norte de Italia, pasó al color antes que la RAI y emitía algunas películas bastante atrevidas, lo que explica su popularidad”, bromea el periodista. “Hoy, estos medios sobreviven porque permiten a Eslovenia decir que garantiza los derechos de la minoría italiana”.

Desde su independencia en 1991, la derecha eslovena ha hecho de los “crímenes de los comunistas y partisanos” su caballo de batalla. Pocos días antes de abandonar el poder, tras su derrota en las elecciones legislativas de abril de 2022, el muy conservador primer ministro Janez Janša firmó un decreto que declaraba el 17 de mayo como Día del Recuerdo de los “crímenes comunistas”, una decisión anulada por el nuevo gobierno de centro izquierda de Robert Golob, provocando la indignación de la derecha y reavivando las disputas memoriales que desgarran el pequeño país.

“Estas controversias giran principalmente entorno al rol de los domobranci, los colaboradores eslovenos de los nazis, pero la suerte de los italianos casi nunca se menciona”, explica Nevenka Troha. Esta historiadora de Liubliana fue una de las primeras en abordar el asunto, aunque los archivos permanecieron cerrados hasta la caída de Yugoslavia. “Sobre la cuestión de los italianos, existe un consenso tácito entre la izquierda, que acepta la herencia cultural de Yugoslavia, y una derecha dispuesta a exculpar a los excolaboradores en nombre del patriotismo esloveno”. La situación es muy similar en tierras croatas.

Otras piezas del puzle

En el noroeste de Istria, la pequeña ciudad croata de Buje se alza sobre un promontorio rocoso, a unos diez kilómetros del Adriático. La península, famosa por sus cascos antiguos y su gastronomía, atrae a los turistas, pero estos parecen ignorar el pueblo, cuyas viejas casas están cayendo en ruinas. “Después de la Segunda Guerra Mundial, la mitad de los habitantes tomó la ruta del éxodo, y los títulos de propiedad a menudo ni siquiera figuran en el registro de catastro”, explica Corrado Dussich, vicealcalde (italiano) de la ciudad. “Los habitantes de nuestro pueblo eran campesinos, ni muy fascistas ni muy comunistas. Muchos fueron expulsados, otros asesinados. El dueño de un café fue secuestrado por los partisanos porque su hija se había ido con un soldado italiano. Nadie volvió a verlo. Los trabajadores vinieron entonces de toda Yugoslavia para habitar los barrios construidos alrededor de las fábricas”.

Un monumento en honor a los partisanos sigue en pie en la plaza central del pueblo: mientras que las estatuas erigidas en la época de Yugoslavia casi siempre se desmontaron en el resto de Croacia, permanecen intactas en Istria, donde muchas calles y plazas siguen llevando el nombre del mariscal Tito. “Nadie se atreve a retirar estos monumentos, por miedo a reavivar viejas heridas. A falta de consenso para reescribir nuestra historia colectiva, la memoria de los partisanos sigue siendo un cimiento común aceptable para todos”, explica la poeta Loredana Boljun, que fue vicepresidenta del condado de Istria en los años 1990. Desde la independencia de Croacia en 1991, la península ha experimentado una evolución política original: resistentes al nacionalismo croata preconizado en Zagreb, la región ha sido un bastión del Partido Democrático de Istria, un partido regionalista de centroizquierda, hegemónico desde hace tres décadas y todavía ligado al bilingüismo croata-italiano.

Austríaca hasta 1918, luego italiana, yugoslava y finalmente dividida entre Eslovenia y Croacia, el destino de Istria se ha jugado en un complejo entramado de fronteras. “Paradójicamente, era más fácil cruzar a Italia durante la época yugoslava, pero todo se complicó tras la ruptura del Estado común y antes de que Croacia y Eslovenia ingresaran a la Unión Europea”, nota Marianna Jelicich Buić, que enseña italiano en la ciudad costera de Umag. La identidad istriana es una identidad de frontera, donde nacionalistas de todos los bandos proyectan sus narrativas excluyentes, pero en donde la vida cotidiana se caracteriza por el intercambio y el plurilingüismo.

Jelicich Buić, que cree pertenecer a una generación menos marcada por las secuelas del pasado, reivindica su yugonostalgia, pero también un amor apasionado por su tierra natal istriana. Ella quiere creer en la afirmación de una identidad territorial cuyo dialecto istrioveneto sea uno de los marcadores: “Es la lengua que la gente siempre habló en Istria. El italiano, al igual que el croata, se nos impuso en el siglo XX”, asegura esta enérgica mujer de 40 años, que creó el Festival del istrioveneto. Se detiene a saludar al encargado de un café del centro de Buje, un albanés originario de Kosovo: “¡Mire, hasta habla istrioveneto, porque se ha integrado en nuestra comunidad!”.

Aunque muchos italianos huyeron de la antigua Zona B en los años de posguerra, otros, al contrario, prefirieron Yugoslavia “para construir el socialismo”. Giacomo Scotti es uno de los últimos sobrevivientes de este “contra-éxodo”. Nacido en 1928 en la región de Nápoles, viajó por toda Italia como ayudante civil de las tropas angloestadounidenses tras el desembarco en Sicilia en 1943. Llegado a Trieste, cruzó de forma ilegal la frontera yugoslava. “Muchos italianos participaron en los trabajos de reconstrucción, pero algunos pronto retrocedieron. Debido a las difíciles condiciones de vida y a que todos pasaban hambre. Otros se metieron en serios problemas en 1948, cuando Tito y Stalin se separaron, y algunos terminaron en la isla-prisión de Goli Otok”. El experiodista fue el primero en hablar de manera pública del destino de estos desgraciados, cuando Goli Otok todavía parecía un tema delicado en Yugoslavia.

“Gorizia, estás maldita”

Así llora una célebre canción antimilitarista, el equivalente italiano de la Chanson de Craonne, que acompañó, entre otras cosas, los motines en el ejército francés durante la Gran Guerra. Esta ciudad, situada a unos 20 kilómetros al norte del Golfo de Trieste, a orillas del Isonzo en la frontera con Eslovenia, resume la historia de la región. Fue escenario de encarnecidos combates durante la Primera Guerra Mundial, cuando Italia quiso arrebatar al Imperio Austrohúngaro las “tierras irredentas” de Istria y Dalmacia. La basílica de Monte Santo, que domina la ciudad que ahora se extiende por los dos países, Italia y Eslovenia, fue incendiada. Gorizia quedó en manos de Roma en 1918, pero estuvo a punto de formar parte de Yugoslavia en 1945. La nueva frontera se erigió el 16 de septiembre de 1947, con alambres de púas que dividían en dos la Plaza Transalpina.

Del lado yugoslavo, la ciudad de Nova Gorica (“Nueva Gorizia”) fue construida a partir de 1948 por brigadas de voluntarios, basándose en los planos del arquitecto Edvard Ravnikar, discípulo esloveno de Le Corbusier. “Tito quería hacer de Nova Gorica una vitrina del socialismo, que debía irradiar al otro lado de la frontera”, recuerda Stojan Pelko, director del programa de la Capital Europea de la Cultura 2025, título atribuido en conjunto a Gorizia y Nova Gorica. La antigua Plaza Transalpina, ahora rebautizada Plaza de Europa, pretende ser un símbolo de reconciliación entre las dos ciudades. “Desde hace una década, los dos municipios han estado organizando ciertos servicios públicos en común, como el transporte”, dice Pelko. “Hemos visto hasta qué punto las poblaciones quedaron íntimamente entrelazadas cuando las autoridades eslovenas levantaron de repente una barrera en marzo de 2020, con el fin de frenar la propagación del covid-19. Hay una fuerte minoría eslovena en Gorizia y cada vez más italianos se trasladan a Nova Gorica por la mejor calidad de las escuelas”. Los precios de las propiedades allí son ahora más altos que en Gorizia.

Jean-Arnault Dérens y Laurent Geslin, periodistas. Acaban de publicar Les Balkans en cent questions. Carrefour sous influence (Tallandier, París, 2023). Traducción: Emilia Fernández Tasende.

Italo Svevo, el genio lateral

Con James Joyce al comienzo y Claudio Magris al final, el topónimo Trieste ha estado ligado a la literatura del siglo XX. Este 2023 en que celebramos el centenario de La conciencia de Zeno, es bueno recordar a su autor, Italo Svevo, nombre mayor en esa serie.

Si se piensa, con escepticismo, que nada en la vida sucede por azar, debe admitirse que la circunstancia de ser un ciudadano de Trieste y de que el joven Joyce fuese a vivir allí son hechos que integran una cadena de casualidades: el destierro del escritor irlandés; la elección de una ciudad de frontera y de exilios como casi ninguna otra en Europa; la presencia del comerciante triestino, vendedor de barnices para barcos, Ettore Schmitz (nombre civil de Svevo), con quien Joyce se gana la vida enseñando en la Berlitz School y simpatiza especialmente (al punto que, se sostiene, su Leopold Bloom es, en parte decisiva, proyección de él, amén de haber sido Svevo, durante muchos años, el custodio de los originales del último capítulo del Ulises, recuperación que, además, le solicita después Joyce, por carta del 5 de enero de 1921... en dialecto triestino).

Todo ello, hasta que en Francia empiece a hablarse de Svevo como del “Proust italiano”, trascienda a otros países y, como suele suceder aun en los más centrales, esa difusión repercuta luego en su propio suelo.

Naturalmente, habría de ser su obra y no sólo su atractiva personalidad intelectual la que concitaría tantas admiraciones. Y, en particular, su texto mayor, La conciencia de Zeno, comenzada a escribir en la inmediata posguerra y publicada en 1923. El protagonista de ésta, su última novela, enfermo incurable, puesto que lo es, como afirma, “por convicción”, emprende un auto examen escrito, en especial por el deseo obsesivo de abandonar el vicio de fumar, una confesión analítica, en apariencia puntual y semi autobiográfica, con la que Svevo termina escribiendo el canto del cisne del burgués desintegrado, la descripción descarnada de un mundo que se descompone y cuyos valores morales, de progreso y de racionalidad no se salvan ni se sustituyen. Todo ello, con la terrible e irónica lucidez de lo que habría de sobrevenir durante la historia del aciago siglo XX.

Trieste es, por la época, una ciudad atormentada por su propia historia de tensiones y contradicciones, pero también vanguardista y cosmopolita, donde los problemas individuales más ínfimos se mezclan con los más dramáticos sucesos internacionales. Ettore Schmitz (Italo Svevo) mismo es el fruto de ese conjunto de contradicciones: nacido en Trieste, en 1861, ciudad por entonces austrohúngara, el gran escritor, de padre germano, se siente italiano (hasta por el propio seudónimo que elige: “ítalo-alemán”) y milita de manera ostensible en las corrientes independentistas de la ciudad. De familia judía, aunque no creyente, se casa con una católica practicante. Y, sobre todo, poeta, literato, es conocido en su medio por ser un competente y afortunado hombre de negocios.

En un siglo XX que no pocos definieron como “el del psicoanálisis”, En busca del tiempo perdido (1913), de Marcel Proust, Ulises (1922), de James Joyce, y La conciencia de Zeno (1923), de Italo Svevo, parecen formar la tríada literaria más profundamente freudiana de nuestro tiempo. La propia capacidad de análisis de Svevo, que descompone cada situación, cada hecho, cada pensamiento, lo lleva a adelgazar de tal modo la realidad que la transforma en otra.

Al generoso apoyo y difusión verbal de James Joyce debió Svevo, a los 63 años, empezar a ser reconocido en Francia. En enero de 1925 recibió una carta de Valéry Larbaud, quien lo llamaba “Egregio Signore e Maestro”, hablándole de La conciencia de Zeno como de “un libro admirable” y pidiéndole autorización para publicar algunos fragmentos en Commerce, la revista fundada por Paul Valéry. Así empezó, claro que de forma tardía, la difusión internacional de Svevo. Justo es decir también que, en simultáneo, comenzaba a ser reconocido en Italia por escritores más jóvenes, guiados por Eugenio Montale. Fue un renacimiento efímero: luego de la primera euforia fue dejándose caer. Falleció en un accidente automovilístico el 13 de setiembre de 1928.

Su lectura y conocimiento en español sufrió, de forma póstuma, los avatares ya comunes en la vida de Italo Svevo: una publicación contratada en Barcelona no pudo llevarse a cabo por el estallido de la Guerra Civil; una segunda fue prohibida por el gobierno franquista en 1945. Así, la primera edición en nuestra lengua de La conciencia de Zeno termina siendo argentina y data de 1953.

Mario Goloboff, escritor, narrador y ensayista. Docente universitario. Una versión de este artículo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2015.


  1. Paolo Rumiz es autor de Aux frontières de l’Europe (2011) y Le Phare, voyage immobile (2015), Hoëbeke, París. 

  2. Hoy, Istria está dividida entre Croacia, Italia y Eslovenia. Dalmacia, en cambio, se sitúa principalmente en Croacia, y el resto de su territorio está dividido entre Montenegro y Bosnia Herzegovina. 

  3. Roberto Pietrobon, “Foiba rossa, propaganda nera. Un fumetto revisionista nelle scuole del Piemonte”, www.micciacorta.it, 15-2-2020. 

  4. Leer Benoît Bréville, “Embestidas contra la historia”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, junio de 2023. 

  5. Katja Hrobat Virloget, V tišini spomina: “eksodus” in Istra, Založba Univerze na Primorskem/Založništvo tržaškega tiska, Koper-Trieste, 2021.