Helgoland. De Carlo Rovelli. Anagrama; Barcelona-Buenos Aires, 2022. 216 páginas, 790 pesos.
Helgoland es una diminuta isla del Mar del Norte situada a unos 70 kilómetros de la costa de Alemania, carente casi de árboles, de aire limpio y sin polen. En el verano boreal de 1925, un físico alemán de apenas 23 años, Werner Heisenberg, ayudante del profesor Max Born en la Universidad de Gotinga, pasó allí algunos días. Se trataba de un lugar ideal para calmar la alergia que padecía y entregarse a la reflexión sobre un problema teórico que lo desvelaba y acababa de examinar durante meses y discutir hasta el agotamiento en Copenhague con el gran físico danés Niels Bohr: cómo es el movimiento de los electrones en el interior del átomo, por qué orbitan alrededor del núcleo sólo en determinadas órbitas concretas y “saltan” después de unas a otras, se diría que inexplicablemente.
Una madrugada, después de mucho tiempo dedicado a interminables y afiebrados cálculos, Heisenberg concibió una idea que sería la piedra fundacional de la moderna teoría de los cuantos –cuya construcción fue, por supuesto, una tarea colectiva–, que permitía elaborar la estructura matemática de la mecánica cuántica, quizá, dice Carlo Rovelli, “la revolución científica más grande de todos los tiempos”; “una teoría que nunca ha fallado”. Sobre ella se asienta toda la física de los últimos cien años, las más diversas disciplinas científicas y la más moderna tecnología, desde la química a la biología, desde la astrofísica a la ingeniería, la cosmología o la informática, y sin su aporte no existirían, por ejemplo, ni computadoras ni centrales nucleares.
Ha dinamitado certezas de la física clásica que se creían definitivas, como la de la materia constituida por partículas que se mueven en el espacio según trayectorias definidas. En su lugar, se habla de ondas de probabilidad; los componentes de la realidad son relaciones antes que cosas, el mundo es una infinita red de relaciones, de interacciones entre sistemas físicos, de algún modo como espejos que se reflejan mutuamente: “Los entes sólo son efímeros nodos de esta red. Sus propiedades no se determinan hasta el momento en que se producen estas interacciones y sólo en relación con otra cosa: cada cosa sólo es lo que se refleja en las otras”.
Rovelli reconoce el carácter extraño, oscuro, perturbador, desconcertante de la mecánica cuántica: “Cuando la consideramos a fondo, nos llena de estupor, confusión e incredulidad”. Pero está convencido de que es, hasta ahora, la mejor herramienta que la ciencia ha encontrado para describir la realidad.
Este libro apasionante –Rovelli no sólo es un físico teórico relevante: confluyen en él inquietudes filosóficas y humanísticas y talento narrativo– relata la historia de esta revolucionaria aventura de la ciencia cuyo camino abrió Heisenberg, pero antes o después, o junto a él, fueron decisivos los aportes de físicos notables como Böhr, Paul Dirac, De Broglie, Schrödinger, Born, Jordan, Pauli, Einstein (que nunca la aceptó del todo) y, en particular, Max Planck, quien fue, para muchos, el verdadero “padre” de la teoría cuántica.