El Primer Comando de la Capital (PCC), principal grupo criminal brasileño, llega a su tercera década de existencia con una posición que busca ser dominante en América del Sur. No se lo debe confundir con el Comando Vermelho [Comando rojo], organización rival que le disputa espacio de poder en el narcotráfico.
El PCC se originó en agosto de 1993, dentro de una cárcel, un año después de la masacre de Carandiru1. En ese comienzo fue una reacción a la violencia del sistema contra los internos, pero también del preso contra el preso. De ese modo, legitimó su autoridad en las cárceles aplicando políticas expresas de prohibición de violaciones y de los asesinatos que ellos consideraban injustos. Luego instaló el crack dentro de las cárceles bajo su régimen de poder. Se posicionó como un interlocutor con las autoridades y funcionarios de las prisiones, porque la estricta disciplina que introdujo en “sus” unidades penitenciarias les era funcional. Durante la década de 1990, la sangrienta guerra contra grupos rivales y la falta de respeto por el proceder criminal conocido como “códigos” se asociaron con el ideal del PCC de “paz entre bandidos”. Cuanto más se expandía el PCC, más invertía el gobierno en expandir el sistema que lo alimentaba: objetivos crecientes de encarcelamiento, construcción de docenas de nuevas unidades y fortalecimiento de las prisiones. La reforma de los años 1990 cuadruplicó la población carcelaria de San Pablo en la década siguiente, impulsada por la equivalencia del narcotráfico con el crimen grave, lo que arrojó decenas de miles de jóvenes a la cárcel. Las prisiones llegaron a llamarse “colegios” y el PCC construyó su hegemonía en el crimen.
En 2001 mostró su fuerza promoviendo una megarrebelión simultánea en más de 20 cárceles. Las políticas estatales reaccionaron, radicalizando la lógica del castigo: se creó el Régimen Disciplinario Diferenciado. La prensa dejó de usar el acrónimo PCC en las noticias; lo que el ojo no lee, la política no sentiría. Pero entre 2001 y 2006 se habló cada vez más de la facción en las periferias del Estado. En sus zonas de influencia se negociaba de forma activa la presencia local de los “hermanos”, miembros de la facción, que asegurarían allí una justicia específica, basada en debates y deliberaciones rápidas y ejemplares. El PCC se convirtió en un ejemplo de cómo instituir el poder en los barrios pobres; los residentes admitieron, temieron, consintieron, aprobaron. Se instó al narcotráfico a desarmar a sus vendedores minoristas, el precio de la droga se congeló para evitar la competencia. Ya no se podía matar allí, sin el respaldo del PCC; la venganza estaba prohibida, la bandera blanca, levantada. “La fórmula mágica de la paz”, cantada por el rap. Políticas delictivas.
Momento bisagra
En mayo de 2006 a los ataques coordinados en toda la periferia paulista se sumaron las rebeliones en más de 80 cárceles. Decenas de policías fueron asesinados en una noche. La venganza oficial resultó ejemplarizante: 493 homicidios cometidos por la policía en las afueras de San Pablo en una semana. A eso se sumaron 500 asesinatos más en las siguientes tres semanas. En lugar de una debacle, este exterminio fue aceptado públicamente como su opuesto: la reanudación del estado democrático de derecho y el orden público en San Pablo.
De 2006 a 2011, a raíz de esta nueva configuración de fuerzas, la tensión entre el PCC y la policía estuvo latente. La tregua en los enfrentamientos violentos se basó en la inflación significativa de “golpes” entre la policía y los criminales. Una generación de vendedores de droga al menudeo vivió la adolescencia sin contar a los colegas muertos, como lo había hecho la anterior. Las tasas de homicidios cayeron de modo brusco. En las afueras de San Pablo, en 2011 los homicidios de jóvenes fueron aproximadamente una décima parte de las tasas de 2000. Los gerentes de seguridad del Estado celebraron el éxito de sus políticas, y las madres de los barrios periféricos agradecieron al PCC. No importaba si el “crimen” estaba cada vez más infiltrado en la sociedad de los barrios pobres o si los robos crecían. La tasa de homicidios sería el indicador unívoco del éxito del gobierno. Los argumentos de que el PCC actuó en esta reducción tardaron en ser escuchados de forma pública, y la política estatal permaneció intacta: encarcelamiento masivo, represión abierta, criminalización del vendedor de drogas al menudeo, militarización de la gestión pública. Incluso se pensó en el encarcelamiento como un desarrollo (de pequeñas ciudades que reciben cárceles, de grandes empresarios que no pagan por el trabajo de los prisioneros).
Última década
Los años 2010 vieron el salto al mercado europeo (aún minoritario en sus negocios, que hoy mueven 100 millones de dólares anuales), dejando Estados Unidos para sus pares mexicanos y colombianos2. Según la BBC, varios informes indican que el PCC es hoy el dominador absoluto de la llamada ruta caipira, que va desde Perú y Bolivia, pasa por Paraguay y termina en Brasil, trayendo la cocaína producida en los países andinos3. Pero la década trajo también su mayor tragedia. El primer día de 2017, en una cárcel de Manaos, 56 presos del PCC fueron asesinados de manera brutal, algunos por decapitación, otros quemados vivos. En venganza, mataron a 33 integrantes del Comando Vermelho, la banda carioca que es su principal rival en el mundo del hampa4.
Hoy, se calcula que el PCC dispone de 35.000 integrantes y su mayor talón de Aquiles está en el lugar donde se hizo poderoso: en febrero de 2019 fueron aislados 22 de sus líderes principales, lo que generó problemas en su cadena de mandos y podría desatar una lucha interna por el poder. Sin embargo, su formato les permite ser optimistas respecto de superar esa crisis potencial. Según quienes lo han estudiado5, el PCC funciona más como una logia que como un cartel.
Gabriel de Santis Feltran, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), es autor de la primera parte del artículo, la que fue publicada originalmente en Le Monde diplomatique, edición Brasil.
Punto uy
En diciembre de 2019 varios medios de prensa uruguayos se hicieron eco de la presencia del PCC en el país. Se contabilizaron sus “asociados” locales en 84 (El Observador, 13-12-2019), y se conocieron completos informes sobre su funcionamiento al otro lado de la frontera, así como de la posible célula uruguaya detectada por la Operación Magnesio (la diaria, 21-12-2019). Dos años y medio más tarde, a raíz del “caso Marset”, volvió a mencionarse la conexión Uruguay del PCC (El País, 16-6-2022).
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La peor matanza policial en una cárcel de la historia brasileña, en la que murieron 111 presos. ↩
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Nayara Batschke y Alba Santandreu, “PCC, la poderosa mafia brasileña que mueve los hilos del crimen en Sudamérica”, EFE, 10-6-2022. ↩
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José Carlos Cueto, “Cómo el crimen organizado de Brasil se apoderó de las rutas más importantes del narcotráfico en Sudamérica”, BBC, 3-3-2020. ↩
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Ver Naiara Galarraga Gortázar y Gil Alessi, “PCC, la hermandad de los criminales”, El País, Madrid, 12-6-2020. ↩
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Gabriel Feltran, Irmãos. Uma história do PCC, Editora Companhia das Letras, 2018. ↩