El 14 de mayo, cerca de 60 millones de turcos están convocados a votar para designar representantes y elegir cuál será su presidente por los próximos cinco años. Tres meses después del doble terremoto devastador y en un contexto político marcado por un autoritarismo creciente, Recep Tayyip Erdoğan debe enfrentar al candidato de una oposición heterogénea pero unida. ¿Llegará al punto de manipular una elección que corre el riesgo de perder?

Nunca, en los últimos 20 años, la oposición a Recep Tayyip Erdoğan en Turquía habrá estado tan cerca de derrotarlo en una elección presidencial. Candidato a un tercer mandato sucesivo, el reis parece estar desde hace varios meses en un aprieto, aun cuando la diferencia con su rival, Kemal Kılıçdaroğlu, sigue siendo ajustada. La mala situación económica desde 2021 y luego la conmoción por el doble terremoto del 6 de febrero –al menos 50.000 muertos, en gran parte debido a la política de urbanización, clientelista y especuladora del gobierno, así como a su gestión deficiente de los servicios de emergencia– explican en gran parte el rechazo del que es objeto el presidente1.

Favorito en las encuestas, Kılıçdaroğlu, de 74 años, es una figura antitética del número uno turco. Sin gran carisma, pero no desprovisto de malicia, este plácido economista fue director de la seguridad social en la cúspide de su carrera. Tiene el perfil de muchos funcionarios de izquierda, soberanistas y nacionalistas, que durante mucho tiempo constituyeron la columna vertebral del Estado, antes de ser excluidos de su seno, de manera progresiva, por el Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP), en el poder desde 2002. De origen modesto, nacido en la rebelde región de Dersim, Kılıçdaroğlu pertenece a la comunidad aleví, donde se practica un culto heterodoxo y sincrético inspirado a la vez en el islam chií, el misticismo, el zoroastrismo e incluso el cristianismo. Un rito que Erdoğan, suní tradicionalista, estigmatiza a menudo con la voluntad manifiesta de polarizar a la sociedad turca.

Diputado, y luego presidente del Partido Republicano del Pueblo (CHP, partido “histórico”, que dio origen a la fundación de la República), Kılıçdaroğlu se hizo conocido por el público en general al denunciar, no sin cierto éxito, varios casos de corrupción que implicaban a personas cercanas al poder. Y luego, en 2017, a los 69 años, al encabezar una marcha por la justicia que unió a Ankara con Estambul contra las purgas masivas llevadas a cabo por el gobierno a raíz del fallido intento de golpe de Estado militar de julio de 20162. “Si mañana las autoridades judiciales lo citan en algún lado, no se sorprenda”, lo reprendió entonces Erdoğan. “Si pruebo que tú y tu gobierno dieron órdenes a los tribunales, ¿renunciarás como un hombre honorable”, replicó el opositor. Eso marcó el tono, que subiría con el correr de los años. Así, la campaña presidencial exhibe al candidato republicano conminando a su rival a que explique su responsabilidad respecto de la amplitud del desastre que siguió a los dos terremotos de febrero.

A lo largo de toda esta misma campaña, el dirigente del CHP, a quien le gusta definirse como socialdemócrata, usó la carta de la unión. Kılıçdaroğlu logró establecer y mantener unida la Alianza de la Nación, un grupo heterogéneo de seis partidos que va desde la extrema derecha ultranacionalista hasta la izquierda moderada, pasando por el islam político y el liberalismo conservador3. Una mezcla de agua con aceite que no parece convencer por completo a los votantes frente a la coalición dirigida por el presidente turco4. Porque la Alianza de la Nación “no corresponde tanto a una convergencia ideológica sino a una voluntad común de los partidos que la componen [de] unir las listas con vistas a las elecciones legislativas, pero también para apoyar a un candidato común en la elección presidencial”, escribe el investigador Aurélien Denizeau5.

A fines de enero, esta “Mesa de los Seis” hizo público un programa de gobierno compuesto por grandes principios, más que por medidas detalladas: el regreso a un régimen parlamentario equilibrado; la lucha contra la inflación para mejorar la situación económica; y el respeto de los derechos humanos y de las normas democráticas6. En cambio, nada dice sobre la cuestión kurda. No obstante, Kılıçdaroğlu se presentó en escena de modo cuidadoso como el hombre de la reconciliación: con las mujeres con velo (durante mucho tiempo estigmatizadas por los partidos laicos), con los nacionalistas conservadores, pero también con el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, kurdo autonomista, izquierda), a cuyos copresidentes recibió. Una piedra en el zapato en el seno de la Alianza de la Nación, donde el Partido Bueno (IYI, extrema derecha ultranacionalista) sigue una línea dura y sin concesiones respecto del HDP, contra el cual, por cierto, se inició un procedimiento de disolución por vulneración de “la integridad indivisible del Estado” y por los vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Sin embargo, la estrategia de reconciliación del candidato republicano dio sus frutos: bajo la influencia de su excopresidente, Selahattin Demirtaş, encarcelado desde 2016, el HDP decidió no presentar un candidato a la elección presidencial. Es un apoyo tácito a Kılıçdaroğlu, para quien los votos de los simpatizantes de esta organización bien podrían revelarse como decisivos.

Emergencia y maniobras

Sin embargo, muchos turcos piensan que el presidente turco será reelecto. Sin dudas recuerdan las numerosas irregularidades que salpicaron las elecciones anteriores: corte de electricidad casi general en el momento del recuento final en 2014, sobres no sellados en 2017, etcétera. Este año se suman algunas consecuencias indirectas del terremoto, que podrían perturbar la adecuada celebración de esta convocatoria electoral. Primero, porque la campaña se desarrolla bajo estado de emergencia, decretado al día siguiente del terremoto en los diez departamentos afectados por la catástrofe, de los 81 que tiene el país. Una situación que los turcos ya conocen, porque en 2017 y en 2018 tanto el referéndum constitucional como la elección presidencial y las legislativas se desarrollaron también en estado de emergencia.

“Al decidir el estado de emergencia antes que el estado de catástrofe natural, que podría haber sido considerado más apto –explica Élise Massicard, investigadora del Centro de Estudios y de Investigaciones Internacionales (CERI)–, el Ejecutivo optó por dar muchos más poderes a las autoridades públicas, como el de prohibir las manifestaciones o el control de los medios de comunicación en esas regiones extremadamente pobladas, aumentando las críticas que se escuchan desde hace varios años, según las cuales el aparato de Estado ya no es neutral, sino que trabaja para el AKP y hace un uso partidario de los recursos públicos”.

El segundo efecto del terremoto sobre las elecciones podría generar aún más cuestionamientos. Las listas de votantes se establecen a partir de su domicilio, con la condición de que residan allí desde al menos tres meses antes de la elección. Con más de 3,5 millones de desplazados, pero también millones de jóvenes, a priori menos favorables al poder establecido, y en muchos casos votantes primerizos, que debieron dejar las residencias estudiantiles –cerradas para alojar allí a las víctimas del terremoto–, el registro de los votantes constituye un verdadero desafío administrativo. En función de la orientación política del electorado de tal o cual circunscripción, no es posible excluir jugarretas y un celo variable para inscribir nuevos votantes o hacer desaparecer a aquellos que se mudaron sin dejar rastro. “Millones de votos están en juego, y eso puede influir en el resultado final. Ciertas circunscripciones son más decisivas que otras para las legislativas, y esta elección legislativa podría desempeñar de rebote un rol clave para la segunda vuelta de la presidencial –precisa Massicard–. Las autoridades son conscientes de que la inscripción en las listas puede plantear un problema, y que no ganan nada con hacer trampa. Pero es cierto que los movimientos masivos de población como resultado del terremoto generan posibilidades de manipulación. La coalición de la oposición lo considera una cuestión esencial”.

Pero Erdoğan podría privilegiar otros tipos de maniobras. “Si bien la derrota [de Erdoğan en mayo] parece inminente, los jueces y los oficiales a cargo de las elecciones que permanecieron leales al presidente bien podrían invertir la situación, como intentaron hacerlo al anular los resultados de la elección municipal de Estambul en 2019. Recep Tayyip Erdoğan puede incluso acudir a la Policía y a las Fuerzas Armadas”, advierte el profesor Sinan Ciddi7.

Promesas y perspectivas

Tras haber aumentado de forma sustancial el salario mínimo (que implica a 60 por ciento de los turcos) y el sueldo de los funcionarios públicos y tomado medidas electoralistas que permiten a dos millones de personas jubilarse a partir de ahora, el presidente repitió las promesas de reconstrucción de varias decenas de miles de viviendas destruidas por el terremoto.

El propio contexto incita a los turcos al pesimismo en cuanto al cambio de inquilino del lujoso palacio presidencial de Ankara. Con cerca de 90 por ciento de los medios de comunicación bajo la influencia del gobierno, varias decenas de periodistas y de mandos políticos del HDP en prisión, la amenaza de disolución de ese partido, un proceso abierto contra Ekrem İmamoğlu, el popular alcalde de Estambul perteneciente al CHP, así como una nueva ley que controla estrechamente las redes sociales, la campaña está lejos de haber sido equitativa.

Además, el proceso electoral sigue estando bajo el control directo del régimen: así, el politólogo Cengiz Aktar destaca que el poder nombra a los presidentes de las comisiones electorales departamentales y de los distritos y a los 11 jueces del Consejo Electoral Supremo (YSK), cuyas decisiones no son apelables. Es una opinión que Élise Massicard matiza: “Por supuesto, todos los jueces con asiento en el Consejo Electoral Supremo fueron nombrados bajo el AKP, pero los principales partidos políticos están representados en él, aunque no tienen derecho a voto”.

Las elecciones de 2023 podrían también significar el regreso de las iniciativas de la sociedad civil, como durante las elecciones de 2014 y luego de 2015, en particular en Estambul y en Ankara –con militantes reclinados durante horas sobre los bolsos que contenían las boletas, a la espera de que los resultados del recinto electoral que ellos supervisaban fueran por fin contabilizados–. Estas operaciones de observación, y de lucha contra eventuales fraudes, eran entonces testimonio de la creatividad, de la energía y del compromiso democrático de una parte de la juventud. No obstante, se redujeron durante los años siguientes, bajo las presiones y amenazas del gobierno. Sin embargo, sumados a los pocos observadores extranjeros, de los cuales aproximadamente 350 son enviados por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), estos observadores ciudadanos no deberían cubrir más de 10 por ciento de los 180.000 lugares de votación.

En cambio, a lo largo de los años, los partidos políticos de la oposición adquirieron competencias y juegan un rol cada vez más importante en la supervisión y el recuento de la votación. “La oposición está mucho mejor organizada que antes; los asesores y fiscales aprendieron y están atentos –destaca Massicard–. El problema es que, en ciertas regiones, el plantel de los partidos no les permite enviar fiscales a todos los lugares de votación. Como la oposición está constituida por varias organizaciones que tienen bases electorales diferentes, es posible que se repartan ese trabajo en función de cada una de sus bases territoriales”.

A Erdoğan le gusta repetir que “la democracia comienza en las urnas y se manifiesta a través de las urnas”. Por ello, la politóloga turca Aslı Aydıntaşbaş8 piensa que el presidente turco que “construyó su legitimidad sobre las elecciones no podrá impugnarlas si la victoria de la oposición es clara”.

En todo caso, lo que está en juego en mayo en Turquía va mucho más allá de una competencia electoral clásica. En 2014 los turcos se burlaron de las palabras del ministro de Energía, un cacique del AKP, según el cual los numerosos cortes de electricidad que habían interrumpido el recuento de los votos en 35 ciudades del país se debían a la intrusión de un gato en un transformador eléctrico. Nueve años más tarde, no es seguro que, en la misma situación, los votantes den prueba del mismo sentido del humor. Porque si la oposición perdiera por muy poco, su fracaso sería necesariamente interpretado bajo el prisma de las manipulaciones y de los fraudes reales o supuestos del partido en el poder. Traería el germen de la desconfianza, incluso del desinterés por los procesos electorales democráticos venideros, e incluso tal vez el germen de futuras violencias.

Ariane Bonzon, periodista, autora de Turquie, l’heure de vérité, Empreinte Temps Présent, París, 2019. Traducción: Micaela Houston.

Historia y culebrón

La Turquía que conocemos

Imán y temor, como todo lo que proviene del este, Turquía fue siempre una presencia de gran espesor en el imaginario occidental. Desde las fechas que se memorizaban en el liceo (la caída de Constantinopla en 1453 como inicio de la era moderna) hasta las novelas de Agatha Christie, las generaciones que vivieron en el siglo XX tenían su propia versión del viejo imperio, a pesar del desgaste de las bisagras de la Sublime Puerta, que alguna vez fue uno de los ejes de la diplomacia del mundo. Los hijos de quienes leían las aventuras de Hercule Poirot (o las poesías rojas de Nazım Hikmet) las sustituyeron por las novelas del premio Nobel Orhan Pamuk. Ahí aprendieron nombres de calles y bares nostálgicos en crónicas como Estambul (2005) o dramones románticos como la genial El museo de la inocencia (2008).

Sin embargo, para el público latinoamericano del siglo XXI Turquía es sinónimo de telenovela. Ya no más Verónicas Castro ni Grecias Colmenares. Ahora el culebrón no llega de México ni de Venezuela. El nuevo origen es Turquía. En 2014 Las mil y una noches batió el récord histórico de televidentes sintonizando al mismo tiempo un programa de la televisión chilena. Ese mismo año, ¿Qué culpa tiene Fatmagül?, que también llegó a las pantallas uruguayas, le ganó a la pasión futbolera de los peruanos (1). Colombia, que sabe de producciones propias con algunos títulos de gran nivel técnico como Escalona (Caracol, 1991), con el rey del vallenato histórico interpretado por un jovencísimo Carlos Vives, se rindió ante Elif: esa niña abandonada que busca a su madre como una Marco (2) del presente, se mantuvo en pantalla de 2016 a 2020 con la friolera de 1.150 episodios. Cuentan que en 2018, cuando fue a la ceremonia de investidura de su par Recep Tayyip Erdogan, el presidente venezolano Nicolás Maduro “hizo un desvío para visitar el plató de su teleteatro favorito: Resurrection” (3).

Redacción Uruguay

(1). “Novela turca Fatmagül venció en rating al Perú-Colombia”, Diario Correo, Lima, 9-9-2015. Citado en Anne-Dominique Correa, “Fervor por las telenovelas turcas”, Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2020.

(2). Marco, de los Apeninos a los Andes (1976), serie animada japonesa basada en un relato homónimo del libro Corazón (1886), de Edmundo de Amicis.

(3). Anne-Dominique Correa, artículo citado.


  1. Ariane Bonzon, “Podrá volver a ganar Erdoğan”, Le Monde diplomatique, edición digital Cono Sur, marzo de 2023. 

  2. Sümbul Kaya, “La puesta en vereda del ejército turco”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2016. 

  3. Es decir, el CHP, el Partido de la Democracia y del Progreso (DEVA), el Partido del Futuro (Gelecek), el Partido Demócrata (DP), el Partido Bueno (IYI), Saadet. 

  4. Es decir, el AKP, el MHP, el Partido de la Gran Unidad (BBP), el Nuevo Partido del Bienestar (YRP) y el Partido de la Causa Libre (HUDA-PAR). 

  5. Aurélien Denizeau, “Les coalitions politiques en Turquie à la veille des élections de 2023”, Instituto Francés de las Relaciones Internacionales (IFRI), abril de 2023. 

  6. Véase Seren Selvin Korkmaz, “Turkey’s Visionary Opposition: A Proposal for New Government and Policymaking Structures”, German Marshall Fund, 29-3-2023. 

  7. Citado por Jamie Dettmer, “It’s going to be hard to get rid of Turkey’s Erdoğan”, Político, 18-3-2023. 

  8. Aslı Aydıntaşbaş, “Letter from Istanbul: Turkey has difficult years ahead”, Brookings, 4-4-2023.