Pionera en la geopolítica de las trasnacionales, la compañía de telecomunicaciones fue alfil de Washington en la lucha para terminar con el dominio de Londres en este continente. Luego, sin embargo, esta influencia se volvió demasiado incómoda. La actuación que tuvo en el golpe contra Salvador Allende fue su jugada más audaz y el comienzo de su declive.

Dos semanas después de la eliminación de Salvador Allende y de la democracia chilena por el sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet, The New York Times recibió, tarde en la noche, una llamada anónima: “Anote, porque no voy a repetir”, recomendaba la voz en el teléfono. Iba a suceder algo inaudito: “En 15 minutos va a explotar una bomba en el edificio de International Telephone & Telegraph”. El blanco, conocido por la sigla ITT, no había sido elegido al azar: “Es en represalia por los crímenes contra Chile cometidos por ITT”1.

Por entonces, este gigante de la tecnología, que se había convertido en un conglomerado tentacular, está entre las mayores multinacionales del planeta. En su ilustre consejo de administración se encuentra un exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y un expresidente del Banco Mundial, un casting ideal para propulsar a uno de los mayores contratistas del ejército estadounidense en tanto uno de los principales beneficiarios de la Guerra de Vietnam. La compañía exhibe con orgullo su posición en el seno del complejo militar-industrial. “Para ver en la oscuridad, vea ITT. La noche dejó de pertenecer a la guerrilla”, proclama una publicidad de sus artefactos de visión nocturna difundida en 1967, el mismo año en el que Ernesto Che Guevara es asesinado en Bolivia. La compañía es objeto de llamados al boicot, como aquel que apuntaba en contra del pan industrial que producía una filial del grupo. “Compre pan, compre bombas: ITT en Vietnam”, titula por entonces un periódico de izquierda. La redefinición del acrónimo como “Imperialismo, Traición y Terror” se expande en los medios militantes. Pero de ahí a dejar una bomba en pleno Manhattan...

El artefacto explota finalmente a las 5:40 de la madrugada en la Avenida Madison 437, sede de la rama latinoamericana de ITT. Es el tercer ataque perpetrado contra la multinacional en menos de dos semanas, después de otros en Roma y Zurich. Y la serie recién comienza...

A diferencia del “techlash” actual –término de moda para describir la hostilidad que despierta Silicon Valley–, las acciones contra ITT en 1973 ocasionan más daños que tuits indignados. Para sus detractores, el grupo encarna no sólo el capitalismo multinacional, sino también un poder autónomo dotado de su propia política exterior, su propio servicio de espionaje e incluso su propio personal político, una yunta de exmilitares, de espías, de diplomáticos y de periodistas laureados con el Premio Pulitzer reconvertidos en responsables de las relaciones públicas. ITT parece detentar todas las prerrogativas de un poder estatal. De ahí el título del libro publicado sobre la empresa en 1973: El Estado soberano2.

Las acusaciones de tecno-feudalismo que hoy llueven sobre los gigantes de Silicon Valley3 –descriptos como señores medievales que deciden la suerte de sus usuarios– reactualizan en realidad quejas de más de medio siglo de antigüedad: incluso una obra hecha en gloria de ITT, publicada a inicios de los años 19804, convocaba el imaginario señorial invitando a sus lectores –¡desde la primera página!– a remontarse a “la Europa medieval de los años 1100” para inscribir las operaciones de la multinacional en un “contexto feudal”. La comparación, por cierto, no es infundada. Pero adolece de un error de análisis fundamental: los Estados no se parecen todos entre sí. Y no todos sostienen iguales relaciones con los gigantes de la tecnología. Ahora bien, basta con examinar la historia de ITT para entender que la metamorfosis de un humilde operador de líneas telefónicas en mastodonte planetario fue consecuencia directa de la dominación militar, financiera y tecnológica ejercida por un único y mismo país: jamás ITT –ni Silicon Valley– se habría beneficiado de un crecimiento tan fenomenal sin el apoyo incondicional de Estados Unidos.

Génesis

Los hermanos Hernán y Sosthenes Behn fundan ITT en 1920 en Nueva York. En sus orígenes, la empresa les sirve de fachada para gestionar las instalaciones telefónicas que tienen en Puerto Rico y Cuba. Nacidos en Santo Tomás, en las actuales Islas Vírgenes Británicas, ambos hermanos conocen muy bien el Caribe y se dedican a atraer hacia allí a los capitales estadounidenses. Los Behn poseen una pequeña fortuna familiar, pero sobre todo una ambición devoradora. Antes de instalarse en Puerto Rico, Sosthenes trabajó algunos años en Wall Street, donde entabló lazos que se revelaron fructíferos con JP Morgan y lo que más tarde se convertiría en el Citibank.

En el transcurso de los años 1920, ITT se expande en México, Uruguay, Brasil, Chile, Argentina y España. En 1929 controla dos tercios de los teléfonos y la mitad de los cableados en América Latina5. Esta extensión fulgurante descansa sobre el endeudamiento obtenido gracias a las conexiones de los Behn con Wall Street. Coincide con el esfuerzo de Estados Unidos, entonces en pleno ascenso como potencia planetaria, para alejar a los intereses británicos de América Latina. Como reconoce el exsecretario de Guerra Elihu Root ante un comité del Congreso en 1921: “Hay una lucha a muerte por el control de las comunicaciones sudamericanas”. Sin sorpresa, Estados Unidos se queda con dicho control con ayuda de ITT. Según un informe fascinante publicado en 1930, la compañía de los hermanos Behn “hizo más por quebrar el monopolio británico sobre las comunicaciones mundiales en nueve años que todos los demás grupos y gobiernos juntos durante medio siglo”6. Aquellos que, más tarde, interpretarán la “i” de ITT como la inicial de “imperialismo” no se habrán equivocado del todo.

En su conjunto, la guerra de conquista se desarrolló sin contratiempos. Para atraerse los favores de Washington, numerosos países sudamericanos desplegaron una alfombra roja para ITT eximiéndola incluso de los costosos compromisos que en general se piden a los operadores extranjeros: invertir en infraestructuras o evitar toda alza unilateral de las tarifas. Fue recién durante la Segunda Guerra Mundial cuando los lazos entre ITT y Washington comenzaron a inquietar a ciertos gobiernos.

La primera preocupación concierne a la seguridad de las comunicaciones. La otra se relaciona con el ascenso del nacionalismo económico. Sus más fervientes representantes, como Juan Domingo Perón en Argentina o Francisco Franco en España, echan a ITT, pero no sin darles una cómoda indemnización.

Convertida entretanto en un proveedor importante de la defensa estadounidense, la multinacional sabe que sus días como operadora de líneas telefónicas están contados. Pero pretende ceder sus activos al mejor precio. A la espera de una oferta interesante, ITT exprime la gallina de los huevos de oro, aumenta sus tarifas y bloquea las inversiones. Así, el servicio se vuelve a la vez mediocre y más caro. Las poblaciones locales se enfurecen, pero ITT parece intocable. ¿Quién se atrevería a nacionalizar una empresa estadounidense tan poderosa?

Un hombre tiene esa audacia. A inicios de los años 1950, un joven abogado cubano arrastra al grupo ante un tribunal acusándolo de haber traicionado sus compromisos. Su bufete gana el juicio, pero el dictador que por entonces controla Cuba, Fulgencio Batista, ignora el veredicto del tribunal. El joven abogado se llama Fidel Castro. Jamás olvidará esa humillación: la filial cubana de ITT será una de las primeras sociedades extranjeras nacionalizadas tras la revolución castrista de 1959. El gesto sonará como una bofetada para ITT –y como un presagio–.

Cuando en 1962 el gobernador de uno de los estados brasileños toma el control de una de sus filiales locales, la compañía moviliza sus contactos con Washington contra lo que presenta como un episodio de la Guerra Fría –un tema que saldrá nuevamente a la superficie dos años más tardes a raíz del golpe de Estado militar–. Su campaña de lobby se revela fructífera, puesto que Brasil sufre la humillación de tener que pagar una compensación exorbitante por la filial nacionalizada.

El caso chileno

A fines de los años 1960, el imperio ITT reinvierte las enormes ganancias obtenidas por la reventa de sus bienes en América Latina en adquisiciones de todo tipo –compañías de seguros, hoteles e incluso una empresa de alquiler de automóviles–. La mayor parte de esas empresas están domiciliadas in situ y no corren riesgo alguno de nacionalización. A inicios de los años 1970, las únicas redes telefónicas aún en manos de ITT están en Puerto Rico, retaguardia histórica de la compañía, así como en Chile, donde se había instalado en 1927.

Los compromisos de ITT ante el Estado chileno brillan por su imprecisión, en virtud de un contrato excepcionalmente ventajoso para la compañía7. En los años 1960, el gobierno de Eduardo Frei, un demócrata cristiano electo en 1964, intenta resolver el problema sin hacer olas gracias a un plan que preveía volver a comprar poco a poco las partes de la filial local de ITT. Pero, para los opositores a Frei, es a la vez demasiado poco y demasiado tarde. El socialista Salvador Allende gana las elecciones presidenciales de 1970 prometiendo nacionalizar ITT y reemplazar a los gerentes por ingenieros, así como extender la red telefónica a las zonas más pobres del país.

ITT temía una presidencia de Allende bastante antes de 1970. Ya seis años antes, uno de los miembros de su consejo de administración, el exdirector de la CIA John McCone, había hecho gravitar todo su peso para impedir la elección del socialista chileno. Algunos meses antes del escrutinio de 1970, ITT se pone en contacto con la CIA y le ofrece dinero para obstaculizar una posible victoria de la izquierda. La CIA se niega, no necesita el dinero, pero eso no disuade a la empresa de regar copiosamente a los opositores de Allende.

Después de la sorpresiva victoria de este último, es la CIA la que inicia conversaciones con ITT. ¿No podría la compañía presionar al Estado chileno negándose, por ejemplo, a suministrar piezas desmontadas o personal de mantenimiento? El objetivo de la Agencia consistía, en palabras de Richard Nixon, en “hacer aullar a la economía chilena” para incitar a los militares a salir de sus cuarteles antes incluso de que Allende tuviera tiempo de inaugurar su mandato.

La estrategia tiene patas cortas. Una vez en el poder, Allende prefiere negociar con la compañía más que nacionalizarla de inmediato, mientras que su base –entre la cual están los sindicatos de trabajadores de ITT– reclama medidas más radicales. Colmo de la ingenuidad, incluso pide a la empresa que detecte eventuales micrófonos en el palacio presidencial... En setiembre de 1971, Allende cambia de opinión y toma el control de la filial chilena de ITT, cuyos directivos son detenidos por haber extraído ganancias indebidas a través de sociedades ficticias. A cambio, la multinacional lanza una virulenta campaña en Washington. Con acceso al secretario de Estado Henry Kissinger, le sugiere 18 medidas a tomar para desestabilizar al presidente chileno en un lapso de seis meses. Y sigue además alentando a la CIA para que financie El Mercurio, principal diario de la oposición.

En el seno mismo de la compañía, algunos comienzan a hacerse preguntas. La prensa publica comunicaciones entre su dirección y miembros de la administración Nixon, impulsando al Senado a llevar adelante audiencias para aclarar la influencia de ITT en la política exterior estadounidense8. Pero la investigación no llega a cuestionar a los responsables y no se condena a nadie. Tres meses después, Allende pierde la vida en el golpe de Pinochet.

Declive

Para ITT, la nacionalización no fue un choque demasiado violento: poco tiempo después del golpe de Estado, la compañía recibe 125 millones de dólares de parte de Pinochet a modo de indemnización, así como 30 millones de parte de la administración Nixon. Pese al –o quizás gracias al– informe no concluyente del Senado estadounidense, las sospechas respecto del rol de ITT en Chile no dejaron de aumentar. No era ilógico entonces que la multinacional representara un blanco perfectamente servido para numerosos militantes. El desconocido que advirtió a The New York Times sobre la presencia de una bomba en la sede de ITT se reivindicaba de Weather Underground, una organización clandestina de extrema izquierda. A fin de cuentas, esta publicidad negativa predispuso mal incluso a Puerto Rico, hogar histórico de la compañía: en 1974, el territorio decidió comprar la filial. La indemnización masiva que le fue acordada no calmó los ánimos: su sede voló algunos meses después de la transacción.

Durante la mayor parte de su existencia, ITT fue el laboratorio de un modelo de expansión llamado a hacer escuela, basado en vínculos con Wall Street y el Pentágono. También fue pionera de la globalización con su tempranera visión global y su dominio del conglomerado –aun cuando las sinergias entre las filiales más heteróclitas dependían más bien de astucias contables–. Cada vez más obsesionados por las ganancias a corto plazo y la cotización de las acciones, sus directivos descuidaron las inversiones a largo plazo en sus servicios clave. Incluso ahí ITT estuvo en la vanguardia respecto de su tiempo: la mayor parte de las otras compañías estadounidenses no sucumbieron a semejante tentación sino a partir de los años 1980. ITT, en cambio, abrazó la financiarización desde mediados de los años 1960. En esa época, podía parecer asombroso que un operador de teléfonos que trabajaba para Defensa prefiriera volver a comprar compañías de seguros antes que invertir en investigación y el desarrollo. Alentados por sus amigos del Banco Lazard, sus directivos lograron convencer a Wall Street de que su glotonería se inscribía dentro de una ingeniosa estrategia de diversificación.

Pero sus ansias de crecimiento exponencial marcaron también el comienzo del fin: ITT no vio el interés que revestían las investigaciones largas y costosas que empezaban a florecer en Silicon Valley. El golpe de Estado en Chile arruinó su imagen de manera irreversible durante las décadas siguientes. De modo paradójico, la cercanía de ITT con el Estado estadounidense y Wall Street –a la que debió su prodigioso crecimiento inicial– causó su declive. Los actuales gigantes de Silicon Valley, atenazados de igual modo entre espionaje y finanzas, no parecen haber extraído todas las lecciones de ese error.

Evgeny Morozov, autor de The Santiago Boys, una serie de podcast en nueve episodios basada en más de 200 entrevistas producida por Chora Media y Post-Utopia, en la que se inspira este artículo. Traducción: Merlina Massip.

Punto uy

Fragmentos sustanciales del libro de Anthony Sampson que se cita en el cuerpo central de este artículo (El Estado soberano, la historia secreta de ITT), fueron publicados por el semanario Marcha en una serie de seis artículos entre el 1º de junio y el 10 de agosto de 1973. El periódico dirigido por Carlos Quijano explicaba que el material “suministra una invalorable información sobre la estructura del enorme imperio industrial y comercial”, a la vez que “historia y denuncia, en particular, el importante apoyo prestado por la ITT a los nazis, desde la ascensión de Hitler hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial”. Al mes siguiente, Quijano incluirá en el número 74 de sus Cuadernos de Marcha (setiembre de 1973) un apartado con “Los documentos secretos de la ITT” y una cronología de Gregorio Selser sobre su incidencia en el golpe de Estado de Chile.

Poco después se conocería en Montevideo la edición argentina del libro de Sampson (editorial Schapira, 1976), que sería citado por Vivián Trías en Tres fases del capitalismo (Cámara de Representantes / Ediciones de la Banda Oriental, 1991).


  1. Paul L. Montgomery, “ITT office here damaged by bomb”, The New York Times, 29-9-73. 

  2. Anthony Sampson, The Sovereign State. The Secret History of ITT, Hodder and Stoughton, Londres, 1973. 

  3. “Critique of Techno-Feudal Reason”, New Left Review, Londres, N° 133-134, enero-abril de 2022. 

  4. Robert Sobel, ITT: The Management of Opportunity, Times Books, Nueva York, 1982. 

  5. Daniel R. Headrick, The Invisible Weapon. Telecommunications and International Politics. 1851-1945, Oxford University Press, 1991. 

  6. Ludwell Denny, America Conquers Britain: a Record of Economic War, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1930. 

  7. Véase el capítulo consagrado a Chile en Eli M. Noam (dir.), Telecommunications in Latin America, Oxford University Press, 1998. 

  8. Véanse los dos volúmenes del informe sobre las audiencias llevadas adelante por el Senado estadounidense: “Multinational Corporations and United States Foreign Policy”, Government Printing Office, Washington, 1974.