Shock petrolero, Guerra de Yom Kipur, golpes de Estado en Uruguay y en Chile: 1973 fue un año bisagra del siglo XX. Para Occidente, ese año permanece asociado a una gran ruptura, la de la “crisis”. Sin embargo, el fin de las décadas de crecimiento continuo, la inestabilidad monetaria, el alza de las materias primas no fueron los únicos eslabones de este nuevo mundo. El Reino Unido se unió a la Comunidad Económica Europea; en América Latina, y no sólo en Chile, los golpes de Estado se encadenaron y aplastaron a los movimientos populares. El Movimiento de No Alineados reclamaba a Argel un “nuevo orden económico”. Pero, en este plano, no hubo vuelco.

Una amplia sonrisa ilumina el rostro habitualmente austero de Houari Boumédiène. Con un grueso habano entre los dedos índice y mayor, el número uno argelino no oculta su satisfacción mientras preside la sesión de cierre de la Cuarta Cumbre de Países No Alineados. Del 5 al 9 de setiembre de 1973, en Argel, 75 países participaron de pleno derecho en la conferencia, sin contar unas 30 organizaciones internacionales y de liberación –en particular la de Palestina, presidida por Yasser Arafat– así como 11 países no miembros invitados, entre ellos Suecia y Austria. Rechazado ocho años antes por las grandes figuras del campo progresista por haber depuesto al presidente Ahmed Ben Bella, el coronel tiene ahora un trato de igual a igual con sus pares, entre ellos el cubano Fidel Castro y el yugoslavo Josip Broz, conocido como Tito. Pero si Boumédiène triunfa, es sobre todo porque, por una parte, la cumbre es un éxito en el plano de la producción ideológica y, por otra, porque la organización argelina pudo imponer sus puntos de vista respecto de la necesidad de priorizar los asuntos ligados al desarrollo.

Un incidente estuvo a punto de arruinar todo cuando, al tomar la palabra con vehemencia, el líder libio Muamar Gadafi criticó al comunismo y a los países no alineados que estaban demasiado cerca de la Unión Soviética (URSS). Una salida que provocó la ira de Castro, que se vio obligado a recordar que Moscú fue un leal aliado de los movimientos antiimperialistas y de descolonización. Pero esta escaramuza debida a cuestiones de ego y de preeminencia –Gadafi, por ese entonces, es un recién llegado al círculo de los grandes dirigentes tercermundistas– no impedirá un acuerdo casi unánime sobre las cuestiones económicas, entre ellas el control de los recursos naturales.

Desde la conferencia afroasiática de Bandung (1955) y su primera cumbre en Belgrado (1961), los países no alineados jamás dejaron de reafirmar su independencia respecto de los dos grandes bloques y de abogar por la paz mundial y la “coexistencia pacífica” entre Estados Unidos y la URSS. Un posicionamiento de contornos tanto más confusos cuanto que el movimiento siempre se cuidó de reivindicarse como tercera fuerza, lo cual permitía la convivencia entre aquellos más bien cercanos a Washington (Arabia Saudita, Sierra Leona, Singapur) y los del campo socialista (Argelia, Cuba, etcétera). Pero en 1973 había llegado la hora de la distensión –a la cual los países no alineados creían haber contribuido en gran parte–. Entusiasmados por los Acuerdos de paz de París de enero de 1973, que obligaron a Estados Unidos a retirar sus tropas de Vietnam, los miembros del movimiento lamentan de todos modos que las negociaciones entre superpotencias no tengan en cuenta a los países en vías de desarrollo y una mejor distribución de las riquezas.

Nuevo orden

Muy crítica contra la división internacional del trabajo y la falta de progreso en las negociaciones comerciales multilaterales, la primera ministra de India, Indira Gandhi, marca el tono en ocasión de su discurso: “La libertad de los no alineados no será ni total ni real sin liberación económica”1. Así es como la conferencia de Argel señala el rumbo. Ahora, los países no alineados exigen un “nuevo orden económico mundial” y un “derecho al desarrollo”. En ningún momento se pronuncia el término “ayuda”. No se trata de tender la mano sino de contar consigo mismo industrializándose, valorando las propias ventajas y sacando beneficio de la coyuntura internacional para monetizarla al precio más alto.

Esbozada en ocasión de la conferencia de Lusaka en setiembre de 1970, la idea de hacer de los modos de comercialización de los recursos naturales una palanca para la redefinición de las relaciones internacionales se aprueba como principio de acción. Libia o Argelia, que acaban de nacionalizar sus hidrocarburos, se proponen acompañar a los países deseosos de hacer lo mismo con sus materias primas2. De este modo, la cuestión de las nacionalizaciones se plantea como una afirmación de soberanía necesaria, y cada Estado concernido debe ser el único juez en el nivel de las indemnizaciones que deba acordar a las empresas extranjeras involucradas. Y, en caso de litigio, los países no alineados deben sujetarse a un reglamento conforme a las leyes del país, lo que constituye un claro rechazo al arbitraje internacional3.

El concepto de “nuevo orden económico internacional” les debe mucho a los trabajos del pensador Samir Amin (1931-2018), pero también a los de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), así como a las contribuciones de las delegaciones de los países de América Latina ya enfrentados, desde hace casi un siglo, a la problemática de la soberanía sobre sus materias primas. Si bien Salvador Allende está ausente de la conferencia –se excusa en un mensaje que se leyó en la sesión plenaria y que evoca “circunstancias graves” en su país–, la delegación chilena aporta una cuota sustancial con varias propuestas destinadas a enmarcar la inversión privada extranjera y limitar la influencia de las empresas transnacionales4. La idea consiste en eliminar los estímulos fiscales, crear empresas comunes a los países no alineados y compartir informaciones dotando al movimiento de un observatorio de las prácticas de las compañías multinacionales. Asimismo, como piden países como Argentina o Indonesia, se trata de adoptar una posición común en el marco de las negociaciones por el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT).

Comienzo y fin

El “nuevo orden económico internacional” vivirá su hora de gloria cuando Boumédiène presente su programa en la Asamblea General de las Naciones Unidas en mayo de 1974 y se lo adopte por consenso. Pero será un canto de cisne. En Chile, miembro muy comprometido con el movimiento en los últimos años, Allende había muerto a consecuencia de un golpe militar fomentado con ayuda de Washington. El orden militar reina en Santiago, y el país cuya delegación en Argelia defendía la idea de un “socialismo universal” se convertirá poco a poco en el laboratorio de las prácticas neoliberales inspiradas por la Escuela de Chicago. Lanzadas en Occidente a fines de los años 1960 con la voluntad de terminar con el keynesianismo, las políticas neoliberales se impondrán como la principal referencia en las décadas siguientes volviendo inaudible el programa de Argel.

La guerra árabe-israelí de octubre de 1973 contribuye también a socavar el impulso de los países no alineados. Las consecuencias inmediatas de este conflicto confirman, por cierto, que los recursos naturales, en este caso el petróleo, permiten gravitar en las relaciones internacionales. Los miembros de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP), creada en 1968, deciden de manera unilateral un aumento del 70 por ciento del precio del barril, una reducción del cinco por ciento de su producción y un embargo a los países que apoyan a Israel suministrándole armas, entre ellos Estados Unidos y Países Bajos5. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en la cual los países árabes son mayoría, debe alinearse. Lo que sigue es conocido: un shock tan grande que las economías occidentales, ya debilitadas por el desorden monetario provocado por la decisión unilateral de Estados Unidos de poner fin a la paridad fija entre el oro y el dólar (15 de agosto de 1971), se hunden en la recesión. Pero la factura energética de los países en vías de desarrollo sin hidrocarburos se dispara. La propuesta cubana presentada en Argel para el establecimiento de una tarifa diferenciada de materias primas con una reducción acordada a los países no alineados más pobres ya naufragó en el olvido. Dentro del movimiento, es el sálvese quien pueda y algunos miembros, en especial aquellos del África francófona, arremeten contra el egoísmo de los países petroleros. Para estos Estados, que apenas acababan de acceder a la independencia, se hizo preciso acercarse a las potencias tutelares –se tratara de Francia (que ya tenía un dominio firme de sus materias primas), de Gran Bretaña o de Estados Unidos, a fin de llegar a fin de mes–.

Vientos viejos

De rebote, algunas respuestas de los países desarrollados para enfrentar el alza de las cotizaciones del bruto también contribuirán a cortar de raíz el programa del “nuevo orden económico internacional”. Esto concierne, en particular, al mecanismo de captación de petrodólares. Si los Estados productores se benefician con un maná inesperado, los países ricos esperan que una buena parte de este se recicle en sus economías, lo que significa que nada debe impedir la libre circulación de capitales. Cancillerías, diplomáticos y organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial van a velar por ello. Además, la existencia de una importante liquidez proveniente de Medio Oriente y en manos de los bancos y establecimientos financieros extranjeros les dará capacidad de financiar proyectos de inversión en los países del Sur mediante empresas transnacionales o por medio de préstamos. A condición, claro está, de que los países “beneficiarios” se plieguen a los criterios habituales (aceptación del arbitraje internacional, un sistema fiscal ventajoso para el inversor, garantías de no nacionalización, etcétera).

Por último, el alza de las cotizaciones vuelve de pronto posible la explotación de yacimientos juzgados hasta ahora poco o nada rentables. Las grandes petroleras pasan a la ofensiva y recorren el mundo proponiendo sus servicios y savoir-faire [saber hacer]. Pocos países no alineados se resistirán a este canto de sirenas, concediendo, como en el caso de Nigeria, contratos leoninos a las grandes multinacionales. A lo largo del tiempo, con la desaparición de grandes figuras (Tito, Boumédiène) y la difusión de la economía de mercado en muchos países que tenían inspiración socialista (Egipto, India, China), el movimiento de no alineados se va marchitando.

En el presente, la invasión de Ucrania por parte de Rusia actualizó no obstante a la usanza actual la expresión de “no alineamiento”, sin vínculo directo con este movimiento que sigue vivo (la secretaría general la ostenta hoy Azerbaiyán). Pero la negativa a tomar partido en este conflicto –y a adherir al régimen de sanciones tomadas contra Rusia– tiene poco que ver con la visión de un mundo más solidario y menos moldeado por el neoliberalismo.

Akram Belkaïd, jefe de redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Merlina Massip.


  1. Le Monde, París, 7-9-1973. 

  2. Para una sinopsis exhaustiva de la cumbre de Argelia, véase Georges Fischer, “Le non-alignement et la conférence d’Alger (septembre 1973)”, Revue Tiers-Monde, N° 56, París, 1973. 

  3. Véase Samir Amin, “Une remise en cause de l’ordre international”, y Maude Barlow y Raoul Marc Jennar, “Le fléau de l’arbitrage international”, Le Monde diplomatique, París, junio de 1975 y febrero de 2016, respectivamente. 

  4. Evgeny Morozov, “La ITT en Chile”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, agosto de 2023. 

  5. Véase “1973, un choc pour prolonger l’âge du pétrole”, Manière de voir, N° 189, “Énergie. Conflits, illusions, solutions”, París, junio-julio de 2023.