En el Cusco, en 1934, Hugo Blanco1 nació por primera vez.
Llegó a un país, Perú, partido en dos.
Él nació en el medio.
Era blanco, pero se crio en un pueblo, Huanoquite, donde hablaban quechua sus compañeros de juegos y andanzas, y fue a la escuela en el Cusco, donde los indios no podían caminar por las veredas, reservadas a la gente decente.
Hugo nació por segunda vez cuando tenía diez años de edad. En la escuela recibió noticias de su pueblo, y se enteró de que don Bartolomé Paz había marcado a un peón indio con hierro candente. Este dueño de tierras y gentes había marcado a fuego sus iniciales, BP, en el culo del peón, llamado Francisco Zamata, porque no había cuidado bien las vacas de su propiedad.
No era tan anormal el hecho, pero esa marca marcó a Hugo para siempre.
Y con el paso de los años se fue haciendo indio este hombre que no era, y organizó los sindicatos campesinos y pagó con palos y torturas y cárcel y acoso y exilio su desgracia elegida.
En una de sus 14 huelgas de hambre, cuando ya no aguantaba más, el gobierno, conmovido, le envió de regalo un ataúd.
Eduardo Galeano, escritor uruguayo. Este texto pertenece a su libro Los hijos de los días (Siglo XXI, 2011).
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Líder ecosocialista peruano fallecido el 25 de junio. ↩