A diez años del papado de Francisco, que siguió a la renuncia de Benedicto XVI, fallecido el pasado 31 de diciembre, es posible realizar un balance (parcial), en clave histórica y sociológica, de su gobierno al frente del Estado del Vaticano y como líder carismático de la mayor institución socio-religiosa del planeta.

La dinámica global del catolicismo vincula institución, movimiento, cultura y una espiritualidad con múltiples espesores históricos. Sus fieles constituyen comunidades de interpretación social y simbólica de la vida y lo sagrado. Por eso es importante hablar de mundos católicos en plural. A fines de 2020, había en el planeta 1.360 millones de católicos (40 por ciento del total vive en Europa, 29,3 por ciento en América, 17,3 por ciento en Asia, 12,3 por ciento en África y 1,1 por ciento en Oceanía), que cuentan con 410 mil sacerdotes y 619 mil religiosas1.

En el año 2013 se produjo un hecho extraordinario para ese universo: la renuncia de Benedicto XVI. Un acto sin precedentes e inconsulto, que desacralizó siglos de historia y humanizó un cargo que se ejercía hasta la muerte. La renuncia produjo otro hecho impensado: un papa electo y otro emérito convivieron en el Vaticano hasta la muerte de Benedicto XVI, a fines de 2022. Seguramente, no serán los últimos.

Intelectuales como el filósofo italiano Giorgio Agamben, vincularon esa renuncia a la profunda crisis de legitimidad de nuestras democracias occidentales: “Este hombre, que era el jefe de la institución que hace alarde del más antiguo y fecundo título de legitimidad, ha puesto en cuestión, con su gesto, el sentido mismo de este título. Frente a una curia que se ha olvidado por completo de su propia legitimidad, y sigue con obstinación las razones de la economía y del poder temporal, Benedicto XVI ha elegido utilizar el poder espiritual, en la única manera que le ha parecido posible, o sea, renunciando al ejercicio del vicariato de Cristo. De este modo, la Iglesia misma ha sido cuestionada desde sus raíces”2.

Una era de inclusión

Un papa debe compararse con otros papas, por un lado, y con los desafíos del presente ante una crisis profunda de la institución católica y de la curia romana, por otro. Hecha para dominar en el silencio, la Iglesia Católica ha sufrido en las últimas décadas escándalos financieros, palaciegos y de abusos sexuales. Cambiar esa estructura de poder fue un mandato para Francisco. Una tarea central “envenenada”, pues la curia forma parte del juego de diversos grupos católicos vinculados al poder político, financiero, mediático y económico.

Otro gran desafío era (es) finalizar con los abusos sexuales y de poder del clero a nivel global. Una tarea no menor que consistía en volver a encantar a un vasto mundo católico cada vez más indiferente, encerrado en su comunidad y con casi 35 años de un rigorismo sexual y moral que había dejado en un segundo plano los problemas sociales del mundo de los pobres.

El actual papa consideró prioritario mostrarse desde el primer momento en las antípodas de esos grupos de poder curiales: su primera aparición fue la de una figura asceta, plebeya, igual al resto de los católicos, proclamando así un Dios cariñoso, que ama y es cercano a las personas de a pie. Creyó también que debía deslegitimar a un capitalismo desregulado de “ajuste y explotación”, que promueve lo que llama la “Tercera Guerra Mundial”, y centralizar la dignidad de cada persona a nivel global, en particular la “de los más pobres”, “los excluidos”, aquellos de “las periferias existenciales”. Presentó a la Iglesia Católica, junto a otras comunidades religiosas, como parte de la solución “integral” para un mundo de paz y justicia. Intentó así brindar un lenguaje de esperanza a toda la humanidad.

Francisco percibe que en el siglo XXI el mundo cruje desde arriba –crisis profunda de los partidos políticos y viejas alianzas progresistas y socialistas, concentración económica– y por abajo, en sociedades postsecularizadas, donde las demandas de sentido y de espiritualidad siguen vigentes ante una creciente e insostenible desigualdad, la degradación del medio ambiente y de la “casa común”. Cree que hay allí un espacio político, cultural e imaginario a ocupar.

Es necesario recordarlo una vez más: en el papado lo político, lo sagrado y lo espiritual no se piensan disociados. Se trata en efecto de un catolicismo intransigente que relaciona más que separa las esferas de la vida. Por lo tanto, desde su nombramiento, el papa se ha mostrado activo en la escena internacional con posturas críticas y desafiantes a los poderes constituidos. Como hábil líder político-religioso cree que desde allí debe –o puede– recuperar parte de la credibilidad perdida por la institución católica y fortalecer otros sentidos movilizadores más allá del mundo católico. Por ejemplo, al consagrar al mismo tiempo santos a dos papas (por primera vez en la historia del Vaticano, iniciando una papolatría y osadía inexistente hasta hoy) con inquietudes bien diferentes, como Juan XXIII y Juan Pablo II, Francisco evidenció su deseo de poner fin a una época de “guerras culturales”, “sospechas internas” y “pureza identitaria”. Desea inaugurar otra, de amplio movimientismo católico, donde “todos” entren3. Una propuesta global que busca más bendecir e incluir que excluir y condenar. O sea: más política pastoral y social de la misericordia masiva que rigorismo normativo legalista para pocos virtuosos. Sin embargo, sobre género y sexualidad son pocos los aportes de los catolicismos en la ampliación de esos derechos, lo que da cuenta, en este caso también, de culturas identitarias de largo plazo.

Política movimientista

En Francisco es central la crítica “al capitalismo liberal deshumanizado”, “al mercado desregulado”, “al dinero como estiércol del diablo”, ante los que “nadie se salva solo”, y para ello cita y se legitima en sus antecesores. Analizar su propuesta contra la propiedad privada es comprender esas continuidades comunes en el papado visto como manera de actuar. Recuerda en su tercera encíclica Fratelli Tutti [Hermanos todos] (FT, octubre de 2020), párrafo 120, que “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada”. Para ello cita a Paulo VI, Juan Pablo II y textos oficiales. ¿Conservador, ortodoxo, populista, comunista? Simplemente católico que sigue una larga tradición. Este texto es un ejemplo de las hermenéuticas de una institución que vive reformándose de manera continua con miras al largo plazo. Refleja las tensiones entre un catolicismo místico y escatológico de los últimos días y un catolicismo de acción, necesario para la construcción material y simbólica de la institución. Una institución que haga memoria, perdure en el largo plazo y construya legalidad y legitimidad al mismo tiempo. ¿Lograr esa síntesis mostraría acaso la perdurabilidad que no tienen otras instituciones políticas y sociales?

Es novedosa en el discurso papal la aparición de los movimientos populares como constructores democráticos desde las periferias: “En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares. [...] Aunque molesten, aunque algunos ‘pensadores’ no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la valentía de reconocer que sin ellos la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino” (FT, 169).

Del mismo modo, asociando temas y enfrentado a la islamofobia interna y de las derechas globales, afirma Francisco en Fratelli Tutti: “con el Gran Imán Ahmad al Tayyeb declaramos –firmemente– que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicimos juntos”.

Estos diez años de Francisco han significado fuertes enfrentamientos internos sobre el futuro del cristianismo a nivel global y el lugar que deben ocupar la institución y el mundo católico en la sociedad y en el Estado. Hay allí una crisis de largo plazo no resuelta que viene desde los años 1960, con la realización del Concilio Vaticano II4. Desde sectores eclesiásticos y mediáticos se busca presentarla como una disputa entre conservadores y progresistas. Pero las categorías binarias no sólo no ayudan, sino que impiden comprender proyectos, personas y estructuras en relación y en disputa. Dimensiones o esferas o arenas económicas, de género, de clase, sexual, racial, cultural, política, educativa están presentes en nuestras sociedades capitalistas junto a demandas espirituales y sagradas. Los diversos proyectos católicos tienen similitudes y divergencias. Así, por ejemplo, Francisco incorporó al lefebvrismo a la institucionalidad, al tiempo que se reunía con teólogos de la liberación.

Innegablemente, la hermenéutica de Francisco, que llamamos política movimientista (une y valora diversas éticas y religiosidades de mayorías populares, de minorías intensas y de místicos), choca con la de Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes buscaron lo virtuoso, para pocos, con un rigorismo sexual y corporal y otorgaron espacios de poder privilegiados a movimientos como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.

La Iglesia patriarcal

Hay, por ejemplo, una continuidad de un fuerte espesor histórico que atraviesa a conservadores y progresistas: la exclusión de las mujeres y los matrimonios del ámbito de lo sagrado (recordemos que el Sínodo de la Amazonia de 2019 hizo público este pedido que fue rechazado por Francisco). No hay debate histórico, sino la postura de una corporación de varones que deciden cerrarlo. Mismo criterio tuvieron los papas santos como Juan XXIII y Juan Pablo II y repitieron Paulo VI, Benedicto XVI y Francisco. El patriarcado tiene un legítimo representante y reproductor en la Iglesia Católica. Francisco es un conservador intransigente y dialogante en estos y otros temas similares. Por eso afirma: ser homosexual es pecado, pero no es un delito. Esto fomenta una doble moral, así como la doble vida, en la institución y en la sociedad, como afirma el sociólogo italiano Marco Marzano, quien investigó la sexualidad de los sacerdotes en Europa e Italia y el crecimiento de la homosexualidad en los seminarios y entre los jóvenes sacerdotes, “una incómoda verdad que no puede reconocerse en público”5.

En estos meses la Conferencia Episcopal Alemana inició un proceso de discernimiento sinodal. Entre otros temas, pide justicia de género, o sea consagrar mujeres, aceptar familias divorciadas, el celibato opcional, la incorporación de la diversidad sexual en sus comunidades... El Vaticano ha enviado interventores para impedir “este cisma y herejías”6.

En América Latina también hay un camino sinodal de discernimiento. Hubo denuncias a los que permitieron y tuvieron posturas ambiguas sobre asesinatos, torturados y desaparecidos católicos y católicas en sus iglesias y territorios. Se reconocen los asesinatos de los obispos Óscar Romero y Enrique Angelelli7. Hubo críticas también a movimientos como Legionarios de Cristo, El Camino Neocatecumenal y similares, quienes fueron “la fuerza de choque” en ese proyecto identitario de un “sacerdocio integral” y han sido objeto de numerosas denuncias de abuso sexual y financiero por parte de sus víctimas, que fueron ignoradas y desechadas por la institución católica de la época8.

El papa Benedicto XVI comenzó en 2005 una fuerte campaña, continuada por Francisco hasta hoy, de denuncia y persecución contra “el clero abusador” y pedófilo. Pero no hay suficiente apoyo de los episcopados nacionales. Un caso testigo es la investigación solicitada por la Conferencia Episcopal Francesa. Francia fue el único país donde los obispos nombraron una Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales (CIASE). Como resultado, se probó que en los últimos 70 años entre 2.900 y 3.200 sacerdotes y obispos abusaron en todo el país de cerca de 216.000 personas. Esta noticia dislocó a la sociedad y al mundo católico francés. La crisis no provenía ni de la secularización, ni del individualismo ni del hedonismo, estaba en la propia institución. Experta en estos temas, Danièle Hervieu-Leger considera a este momento del catolicismo francés como el de la “implosión”9. En Francia, nos recuerda, las consecuencias de este informe son devastadoras: “La CIASE ha puesto al desnudo la lógica de un sistema institucional que no es ‘ciego’ o ‘inconsciente’ como se ha escrito algunas veces, sino que ha sido dirigido con una sola prioridad: su propia salvaguarda. Esta prioridad ha sido, durante largos años, muy consciente y sistemáticamente puesta en marcha por la institución romana que ha utilizado todos los instrumentos de poder jerárquico, de autoridad espiritual y del ascendiente moral que ella tiene para hacer callar al mismo tiempo la palabra de las víctimas y la expresión de los testimonios. La liberación de esa palabra en el espacio público no devela sólo los comportamientos perversos o criminales de los abusadores: hace volar por los aires el sistema de silencio que les aseguraba la impunidad y dirige el reflector sobre las lógicas del poder y de la dominación a las que el sistema (institucional católico) está estructuralmente ligado”.

Correa de transmisión

Para comprender las lógicas internas de larga duración en la institución es importante ampliar el mapa de relaciones, afinidades y vínculos históricos. Los imaginarios católicos también han permeado culturas, símbolos y lugares de memoria.

No es lo mismo un Estado y una sociedad con cultura laica que un Estado y una sociedad donde predomina una cultura católica. Hay disputas por el monopolio de lo legítimo, sagrado y religioso, en el conjunto de los actores10.

Así, una hermenéutica de reformas estructurales debe ser una tarea colectiva y vinculante. Más aun cuando, en la actual sociedad de la comunicación, Francisco está mediado por múltiples representaciones e imaginarios que disputan el cada vez más débil control institucional. Las derechas (católicas o no) están muy activas contra Francisco. En la Encuesta sobre Creencias Religiosas en Argentina, titulada Religión en Movimiento11, investigamos sobre “el impacto de Francisco en la sociedad argentina” y encontramos esas visiones. Recordemos que el 62,9 por ciento se manifestó católico, el 18,9 por ciento sin adscripción religiosa y el 15,3 por ciento evangélico. El 27,4 por ciento lo considera un líder mundial que denuncia las situaciones de injusticia –con fuerte presencia de personas sin adscripción religiosa–, el 27 por ciento afirma que está demasiado metido en política en lugar de ocuparse de lo espiritual, y al 40,6 por ciento le resulta indiferente12.

Para transformar estructuras y consolidarlas en el largo plazo son necesarios actores formados y organizados. ¿Quiénes son, dónde están, cómo se nuclean, quién los convoca, en cuáles estructuras participan y están insertos hoy esos actores y esas actrices que puedan y quieran producir cambios liberadores junto a Francisco? ¿Habrá un nuevo espacio “consagrado” para mujeres, para matrimonios, para la diversidad sexual, con un Dios del goce y el sufrimiento y con diversos géneros y sexualidades?

Lo que está en juego es si persisten o no las estructuras de poder y dominación creadas durante siglos en y por la curia romana. Su reproducción local y nacional se da vía la nominación de las autoridades territoriales. Esa correa de transmisión no ha sido modificada. No es sólo un problema de personas, sino también de los mecanismos que le dan continuidad en el largo plazo. Una vez más, el futuro es una aventura incierta.

Fortunato Mallimaci, investigador Superior del CONICET, profesor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.


  1. Ver Alessandro De Carolis, “Informe Fides, los católicos aumentan en cuatro continentes”, Vatican News, 21-10-2022. 

  2. Giorgio Agamben, El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2013. 

  3. Insisto en el todos, en el masculino. Veremos más adelante los problemas del tipo de inclusión de género y sexualidad en las propuestas papales que muestran un patriarcado católico que no acepta ni rupturas ni renovaciones ni aggiornamentos internos. 

  4. www.revistaconcilium.com/wp-content/uploads/2019/pdf/346.pdf 

  5. Marco Marzano, La casta dei casti, Bompiani, Milán, 2021. 

  6. “EFE, El Vaticano avisa a la iglesia alemana que no puede imponer una nueva moral”, Swissinfo, 21-7-2022. 

  7. María Soledad Catoggio, Los desaparecidos de la Iglesia. El clero contestatario frente a la dictadura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2016. 

  8. Bernardo Barranco (coord.), Depredadores sagrados. Pederastia clerical en México, Grijalbo, México, 2021. 

  9. Danièle Hervieu-Léger, Jean-Louis Schlegel, Vers l’implosion ? Entretiens sur le présent et l’avenir du catholicisme, Seuil, París, 2022. 

  10. Fortunato Mallimaci, El mito de la Argentina laica. Catolicismo, política y Estado, Capital intelectual, Buenos Aires, 2015. 

  11. www.ceil-conicet.gov.ar/wp-content/uploads/2019/11/ii25-2encuestacreencias.pdf 

  12. Fortunato Mallimaci. Mariano Gialdino y Matías Apariico, “El papa Francisco. Fluctuaciones en la religiosidad y valoraciones de su figura”, Sociedad y religión, Nº 55, Buenos Aires, 2020.