Fina conocedora de los ríos subterráneos de la actualidad internacional, escribana jubilada y experta en procesos electorales, Mercedes Rosende es también una de las escritoras uruguayas más leídas del presente. En Alemania e Italia sus libros se venden como... como libros que se venden. Parte de la culpa es de Úrsula, protagonista de varias de esas novelas que giran en el género plebeyo de la literatura policial.

¿Qué le hace reír sin parar?

La iglesia explicándome cómo son las cosas.

¿Y llorar?

Los políticos explicándome cómo son las cosas.

¿Qué abrazo no se le quita del cuerpo?

Son acumulativos: los de los hijos, los amigos, los amantes. A esta edad se tienen muchos abrazos encima.

¿Qué sueño recuerda con más intensidad?

Selva en Vietnam, jaulas colgadas de los árboles, prisioneros en las jaulas, yo escondida entre la maleza y esperando a que los guardias se distraigan para liberar a los presos. ¿De qué película o novela lo saqué? Ni idea.

¿En qué momento se sintió más viva?

Hay un momento fugaz, un escalofrío, un soplo que pasa, toca y se va, y te deja con esa sensación vital en la punta de los dedos. A veces es un libro, a veces un amor o un sueño.

¿Qué cocina para sus amigos?

Debo decir que hago la mejor pizza del mundo. Y que casi no sé hacer otra cosa.

Un libro que no haya leído impunemente.

Hay libros que uno lee y disfruta en el momento, que quizá después olvida, y hay libros que quedan dando vueltas en la mente por años. Eso me sucedió con Falconer, de John Cheever.

Una música.

“Brain damage” de Pink Floyd y “Garúa” de Troilo y Cadícamo.

Una película.

Snatch (Cerdos y diamantes en español, de Guy Ritchie, 2000), aunque frente a esa pregunta todos los días cambio la respuesta.

Un fuego que no deje de arder.

Los amores, todos: familia, pareja, amigos.

Alguien o algo que dejar arder en el fuego.

No tengo enemigos ni odios, soy demasiado perezosa.

¿Con qué personaje histórico se tomaría un café?

Me seduce el poder en las sombras, los personajes que lograron mucho y casi no se los nombra. Mazarino1, tal vez.

¿Y con cuál se iría de copas?

¿Los escritores muertos valen como personajes históricos? En ese caso, con Juan Carlos Onetti.

¿Qué estatua quitaría para siempre?

¿Quién soy yo para sacar o poner estatuas? Para eso y para limpiar es que están los intendentes.

Galeano dijo que la receta perfecta del marxismo mágico es mitad razón, mitad pasión y una tercera mitad de misterio. ¿Qué tres personajes combinaría Usted para sus propias ideas?

Esa es una pregunta para intelectuales. Pasemos a la siguiente.

¿Su instante de fútbol preferido?

El chorizo al pan y la Coca Cola que me compraba mi padre en el estadio Centenario cuando me llevaba a ver a Nacional.

¿Garrincha o Pelé?

Ni idea. ¿No eran el mismo?

¿Qué pecado prefiere?

Todos, pero sin esfuerzo, con la pereza al frente.

¿Qué le diría a Dios?

¿Qué mirás, bobo?

¿En qué le gustaría reencarnar?

Me niego firmemente a reencarnar.

¿De qué color es la imagen que le devuelve el espejo?

Rojo fuego del infierno: los espejos multiplican la cifra de las cosas, decía Borges.

¿Cuál es el disfraz más peligroso?

El del fanático religioso y el del fanático patriota, que son el mismo fanático.

¿Qué escribiría en un muro?

El grafiti de Banksy: “Sigue tus sueños” (atravesado por la palabra “CANCELADO”).

¿Y en la pared de un baño?

Nunca estoy tanto tiempo en un baño público.

¿Qué cosas nunca pueden estar divorciadas?

La milanesa y las papas fritas, los argentinos y el psicoanálisis, Ortega y Gasset.

¿Para qué le sirve, a usted, la utopía?

Me ayudó a tener una juventud llena de optimismo y esperanza.

¿A qué le dice No, sobre todas las cosas?

Al abuso de poder.

¿Cuál es la peor palabra del sistema?

No hay palabras malas ni buenas, hay mejores o peores usos.

¿Qué vena sangra más, de las que siguen abiertas?

La injusticia y la violencia sobre los débiles.

¿Qué pueden hacer los nadies para dejar de serlo?

Si alguien lo descubre, que me avise.


  1. Diplomático y político italiano del siglo XVII. Tan hábil, que logró hacerse nombrar cardenal sin ser sacerdote.