El mortífero terremoto del 6 de febrero agravó las penurias de un país donde la pobreza alcanza el 90 por ciento y más de la mitad de la población está refugiada o desplazada. Esta catástrofe le abre nuevas oportunidades al presidente Bashar Al-Assad para romper su aislamiento diplomático, aunque sea al frente de un Estado que ha perdido grandes porciones de soberanía.

Ni siquiera la inseguridad alimentaria que golpea a 12 millones de personas hace tambalear al régimen de Bashar Al-Assad. Tal estabilidad es más sorprendente aún si se tiene que en cuenta que, sobre una población total de 21 millones de personas, cerca de cinco millones están refugiadas en el extranjero y más de siete millones son desplazados “internos”. Esta situación es consecuencia de una política de represión sin precedentes contra todo adversario al poder, de la impotencia de una oposición dividida y de la inamovilidad de Bashar Al-Assad a la cabeza de su clan. En este contexto, el terremoto que costó la vida de cerca de 6.000 sirios surge como una oportunidad para el rais damasceno de romper su aislamiento diplomático, en particular, en el seno de la Liga Árabe de la que su país fue expulsado en 2011. Varias voces se alzaron, tanto en Occidente como en el mundo árabe, para defender una suspensión e incluso el levantamiento definitivo de las sanciones decretadas por la Organización de Naciones Unidas (ONU) contra el régimen, con el fin de facilitar el envío de ayuda humanitaria.

Algunos, mucho antes de la catástrofe, tomando en cuenta la importancia geopolítica del país, ya le habían dado algunas esperanzas1. Hace dos años, poniendo fin a una década de silencio, el rey Adbullah de Jordania llamó al jefe de Estado sirio. En marzo de 2022, Al-Assad fue recibido por el actual presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Mohamed Bin Zayed, entonces príncipe heredero de Abu Dabi y ya el hombre fuerte de la federación. Previamente, los EAU y Bahrein habían reabierto una misión diplomática en Damasco, mientras que Irak, Argelia, Líbano, Mauritania y Omán nunca rompieron sus relaciones con el régimen. La Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (Opaep), por su parte, decidió de modo unánime confiarle a Siria la tarea de organizar su conferencia en 2024. Más cerca en el tiempo, Arabia Saudita, preocupada por obstaculizar la creciente influencia de Irán y Turquía en la región, retomó el contacto con el régimen de Al-Assad.

Es cierto que, en noviembre de 2022, en el transcurso de una cumbre de la Liga Árabe, la reintegración de Siria fue pospuesta a pesar de la voluntad de Argelia, potencia organizadora, y de los esfuerzos diplomáticos de Rusia. Pero, sin duda, no es más que cuestión de tiempo. Damasco podría incluso reconciliarse con la gran familia árabe tan pronto como en la sesión de marzo, ya sin la oposición de Egipto a su regreso. Mientras que la Unión Europea (UE) declaró que la reanudación de las relaciones con Siria estaba excluida en tanto no cese la represión, no sean liberados los prisioneros de conciencia y los negociadores oficiales sirios no se presenten con la firme intención de entablar una transición democrática, varios países europeos, entre los cuales figuran Grecia, Hungría, Serbia y la República de Chipre, reabrieron sus embajadas en Damasco.

Sin embargo, esta posible readmisión en el concierto de las naciones no logra esconder el marchitamiento de la soberanía siria. Hasta el 6 de febrero, los temores que sentían los habitantes cercanos a la frontera con Turquía se debían a las intenciones belicistas del presidente Recep Tayyip Erdoğan. Este planeaba repetir una operación militar con el modelo de las que se llevaron a cabo en Al-Bab en 2016, en Afrin en 2018 y entre las ciudades de Ras Al-Ayn y Tel Abyad en 2019. Ataques que Turquía justificaba por el peligro que constituiría el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y el Partido de la Unión Democrática (PYD), componente kurdo de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), para la seguridad de su país. Llevadas a cabo por mercenarios agrupados bajo la denominación usurpada de Ejército Nacional Sirio (ENS), estas operaciones resultaron en violencias ejercidas sobre civiles, limpiezas étnicas y una ocupación permanente cuya administración es garantizada por Ankara al exorbitante costo de 2.000 millones de dólares por año. Así, sustituyendo la libra siria por la libra turca, los idiomas árabe y kurdo por el turco, y nombrando a los imanes, Turquía estableció un protectorado de hecho que esconde su verdadera naturaleza.

Es de esperar que las dos sacudidas sísmicas que impactaron con fuerza en Turquía lleven al presidente Erdoğan a abandonar su proyecto bélico que, como dejó entrever tras golpear a localidades con mayoría kurda al oeste del Éufrates, se proponía arremeter contra las del este del río. Para él se trataba, in fine, de crear en el interior de Siria una zona de seguridad de 30 kilómetros de profundidad y de 911 kilómetros de largo en paralelo al trazado de la frontera. Esta franja también debía permitirle devolver a su país a un millón de sirios entre los 3,5 millones que encontraron refugio en Turquía (entre los cuales hay 1,7 millones actualmente damnificados). Una hipótesis que no satisface ni a los interesados, que temen represalias de la dictadura siria, ni a Al-Assad, consciente de que este proyecto no es más que un nuevo intento de recortar la integridad territorial de Siria.

Enclaves

El sur de la región de Afrin, alrededor de la ciudad de Idlib (6.000 km2), constituye otra zona sobre la cual el Estado sirio ya no tiene el control. En esta área limítrofe con Turquía se concentran tres millones de personas (1,3 millones en 2010). La mitad vive en campamentos informales montados con toldos de plástico y frazadas. Si a pesar de los constantes bombardeos ruso-sirios Idlib continúa librándose de la autoridad de Damasco, es gracias a los acuerdos firmados en 2018 por Ankara con Rusia y con Irán. Además, los turcos se comprometieron entonces a acabar con las agrupaciones islamistas más radicales del enclave. No fue el caso y una de esas milicias, Hayat Tharir al-Sham (HTS), dirigida por Abu Mohammad Al-Golani y respaldada por 35.000 combatientes, tomó la delantera sobre sus rivales.

A pesar de no contar con el consenso de la población y de seguir teniendo adversarios determinados, Al-Golani controla hoy en día el 75 por ciento del enclave. Al amparo del Gobierno Interino Sirio (GIS), dotó a este territorio de una administración que percibe los impuestos de los comerciantes, que cobra derechos de aduana en la frontera turca y controla el tráfico de Captagon, la droga de los combatientes, refinada en Siria, convertida en el epicentro mundial de la producción y de la explotación de estas anfetaminas2. Considerándose como el único representante de la (enterrada) revolución siria de 2011, el jefe yijadista no duda en multiplicar los ataques contra las tropas gubernamentales y busca extender su influencia más allá de Idlib. Mientras que desde hace algunos meses se perfila un acercamiento entre Ankara y Damasco, este exmiembro de Al Qaeda sabe que la supervivencia de su proto-Estado está condicionada por la relación de fuerza que establecerá con los demás actores de la región. Para ello, dispone de una importante ventaja: el control del paso transfronterizo Bab Al-Hawa que era, hasta mediados de febrero, el único punto de entrada de los camiones humanitarios de las organizaciones no gubernamentales (ONG) y de Naciones Unidas. Después del sismo, se abrieron dos nuevos puntos de paso por un período inicial de tres meses.

La república islámica de Irán es otro actor que socava la soberanía siria. Teherán socorrió al régimen desde inicios del levantamiento armado, enviando pasdaran [cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica] y movilizando al Hezbollah libanés así como a milicias chiíes afganas y paquistaníes. Estos miles de combatientes rápidamente modificaron las relaciones de fuerza en favor de las tropas fieles al régimen que primero enfrentaron al Ejército Libre Sirio (ELS) y luego a los yijadistas que, poco a poco, suplantaron a los revolucionarios de la primavera de 2011. Teherán desconfía de Erdoğan, del que sospecha que tiene ambiciones territoriales a expensas de la influencia iraní, a pesar de que de forma oficial los dos países dan muestras de entendimiento sobre las cuestiones regionales. Teme en particular que el presidente turco considere de ahora en más a Alepo y a su región como una presa legítima; mientras que los iraníes, en gran medida, comenzaron a instalarse allí como ya lo habían hecho en la provincia de Deir ez-Zor, reclutando jóvenes sirios gracias a remuneraciones superiores a las del ejército nacional y dotándose de una formidable capacidad de acción con los drones suicidas Shahed-136.

La presencia iraní también implica la injerencia de Israel, otra potencia regional que hace caso omiso de la soberanía siria. En enero de 2020, tras el asesinato de Qasem Soleimani por parte de Estados Unidos, el comandante de la Fuerza Al-Qods de los guardianes de la revolución, Ismail Ghaani, su adjunto, tomó el relevo y se dedicó a reforzar lo que califica como “eje de la resistencia” contra Israel, diseminando en territorio sirio un cierto número de depósitos de armas y de municiones en provecho de los milicianos chiíes. Estos lugares son bombardeados con regularidad por Tel Aviv, que afirma actuar de manera preventiva y que tampoco dudó en apuntar al aeropuerto de Damasco, a su suburbio, así como a pueblos o bases militares en manos del gobierno. El 18 de febrero, es decir, 12 días después del sismo, Israel bombardeó un edificio de Damasco, matando a 15 personas y provocando las protestas impotentes del gobierno sirio que, sobre este tema, nada puede esperar de su aliado y protector ruso.

No obstante, aprovechando la oportunidad de afianzar su retorno a Medio Oriente, ya desde 2015 Moscú desplegó fuerzas aéreas al servicio de la supervivencia política del régimen. A cambio, Rusia obtuvo la apertura de una base militar en Qamishli, al noreste de Siria, y otra en el puerto mediterráneo de Tartus, convertido en base naval. También dispone de una base aérea en Jmeimim, cerca de Latakia, en el noroeste, e invirtió en el aeropuerto civil de Al-Khayrat, en el centro del país, transformándolo en base militar. Además, Moscú controla desde 2019 una gran parte del espacio aéreo sirio. En cuanto a los miembros del grupo militar privado Wagner, pasaron del estatus de asesores y de supervisores del ejército del régimen al de fuerzas operativas. Así, esta omnipresencia militar rusa permite una tutela que pesa de modo cotidiano sobre el régimen, aun si Assad jura a quien quiera escucharlo que Moscú no le impone nada y que su gobierno es el único amo de los asuntos de su país.

Por su parte, como resultado de su intervención a la cabeza de la coalición contra el Estado Islámico (EI) en 2014, Estados Unidos sigue conservando una presencia en el territorio sirio. Así, instaló una decena de bases y de puestos de avanzada repartidos en el norte y el este del país con el fin de obstaculizar las intenciones iraníes sobre los yacimientos de petróleo o gas, y prevenir que se vuelva a formar un nuevo califato de la mano de los yijadistas. Porque hoy por hoy el resurgimiento del EI es una amenaza tangible tras el escape de exmiembros de las prisiones y los campamentos controlados por los kurdos. El mismo día del sismo, en Derik, en la punta noreste de Siria, algunos de ellos desencadenaron un motín que permitió escapar a una veintena de combatientes, considerados entre los más peligrosos3. Además, en Al-Tanf, en el desierto sirio, una base estratégica estadounidense bloquea la autopista Bagdad-Damasco, impidiendo que esta ruta sirva de canal para el abastecimiento militar iraní.

Por último, también es en el norte y en el este del país que otra zona escapa al control del Estado sirio. En marzo de 2019, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), un ejército que reúne kurdos, árabes y cristianos del Consejo Militar Sirio, vencieron al EI. De inmediato, se puso en marcha una nueva organización, la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (Aanes), para administrar un territorio tan grande como Dinamarca (43.000 km²) en el que viven cuatro millones de habitantes. Tras haber sido el granero de Siria y la región, en donde se extraía, antes de la guerra, el 80 por ciento del “oro negro” sirio, esta zona es presa de grandes dificultades económicas debido a las consecuencias de la guerra, a los incendios criminales desencadenados por los yijadistas y a la sequía resultante de los cambios climáticos, así como a las retenciones de agua provocadas por Turquía, que controla las represas río arriba del Eufrates. Sufre también un bloqueo por parte del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí (GRK) así como de Ankara, cuya retórica complotista antikurda sirve para legitimar su política de garrote económico4.

Desde el 6 de febrero es entonces una Siria dividida y herida la que necesita ayuda humanitaria con urgencia. Algunos países, siguiendo el ejemplo de los que pusieron en marcha sanciones a menudo injustas, siguen fingiendo confundir al pueblo con su tirano. Sin embargo, a pesar de que “Siria hoy no es ni un Estado soberano ni un Estado civil, sino una dictadura mafiosa administrada por un mandato ruso e influenciada por Irán”5, ¿no debería la ayuda humanitaria primar sobre cualquier otra consideración?

Jean-Michel Morel, periodista, miembro del Comité de redacción de la revista Orient XXI. Traducción: Micaela Houston.


  1. Adlene Mohammedi, “El retorno discreto de Siria”, Le Monde diplomatique, junio de 2020. 

  2. Jeanne Mercier, “Dans les cendres de la guerre, la Syrie s’est transformée en narco-État”, Libération, París, 3-2-2023. 

  3. Émile Bouvier, “Bientôt quatre après la défaite territoriale de Daesh, que deviennent ses plus de 12.000 combattants et leurs proches détenus dans le nord-est de la Syrie?”, Les Clefs du Moyen-Orient, 10-2-2023. 

  4. Mireille Court y Chris Den Hond, “El futuro postergado de Rojava”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2020. De estos dos autores, también podemos ver el documental Rojava: l’avenir suspendu en Youtube. 

  5. Comité Siria-Europa Después de Alepo, “Le régime syrien et les profiteurs de guerre”, Esprit, diciembre de 2018.