En 2022, la temperatura promedio del planeta superó en 1,15ºC a la del período preindustrial. Debido a que la temperatura aumenta más en la superficie terrestre, Francia sigue una trayectoria de calentamiento cada vez más difícil de revertir para mantenerla por debajo de +2,5 a +3ºC. Como instaba el gobierno francés en una consulta pública el pasado verano boreal, ¿deberíamos prepararnos para un aumento mundial de +3ºC, lo que se traduciría en un recalentamiento de +4ºC en Francia?

Los datos científicos y las proyecciones de las que disponemos muestran que semejante escenario no es compatible con la sostenibilidad de las formas avanzadas de vida en la tierra. Ya se observan sucesos meteorológicos extremos como las sequías y las olas de calor que favorecen la extensión de incendios incontrolables y pérdidas considerables de cosechas. Habida cuenta de la inercia de los fenómenos climáticos, estos sucesos se multiplicarán e intensificarán de forma inexorable. Pero, sin una reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero, “el calentamiento podría provocar que se traspasen umbrales, incrementando aún más la temperatura, y así sucesivamente, como una cascada de dominós imposible de controlar”, advierten dos especialistas en geociencias, Will Steffen y Johan Rockström1.

Aceptar semejante escenario a escala mundial sería correr el riesgo de un desbocamiento que llevaría a traspasar umbrales irreversibles como la transformación de las grandes selvas tropicales en sabanas, lo que las volvería incapaces de cumplir el rol de “pulmones del planeta”2. Esto provocaría un derretimiento aún más rápido de los casquetes polares que precipitaría el alza del nivel de los mares y un fatal debilitamiento de las grandes corrientes oceánicas que atemperan muchas regiones del mundo. También sería un error ignorar las repercusiones en Francia o en Europa de los movimientos globales que resultan del caos climático, como las epidemias de patógenos hoy confinados, o las grandes migraciones humanas que ya no es posible recibir de manera digna.

Firmado por todos los países del mundo en diciembre de 2015, el Acuerdo de París sobre el clima permitía tener esperanzas de que se frenarían con seriedad las emisiones de gases de efecto invernadero. Se produjo lo contrario. Son muy pocos los países que respetan sus compromisos, a pesar de que son insuficientes para alcanzar el objetivo común. Las empresas implicadas aumentaron de forma masiva sus inversiones en la exploración y la extracción de combustibles fósiles y en la diversificación de los compuestos químicos tóxicos. Así, desde 2016 se invirtieron más de 2.200 millardos de dólares [un millardo equivale a mil millones]. Se comprometieron muchos más para 2030, en particular por parte de China Energy en el carbón, de TotalEnergies y Saudi Aramco en el petróleo, con “bombas de carbono”, así bautizadas en referencia a su capacidad para transformar el clima en invivible. La mayoría de los grandes bancos internacionales –entre ellos BNP Paribas, Crédit Agricole y Société Générale– aportan una contribución decisiva al financiamiento de estas actividades y obtienen grandes beneficios de estas; aseguran la base financiera de un crimen humano y ecológico masivo.

En lugar de pretender prepararnos para una adaptación imposible más allá de cierto nivel de calentamiento, las autoridades públicas deberían tener como prioridad absoluta frenar la constante progresión a escala planetaria de las emisiones de gases de efecto invernadero y de las otras actividades destructoras de la vida en la tierra. Y, por ende, disciplinar a las empresas responsables de ello. Frenar esta carrera hacia el abismo aún es posible y no faltan las pistas.

» Obligar a las empresas a registrar en sus balances los daños a la salud humana y a los recursos naturales revelaría que muchas no obtienen ningún beneficio real. Distribuyen dividendos fraudulentos ya que son producidos por esos daños3, que superan los cinco billones de dólares por año4, según estimaciones del Fondo Monetario Internacional, y merecerían ser sancionadas.

» Reestructurar las finanzas públicas, es decir los sistemas de deducciones y subvenciones, de manera que dejen de generar daños y que sean, por el contrario, instrumentos de una adaptación sostenible.

» Aplicar a las instituciones que se obstinen en financiar la destrucción de la salud humana y de los recursos del planeta, las mismas sanciones que en materia de financiamiento de actividades criminales (tráfico de drogas, terrorismo, etcétera.).

» Acabar con las desigualdades. El 10 por ciento de los habitantes más ricos del planeta son responsables del 60 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Ya que pueden fácilmente aceptar un aumento de la presión fiscal indirecta, o esquivarla, es indispensable atacar el núcleo de sus privilegios: sus ingresos, su patrimonio y su poder de influencia. Las tasas impositivas recomendadas en el informe de France Stratégie5, a pesar de ser muy modestas y haber sido anunciadas como excepcionales y provisorias, sin embargo, fueron rápidamente satanizadas por el ministro de Economía y Finanzas: ¿ceguera o complicidad?

» Efectuar transferencias financieras masivas de los países ricos, responsables históricos del calentamiento global, en provecho de los países poco desarrollados, que a menudo son sus primeras víctimas6. John Kerry, secretario de Asuntos Climáticos de Estados Unidos, calcula que las transferencias necesarias ascienden a entre tres y cuatro billones de dólares. Un estudio reciente las estima en cerca de seis billones de dólares por año7.

» Denunciar la idea de que una “adaptación” es posible con +4ºC no significa que no sea necesaria ninguna adaptación. Sigue siendo indispensable prepararse para las consecuencias del calentamiento ya en curso, recordando que ya no será soportable para las personas con condiciones materiales modestas sin un profundo reordenamiento de los ingresos y del patrimonio.

Algunos ejemplos permiten vislumbrar el contenido operativo que la adaptación podría tomar, ya que no todas las soluciones son iguales. Algunos cerealeros de Nebraska usan un sistema de riego que ajusta el aporte de agua parcela por parcela en función de las necesidades de las plantas, registradas en el suelo y en la copa de los tallos. En estas condiciones, no se necesita más que el 20 por ciento del agua antes consumida, mientras que sus colegas de Poitou-Charentes continúan irrigando por doquier con agua transferida de la napa freática en megarrecipientes artificiales construidos al aire libre.

Si bien los cerealeros estadounidenses ponen en marcha una técnica de adaptación que permite un uso sorprendentemente más eficaz del agua, aún ignoran la inadaptación multiforme de la agricultura industrial que practican. Para este modo de producción, los componentes del suelo y de su entorno proveen sólo una base para la aplicación de dos grandes familias de productos químicos: los fertilizantes y los biocidas. Este enfoque genera una contaminación devastadora, del mismo suelo, de los cursos de agua y de otros entornos acuáticos, de las aguas costeras del mar e incluso del clima (debido a las emisiones de dióxido de nitrógeno NO2, un gas de efecto invernadero cerca de 280 veces más nocivo que el CO2). A largo plazo es insostenible.

Así, millones de agricultores indios, en un contexto de cambio climático ya severo, llegan al límite de lo que la “revolución verde”, basada en una selección más eficaz de las variedades y en el uso excesivo de insumos químicos, pudo aportarles. En el estado de Andhra Pradesh, en el sur del país, se vuelcan de modo masivo hacia la agroecología, con el apoyo de las autoridades. Varias plantas cultivadas en paralelo o en rotación mantienen la fertilidad del suelo y sirven de barrera a los organismos nocivos; árboles colocados de forma apropiada en el medio de los cultivos aseguran la regulación de la circulación de agua y, llegado el caso, captan el nitrógeno del aire para su propio crecimiento y para el de los cultivos circundantes. Por su parte, un equipo de agrónomos y economistas europeos demostró que sería posible alimentar de forma por completo adecuada al conjunto de los habitantes de la Unión Europea con los métodos de la agroecología, siempre y cuando se logre también una adaptación de los gustos y costumbres de consumo8.

La inteligencia de adaptación también tiene su lugar en los grandes reordenamientos. Así, siendo ineludible un aumento sustancial del nivel de los mares, habrá que proteger las zonas costeras. En vez de construir diques cada vez más altos, los Países Bajos instalan ecosistemas frente a ellos –marismas, manglares de sauces, criaderos de ostras o mejillones– que absorben una parte considerable de la energía de las tormentas, así como los sedimentos que transportan. La adaptación a las amenazas del mar también requiere que los habitantes se comprometan en profundidad: así, Rotterdam está dividida en zonas de redes de alerta y se dotó de programas de formación y de asistencia mutua.

Este enfoque podría inspirar el tratamiento de las cuencas fluviales de los arroyos, susceptibles de ampliar o, por el contrario, dependiendo de la forma en la que se los acondicione y gestione, frenar inundaciones devastadoras, provocadas por fenómenos de lluvias extremas. Para un uso a pequeña escala –una calle, un jardín o un pequeño parque urbano– los Royal Botanic Gardens británicos acondicionan estanques cuyos bordes alojan una vegetación resistente a la sequía, mientras que el fondo es ocupado por plantas capaces de retener el exceso de agua y de liberarla a un ritmo relativamente lento. Este es un ejemplo entre tantos otros de ingeniería fina con la naturaleza. Estas pistas apuntan a mostrar que existen soluciones, incluso cuando puedan parecer modestas.

Las condiciones de vida en las grandes ciudades se degradarán, en especial durante las olas de calor, al mismo tiempo que estas alojarán a una parte creciente de la población mundial. En 2007, el Grenelle de l’environnement9 estableció como prioritaria la renovación energética de los edificios. No obstante, esta sigue siendo muy complicada y lenta, por falta de apoyo técnico, administrativo y financiero para los propietarios o inquilinos. Sin embargo, existe un sinfín de soluciones como los vidrios que filtran los infrarrojos o integrar a los edificios una vegetación variada que puede hacer disminuir la temperatura interior de hasta ocho a 10 grados.

La esencia de una adaptación positiva resulta de la transformación de la sociedad para que pueda en su conjunto aceptar esfuerzos repartidos de manera equitativa y comparta sus resultados. ¿Qué podemos esperar en definitiva? O, más bien, ¿qué pueden esperar aquellos que nacieron en el siglo XXI? Un futuro incómodo, pero que deja lugar a la imaginación, siempre y cuando se frene, de forma inmediata y enérgica, el movimiento de destrucción de las condiciones de vida en el planeta. A los esfuerzos necesarios, se debe agregar que se inviertan las demandas judiciales. En efecto, se observa cada vez más a menudo el uso del término “ecoterroristas” para designar a manifestantes, en general jóvenes, quienes son agredidos, a veces arrestados y encarcelados por haber querido obstaculizar, durante un momento, la irracional evolución del mundo. En otros recintos, se halaga y, llegado el caso, hasta se distingue a los responsables de actividades destructoras del planeta. El sentido común dictaría que se les impida a los responsables del mayor saqueo de la historia de la humanidad seguir causando daño.

Alain Grandjean, economista, socio fundador de Carbone 4, miembro del Alto Consejo para el Clima de Francia. Claude Henry, físico y economista, profesor honorario en la École polytechnique (París) y en la Universidad de Columbia (Nueva York), autor de Pour éviter un crime écologique de masse, Éditions Odile Jacob, París, 2023. Jean Jouzel, climatólogo, ex vicepresidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), autor de Climat : l’inlassable pionnier, Éditions Ouest France, Rennes, 2023 (con Paul Goupil). Traducción: Micaela Houston.

Actualización

Sultán al Jaber, ministro de Industria de Emiratos Árabes y presidente de la COP 28, había abonado la polémica al afirmar, el 21 de noviembre, que “no hay ciencia” que sustente la afirmación de que “la eliminación progresiva de los combustibles fósiles es lo que permitirá alcanzar los 1,5 °C”. El lunes 4 de diciembre dijo que fue malinterpretado, y ratificó el compromiso de su país con la “inevitable” y “esencial” disminución y eliminación progresiva de los combustibles fósiles. Pese a la aclaración, el insuceso puso en evidencia las dificultades de alcanzar acuerdos globales en el tema.


  1. Will Steffen, Johan Rockström, “Trajectories of the earth system in the Anthropocene”, PNAS, Vol. 115, Nº 33, Oxford, 6-8-2018. 

  2. Chris Boulton, Timothy Lenton y Niklas Boers, “Pronounced loss of Amazon rainforest resilience since the early 2000s”, Nature Climate Change, Vol. 12, Londres, marzo de 2022. 

  3. “Transition énergétique : ‘La comptabilité des entreprises oublie le carbone’” (artículo de opinión en colaboración con Alain Grandjean), Le Monde, París, 28-4-2023. 

  4. Ian W.H. Parry, Simon Black y Nate Vernon, “Still not getting energy prices right: A global and country update of fossil fuel subsidies”, IMF Working Papers, 24-9-2021. 

  5. Jean Pisani-Ferry y Selma Mahfouz, “Les incidences économiques de l’action pour le climat”, France Stratégie, mayo de 2023. 

  6. Véanse la infografía “Responsabilidad histórica” y el mapa “Deslocalización de la contaminación”, en el dossier “La COP 26 y la emergencia climática”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, noviembre de 2021. 

  7. Andrew Fanning, Jason Hickel, “Compensation for atmospheric appropiation”, Nature Sustainability, N.º 6, Londres, setiembre de 2023. 

  8. Véase el estudio Michele Schiavo et al., “An agroecological Europe by 2050: What impact on land use, trade and global food security?”, Institut du Développement Durable et des Relations Internationales, París, Nº 7, julio de 2021. 

  9. N. de la R.: El Grenelle de l’environnement fue un debate abierto que tuvo lugar en Francia entre setiembre y diciembre de 2007 para definir acuerdos clave de política pública sobre medio ambiente y desarrollo sostenible.