“Hemos perdido un testigo, un testigo diferente. Pero, nuevamente: ¿diferente por qué y en qué? Porque, de alguna manera, él trataba –¿cómo decirlo?– de provocar reacciones activas y benéficas en el cuerpo inerte de la sociedad italiana. Su diferencia consistía precisamente en esta provocación benéfica, debida a la ausencia total en él de cálculo, de compromiso, de prudencia1.

A 48 años de la desaparición de Pier Paolo Pasolini, encontrado muerto, con el cráneo destrozado, la mañana del 2 de noviembre de 1975 en una playa de Ostia, vuelven a la memoria estas palabras punzantes que su amigo, el escritor Alberto Moravia, pronunció durante su oración fúnebre. Pasolini era diferente. Pero esta diferencia no era necesariamente la que se cree. Es cierto, era comunista y le gustaban los muchachos, lo que no era en general aceptado en la Italia de posguerra; “pasiones recidivas” que contó en sus novelas, y que se atrevió a mostrar en sus películas, lo que le valió tener que afrontar una gran cantidad de juicios y vivir en la angustia de los tribunales y de los apaleos. Sin embargo, son sobre todo las más secretas disposiciones de su alma lo que lo distinguía de la horda y de su “orden degradante”2. Como Arthur Rimbaud, su hermano en desoladora lucidez, que descubrió a los 16 años, Pasolini “vio algunas veces lo que el hombre creyó ver”. Y, como el autor de Iluminaciones (1886), se tomó esta visión en serio, decidido a asumir su carga trágica. El cineasta, a quien le gustaba encontrar a los actores de sus películas en el seno del subproletariado romano, era no sólo un educador, poseedor de un arte precioso, difícil y raro, sino sobre todo un visionario, libre de ser engañado por los hombres o su mirada.

El fraude, la mentira y la hipocresía le saltaban a los ojos. “Nunca me equivoqué sobre las caras / porque mi libido y mi timidez / me obligaron a conocer profundamente a mis semejantes”3. En 1945 leyó a Karl Marx tras observar, en el Friuli donde pasó parte de su juventud, que había obreros y había propietarios, humillados y acomodados. “Todavía había enclaves feudales, casi como en Sicilia; latifundios. Me encontré allí, físicamente: de un lado, los jornaleros unidos por sus banderas y su pañuelo rojo alrededor del cuello; del otro, los patrones. Y, vea, sin la menor lectura marxista, naturalmente, me coloqué del lado de los jornaleros friulenses”4. Sin embargo, a diferencia de muchos astutos, Pasolini no especuló jamás con la justicia comprando acciones en baja a la espera del momento propicio para revenderlas en alza. No tenía ni plan ni programa. Para él, sólo importaban el impulso y la voluntad de enfrentar. “Era diferente, justamente en que era desinteresado”, precisaba Moravia5.

El “santo herético”

El desinterés de Pasolini, su generosidad de otras épocas, explican la profusión de su obra. Novelas centrales: Muchachos de la calle (1955), Una vida violenta (1959), Petróleo (1992, póstuma); doce largometrajes (varias obras maestras): Mamma Roma (1962), El evangelio según san Mateo (1964), Salò, o los 120 días de Sodoma (1975); piezas de teatro, cientos de poemas, traducciones, ensayos periodísticos reunidos en los Escritos corsarios (1975) y las Cartas luteranas (1976). Un conjunto cuya importancia apenas se aprecia: su descubrimiento recién empieza. El olvido no podrá ya enfriar este volcán en ebullición.

Pasolini no necesita un biógrafo. Su vida está en su obra, expuesta, ofrecida. Él mismo encontró las palabras para definirse: “un santo herético”, “un hijo que no será jamás padre”, “un poeta marxista privilegiado”. Pero también –y esto puede sorprender–: “Soy una fuerza del Pasado. / Mi amor sólo reside en la tradición. / Vengo de las ruinas y de las iglesias, / de los retablos, de las aldeas / abandonadas en los Apeninos o los Prealpes / donde vivieron mis hermanos”. Así escribe en Poesía en forma de rosa (1964)6, una elegía autobiográfica compuesta a comienzos de los años 1960, en un momento en que “el hombre de 40 años” –nació en 1922– se acordaba de su infancia y de su ruta de poeta, como Charles Péguy lo había hecho en Victor-Marie, Comte Hugo (1910), alzando la bandera del “gran partido de los no-contemporáneos”. ¿Péguy-Pasolini? La comparación no es para nada casual.

Como Georges Bernanos, Víctor Serge, George Orwell, Simone Weil o Albert Camus –todos en circunstancias relacionadas con la lucha por la libertad–, ambos poetas se atrevieron a abrir el fuego sobre su propio campo para denunciar sus cobardías y su ceguera. “Una rebelión contra su propia familia, que implica a veces el rechazo a esta familia”, aseguraba Pasolini, hijo de un oficial favorable al fascismo y cuyo hermano resistente fue muerto poco antes del fin de la guerra. Así como Péguy había visto la mística dreyfusista eclipsada por la política, Pasolini vio en qué se había convertido el antifascismo mucho después de que Benito Mussolini hubiera sido ejecutado y colgado: “Una gran parte del antifascismo actual, o al menos eso que llamamos antifascismo, o bien es ingenua y estúpida, o bien es evasiva y de mala fe. En efecto, combate, o simula combatir, un fenómeno muerto y enterrado, arqueológico, que ya no puede asustar a nadie. Es una suerte de antifascismo confortable y descansado. Estoy profundamente convencido de que el verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado con demasiada amabilidad la sociedad de consumo” (Escritos corsarios).

Punto uy

La primera película de Pasolini que se estrenó en Uruguay fue Accatone, un muchacho de Roma, el 13 de marzo de 1963 en el cine Coventry, con dos años de retraso. Al año siguiente llegaría su episodio en el film colectivo Rogopag (Trocadero, 28-1-1965) y luego, a una por año, tres de sus obras mayores: El evangelio según san Mateo (Cine Central, 27/11/1967), Edipo Rey (Cine Ariel, 17/09/1968) y Teorema (Cine Plaza, 31/05/1969).

Luego de otros estrenos en los inicios de los años 1970, llegó la polémica de Los cuentos de Canterbury (Cine Rex, 17/05/1973), que postergó su llegada a las pantallas montevideanas un mes mientras se cortaban las “escenas inconvenientes”. Como era previsible, la dictadura lo mantuvo fuera del circuito de estrenos comerciales y recién retornó con Salò, o los 120 días de Sodoma en una sala donde eran habituales las proyecciones de material de contenido sexual (Luxor, 25/03/1986).

Más allá de esos avatares, Cinemateca Uruguaya lo exhibió con profusión, destacándose un ciclo de diez películas, cada una presentada por un crítico diferente, en marzo del año pasado, con motivo del centenario del nacimiento del cineasta poeta.

El gran culpabilizador

Así hablaba el Pasolini del final, en sus artículos de 1973-1975, poco tiempo antes de su salvaje asesinato, el Día de los Muertos de 1975. Por razones obvias, resulta tentador vincular la libertad de tono del poeta y su final atroz. En Qualcosa di scritto7, el ensayo más brillante consagrado a Pasolini estos últimos años, el escritor italiano Emanuele Trevi echa luz sobre la génesis de Petróleo, la novela que ocupó los tres últimos años del cineasta y que tal vez le haya costado la vida. En un artículo de noviembre de 1974 del Corriere della Sera, bajo el título “¿Qué es este golpe?”8, afirmaba: “Conozco los nombres de los responsables de la masacre de Milán, el 12 de diciembre de 1969. Conozco los responsables de las masacres de Brescia y de Boloña, en los primeros meses de 1974”9. Llevando más lejos aún la audacia, el autor de Cenizas de Gramsci (1957) había emprendido en 1972 la redacción de un “libro total”, cuya ambición era revelar la naturaleza satánica del Poder.

Pasolini es el gran culpabilizador. Reivindicándose comunista, criticó fuertemente al Partido Comunista Italiano (PCI). La emprendió contra las clases dirigentes, la televisión, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, los coroneles griegos y la mafia. Atacó a las potencias industriales y al lobby petrolero en un libro último e hipnótico, recurriendo tanto a la documentación como a todas las formas de narración, mezclando el sexo, la muerte, la política, los mitos y la realidad, la sabiduría y la locura. Había celebrado sus 50 años el 5 de marzo de 1972; su odio hacia la burguesía italiana había alcanzado su paroxismo. “La borghesia è il diavolo” [La burguesía es el diablo]. Sorprende este surgimiento de lo demoníaco en el último Pasolini. Era ateo, laico, no había encontrado nunca las palabras para mencionar al Dios que reflejara su sentido de lo sagrado esencial y fundamental, pero veía al Maligno trabajando detrás de la Historia contemporánea.

Lo que impacta más aún, en sus textos y en sus obras de los diez últimos años, es su obsesión por la inocencia perdida de la infancia y por la presencia cautivante de su madre, Susanna Colussi, a quien confió el rol de María, madre de Cristo, en El evangelio según san Mateo: “Eres irremplazable. Por eso está condenada a la soledad la vida que me diste / Y yo quiero estar solo. Tengo un hambre desmesurada de amor, del amor de cuerpos sin alma habitados / Pues el alma está en ti, eres tú, tú eres simplemente mi madre y tu amor es mi esclavitud: / yo quedé esclavo de esta sensación toda mi infancia, sensación elevada, irremediable, de un compromiso inmenso”10. En Poesía en forma de rosa, Pasolini se define de manera singular, como un “feto adulto”. Extraña imagen que ilumina su posición incómoda y en general incomprendida en los debates sobre la legalización del aborto en Italia: jurando haber guardado recuerdos felices de su vida intrauterina, estaba metafísicamente en contra y políticamente a favor. Trágica y punzante a la vez resultaba esta capacidad de asociar una repulsión íntima por lo que él consideraba la anexión de la vida sexual por la sociedad de consumo y una clara visión del desorden y de la injusticia de clase perpetuada por el antiguo dispositivo legal. Al escritor, que en 1968 había explicado que estaba del lado de los policías contra los estudiantes, porque estos eran burgueses y aquellos proletarios, no le preocupaba un escándalo más.

No obstante, sería un error ligar su sentimiento profundo sobre la cuestión del aborto a su gusto por la provocación o a resabios de puritanismo comunista y mojigatería católica. Para entenderlo, hay que volver a su vínculo constante, público y convencido con el cuerpo de su madre. Como con el pañuelo rojo de los jornaleros friulenses, es una cuestión de visión. Pasolini contemplaba, siempre a su lado, a la mater dolorosa que había tenido el coraje de seguirlo a Roma, en 1949, después de que él fuera excluido de la docencia y del Partido Comunista por corrupción de menores. “Hui con mi madre y una valija, y algunas alegrías que se revelaron falsas, en un tren lento como un tren de mercancías”. En La Piste Pasolini11, un ejercicio de admiración en forma de paseo, Pierre Adrian se demora justamente en el cementerio comunal de Casarsa, el pueblo de la provincia de Pordenone, al oeste de Udine, donde se encuentra su tumba. Mientras que el padre y el hermano están enterrados un poco más lejos, él descansa en la misma cripta que su madre, bajo una losa sobria. “Quizá –escribía Pasolini para aclarar la pasión esencial y peligrosa que unía al hijo con la madre– nadie ha vivido a un grado tan alto de deseo-angustia fúnebre”. Quizá sea esa su grandeza, y su misterio.

Sébastien Lapaque, escritor. Último libro publicado: Théorie d’Alger, Actes Sud, Arles, 2013. Una versión de este artículo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2015. Traducción: Florencia Giménez Zapiola.

Pasolini por Pasolini

En las librerías del Río de la Plata está disponible una introducción directa, vivaz y amplia de la obra y las ideas de uno de los artistas más singulares y multifacéticos del siglo XX, el poeta, escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975). Un libro (1) que reúne un vasto abanico de sus intervenciones en variadas entrevistas y debates realizados entre 1961, año en que se produce su notable debut como director con Accattone, y 1975, en que es asesinado poco después de terminar su última película, Salò, o los 120 días de Sodoma. Si bien el cine es la materia central del libro, esto no excluye numerosos deslizamientos a otros ámbitos artísticos e intelectuales en los que Pasolini siempre incursionó: la poesía y la literatura, por supuesto, pero también la política, la sociología, la lingüística, la pintura.

Un primer rasgo sobresale en sus intervenciones: la firmeza, la inteligencia y la precisión conceptual con que rebate algunas consideraciones de sus entrevistadores (muchas de ellas particularmente ásperas) acerca de su obra con las que disiente, sin caer nunca en concesiones demagógicas o en ligerezas intelectuales. Pero también muestra a menudo su modestia y honestidad, por ejemplo, cuando reconoce las grandes carencias de recursos técnicos de que adolecía al abordar sus primeros films. Fue la pintura su puente hacia el cine, y por eso no es de extrañar su preferencia por los encuadres frontales, evidente sobre todo en sus comienzos, o su clara inspiración en cuadros como el célebre Cristo muerto (1475-1478), de Andrea Mantegna, para la escena de la muerte en la cárcel del hijo de Mamma Roma (1962). Nunca gustó de los planos secuencia; en cuanto a la música y la introducción del color en sus películas, los considera elementos externos, casi agregados que funcionan como marcos, algo que tiene que ver con el cine pero no con su sustancia semiológica o gramatical. Confiesa que Carl Theodor Dreyer, Charles Chaplin y Kenji Mizoguchi son sus dioses cinematográficos, y es persistente en su opción por el empleo de actores no profesionales, porque, dice, no superponen su conciencia profesional a la conciencia del autor, y cuando utiliza a profesionales no lo hace por su supuesta habilidad para encarnar personajes, sino por lo que son en sí mismos.

Ateo confeso, marxista gramsciano pero impregnado de religiosidad, Pasolini declara que realizó un gran esfuerzo de comprensión para situarse en la mente de un hombre de pueblo creyente, Mateo, en su esencial film El evangelio según san Mateo (1964); “[una comprensión] que deriva –dice– de los elementos irracionales que me habitan, tal vez de un estado latente de religión en mí”. Impugnador radical de la sociedad neocapitalista de su tiempo y de la triunfante cultura burguesa, brutalmente homogeneizadora, creyó en un principio que sólo el subproletariado encarnaba una clase no asimilada y portadora de ciertos valores populares arcaicos. La poética épico-sacra de este artista excepcional fue derivando hacia un pesimismo creciente y desesperado. Pocos meses antes de ser asesinado Pasolini declaraba en una entrevista de la televisión suizo-italiana: “No creo que haya nunca un tipo de sociedad en que el hombre sea libre”.

Carlos Alfieri

(1): Pasolini por Pasolini. El Cuenco de Plata, BuenosAires, 2022.

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  1. Colectivo, Pasolini Roma, Skira Flammarion - Cinémathèque française, París, 2013. 

  2. Pasolini, Escritos corsarios, Planeta, Madrid, 1983. 

  3. Pasolini, Qui je suis, nueva edición revisada por Graziella Chiarcossi, Arléa, París, 2015. 

  4. Pasolini, L’Inédit de New York, conversación con Giuseppe Cardillo, Arléa, 2015. 

  5. Guy Scarpetta, “Pasolini, un réfractaire exemplaire”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2006. 

  6. Pasolini, Poesía en forma de rosa, Visor, Madrid, 1983. 

  7. Emanuele Trevi, Qualcosa di scritto, Ponte alle Grazie, Milán, 2012. 

  8. Artículo retomado en Escritos corsarios con el título “La novela de los atentados”. 

  9. Atentados atribuidos a la extrema izquierda, pero urdidos por la extrema derecha italiana en su “estrategia de la tensión” durante los “años de plomo”. 

  10. Pasolini, Poesía en forma de rosa, op. cit

  11. PierreAdrian, La Piste Pasolini, Equateurs, París,2015.