Luego de siete años de disputas, Riad y Teherán restablecieron relaciones diplomáticas. Gracias a su mediación exitosa, China se presenta como un actor central de las relaciones internacionales y demuestra que Estados Unidos ya no tiene el monopolio de la influencia en Medio Oriente. Falta saber si Arabia Saudita e Irán lograrán superar sus múltiples desacuerdos.

La sorpresa de este 10 de marzo es doble: en primer lugar, Arabia Saudita e Irán, rivales regionales desde los años 1960, anuncian el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas, rotas en 2016 tras la ejecución de dignatarios chií por parte de Riad y del consecuente ataque a la embajada saudí en Teherán. Luego, China, a la que se supone aislada en el escenario internacional, irrumpe de manera destacada en el “Gran Juego” mesoriental al patrocinar este acuerdo obtenido luego de dos años de negociaciones secretas y cinco rondas infructuosas. Es evidente que no se debe exagerar el alcance de este apretón de manos bajo el cielo de Pekín: queda mucho camino por recorrer para que la paz se vuelva efectiva, en particular en Yemen, donde los iraníes y los saudíes dirigen su partitura belicista. Pero los dirigentes occidentales se equivocan si pretenden subestimar este acontecimiento tal como lo hizo el presidente estadounidense Joe Biden al asegurar que “no hay nada nuevo, amigos míos”1, antes de que su administración admita que todo progreso es positivo.

Por su parte, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino se mostró más bien modesto. El texto constituye “una victoria para el diálogo y para la paz”, declaró durante su conferencia de prensa semanal. Lo cierto es que es la primera vez que Pekín dirige oficialmente un acuerdo internacional. Es también la primera vez que China se mete en los asuntos de Medio Oriente, un espacio estratégico dominado, desde hace más de 70 años, por Estados Unidos, a pesar de la prioridad que otorga a Asia desde el comienzo de este siglo. Hasta ahora, Pekín había evitado con cuidado las interferencias, al punto de provocar el enojo del expresidente Barack Obama que la veía como “un polizón” de una política estadounidense que asumía, afirmaba, la “seguridad de la región”2.

En realidad, este cambio chino y su éxito se deben tanto a la habilidad diplomática de Pekín como a la conjunción de varios fenómenos: las ganas de Arabia Saudita de emanciparse un poco de la tutela de Washington –sobre todo luego de que Estados Unidos demostrara no tener ningún apuro en defender al reino tras los ataques terroristas contra sus instalaciones petrolíferas en 2019–, así como el nerviosismo de Irán ante la crisis económica, la contestación social y las amenazas de ataques israelíes contra sus instalaciones nucleares. Sin olvidar un trabajo de largo plazo emprendido por los dirigentes chinos en la región y un clima general en los países del sur, cada vez menos receptivos al relato occidental. El rechazo, en mayo de 2022, a avalar las sanciones contra Rusia tras su invasión de Ucrania es una prueba de ello3. Seis meses más tarde, durante la cumbre de la OPEP+ (Organización de Países Exportadores de Petróleo más diez países, entre ellos Rusia), Riad hacía oídos sordos a los llamados insistentes de la Casa Blanca [sede del Poder Ejecutivo de Estados Unidos] para que aumente la producción de hidrocarburos a fin de bajar la cotización del barril.

China pudo aprovechar estas oportunidades porque se encontraba preparada. Aplicando el principio del exlíder chino Deng Xiaoping, “ocultar sus talentos y esperar su momento”, no se hizo notar... hasta el golpe de efecto del 10 de marzo. Pero no había permanecido inactiva a lo largo de las tres últimas décadas, todo lo contrario4.

Negocios y diplomacia (o viceversa)

Desde la apertura económica y el lanzamiento de las reformas a fines del siglo pasado, los dirigentes chinos se esforzaron por establecer relaciones diplomáticas con cada uno de los países de la región –desde Arabia Saudita (a pesar de ser fuertemente anticomunista) en 1990, a Israel (pese a la situación de los palestinos) en 1992, pasando por Irán en 1990. Ninguno de los presidentes de la República puso en duda esos lazos. Todos los desarrollaron, aún a riesgo de desviarse de los grandes principios de solidaridad internacionalista.

Es cierto, la sed de hidrocarburos, que abundan en la región, facilitó las declaraciones de amor: Arabia Saudita se convirtió en el primer proveedor de petróleo; Qatar, para el gas natural; y los Emiratos Árabes Unidos, otro gran proveedor para el oro negro. Además, las empresas chinas buscan mercados para sus producciones y cooperar en las nuevas tecnologías. Si en 2004 se creó un Foro de Cooperación entre China y los Estados Árabes (FCCEA), los intercambios explotaron tras el lanzamiento de las nuevas rutas de la seda en 2013-2014, en particular en sectores como la construcción, la infraestructura, las telecomunicaciones, el 5G... Entre 2002 y 2022, las inversiones directas chinas en Arabia Saudita alcanzaron unos 106.500 millones de dólares; en Kuwait, cerca de 100.000 millones de dólares; en Emiratos Árabes Unidos, más de 64.000 millones de dólares.

Esta “diplomacia de la billetera” tiene sus beneficios políticos: ninguno de estos países sumó su voz en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en julio de 2020, para condenar la represión de los uigures (musulmanes). Y es recíproco. Dos años antes, el asesinato del periodista y opositor Jamel Khashoggi dentro del consulado saudí en Estambul, no llevó a Pekín a criticar al príncipe heredero –y hombre fuerte del reino– Mohammed Ben Salman (MBS). A diferencia de Estados Unidos que desdeñó a MBS durante un tiempo, antes de retomar el diálogo con él, cuando Joe Biden viajó a Riad en julio de 2022. Una visita sin grandes efusiones que contrastó con la del jefe de gobierno chino Xi Jinping cinco meses después, recibido con gran pompa.

Al menos, los dirigentes chinos dan muestras de cierta coherencia: “No injerencia en los asuntos internos”, repiten, afirmando cada vez más su propia visión geopolítica. Aseguran querer llevar adelante “un diálogo en pie de igualdad, basado en el respeto mutuo” que Occidente siempre rechazó. Así, esperan arrastrar a una parte del sur, en búsqueda de capitales y... reconocimiento. Nada indica que funcionará. Lo que es cierto es que China, obsesionada con la desintegración de la Unión Soviética, no tiene ganas de convertirse en líder de un bando. Rechaza toda alianza política y militar que implique “una mentalidad de bando aislado” y mantenga “un clima de Guerra Fría”5 que considera costoso en extremo.

Los dirigentes privilegian las relaciones bilaterales al tiempo que desarrollan organizaciones multilaterales en las que se reúnen países con desacuerdos, incluso a veces conflictos, pero preocupados por mantener el diálogo en esas instancias, y aun por cooperar en cuestiones que no plantean problemas. Tales como la Organización de Shanghai, o también la organización de los BRICS (Brasil Rusia, India, China, Sudáfrica) a la que se quieren sumar Arabia Saudita, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Argelia... ¡un triunfo con el que Pekín se garantiza, no obstante, el rol de director de orquesta!

Seguridad mutua, declaraciones líricas

Los chinos sumaron a su panoplia la propuesta de “seguridad común, global, cooperativa y duradera”. Lo que Xi denomina la “Iniciativa de Seguridad Mundial” (ISC) definida en 2014, afinada desde entonces y que sirvió de base al documento de doce puntos para negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia. Los analistas occidentales trataron el texto con desprecio, pero no fue el caso en el resto del mundo6. Antes, en diciembre de 2022, el presidente Xi había presentado las grandes líneas de la ISC en el Consejo de Cooperación del Golfo7, durante su visita a Riad, retomando la idea de que “la seguridad de uno no puede ser asegurada en detrimento de la seguridad del otro”. Menos de una semana después del acuerdo irano-saudí, Xi viajó a Moscú para reunirse con su par ruso Vladimir Putin al tiempo que mantenía contactos telefónicos con el mandatario ucraniano Volodimir Zelensky. Signo de que Pekín decidió implicarse más en la búsqueda de una solución a la guerra en Ucrania.

El presidente Xi, que había impulsado una diplomacia agresiva durante su segundo mandato (2017-2022), parece entonces querer inaugurar el tercero con un enfoque más favorable a la negociación, aún buscando incluir a aquellos que Occidente deja fuera de carrera. “Juntos, podemos construir un jardín planetario de las civilizaciones colorido y dinámico”, explicó de forma lírica, durante una conferencia. Mientras tanto, a China no le molesta presentarse como pacificadora. Aun cuando, como escribe la especialista en geopolítica Hélène Nouailles, “los chinos no son los guardianes de la libertad del otro”8 y no quieren serlo. Hay un largo trecho entre un intercambio de embajadores y una paz construida y duradera.

Nada indica, en efecto, que el acuerdo irano-saudí vaya a sobrevivir a las tensiones geopolíticas que fracturan la región. El primer examen de su eficacia será la seguridad del reino saudí en relación con la situación en Yemen. Si Pekín tuvo éxito en su mediación, es porque los iraníes, al contrario que en las rondas precedentes, aceptaron que Ali Shamkhani, exministro de Defensa iraní y, sobre todo, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional (CSSN), se implique de manera directa para otorgar el crédito necesario a los compromisos de Teherán en materia de estabilidad regional. Como broche final, la satisfacción de dos exigencias saudíes: que cesen los ataques contra las instalaciones petrolíferas del reino y que Irán ponga fin a la provisión de armas a los rebeldes hutíes en Yemen. Éstos saludaron el acuerdo, pero es poco probable que depongan las armas contra las fuerzas gubernamentales yemeníes que apoya el régimen wahhabí.

En un contexto marcado por la multiplicación de los conflictos intra-yemeníes –con, entre otros, el regreso en fuerza del movimiento separatista en el sur del país–, Irán y Arabia Saudita deberán esforzarse para preservar su reconciliación. Ello dependerá también de un tercer actor, los Emiratos Árabes Unidos, aliado de Riad que ya toca su propia partitura. Abu Dhabi precedió al reino al reabrir su embajada en Teherán en setiembre. Pero existen importantes divergencias entre las dos monarquías respecto del futuro de Yemen, en particular de su parte sur, en la que los emiratíes apoyan las veleidades secesionistas. En el diálogo a tres partes (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán) que se esboza respecto del conflicto, las diferencias de puntos de vista entre Riad y Abu Dhabi tendrán el mismo peso que sus prejuicios comunes respecto de Teherán.

Israel y el Líbano como medida

La solidez del acuerdo irano-saudí también será juzgada en función de las relaciones de unos y otros con Tel Aviv, que lo considera peligroso para el futuro de Israel. Opuesto a toda normalización, Teherán crítica de forma regular a los signatarios de los Acuerdos de Abraham, entre los cuales los Emiratos Árabes Unidos se cuentan como uno de los promotores más activos. Pero ello no impide que Abu Dhabi mantenga sólidas relaciones económicas con su gran vecino. Implicada en negociaciones extraoficiales bajo la égida estadounidense, Arabia Saudita, por su parte, no le cierra la puerta al establecimiento de relaciones diplomáticas con Tel Aviv pero plantea sus condiciones, en especial ligadas a la creación de un Estado palestino. La llegada al poder de una coalición de extrema derecha en Israel ofrece argumentos a aquellos que, en el círculo de MBS, prefieren retrasar la normalización. Algo que satisface a Irán que responde que sus dos vecinos no desean un ataque israelí en su contra. Para Teherán, la exigencia es simple: las monarquías del Golfo pueden, sin problemas, mantener relaciones con Israel, pero a condición de que se nieguen a asociarse a toda acción militar contra sus instalaciones. Si Tel Aviv, hoy aislada en esta cuestión, pone en marcha su famoso “plan B” –es decir, un ataque unilateral contra Irán–, Riad y Abu Dhabi deberán convencer a la República Islámica de que no son cómplices de la misma ni la apoyan.

Además, El Líbano puede constituir un terreno de enfrentamiento que amenace la perennidad del entendimiento irano-saudí. En efecto, como consecuencia de la invasión estadounidense de marzo de 2003, Arabia Saudita ratificó que Irak integra el actual patio trasero de la potencia iraní. Pero ¿acaso Riad terminará aceptando que la presidencia del Líbano esté en manos de una persona del círculo de [la milicia chií] Hezbollah? Si, por casualidad, la crisis política libanesa llegara a resolverse en las próximas semanas, eso significaría que Teherán y Riad alcanzaron un compromiso respecto de este asunto espinoso que amenaza la paz civil libanesa.

Como sea, la reanudación de las relaciones diplomáticas con Irán representa un éxito para el príncipe Ben Salman. En primer lugar, porque continúa afirmando su autonomía respecto de Washington. Luego, en el frente interno, porque confirma su capacidad para imponer sus puntos de vista a los dignatarios religiosos sunníes históricamente hostiles a un acercamiento con la potencia chií. Por último, porque refuerza su estatura de líder del mundo árabe. En los próximos meses –queda por definir la fecha exacta–, se llevará a cabo en Arabia Saudita la XXXII Cumbre de la Liga Árabe. En esta ocasión, Riad deberá permitir el regreso de Siria en el seno de la instancia de la que fue excluida en 2011. Un regreso que no dejará de saludar Irán, gran aliado de Damasco. A la inversa, el acuerdo patrocinado por Pekín deberá hacer sus pruebas antes de que Teherán figure en la lista de invitados de honor de la cumbre.

Akram Belkaïd y Martine Bulard, jefe de redacción y redactora de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Nahal Toosi y Phelim Kine, “U.S. officials project calm as China stuns world with Iran-Saudi deal”, Politico, Arligton, 13-3-2023. 

  2. Entrevista con Thomas L. Friedman, “Obama on the world”, disponible en la web de The New York Times, 8-8-2014. 

  3. Véase Alain Gresh, “Lectura periférica”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2022. 

  4. Cf. James Reardon-Anderson (dir.), The Red star and the crescent. China and Middle East, Hurst Publishers, Londres, 2018. 

  5. Conferencia del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Pekín, 14-4-2023. 

  6. Véase Claude Leblanc, “Effet Pschitt? L’initiative de paix chinoise illustre à quel point le monde est fracturé”, L’Opinion, París, 26-2-2023. 

  7. Creado en 1981, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) incluye a Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Qatar. 

  8. “Xi proposes Global Civilization Initiative, stressing inclusiveness”, Global Times, Pekín, 15-3-2023.