Los tumultos del verano pasado quedaron en el olvido. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, amenazaba en ese entonces a los italianos con represalias si llevaban al poder a Giorgia Meloni. Hoy, las dos dirigentes, una de derecha, la otra de extrema derecha, se muestran a pura sonrisa ante los fotógrafos, intercambian amabilidades en las redes sociales y se van de viaje juntas a Túnez. La presidenta del Consejo italiano, de la cual se decía que era “populista”, “iliberal” y “posfascista”, se convirtió en unos meses en una socia seria y razonable.

Meloni entendió rápido la receta para realizar esta metamorfosis. Ni bien instalada en el palacio Chigi [sede del Ejecutivo italiano], elaboró de manera minuciosa un presupuesto de austeridad, recortó los gastos sociales y bajó la intensidad de sus críticas contra el lastre de Bruselas –todos imperativos para obtener el visto bueno para el plan de reactivación (191.000 millones de euros de aquí a 2026)–. Afirmó su apego a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), reclamó sanciones más drásticas contra Moscú, armas más sofisticadas para Kiev. En resumen, se fusionó con el discurso dominante. “No hay mayor militante por Europa y por el euro que Giorgia Meloni”, aplaude el ensayista francés Alain Minc (FigaroVox, 8-6-2023). “Actualmente, defiende a Kiev con pasión en todos sus discursos. Ya no la escuchamos criticar ni a la Unión Europea ni a la OTAN. En pocos meses, se deshizo de su imagen extremista”, dice exultante el politólogo liberal Dominique Reynié (Le Figaro, 11-6-2023).

Así se obtiene el título europeo de respetabilidad. El candidato debe seguir dos valores cardinales: la austeridad y el atlantismo. Una vez cumplidas esas condiciones, Meloni puede incrementar las declaraciones xenófobas, estigmatizar a las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans (LGBT), agitar el fantasma del “gran reemplazo”, restringir el acceso al aborto, intentar modificar la Constitución en un sentido autoritario, poner en vereda a los medios de comunicación, clausurar las instituciones culturales. Y las puertas quedan abiertas de par en par para ella. En París, donde fue recibida con entusiasmo el 20 de junio por el presidente de Francia, la reunión, asegura el Elíseo [sede del Ejecutivo francés], “permitió crear convergencias”.

El modelo Meloni, nacionalista a pesar de ser europeísta y atlantista, se expande a través del continente desde la agresión rusa contra Ucrania. Fortalecida gracias a sus éxitos electorales, la extrema derecha ya dirige varios países en coalición con los conservadores –Italia, Suecia, Finlandia, pronto tal vez España–. Esas alianzas ya no suscitan una conmoción particular. En el año 2000, cuando ministros de extrema derecha accedieron al gobierno austríaco, los otros 14 estados de la Unión suspendieron todo contacto bilateral oficial con Viena y limitaron los intercambios diplomáticos sólo a los temas técnicos. La presidenta del Parlamento de Estrasburgo, afiliada al Partido Popular Europeo (PPE), incluso anunció que ya no pisaría Austria en tanto la extrema derecha estuviera en el poder. Desde octubre de 2022, el actual jefe del PPE, Manfred Weber, fue cinco veces a Roma para cortejar a Meloni, una aliada importante en vistas de las elecciones europeas de 2024. Radicalización de la derecha sobre la inmigración; derechización de la extrema derecha sobre la economía y la política exterior: así se perfila el semblante de la nueva Europa...

Benoît Bréville, director de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Micaela Houston.