Hollywood es más barato en Marruecos. En Uarzazat, Marrakech o Casablanca, los extras cobran muy poco, los técnicos no están sindicalizados, pueblos espectaculares funcionan como decorado por nada, el Estado garantiza la seguridad y los apoyos financieros abundan. Así, el cine local se volvió subcontratista de Occidente. ¿Pero, por cuánto tiempo?
Crece el entusiasmo en Uarzazat, la puerta del desierto marroquí. Ridley Scott, de 85 años, acaba de anunciar su retorno a la ciudadela fortificada (ksar) de Ait Ben Haddu, a 30 kilómetros de la ciudad. En este sitio inscripto en la lista del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el realizador británico-estadounidense –Alien (1979), Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991), Gángster Americano (2007)– decidió filmar la continuación de su célebre película Gladiador (2000). Sin el actor Russell Crowe, como era esperable, puesto que Maximus, el personaje que encarnaba, murió al final del primer opus, sino con el actor irlandés Paul Mescal, estrella en ascenso que se destacó en Aftersun (2022), de Charlotte Wells, y el astro Denzel Washington. En este decorado semilunar compuesto de piedras ocres y polvo, las excavadoras y los obreros luchan contra la roca a fin de construir la inmensa arena de utilería que verá el despliegue de ásperos combates romanos. Como prueba de la ambición del director, se prevé una reproducción imponente del Coliseo.
Sin embargo, en las callejuelas del ksar, sobre el obrador, los comerciantes permanecen circunspectos. ¿Cuántos días tendrán que cerrar sus negocios? Nadie lo sabe. ¿Cuál será el monto de la compensación? 500 dirhams por día para unos, 1.000 o 1.500 dirhams para otros1. “De todos modos, no tengo opción –explica Aziz, un joven pintor autodidacta que espera cobrar 1.000 dihrams, el precio de una de sus telas pintadas con té y azafrán, la especialidad local–. Si me niego a cerrar el negocio, me va a caer la policía y, como no tengo permiso, voy a vérmelas con un montón de problemas”. Se van a contratar miles de extras, se les va a pagar en efectivo una tarifa fija de 300 dihrams –27 euros– por un día de trabajo de 11 horas. A título comparativo, en Francia, un convenio colectivo impone un salario mínimo para los extras de 105 euros netos por ocho horas, a los cuales se suman, para el productor, las cuotas salariales y patronales. “¡Cuando las personas que viven acá sepan que soy yo quien se ocupa de la nueva Gladiador, mi teléfono va a sonar día y noche! –se inquieta Hamid Ait Timaghrit, nativo de Uarzazat que se convirtió en uno de los principales contratistas de extras locales–. No va a haber trabajo para todo el mundo. Más aun cuando, con el tiempo, ya dispongo de una base de datos de varios miles de personas, con foto, dirección, altura y moralidad: si la persona es disciplinada, si toma alcohol o no, etcétera”.
La perspectiva del rodaje de una gran producción no parece gustarle nada a nuestro interlocutor, que conserva la nostalgia de un período más fructífero. “Si usted hubiera conocido Uarzazat en los años 1990 o 2000, no lo podría creer –explica–. En aquel entonces, se filmaba a más no poder, ¡nueve, diez películas al mismo tiempo! Los hoteles estaban a tope. Hoy, mire a su alrededor: Uarzazat es una ciudad muerta. Apenas un rodaje o dos, y es todo. Tuvimos la epidemia de la covid-19, ahora la guerra en Ucrania. ¡Ya no hay más dinero!”. Y enumera los hoteles cerrados en la ciudad: el Belere, un cinco estrellas por el que pasaron “todos los astros del mundo entero”, el Palmeraie, el Riad Salam...
El rodaje de Gladiador II, ¿podría acaso relanzar esta máquina? No es la opinión de Ahmed Abounouom, apodado Jimmy, el productor ejecutivo a cargo de la organización del rodaje en Marruecos del futuro blockbuster. Para el dueño de Dune Films, uno de los mayores prestadores de servicios (o productores ejecutivos) del país, “semejante producción va a abarrotar durante varios meses todos los hoteles, todos los técnicos, y cualquier otro proyecto va a tener que filmarse en otra parte”. En otra parte significa en los países competidores (ver recuadro).
Sin miedo
No es el primer rodaje de Ait Ben Haddu. ¡Lejos de serlo! Esta ciudad de calles de tierra apisonada surgida desde el fondo de las eras sirvió de decorado oriental a David Lean para Lawrence de Arabia (1965), de campo de mujahidines afganos en Su nombre es peligro (1987, con Timothy Dalton en el rol de James Bond), de acceso al Grial para Steven Spielberg en su tercera Indiana Jones (1989) y de ciudad bíblica en una cantidad incalculable de grandes producciones estadounidenses o italianas. ¡Hasta para Martin Scorsese, que hizo de ella una ciudad tibetana en Kundun (1997), con las cumbres nevadas del Alto Atlas en el plano de fondo a modo de cadena del Himalaya! Tanta gente iba que hoy en día todos los habitantes del ksar se mudaron del otro lado del oued, dejando a los rodajes, y a los turistas necesitados de autenticidad, sus antiguas casas de fachadas cuidadosamente mantenidas.
La ciudad de Ait Ben Haddu no es para nada una excepción. Desde hace unos 40 años, toda la región de Uarzazat se convirtió en la tierra elegida para rodajes de películas llegadas del mundo entero. La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988), Refugio para el amor (Bernardo Bertolucci 1990), La momia (Stephen Sommers, 1999), Astérix y Obélix: misión Cleopatra (Alain Chabat, 2002), Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004), Cruzada (Ridley Scott, 2006), Misión imposible 5 (Christopher McQuarrie, 2015)... O incluso series como Oficina de infiltrados (cinco temporadas filmadas entre 2014 y 2019), Game of Thrones (ocho temporadas, 2010-2017), Homeland (ocho temporadas 2010-2019), etcétera. Eso sin contar el número de largometrajes o de series en las cuales una parte, o el conjunto, fue filmado en la región. A eso se agrega una miríada de docuficciones bíblicas y spots publicitarios. ¿Las razones de semejante éxito? “¡Ningún lugar en el mundo puede ofrecer semejante variedad de decorados naturales!”, responden a coro todos los profesionales que conocimos. “En un radio de 100 kilómetros a la redonda de Uarzazat, usted encuentra oasis, poblados antiquísimos, montañas, nieve, dunas de arena, desiertos de piedras, ríos, mar... ¡De todo!”, enumera Abounouom. “Y todo bañado por una luz excepcional, y a dos horas de avión de Londres o París”, prosigue.
¿Necesita un riad para filmar Las mil y una noches? Lo va a encontrar en Marrakech, que está sólo a 200 kilómetros. ¿Una de sus escenas transcurre en una ciudad europea? La puede ir a filmar a Casablanca, cuyo barrio del mercado central, cerca de la antigua medina, ofrece una variedad extraordinaria de fachadas art decó que datan de la época colonial. ¡Y además hay extras! “Las personas que viven aquí pertenecen a tribus muy antiguas, ofrecen una variedad de rostros semitas que corresponden a los rostros de los tiempos de la Biblia, o incluso de la Roma antigua”, afirma con tono seguro un responsable de los estudios Atlas y CLA, construidos en la entrada de Uarzazat (en 1983, en el caso de Atlas, 20 años más tarde en el de CLA) para acompañar el desarrollo de esa industria. Él no se plantea la pregunta acerca de si esos “rostros semitas” o “romanos” no serían una construcción que Hollywood impuso a nuestro imaginario –aun hoy los científicos se siguen preguntando cómo era Jesús–.
Otra razón del éxito, casi más esencial: la seguridad. “En verdad, los más hermosos paisajes desérticos están en Argelia o en Libia –recuerda Abdelilah Hilal, director técnico de la muy renombrada Escuela Superior de Artes Visuales (ESAV) de Marrakech–. ¡Pero ellos no tienen seguridad! Todos los extranjeros lo dicen: ‘¡En Marruecos no tenemos miedo!’. Y a partir de ahí, siguen las garantías”. ¿Cómo tener miedo, en efecto, cuando a uno lo cuidan gendarmes armados en todas las rutas del país y cuando se sabe que hay en cada ciudad policías de civil listos para intervenir desde el instante en que algún turista es molestado por un marroquí?
Para enfrentar la competencia extranjera, el gobierno marroquí interviene con intensidad a fin de volver aún más atractivo el “destino Marruecos”. Exoneración del impuesto sobre el valor agregado y de las cuotas sociales, reintegros acordados por Royal Air Maroc, reembolso de un 30 por ciento de las sumas gastadas en el lugar, facilitación de los trámites administrativos, entre otros beneficios. “Además, estamos entre los pocos países en el mundo en poner nuestras Fuerzas Armadas a disposición de los rodajes por un precio simbólico”, insiste Khalid Saidi, secretario general del Centro Cinematográfico Marroquí (CCM), organismo encargado a la vez de sostener el cine nacional y de gestionar los rodajes extranjeros, “¡incluso autorizamos la entrada de verdaderos ejércitos de guerra!”. Cuando el productor de Misión imposible 5 (2015) reclamó el cierre total, durante nueve días, de la avenida de circunvalación de Marrakech, lo obtuvo en detrimento de los marroquíes, a pesar de ser una ruta muy transitada. Y la cereza del postre: “Los técnicos marroquíes no están sindicalizados”, indica un folleto del CCM redactado en inglés para los productores occidentales2.
Paisajes magníficos, mano de obra barata
El voluntarismo del gobierno marroquí se traduce en cifras. “En 2022, alcanzamos los 100 millones de euros de gastos en Marruecos en rodajes extranjeros –declara con orgullo Saidi–. Superamos así nuestro récord de 2019 –80 millones de euros– antes de los dos años terribles de la covid”. Incluso si esos 100 millones no constituyen al fin de cuentas sino un flaco porcentaje –alrededor del cuatro por ciento– de las inversiones extranjeras directas (IED), que oscilan desde 2016 entre 1.400 y 3.500 millones de euros3, no por ello dejan de representar, en la escala de la región de Uarzazat, una lluvia de euros, o de dólares, muy útil para las tierras áridas de los poblados. Porque otra particularidad de esta región del Drâa-Tafilalet, de la cual Uarzazat es, junto con Errachidia, una de las ciudades principales, reside en su extrema pobreza. En los oasis, el interior de las viviendas exuda miseria. Los estudiantes, reconocibles por sus delantales blancos, recorren cada día varios kilómetros a pie para llegar a la escuela, mendigando algunos dirhams a todo extranjero que se detenga para levantarlos cuando hacen dedo. Al borde de las rutas, las espaldas de las mujeres se inclinan bajo los haces de leña destinados a su kanun, ese pequeño fuego armado sobre un suelo de tierra apisonada donde se cocinará la cena de la noche. “Se trata de una región particularmente aislada –confirma Mostafa Errahj, investigador en Agronomía Social en la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) de Meknes–. En la época colonial, los franceses la llamaban ‘el Marruecos inútil’. Después de la independencia, el famoso Félix Mora vino a esta región miserable a reclutar brazos musculosos para las minas del norte de Francia4. Por cierto, las producciones de películas extranjeras aportan algo de cash a los habitantes, pero se trata de ganancias muy irregulares. Esto no permite frenar la partida de los jóvenes que son, sin embargo, esenciales para que los oasis sobrevivan. Sólo ellos se pueden trepar a lo alto de las palmeras a fin de efectuar la polinización”. Abandonados por sus habitantes, los oasis carecen también de mano de obra para recoger las hojas secas cuando “los incendios constituyen la principal amenaza a su sostenibilidad”, agrega el investigador.
Cuando estuvimos ahí, se estaba filmando una película en Fint, un magnífico oasis situado a veinte kilómetros al sur de Uarzazat. Se trata de una remake de El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot, 1953), producida por Netflix. Con el agregado de una escena de un ataque a un campamento yihadista... Desde la destrucción de las torres gemelas en Nueva York en 2001, los extras marroquíes fueron utilizados en masa para hacer de islámicos malvados, sean afganos, iraquíes, paquistaníes, sirios u otros. “Nuestro oasis es muy apreciado por los productores –explica Mohammed Baadi, mientras nos hace visitar su ciudad–. Babel [Alejandro González Iñárritu, 2006], La reina del desierto [Werner Herzog, 2015], Jesús de Nazareth [Franco Zeffirelli, 1977]... ¡todos filmaron acá!”. De las 100 familias con las que cuenta el oasis, sólo cinco poseen un automóvil. Muchas casas están en ruinas, “¡pero a los productores les gusta para las escenas de guerra!”. La casa de Baadi es espaciosa y está amueblada de manera muy modesta. El trabajo de reparar las habitaciones, mantener las palmeras y el sistema de irrigación es arduo. “Cuando hay un rodaje, organizamos turnos para que cada familia pueda trabajar un poco, sea como extra, a 300 dirhams por día, sea como peón, a 200 dirhams”. ¿Llegan a valorar la belleza del lugar, fruto de un trabajo hecho durante siglos por generaciones de pobladores? “Cuando nuestro oasis queda de fondo en una escena, le dan 300 dirhams a la asociación de mujeres. Si filman en un lote, el propietario puede recibir hasta 3.000 dirhams. De todos modos, aquí los pobladores no piden mucho dinero. Por eso los productores vuelven...”.
Pese a que hace más de 40 años que esta “lluvia de dólares” se abate sobre Uarzazat, Drâa-Tafilalet sigue siendo la región más pobre de las 12 con las que cuenta Marruecos5, con un producto interno bruto (PIB) anual por habitante de 18.000 dirhams (1.630 euros), apenas superior a la mitad del promedio nacional. “Los extranjeros le van a decir que vienen a filmar a Marruecos por la luz y la belleza de los escenarios naturales. ¡Pero esas cosas ya existen en Estados Unidos! –responde Najib Akesbi, economista en el Instituto Agronómico y Veterinario Hassan-II (IAV) de Rabat, especialista en estrategias de desarrollo de Marruecos–. En realidad, vienen acá para optimizar los costos de producción, en particular los de la mano de obra: extras, vestuaristas, carpinteros, yeseros y otros técnicos del plató. La industria cinematográfica pertenece, igual que la textil o la de las nuevas tecnologías de la información, a las labor intensive industries [industrias con requerimiento intensivo de mano de obra]. Para optimizar las ganancias, se fabrican remeras en Bangladesh, teléfonos celulares en Vietnam y películas en Marruecos”. Y recuerda que, si el salario mínimo se fijó oficialmente en 3.000 dirhams por mes, “esto sigue siendo bastante virtual”, puesto que el 54 por ciento de los empleados trabaja sin contrato. “El salario real de un albañil en Marruecos es de 1.500 a 2.000 dirhams. Cuando hay trabajo, evidentemente. A partir de ahí, se entiende que la gente se pelee por conseguir un empleo en los rodajes, como sus abuelos se peleaban para ser seleccionados por Mora”.
Mentalidad colonial
En esta explotación de los habitantes de “Uarzawood”, no todo el mundo se porta de la misma manera. “Los peores son los franceses –zanja Karim Debbagh, fundador de Kasbah Film, una de las diez grandes empresas de producción ejecutiva del país–. Para los estadounidenses, el cine es business. Llegan, sacan sus fajos de dólares, pagan y exigen ser servidos. Los franceses se consideran a sí mismos grandes artistas, con un proyecto al cual todo el mundo debe tributar por respeto a su arte. Y como siempre les falta dinero, buscan rascar el más ínfimo dirham de las espaldas de la gente, con una forma de desprecio muy colonialista”.
La brutalidad con la que se trata a los habitantes de Drâa-Tafilalet se podría corregir con una política de desarrollo que debería implementar el gobierno marroquí. Que no existe. “En Marruecos, nos destacamos en infraestructuras llamativas destinadas a dejar con la boca abierta a los inversores extranjeros y a los turistas –prosigue Akesbi–. Tome, por ejemplo, nuestras soberbias autopistas: a veces usted circula media hora sin cruzarse vehículo alguno. Lo mismo pasa con nuestra LGV [Línea de Alta Velocidad] Tánger-Casablanca: ¡es un sinsentido económico! Y en todo este tiempo sigue sin existir una línea férrea ni autopista alguna que se detenga en Uarzazat. Seguimos con la mentalidad colonial de un Marruecos inútil”. Es incluso peor. En el marco del Plan Marruecos Verde lanzado en 2008, “el gobierno sostuvo la creación ex nihilo [de la nada] de vastos palmares por parte de empresas de agronegocios, algunas dotadas de capitales europeos que capturaron una gran parte del agua disponible, reduciendo de facto la que necesitan los oasis tradicionales”, explica el agrónomo Ahmed Bouaziz, profesor retirado del IAV en Rabat, él mismo originario de la región del Tafilalet.
A falta de sacar a las poblaciones de “Uarzawood” de su miseria endémica, ¿tienen estos rodajes extranjeros, al menos, repercusiones positivas en la producción de películas marroquíes? Desde un punto de vista estrictamente contable, no existe ningún mecanismo para que una parte de los 100 millones de euros invertidos en los rodajes en el reino sean destinados al sostén de las películas marroquíes. El fondo de ayuda del CCM está dotado sólo de 60 millones de dirhams (5,4 millones de euros), repartidos cada año entre unos 15 proyectos. “En cambio, ¡nunca hubiéramos tenido tantos buenos técnicos sin las producciones extranjeras!”, afirma Abdelilah Hilal, quien trabajó él mismo como asistente ingeniero de sonido en el rodaje de Astérix y Obélix: misión Cleopatra.
Durante varias décadas, en efecto, los responsables de área marroquíes se fueron formando sobre la marcha, así como los asistentes, en todas las funciones presentes en un set de filmación: cámara, encuadre, luz, sonido, electricidad, mecánica, vestuario, maquillaje, etcétera. Más tarde, se crearon escuelas en Marrakech, Rabat y Uarzazat, cuyos alumnos hoy pueden encontrar pasantías, y después trabajo, en los rodajes extranjeros, que por otra parte tienen la obligación legal de emplear, por lo menos, un 25 por ciento de personal marroquí (exceptuando los extras) cuando filman en Marruecos. “¡El resultado es que tenemos técnicos excepcionales! –afirma Abdelhai Laraki, un importante director de cine marroquí que acaba de terminar el rodaje de su décimo largometraje–. Para darle un ejemplo: mi última película habla del movimiento independentista de Marruecos. Encontré en Uarzazat técnicos capaces de crear todos los efectos especiales que precisaba –explosiones, disparos de ametralladora, impacto de balas– directamente en el set, a la antigua, sin tener que recurrir a lo digital”.
¿Desarrollo nacional?
Este hermoso cuadro merece de todos modos algunos matices, como explica Hamza Benmoussa, de 33 años, operadora asistente egresada de la ESAV en 2011. “En verdad, las producciones extranjeras no confían en nosotros, te contratan como técnico de segundo rango, sólo estás ahí para ejecutar órdenes o para traducir. Hoy prefiero trabajar en series marroquíes, donde ocupo un verdadero rol de jefa operadora. Me pagan 1.200 euros por semana, y está bien, salvo que acá no tenemos, como en Francia, un sistema de intermitencia. Cuando no trabajo, no gano nada”.
Sofia Alaoui, también de 33 años, directora franco-marroquí instalada en Rabat, acaba de ganar el Premio del Jurado en el Festival de Sundance con su primer largometraje, Animalia. Confirma las palabras de Benmoussa, al unísono con todos los jóvenes directores que conocimos. “Cuando los estadounidenses desembarcan con sus fajos de dólares, vienen acompañados de todo su equipo. Duplican cada puesto con un técnico marroquí. Este último tiene, por supuesto, el título, un buen salario, pero no tiene la función. Resultado: cuando tengo que contratar técnicos, presentan exigencias elevadas y, además, no se saben adaptar a películas con presupuestos bajos”. Otro problema detectado por todos nuestros interlocutores: los mejores técnicos marroquíes nunca tienen lugar en su agenda, reservada de forma sistemática para los rodajes extranjeros. Sin hablar del precio de locación de la más ínfima casa que sea algo linda. “Quería filmar en un riad en Fez que había sido usado por una producción extranjera ¡y me pidieron cinco veces la suma que yo estaba proponiendo!”, cuenta Laraki. Lo mismo pasa con los rodajes en las antiguas medinas del país, donde, después del pasaje de una producción hollywoodense, cualquier habitante del barrio reclama sus 100 dólares por día para no interferir con el rodaje. Sumas que las producciones marroquíes no se pueden permitir gastar.
Quienes de verdad ganan con el sistema parecen ser los productores ejecutivos marroquíes. ¿Participan en el desarrollo del cine nacional? En principio, tienen la obligación de hacerlo, porque el CCM les impone producir cada cuatro años un largometraje marroquí, o bien tres cortos, para que se les renueve su carné profesional. “Pero en verdad somos bastante flexibles –desliza Saidi–. No sea cosa de poner palos en la rueda a empresas que canalizan todos los años decenas de millones de euros hacia la economía del país”. Quienes se pliegan a esta obligación, “lo hacen a las apuradas, succionando las ayudas del CCM sin tomar riesgo alguno”, denuncia Walid Ayoub, director de 34 años. “Existe desde hace diez años un cine argelino apasionante, un cine tunecino en plena renovación; ¿por qué, en Marruecos, nuestra generación no llega a emerger?”, se queja Rim Mejdi, directora de 33 años, autora de tres cortometrajes. Como si las ventajas de haberse convertido en tierra por elección de los rodajes extranjeros se hubieran transformado en obstáculos para que la producción nacional se despliegue con plenitud.
Pierre Daum, enviado especial, periodista. Traducción: Merlina Massip.
Un mercado muy competitivo Durante mucho tiempo, el principal adversario comercial de Marruecos en materia de rodajes cinematográficos extranjeros fue Túnez. Ahí se filmó El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), al igual que una parte de La guerra de las galaxias (Georges Lucas, 1978) y muchas otras películas. “Las autorizaciones para filmar se hicieron cada vez más difíciles de conseguir a partir de los años 2000”, cuenta el productor marroquí Sarim Fassi-Fihri. “Y desde la ‘primavera árabe’ en 2011, el país se volvió demasiado caótico y ya nadie quiere ir”.
El otro competidor histórico era Sudáfrica, retirado del mercado desde hace unos diez años, sobre todo por la merma de spots publicitarios televisivos, en los cuales el país se había especializado. “En términos de escenarios naturales, con el mar, las dunas, el desierto, etcétera, nuestros competidores directos siguen siendo Malta, Portugal y España, en particular con las Islas Canarias, que están frente a Marruecos”, explica Khalid Saïdi, secretario general del Centro Cinematográfico Marroquí (CCM). “Pero hoy tenemos que enfrentar nuevos adversarios muy serios: Abu Dhabi y Arabia Saudita”. Estos dos países son la pesadilla de los profesionales marroquíes. “Arabia Saudita nos causa mucho daño”, confirma Fihri, que estuvo ocho años a la cabeza del CCM (2014-2022). “Nos roban a nuestros mejores técnicos ofreciéndoles salarios exorbitantes. De acá a cuatro o cinco años, esto nos va a traer verdaderos problemas”.
Ya se iniciaron gigantescos trabajos hace algunos meses en el norte de Arabia Saudita en el marco de un proyecto de creación ex nihilo, en pleno desierto, de una ciudad futurista que se extenderá a lo largo de una línea de 170 kilómetros. Esta “ciudad”, un deseo del príncipe heredero y primer ministro del reino Mohammed Ben Salmane (MBS), se llamará, por otra parte, The Line [la línea]. Todo está previsto, incluso estudios cinematográficos. “Con ellos, la competencia es desleal”, se queja uno de nuestros interlocutores, que pide conservar el anonimato, “porque oficialmente se trata de un país amigo. Los sauditas anuncian un ‘cash rebate’, o reembolso de los gastos de un alcance del 40 por ciento, pero en la realidad lo que pasa es que reembolsan el 100 por ciento de los gastos de los rodajes efectuados en su país. Para ellos, el dinero no cuenta. Todo lo que cuenta es la imagen del país a nivel internacional”. Así, en diciembre de 2022, la flor y nata del cine mundial, incluido el cine árabe, se desplazó al festival de cine de Yeda para obtener, entre otras cosas, financiación (1).
Marruecos tuvo que implementar estímulos financieros, como lo hacen todos los países del mundo en distintos grados: alivios fiscales, puesta a disposición gratuita del ejército, hasta el famoso cash rebate que se lanzó en 2018 con un 20 por ciento y que se aumentó cuatro años después al 30 por ciento. ¿Dónde se detendrá la puja? “Debemos plantearnos la pregunta”, responde el economista Najib Akesbi. “A fuerza de ofrecer ventajas financieras a los productores extranjeros, Marruecos podría terminar pagando dinero de su bolsillo para conservar sus segmentos del mercado. En realidad, la ganancia es por lo menos tan simbólica como económica. Se trata de la promoción del país en los medios económicos internacionales utilizando la fuerza mediática de Hollywood”. En esta guerra comercial mundial, el cine marroquí es puesto a prueba. “La condición de las mujeres, la homosexualidad, la lucha contra los integristas islámicos... Mostramos a los occidentales que Marruecos es un país abierto”, confirma Saïdi, que prefiere no volver sobre el episodio de Much Loved (2015), aquel film del director Nabil Ayouch que mostraba la prostitución en Marrakech y cuya proyección fue prohibida en el país por presión popular. “¡Incluso sucedió que se filmaron escenas de sexo durante el ramadán! Sólo pedimos a los técnicos marroquíes que abandonaran el plató”. Y prefiere no citar El caftán azul (2022), película franco-marroquí de Maryam Touzani que pone en escena el amor homosexual de un artesano de Salé por su empleado, elegida por Marruecos para representar al país en los Oscars de 2023. Confiado por estos datos, Khalid Saïdi descarta toda preocupación: “Los 100 millones de euros de gastos de las producciones extranjeras que entraron en 2022 no son sino el comienzo. Nuestro objetivo es alcanzar muy pronto los 300 millones de euros invertidos en Marruecos gracias a rodajes llegados del exterior”. Sin embargo, otro fenómeno pone a estas ambiciones del CCM en el riesgo de terminar mal: el desarrollo tecnológico. “Reino Unido está equipando sus estudios con green screen [pantallas verdes], con una capacidad de efectos visuales absolutamente fenomenal”, advierte el productor Karim Debbagh. “Con algunos clics, pueden reproducir en esas pantallas todas las dunas, los ksar y los oasis de Marruecos”. Lo que significaría, en el mediano plazo, The End of Uarzawood...
PD
(1): Lamia Barbot, “Cinéma: les producteurs internationaux viennent chercher des financements à Djeddah”, Les Échos, 8-12-2022.
-
1.000 dirhams equivalen a 90 euros. ↩
-
“A celebration of 100 years of foreign film production in Morocco - 1919-2019”, Centre Cinématographique Marocain (CCM), www.ccm.ma. ↩
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“Informe sobre las inversiones en el mundo 2022”, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), unctad.org, 9-6-2022. ↩
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Véase Marie Cegarra, “Mora, le négrier”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2000. ↩
-
La región de Dkhla-Oued El-Dahab (considerada como la duodécima) se sitúa en el Sahara Occidental, territorio con estatuto indeterminado. ↩