En la primavera de 2002, durante la Segunda Intifada (2000-2005), el Ejército israelí lanzó la “Operación Muralla” en las zonas “autónomas” de Cisjordania (18 por ciento del territorio) para acabar con la resistencia palestina. Etapa clave en el curso del conflicto, la ofensiva causó centenares de muertos entre la población e inmensos daños materiales. En Ramala, en particular, los imponentes tanques Merkava desplegados en la ciudad se dedicaron a destruir edificios, casas, tiendas y mobiliario urbano, así como numerosos vehículos civiles estacionados en las calzadas de la “capital” de la Autoridad Palestina. Cerca de mil autos, taxis, camionetas e incluso ambulancias, que no presentaban ningún obstáculo en particular, fueron aplastados, destripados o volteados como panqueques por los tanques. Poco después de la agresión militar, la artista palestina Vera Tamari1, que había contemplado desde su balcón el sombrío “ballet” de los monstruos de acero de 65 toneladas, decidió crear una instalación en Al Bireh, en las afueras de Ramala, titulada sarcásticamente ¿Paseamos? Dispuso una serie de vehículos desmantelados a lo largo de una franja de asfalto trazada en un terreno de la localidad para echar luz sobre la brutalidad gratuita del invasor. Su creación no duró mucho: el día de la inauguración de la “exposición”, en ese 2002, los tanques israelíes bombardearon los restos y los destrozaron con su constante ir y venir. Los soldados incluso descendieron de sus tanques blindados para orinar sobre los restos todavía humeantes. La artista filmó la escena sin que lo supieran. Como gran admiradora de Marcel Duchamp, transformó el momento en una suerte de happening con toques siniestros2.

Cuando los soldados devastaron la instalación de Vera Tamari hasta la obscenidad, tal vez estaban recordando que antes de los “acuerdos de paz” de 1993, seguidos de la “retirada” militar de Israel de una parte de los territorios palestinos conquistados en 1967, la vida artística en Palestina estaba sometida, como la existencia cotidiana de la población, a las leyes promulgadas por el ocupante para sofocar cualquier atisbo de resistencia popular. Israel era consciente de la potencia del arte para movilizar los espíritus de la gente y su capacidad para enriquecer la memoria colectiva –en este caso, la de un pueblo sometido a la opresión colonial desde hace décadas–, es decir, de la amenaza que podía representar. Por eso, durante el régimen de ocupación, no había galerías oficiales para artistas como pintores o dibujantes. Se veían obligados a mostrar sus trabajos al público en escuelas, iglesias y salas municipales, previa autorización de las fuerzas israelíes, que a menudo censuraban las obras demasiado “comprometidas”. Además, no era raro ver a la soldadesca irrumpir en las exposiciones para saquearlas –una forma de recordar quién mandaba, incluso en el plano cultural–. En el ámbito de las artes visuales, ciertos colores fueron objeto de especial escrutinio: el negro, el blanco, el verde y el rojo que componen la bandera nacional, prohibida en ese entonces, junto con otros símbolos de la identidad palestina. Algunos artistas fueron detenidos por los israelíes por haber introducido en sus obras una combinación cromática considerada demasiado parecida a la de la bandera del país3. Aún hoy, la bandera de Palestina, que se convirtió en la de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), establecida en 1993 en Cisjordania y Gaza, sigue en el punto de mira de Tel Aviv: los palestinos de Israel y del Jerusalén Este ocupado, pero también los pacifistas israelíes, tienen prohibido ondearla en las manifestaciones, exhibirla en lugares públicos o llevar sus colores, so pena de prisión4.

En Estados Unidos, la bandera palestina avivó recientemente el debate en una exposición organizada por el Museo Judío Contemporáneo de San Francisco (“Tikkun: For the Cosmos, the Community, and Ourselves”, febrero de 2022-enero de 2023). La exposición presentaba una obra de la artista plástica Tosha Stimage titulada Nadie nos escucha: tres cuadros, cada uno de los cuales contenía un jarrón de cerámica con flores de papel similares a las que hay en Palestina, con una estampa de la bandera palestina en la superficie del jarrón5. La creación de la artista estadounidense provocó la molestia de algunos visitantes –e incluso de la prensa israelí–, aunque la mayoría consideró que ocupaba un lugar legítimo entre las 30 obras realizadas por artistas judíos y no judíos6. No fue el caso de una exposición dedicada al concepto de patria entre israelíes y palestinos, celebrada en 2008 en el Spertus Institute of Jewish Studies de Chicago: el centro cultural tuvo que cancelar el evento pocas semanas después de su inauguración debido al enojo que expresó la comunidad judía local, que se oponía a la presencia de mapas de la Palestina histórica y fotografías de sus habitantes.

Francia no se queda atrás: en el verano de 2013, la exposición Hogar fantasma de la fotógrafa palestina Ahlam Shibli, celebrada en el Jeu de Paume, provocó fuertes reacciones, sobre todo por parte del muy derechista Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF). Con retratos de los muertos de la Segunda Intifada, como es habitual en las casas y las calles de Cisjordania y Gaza, Ahlam Shibli hizo reflexionar sobre la trágica familiaridad de la muerte en la sociedad palestina y el culto al sacrificio. Pero también quiso dar testimonio del sufrimiento de un pueblo sometido a la ocupación. Acusada de antisemitismo y de “apología del terrorismo” por el CRIF, que exigía su cierre, la exposición fue el blanco de concentraciones, cascadas de amenazas, incluso amenazas de bombas7. El artista plástico gazatí Taysir Batniji, instalado en Francia desde 2006 tras haber estudiado en el Bellas Artes de Bourges en los años 1990, fue rechazado varias veces antes de encontrar una galería dispuesta a albergar su primera exposición en París en 2002. Hoy en día, aún le resulta imposible exponer en algunos establecimientos culturales franceses, a pesar del reconocimiento artístico del que goza en Francia y en el exterior: “Algunas grandes instituciones y actores del mundo del arte siguen jugando la carta de la ‘evasión’. En Francia, y en París intramuros sobre todo, exponer a un artista palestino equivale a tomar partido por la causa”8.

De hecho, desde la Nakba (“catástrofe”), cuando 800.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares tras la creación del Estado de Israel en 1948, el arte palestino ha tenido una fuerte dimensión política vinculada con la injusticia histórica permanente cometida contra un pueblo arrancado de su tierra, sus raíces y su identidad. Desde el principio, la guerra de Israel contra los palestinos ha ido acompañada de una empresa de demolición cultural: además de los despojos territoriales, es también una guerra librada contra el arte, la literatura y el patrimonio nacional, mediante una estrategia de borrado de la memoria colectiva. Entre 1948 y 1949, durante la primera guerra árabe-israelí, mientras arrasaban y saqueaban más de 530 ciudades palestinas, las fuerzas israelíes se apoderaron de decenas de miles de libros, manuscritos, archivos musicales, pinturas, artesanías, etcétera. Algunos fueron destruidos, otros confiscados, al igual que museos, bibliotecas y otros espacios de interés cultural. Asimismo, en 1982, durante la invasión de Beirut, donde entonces tenía su sede la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el Ejército israelí asoló el Centro de Estudios Palestinos e incautó numerosos bienes culturales y artísticos, entre otras cosas, en nombre de esa voluntad de aniquilar la memoria.

Lejos de ser puramente estético, el arte palestino moderno, nacido de los rescoldos de la guerra, sirvió desde sus comienzos para espolear la lucha patriótica contra Israel. Pintores como Ismail Shammout (1930-2006) y Sliman Mansour (nacido en 1947), o el dibujante Naji Al-Ali (asesinado en 1987), inculcaron en sus obras una cultura de resistencia frente a la opresión y los intentos de suprimir el pasado. Crearon símbolos visuales que, desde entonces, forman parte del patrimonio popular palestino, como los refugiados representados por Shammout en su cuadro ¿Hacia dónde? (1953), o el célebre personaje Handala inventado en 1969 por Al-Ali. Deseosa de utilizar las artes gráficas y pictóricas para promover la causa nacionalista, la OLP, fundada en 1964 en El Cairo, abrió a fines de los años 1960 una sección dedicada a la producción artística palestina con el fin de dar resonancia regional e internacional9 a la “cuestión palestina”. El medio preferido de la OLP fueron los afiches y carteles políticos que circularon a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 con el objetivo de fomentar la solidaridad pública.

Durante la Primera Intifada (1987-1993) surgió una nueva generación de artistas. Mientras que las pinturas murales y los grafitis de protesta florecieron durante este período, algunos artistas, como Emily Jacir, Ala Younis, Khaled Hourani, Nabil Anani y Taysir Batniji, se aventuraron fuera del campo pictórico convencional y de los códigos narrativos dominantes para explorar otras vías de creación visual. Siguiendo los pasos de la pintora y activista Samia Halaby (nacida en 1936), pionera del arte abstracto palestino, y de Mansour, que se alejó del academicismo figurativo, se orientaron hacia formas de expresión más conceptuales, subjetivas y experimentales. Algunos de ellos utilizaron nuevos materiales tomados de la vida cotidiana (cerámica, cobre, tela, madera, arcilla, arena, barro, etcétera) y medios como la fotografía y el video, hasta entonces excluidos del ámbito puramente artístico en Palestina. A partir de fines de los años 1990 y principios de los años 2000, los artistas palestinos pasaron a formar parte de la escena internacional del arte contemporáneo, impulsados por la visibilidad que tuvieron gracias a las exposiciones y bienales organizadas en todo el mundo. Si bien su obra goza hoy de pleno reconocimiento por su valor estético e incluso su carácter innovador, no deja de estar marcada por temas como el desarraigo, el exilio, la nostalgia y el despojo de la tierra ancestral. Como señala Batniji, el artista palestino pretende ahora “inscribir su enfoque en una dimensión humana y universal”, pero no puede “ignorar el contexto político y social”10 de Palestina, donde la violencia colonial sigue ensañándose con un pueblo abandonado a su suerte.

En la primavera de 2023, tras la enésima operación militar homicida lanzada por Israel en Gaza en mayo, un insólito “pabellón de exposiciones” vio la luz en Deir al-Balah, en el centro de la franja costera. Artistas gazatíes pintaron varios frescos en las pocas secciones que quedaban de un bloque de pisos pulverizado por un misil israelí, para expresar la tragedia que vive la población y trabajar a su manera contra el olvido11. Uno de ellos muestra a un niño pequeño que llora, herido y cubierto de vendas, cuya mirada escruta al espectador como si quisiera tomarlo como testigo. Detrás suyo, un avión de combate y una bomba se dirigen hacia él, prontos a reducirlo a cenizas. Este es el destino que miles de niños sufrirían unos meses después durante la campaña de destrucción masiva desatada por Tel Aviv contra la pequeña franja de tierra.

Olivier Pironet, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Emilia Fernández Tasende.


  1. Véase Malu Halasa, “The creative resistance in Palestinian art”, The Markaz Review, Los Ángeles (California), 14-5-2021. 

  2. Penny Johnson, “Ramallah Dada: the reality of the absurd”, Jerusalem Quarterly, Universidad de Columbia (Nueva York), Nº 16, noviembre de 2002. 

  3. Eray Alim, “The art of resistance in the palestinian struggle against Israel”, Turkish Journal of Middle Eastern Studies, Vol. 7, Nº 1, Sakarya (Turquía), junio de 2020. 

  4. “Flag restrictions are the latest attempt to silence Palestinans and reduce their visibility”, Amnesty International, 11-1-2023. 

  5. Rabbi Peretz Wolf-Prusan, “The deep listening of Tosha Stimage”, Contemporary Jewish Museum, 2022. 

  6. “At a jewish museum, a non-jewish artist’s use of the Palestinian flag sparks debate”, The Times of Israel, Jerusalén, 16-11-2022. 

  7. N. de R.: Exposición también presente este año en la Bienal de San Pablo. 

  8. “At a jewish museum, a non-jewish artist’s use of the Palestinian flag sparks debate”, The Times of Israel, Jerusalén, 16-11-2022. 

  9. Taysir Batniji, “Habiter le temps” (entrevista), en el catálogo de la exposición “Quelques bribes arrachées au vide qui se creuse”, Museo de Arte Contemporáneo de Val-de-Marne (MAC VAL), Vitry-sur-Seine, 2021. 

  10. “Habiter le temps”, op. cit

  11. Ver el diaporama en “Gaza graffiti artists bedeck houses destroyed by Israel in war”, Reuters, 13-6-2023.