¿Desde cuándo Perú vive estos momentos de inestabilidad política y estos niveles de violencia? ¿Se trata de una inestabilidad coyuntural o se ha vuelto crónica? ¿Es la existencia de un sistema de partidos fragmentado y con ausencia de liderazgos con recursos de poder la razón de esta crisis? ¿O se trata de un problema irresuelto de naturaleza económica?

Desde 1990, y en línea con lo que sucedió en América Latina, Perú inició un proceso de reformas económicas orientadas al mercado liderado por Alberto Fujimori. Su reelección en 1995 [luego del autogolpe de 1992] fue la coronación institucional de un proceso político que combinó dosis de autoritarismo y apoyo popular casi por igual, y que tuvo en el presidente un liderazgo que logró reunir un conjunto importante de recursos de poder que le aseguraron una estabilidad inédita en la historia del país. En 2000, una forzada interpretación constitucional le permitió a Fujimori reelegirse por segunda vez, en una votación no exenta de irregularidades y denuncias de fraude. Un año después, en medio de una crisis política que por primera vez no conseguía superar, un Fujimori desgastado anunciaba su renuncia desde Japón.

A pesar de la abrupta salida de Fujimori del gobierno y de las múltiples acusaciones de corrupción, persecución política y autoritarismo, el fujimorismo como fenómeno económico (y también, por intermedio de su hija Keiko como expresión política), se ha mantenido vigente. Como describió Carlos Adrianzen1, la política económica peruana es “una obra con varios elencos”. La obra neoliberal fue gestionada por varios “elencos” políticos, en un “macroarreglo institucional” surgido con la Constitución de 1993 que cimentó la forma en que se articulan el Estado, la sociedad y el mercado.

A partir de la experiencia fujimorista, el modelo neoliberal se convirtió en el esquema hegemónico en Perú. Los presidentes elegidos a partir de 2001, lejos de cuestionarlo, lo confirmaron, en el contexto de un sistema partidario fragmentado y sin posibilidad de reelección. Todos buscaron mantener el mismo esquema económico a la espera de resultados políticos similares a los de su creador, pero sin éxito. A esta apuesta fracasada habría que añadirle las características del sistema presidencial peruano, en donde la flexibilidad constitucional para acabar con el presidente (con una lábil declaración de “incapacidad moral o física”) y la de disolver el Legislativo (si el Congreso le niega en dos oportunidades consecutivas “el voto de confianza a su gabinete”) dio forma a una inestabilidad política crónica. La flexibilidad institucional del juego político pone en tela de juicio la hipótesis de que la Constitución de 1993 le otorgaba predominancia al presidente sobre el Congreso2. La historia de los últimos cinco años exhibe una realidad muy diferente y demuestra que aquellos presidentes que no cuentan con mayoría legislativa no logran concluir sus mandatos.

Fue en este contexto de una economía neoliberal cuestionada por sus resultados sociales, un sistema partidario fragmentado, liderazgos presidenciales con escasos recursos de poder y una sociedad demandante de cambios urgentes que se desarrolló la elección presidencial de hace dos años. Por primera vez desde el retorno a la democracia en 1980, un dirigente gremial ajeno al sistema partidario, con un discurso de izquierda clásico y una agenda antineoliberal nítida, lograba no sólo pasar a la segunda vuelta sino ganarla. Pero el presidente elegido para clausurar el ciclo neoliberal no quiso, no pudo o no supo. O simplemente no encontró el timing político adecuado para llevar adelante el proceso de transformación legitimado en las urnas.

Mariano Fraschini, politólogo. La versión completa de este artículo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2023.


  1. Carlos Adrianzen, “Una obra para varios elencos. Apuntes sobre la estabilidad del neoliberalismo en el Perú”, Nueva Sociedad, N° 254, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 2014. 

  2. https://brunosgarzini.substack.com/