¿Se está estancando la máquina económica china? Es lo que deja pensar un flujo constante de análisis y comentarios pesimistas, incluso alarmistas, publicados a lo largo de este año. Para Joe Biden, presidente de Estados Unidos, la economía china se asemeja a una “bomba de tiempo”1. Más mesurado, el semanario The Economist se limitó a plantear en su portada del 13 de mayo la pregunta: “Peak China?” [¿Alcanzó China su apogeo?]. La misma expresión había sido utilizada el año pasado, pero sin el signo de interrogación, en una obra que llamó mucho la atención en Washington y que se titulaba Danger Zone: The Coming Conflict with China [Zona de peligro: el conflicto en ciernes con China], de los politólogos Hal Brands y Michael Beckley2. Para estos últimos, la República Popular China (RPC) parece hoy una potencia “en declive pero resistente”, cuyas ambiciones frustradas darían pasto a la beligerancia en los años por venir.

La oscuridad del panorama llama la atención, más aún cuando la economía ya acumuló más de cuatro puntos de crecimiento del producto interno bruto (PIB) entre enero y setiembre de 2023 (es decir, más del cinco por ciento anual). Las predicciones pesimistas sobre China son una verdadera leyenda recurrente en el discurso mediático occidental. En la década de 2000, su economía estaba amenazada por un “recalentamiento”; en 2009-2010, por la crisis financiera mundial y la contracción del comercio internacional; en 2015-2016, por un endeudamiento excesivo y por la fuga de capitales. ¿Acaso Le Monde no titulaba en 2010 “China: el capitalismo de Estado se fisura”3? Sin embargo, el sector público nunca antes dispuso de semejante abundancia de riqueza: 308,3 billones de yuanes (unos 40 billones de euros) de activos en manos de las empresas estatales no financieras a fines de 2021, es decir, casi tres veces el PIB de China4 y más de 15 veces el PIB francés. La economía se ha más que duplicado entre 2010 y 2022, según el Banco Mundial5.

A falta de ser fiables, estos diagnósticos de crisis y estancamiento tienen sin duda la virtud de tranquilizar a las élites occidentales que los formulan y leen. ¿Acaso no esperan que la República Popular repita el escenario japonés de los años 1990? En la década de 1980, muchos imaginaron que la potencia industrial y financiera de Japón superaría a la de Estados Unidos –Japan as Number One [Japón como número uno] fue el título de un best-seller estadounidense6– antes de que las repercusiones de un alza del yen orquestada por Estados Unidos, seguida del estallido de la burbuja inmobiliaria y de largos años de deflación, acabaran con tales predicciones.

A riesgo de desalentar algunas esperanzas prooccidentales, es poco probable que este paralelismo histórico se confirme. China tiene un territorio 11 veces más poblado que su vecino, y aún está lejos de haber alcanzado el nivel de desarrollo de Japón en aquella época. Además, sus atributos geopolíticos son muy diferentes: se trata de un régimen comunista resueltamente no alineado, por un lado, mientras que, por el otro, Japón es un aliado incondicional del bloque occidental. Esto no quiere decir que no existan serias debilidades y vulnerabilidades tanto a corto como a largo plazo. Pero hay que entenderlas en su propio contexto.

Cuestión de configuraciones

La economía china actual conjuga mercantilización y estatismo en un grado avanzado al extremo –lo que tira abajo el preconcepto de que habría una contradicción intrínseca entre más mercado y más Estado–. La gran mayoría de los bienes y servicios se compran y venden de forma libre, incluida la labor humana (con derechos laborales mucho menos protectores que en Europa) y ciertos servicios públicos (como la salud). El sistema fiscal sobre los particulares es poco incisivo, la redistribución de la riqueza es limitada y las brechas en las ganancias son considerables. Estos pocos elementos por sí solos bastan para revelar que estamos muy lejos de una concepción basada en el Estado social o el Estado de bienestar.

Al mismo tiempo, el poder público está imbricado en la vida económica hasta un punto inconcebible en el capitalismo occidental actual; se justificaría más una comparación con el dirigismo francés de los Treinta Gloriosos [como se conoce el período de gran crecimiento de 1945 a 1975 que finalizó en la crisis del petróleo]. Todas las tierras rurales y urbanas están bajo la autoridad de los poderes locales, que conceden derechos de uso tanto a los explotadores agrícolas como a las empresas inmobiliarias. En 2021 había más de 323.000 empresas (casas matrices y filiales) controladas por el Estado en todos los niveles de la economía, en especial en los sectores de base (infraestructura, energía, industria pesada) así como en las finanzas7. Las empresas privadas no escapan al estatismo ambiente, del que se benefician, en forma de contratos, subsidios o créditos públicos, y del que pueden sufrir acosos burocráticos o represalias, como lo ilustra el trato que recibieron Jack Ma y el grupo que creó, Alibaba8.

Hay que tener presente esta configuración económica específica de China para identificar los desafíos del país y saber diferenciar las presiones económicas a corto plazo, que reavivaron los pronósticos de crisis, de ciertas dificultades más permanentes que conjugan desafíos demográficos, de empleo y de innovación.

Dos factores explican los malos resultados económicos en 2022 y principios de 2023: las secuelas de la pandemia de covid-19 y la crisis del sector inmobiliario. En el primer caso, los confinamientos en China hasta diciembre de 2022 redujeron de modo mecánico su actividad, mientras que las exportaciones de bienes, que habían batido récords cuando los propios consumidores occidentales estaban confinados, también retrocedieron. En el segundo caso, la contracción del sector inmobiliario se hace sentir tanto más cuanto que representa una parte significativa de la actividad económica desde hace dos décadas: casi un 30 por ciento en los años 2010, incluyendo todas las actividades de las que se nutre (cemento, acero, etcétera) y a las que da origen (venta, gestión, mantenimiento, etcétera), pasando por la construcción propiamente dicha9 –frente a un 15-20 por ciento en Europa–. Los poderes locales, los promotores inmobiliarios, los bancos públicos y los particulares apostaron durante mucho tiempo a esta actividad, al precio incluso de un endeudamiento en general mal controlado. Pero en agosto de 2020 el gobierno central tomó la iniciativa de poner freno a esta situación cortando el acceso a determinados créditos a los grupos más endeudados –en primer lugar, Evergrande, que no pudo devolver parte de sus préstamos al año siguiente10–. En los últimos tres años, en respuesta a este ejercicio de “rectificación” bastante típico para una rama de la actividad que está en el punto de mira de las autoridades, las transacciones e inversiones cayeron de forma brusca, provocando una consecuente contracción del crecimiento. Queda por ver hasta dónde estará dispuesto a llegar el poder en los próximos años para seguir desendeudando el sector inmobiliario y para reducir su huella económica.

Más allá de esto, la RPC enfrenta desafíos más estructurales que cuestionan su capacidad para alcanzar de manera plena los niveles de riqueza de los países occidentales y asiáticos más avanzados. El crecimiento pasó de un ritmo promedio del 10 por ciento en las décadas de 1990 y 2000 a indicadores de entre el siete y el ocho por ciento en la década de 2010, y en torno al cinco por ciento en la actualidad. Esto puede parecer respetable, incluso envidiable, según cómo se lo mire. Pero hay que comprender los resortes concretos de este declive que se inscribe en el tiempo.

Largo camino incierto

En las décadas de 1980 y 1990, los dos principales motores del desempeño chino fueron la transición de la mano de obra desde la agricultura hacia los empleos industriales y la recuperación de la productividad: la naciente economía de mercado impuso, a menudo dolorosamente, nuevas normas de organización productiva. Ahora bien, durante la década del 2000, estos dos catalizadores pasaron a un segundo plano, ya que la migración del campo a las ciudades ya estaba relativamente avanzada, y por el hecho de que las ganancias en la productividad son cada vez más difíciles de conseguir a medida que aumenta el nivel de desarrollo de una sociedad.

Desde hace unos 20 años, el crecimiento se basó entonces, en lo principal, en un tercer factor: la expansión sin precedentes del stock de capital físico (edificios, instalaciones, equipamiento). Esto se manifiesta en una tasa de inversión superior al 40 por ciento desde 2003 (frente al 15 a 25 por ciento de las economías occidentales), a expensas del consumo de los hogares. Esta masa de capital se financia en gran parte con deuda, pero no siempre se le da un uso adecuado: bastan para ilustrarlo los excesos del sector inmobiliario.

También hay que evocar la cuestión demográfica. Ya se sabe que la baja tasa de natalidad de China –una tasa de fecundidad de 1,1 hijos por mujer en 2022 a pesar de la abolición de la política del hijo único– acentuará el descenso de la población activa, que ya había comenzado hacia 2016, así como de la población total, constatada en 2022. En principio, esta baja del número de nuevas incorporaciones al mercado de trabajo podría acelerar el movimiento desde los campos hacia las ciudades y favorecer a los jóvenes en busca de trabajo, en la medida en que las empresas industriales y los sectores terciarios urbanos siguen demandando mano de obra.

Sin embargo, se observa todo lo contrario, con un estancamiento del crecimiento de los trabajadores migrantes de las zonas rurales (los mingong) y un aumento del desempleo entre los jóvenes de 16 a 24 años en los medios urbanos, que se agravó al punto de pasar del 10 por ciento a principios de 2019 al 21 por ciento en junio de este año, última estadística conocida porque el poder central suspendió su publicación. En las redes sociales chinas, las nuevas generaciones se muestran cada vez más desmoralizadas. La competencia exacerbada se describe con frecuencia como “involución” (nèi juǎn), un término en boga para denunciar los efectos destructivos en lo social de la competencia feroz de todos contra todos. También se habla a veces de “segar las ciboulettes” (gē jiǔcài), en referencia a una verdura china que, una vez cortada, volvería a crecer de modo natural (una expresión utilizada para señalar el carácter desechable de la mano de obra subalterna).

De hecho, la economía parece cada vez menos capaz de absorber mano de obra. En la industria, esto se explica en parte por la automatización y por la transición en curso desde actividades con salarios bajos y mano de obra intensiva (juguetes, textiles, montaje de productos electrónicos) hacia formas de producción más intensivas en capital, pero menos demandantes de mano de obra (por ejemplo, los rubros de las baterías o los semiconductores). El precio a pagar por el progreso tecnológico sería, entonces, el estancamiento de los empleos industriales, o incluso su disminución. Al mismo tiempo, las jóvenes generaciones, sea cual fuere su nivel de educación, están cada vez menos preparadas para aceptar sin protestar la vida en la fábrica y la regimentación de lo cotidiano que esta impone (dormitorios, comedores, largas jornadas).

El sector terciario, por su parte, se divide entre los puestos cualificados de cuello blanco, insuficientes para absorber las cohortes cada vez más numerosas que se gradúan en la enseñanza superior (11,6 millones de titulados en 2023), y los empleos subalternos correspondientes a un proletariado de los servicios, sobreexplotado, cuyo símbolo es la figura del repartidor a domicilio que trabaja horarios infernales, encaramado a su motito o subiendo escaleras sin aliento.

¿Entonces?

Los desafíos, entonces, acaso no sean los que pensamos. Un crack financiero, tantas veces profetizado en los medios de comunicación occidentales, tiene pocas chances de ocurrir en la medida en que los acreedores esenciales (sobre todo los bancos) y una gran parte de los prestatarios son actores públicos cuyas acciones pueden ser coordinadas por las autoridades según las necesidades11. La tesis en boga en Washington de que la RPC sería ahora una potencia en declive parece también poco convincente. A pesar de una demografía desfavorable y los vientos geopolíticos en contra (sanciones tecnológicas estadounidenses, proteccionismos en alza), su economía sigue en expansión –a un ritmo más lento que en el pasado pero superior al registrado por las economías occidentales–. La “rectificación” en curso del sector inmobiliario, siempre que se lleve a término, deja entrever incluso que el crecimiento será de no tan menor calidad, y será impulsado más por la puesta al día tecnológica y las innovaciones industriales que por los bulldozers y las retroexcavadoras. El gasto en investigación y desarrollo representa en la actualidad el 2,6 por ciento del PIB (más que en Francia), frente al 0,9 por ciento en 2000.

“Y sin embargo crece”, podríamos estar tentados de responder a todos aquellos que niegan las fuerzas motoras de una economía que crea tanto valor agregado industrial como la Unión Europea y Estados Unidos juntos12. Se trate de la nueva economía verde (energías renovables, baterías) o de actividades manufactureras ya consagradas (bienes de equipamiento, electrónica), la capacidad productiva china no disminuye, sino todo lo contrario. El déficit comercial récord de 2022 de Europa con China, de 396.000 millones de euros, está ahí para recordarlo.

Las complicaciones del modelo de desarrollo se sitúan más bien en otros aspectos, sobre todo en la incapacidad de esta estructura económica en transformación para generar suficientes empleos de calidad que satisfagan las necesidades y aspiraciones de las nuevas generaciones. Aunque están mejor formadas y cualificadas que sus padres y abuelos, estas no escapan al desempleo, a la inseguridad laboral, a la precariedad y a las esperanzas frustradas. Pero estos problemas, que entrelazan cuestiones de educación, empleo y estilo de vida, no son exclusivos de China.

Nathan Sperber, investigador. Traducción: Merlina Massip.

Kissinger (1923-2023)

El pelotón de fusilamiento del paso del tiempo disparó, el 29 de noviembre, sobre Henry Alfred Kissinger. China lo despidió como un “viejo amigo” y la prensa oficial incluso se permitió compararlo con “un panda gigante” (1). Se dice que fue en un aeropuerto de Pakistán donde se dio el último golpe de cocción al plato de la normalización de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China, y que tuvo a Kissinger como el autor de la receta (2). Beijing puso el acento en el lado positivo de la balanza y prefirió olvidar el rol del exjefe de la diplomacia de Estados Unidos en terrenos más embarrados, como el derrocamiento del presidente de Chile Salvador Allende (1973) o los bombardeos secretos contra Camboya (1971) (3). A Kissinger, parece evidente, le gustaban los aviones.

Libre de las ataduras del minué diplomático, la revista Rolling Stone (1-12-2023) lo despidió sin medias tintas: “Henry Kissinger, criminal de guerra amado por la clase dominante de Estados Unidos, finalmente ha muerto”.

Rafael Trejo

(1): Ken Moritsugu y Didi Tang, “A secret trip by Henry Kissinger grew into a half-century-long relationship with China”, AP, 1-12-2023.

(2): William Burr (ed.), “The Beijing-Washington back channel and Henry Kissinger’s secret trip to China”, National Security Archive Electronic Briefing Book, 66, 27-2-2002.

(3): Peter Kornbluh, William Burr y Tom Blanton, “El obituario desclasificado de Henry Kissinger”, ciperchile.cl, 5-12-2023.


  1. Michael D. Shear, “Biden Describes China as a Time Bomb over Economic Problems”, The New York Times, 11-8-2023. 

  2. Hal Brands y Michael Beckley, Danger Zone: The Coming Conflict with China, W.W. Norton, Nueva York, 2022. 

  3. “Le Monde Économie”, Le Monde, París, 30-4-2012. 

  4. “Informe General del Consejo de Estado sobre la gestión de los activos públicos en 2021”, sitio web de la Asamblea Nacional Popular, 16-11-2022. 

  5. Portal estadístico del Banco Mundial

  6. Ezra Vogel, Japan as Number One: Lessons for America, Harvard University Press, Cambridge, 1979. 

  7. Oficina Nacional de Estadísticas de China

  8. Jordan Pouille, “Alibaba debe volar más bajo”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2021. 

  9. Kenneth S. Rogoff y Yuanchen Yang, “Peak China Housing”, Working paper 27.697, National Bureau of Economic Research, Cambridge (Massachusetts), 2020. 

  10. Thomas Hale, “Beijing turns the screws on China’s property sector”, Financial Times, Londres, 26-1-2021. 

  11. Nathan Sperber, “Une finance aux ordres. Comment le pouvoir chinois met le secteur financier au service de ses ambitions”, Institut Rousseau, París, 5-12-2020. 

  12. Estadísticas del Banco Mundial sobre el valor agregado en las manufacturas, https://data.worldbank.org