Todos nuestros ayeres. De Natalia Ginzburg. Lumen; Barcelona, 2023. 360 páginas, 890 pesos.
La vida cotidiana de los civiles durante la guerra es el tema central de Todos nuestros ayeres, la novela que Natalia Ginzburg publicó en 1952 y que ahora reedita Lumen. Una cuestión con especial vigencia en estos días de enfrentamientos en Ucrania y Medio Oriente. Cuando la escribió, Natalia Levi –que así se llamaba cuando nació en Palermo, en 1916, hija de un profesor universitario de origen judío y de madre católica– había vivido ella misma en condiciones durísimas durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre y sus tíos estuvieron presos y exiliados por ser antifascistas, ella y su marido León Ginzburg –un intelectual judío nacido en Odesa, vinculado a la editorial Einaudi– fueron confinados durante un tiempo en Abruzzo y él fue finalmente apresado en una imprenta clandestina durante la ocupación alemana, y murió en la tortura en la cárcel romana de Regine Coeli en 1944.
Considerada una de las más importantes escritoras italianas del siglo XX, Ginzburg publicaría años más tarde sus recuerdos autobiográficos, en Léxico familiar (1963), un libro fascinante donde rememora la vida de los suyos en esa época, y su actividad posterior en Einaudi, donde fue amiga, entre otros, de Cesare Pavese. La lectura de Léxico familiar muestra hasta qué punto Todos nuestros ayeres es una novela que mucho se relaciona con lo que Natalia Ginzburg vivió esos años. De ahí, tal vez, buena parte de su poder de convicción.
Ambientada en la primera sección en un pueblo cerca de Turín, cuenta la historia de dos familias: la de Anna y sus tres hermanos, y la de los hijos de los vecinos de enfrente, que serían amigos desde la adolescencia. Iniciada durante la dictadura fascista, poco antes de la guerra, recorre un largo período que incluye la caída de Mussolini, el armisticio, la ocupación alemana y los avances aliados. Pero la guerra nunca está en primer plano: es sobre todo el telón de fondo que marcará a fuego la existencia de esos personajes, que Ginzburg compone con habilidad, cada uno con una personalidad bien definida y diferentes grados de compromiso. La vida doméstica durante la guerra, el papel de las mujeres, la inseguridad y el miedo, la falta de noticias sobre amigos que van al frente o caen presos, las relaciones con judíos confinados en el pueblo, arman una historia donde la muerte es siempre una presencia amenazante.
Dos son los protagonistas principales sobre todo de la segunda parte, ambientada en el sur de Italia: Ana, la hija menor de su familia –una muchacha retraída, que no había llegado a conocer a su madre–, y Censo Rena, un amigo del padre, el personaje más interesante y complejo de la novela, en cuya mirada sobre la guerra uno cree presentir la de la propia Natalia Ginzburg. Relatada con una prosa sencilla y transparente, Todos nuestros ayeres es una muestra acabada de la agudeza y la intensidad de la mirada de Ginzburg, quien dejó a su muerte, en 1991, una obra que incluye teatro, ensayo y una decena de novelas, algunas de ellas llevadas al cine, como Me casé por alegría (1964), Las palabras de la noche (1961), Querido Miguel (1973) y Valentino (1957).